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Capítulo 2

Sentimientos que ahogan mi ser.

Remordimientos que corroen el alma.

Un pasado doloroso, un presente cruel y un futuro incierto.

En el borde, sobre la mirada de muchos... aquellos que se apiñan como animales desando ver el desenlace de una historia de terror y sangre a punto de escribirse, o tal vez, a punto de terminar.

Las sirenas y megáfonos seguidos de palabras que se han vuelto necias retumban en mis adoloridos tímpanos. Desde aquellas miradas inútiles, miles de gritos intentan distraerme de mi destino.

Ya no... No hay vuelta atrás. No lo lograran nada.

He perdido mi única razón para vivir, si no hago esto, la tristeza terminará por matarme en una lenta y dolorosa agonía. La única luz de mi vida se ha esfumado con ella mis fuerzas para sostenerme de aquella baranda.

Bocinas, voces, gritos, sirenas, llantas y silbidos, todo suena a mi alrededor. Aun así, sobre todo aquello, sobresale aquella hermosa música. Al menos una hermosa melodía me acompañará en los momentos finales de mi tan espantosa vida.

Aquella música le abrió paso a su voz, una vez más. Siento como todo se aísla, los demás sonidos desaparecen y solo escucho sus palabras. Era alemán, mis labios formaban y parafraseaban repitiendo sus palabras. Podía entenderlo.

A ojos cerrados, intenté traducir con claridad sus palabras: “Se que ya no tienes fuerzas, que las espinas lastiman tu piel, que quieres olvidarte de todo y desaparecer. Pero hasta en la noche mas negra, una estrella lucha por dejarse ver”.

Y entonces, sucedió, alcanzando justo lo que necesitaba escuchar: “Así que esa no es la salida, oh mi niña, no lo es, no lo es, te aseguro que no. Por favor, no te dejes caer, así que toma mi mano, yo te sostendré.”

¿Quién era él y por qué le cantaba a mi vida?

Sin saberlo, aquel chico había gritado por mi vida esa noche. De pronto, me hallé corriendo a toda velocidad por las calles de la ciudad, esquivando los autos de la autopista. Mi cuerpo seguía inconscientemente el sonido de su voz. A la mitad del parque me detuve, encontrándome con aquel enorme estadio frente a mí, un enorme cartel colgaba de sus paredes.

Sí, era él. El chico de la televisión.

Como un balde de agua fría, me contemplé. ¿Cómo había llegado ahí?

Hace tan solo un minuto atrás colgaba de un puente. Hipnotizada por la inconsciente voz de una vacía esperanza me había colocado a salvo en tierra firme. ¿Y ahora? ¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Qué lograría con llegar hasta ahí?

Es absurdo, volvería a intentar quitarme la vida cobardemente horas después. No tenía nada que me hiciera cambiar de opinión.

Era cierto, la cruel realidad me golpeaba de nuevo, estaba en la calle. Solo era una asesina fugitiva. ¿Dónde viviría? ¿Qué comería?

Había perdido mi libertad en el momento que le quité la vida a mi propia madre.

La esperanza de encontrar a mi hija había acabado. No hay nada que pueda hacer.

Una vez más, la vida y el cruel destino se unirían para causarme un nuevo mal. Lo supe cuando una mano tapó mi boca inesperadamente, llevándome con él detrás de los árboles y matorrales.

―Mira lo que me encontré aquí. La suicida de la avenida 25. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

―No te importa. ¡Aléjate de mí! ―no podía ser verdad, no podía estar sucediendo de nuevo.

―Vamos preciosa. Solo un ratito, podemos divertirnos. Te arrepentirás de no haberte tirado de ese puente.

― ¡No me toques! ¡Suéltame! ―dije, batiéndome de su agarre.

Aquel hombre, él cual apenas podía distinguir en medio de la oscuridad, me tomó por la fuerza, acorralándome contra un árbol.

Me besó a la fuerza, mientras intentaba despojarme de mis ensangrentadas prendas de vestir. Yo intentaba soltarme, forcejeaba con él, siendo inútil, él era dos veces más grande que yo. Metía mis dientes en su asquerosa piel, aun así, no lo lograba.

Un momento, sus ojos se volvieron vulnerables, con mis uñas, rasguñé sus pupilas. Él retrocedió del dolor, cuando tuve un espacio suficiente, lo pateé en la ingle y me eché a correr. La oscuridad me lo hacía difícil, sin preverlo, mi pie se torció con una raíz y un duro golpe resonó contra mi cabeza. Fue lo último que supe.

Es duro ver como la vida te odia, aun más duro es ver como la mismísima muerte te detesta. He visto a la muerte tomar mi mano, una y otra vez y dejarme ir, negándose a llevarme con ella. Todo para verme sufrir una vez más con el odio que la vida me da.

¿Alguna duda?

Estuve en coma dos veces, perdí la memoria, caí desde un barranco, un paro cardio respiratorio, conectada a maquinas. He estado en accidentes de transito... tuve cáncer. Abusaron de mí.

¿Qué razones tengo para pensar que la vida me quiere? Ninguna.

Poco a poco me siento de nuevo, algo frío toca mi frente. Puedo sentir que aun estoy sobre la tierra.

Escucho voces a mi lado, conforme pasan los segundos puedo entender lo que dicen.

―Esto nos pasa por salir a caminar de noche. ¿Si está muerta y piensan que la matamos?

―No seas tonto Theo. Ella está viva, aun respira.

―Deberíamos llamar una ambulancia.

―Sería perfecto si alguno de nosotros trajera consigo un celular, y de nada nos serviría, no tienen cobertura en este país.

Al fin pude abrir mis ojos. Enseguida me topé unos ojitos verdes a mi derecha, su mano sostenía mi cabeza. A la izquierda, unos ojitos miel se asomaron.

Me tomó un segundo notar quienes eran. De forma impulsiva, debido a la sorpresa, me senté, con mis manos me arrastré por el suelo rápidamente, retrocediendo hasta chocar con un árbol que no me dejó avanzar.

―Creo que la asustaste con tu fea cara Vilh ―dijo el chico de trenzas y ropa ancha.

―Entonces se asustó con tu fea cara también, recuerda que tenemos la misma ―dijo el chico de ojos miel.

Al escuchar aquello no pude evitar sonreír; había sido un buen tuché.

―Creo que ella no opina lo mismo, hasta le hizo gracia, sabe que yo soy más guapo; tú eres un fenómeno ―dijo el de trenzas.

Noté su gran orgullo y valía, eso hizo borrar mi sonrisa.

―Son absurdos... los dos. En lugar de estar peleando por eso; deberíamos hacer algo por ayudarla ―dijo el chico de cabello largo, aun se hallaba inclinado, mirando en mi dirección.

― ¿Cómo podremos ayudarla? No sabemos español, no sabemos si ella sabe Ingles y mucho menos alemán ―dijo el de trenzas.

Yo asentí con insistencia al escucharlo decir “alemán” los entendía a la perfección.

― ¿Sabes alemán? ―preguntó el más alejado de los chicos, de baja estatura, brazos gruesos y anteojos.

Yo intenté responder, pero por alguna razón no salía sonido alguno de mi garganta, tosí y lo intenté de nuevo. Luego toqué desesperadamente mi garganta al notar que había perdido mi voz.

¿Enserio estaba muda? ¡De nuevo!

―Creo que es muda ―confirmó el de anteojos.

―Tu asiente o niega. Te preguntaré ―dijo el castaño acercándose un poco más a mi―. ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ―yo enseguida negué― ¿Tienes padres, amigos o alguien con quien nos podríamos comunicar? ―miré un momento al vacío, era cruel entender que enserio no tenia nadie a quien recurrir.

Una lágrima rodó por mi mejilla al negar, había perdido lo poco que tenía.

El chico de cabello negro, corto, de dulces ojos miel, colocó sus rodillas en el piso. A mi lado, tocó mi hombro y miró mis ojos.

Sus cejas se relajaron, había sentido mi desesperación.

― ¿Qué hacemos? No podemos dejarla así ―dijo él.

― ¿Si la llevamos y es menor? Sus padres nos acusarían de secuestrarla ―dijo el bajito.

― ¿Cuántos años tienes? ―preguntó el dueño de los ojitos verdes.

Levanté mis manos, levanté el índice indicando un uno para luego mostrar nueve de mis dedos.

―Diecinueve ―dijo el de trenzas y yo asentí.

―Es mala idea. Deberíamos dejarla en un hospital ―empecé a negar con desesperación ante las palabras de rubio; no podían verme ahí.

Empezarían a preguntar, me reconocerían.

―Yo pienso que debemos cuidarla, al menos por esta noche. Cuando amanezca podremos ubicarnos mejor ―dijeron los lindos ojitos miel a mi lado.

Él me dispuso su mano para que yo la tomara con intensiones de ayudarme a ponerme de pie.

― ¿Podrá caminar?

Miré los dedos de mis pies y los moví. Parecía no haber pasado nada con mis piernas.

Tomé la mano del chico que me la dispuso e intenté ponerme de pie.

El castaño se apartó dejándome espacio para intentarlo; al ver que me resultaba dificultoso el chico de trenzas se posicionó a mi derecha, tomando mí brazo, ayudándome.

―Por cierto. Soy Vilh, él es mi hermano Theo. Ellos son Imre y Garin ―dijo señalándolos respectivamente.

Al ponerme de pie, recordé que siempre llevaba mi identificación en la bolsa trasera de mi pantalón. Solté su mano para tomarla y mostrársela.

Él enseguida la leyó.

―Lisa Rojas ―dijo y yo asentí―. Mucho gusto.

― ¿Estás segura de que puedes caminar? ―preguntó el de trenzas sin despegar los ojos de mi trasero― Te cargo ―sonriendo picarón.

Casi de inmediato intenté dar un paso, decidida a no darle el gusto. Un fuerte dolor se apoderó de mi tobillo, balanceándome, me incliné un poco tocando mi tobillo. Dejando la oportunidad perfecta para que, desprevenidamente, él me levantara, dejándome en sus brazos.

―Lo necesitas ―insistió.

Tenía razón, así que asentí.

Su mirada era la típica de un mujeriego, lo que no me gustaba. Le hice aquella típica seña de “Te vigilaré”. Ello causó risas en los otros tres chicos.

―La chica no es nada tonta ―dijo Imre entre risas.

―Lisa... Se llama Lisa ―dijo el dueño de los lindos ojitos.

Haciéndome mirarlo con agradecimiento.

―Disculpa... Lisa ―dijo Imre.

Aquel nombre me resultaba particular, aun no me acostumbraba. No podía dejar de pasar mi mirada de uno al otro. Todos eran guapos, con una belleza muy... distinta.

Muy diferente al verlos por televisión.

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