Sinopsis
El CEO, Alexander Blake, está al borde de perder el control de su empresa debido a una cláusula en el testamento de su abuelo: debe casarse antes de cumplir 35 años o perderá su participación mayoritaria. Desesperado, hace un trato con Emily, una artista bohemia que necesita dinero para salvar la galería de su familia. Lo que comienza como un acuerdo frío y profesional evoluciona cuando ambos descubren que comparten un pasado interconectado.
Capítulo 1: El Ultimátum
La oficina en el piso 40 del rascacielos de cristal era el epítome del éxito. Minimalista, moderna, con vistas que se extendían más allá del horizonte. Alexander Blake, el poderoso CEO de Blake Enterprises, se encontraba de pie frente al ventanal, sosteniendo un vaso de whisky que no había probado. Sus ojos estaban fijos en el skyline, pero su mente estaba atrapada en el testamento de su difunto abuelo, el hombre cuya sombra aún gobernaba su vida.
—¿Entonces es esto? —preguntó con voz grave, volviéndose hacia su abogado, Henry Blackwood, quien estaba sentado al otro lado de su amplio escritorio.
Henry asintió con incomodidad. —Sí. El plazo vence en tres meses, Alex. Si no te casas antes de tu cumpleaños número 35, pierdes el 51% de las acciones de la empresa. Pasarán automáticamente a manos del consejo directivo.
Alexander apretó la mandíbula. No tenía intención de permitir que un grupo de tiburones corporativos tomara el control de su imperio. Pero casarse... era un concepto que le resultaba tan extraño como absurdo. Su vida estaba planificada al milímetro, y en ningún momento había considerado abrir espacio para el amor, o incluso para un matrimonio de conveniencia.
—No puedo simplemente ignorar esto, ¿verdad? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—No. —Henry cerró el grueso expediente sobre la mesa con un gesto decidido—. La cláusula es clara.
Alexander se dejó caer en su silla de cuero, pasándose una mano por el cabello oscuro. Necesitaba una solución, y rápido. Pero encontrar a alguien dispuesta a casarse con él en tres meses, sin complicaciones, sin dramas... era casi imposible.
—Investigaré posibles candidatas, —dijo al fin Henry, tratando de aliviar la tensión.
Alexander negó con la cabeza. —No quiero que esto se filtre. La prensa lo destruiría. Necesito... a alguien fuera de este mundo. Alguien sin conexiones con los negocios o el espectáculo. Alguien que necesite algo tanto como yo necesito esto.
***
En otro rincón de la ciudad, Emily Hartley contemplaba el lienzo blanco frente a ella con frustración. Estaba en su pequeño estudio, lleno de obras inacabadas y pinceles manchados de pintura. La galería de su familia, un espacio que había sido su hogar y refugio desde niña, estaba al borde de la quiebra. Necesitaba 150,000 dólares para cubrir las deudas acumuladas, pero cada puerta que tocaba se cerraba de golpe.
—Emily, ¿cómo vamos a salir de esta? —preguntó su mejor amiga, Clara, entrando con un par de tazas de café.
—No lo sé, Clara. —Emily dejó caer el pincel, derrotada—. Pero no puedo rendirme. Mi madre trabajó toda su vida para mantener la galería abierta. No voy a perderla ahora.
Clara la observó con preocupación antes de hablar. —¿Has pensado en vender alguna de tus pinturas? Podrías conseguir algo de dinero rápido.
Emily negó con la cabeza. —Eso cubriría solo una fracción de la deuda. Además, esas pinturas son lo único que tengo.
Un silencio incómodo cayó entre ellas, roto solo por el tintineo de las cucharas contra las tazas de café.
De repente, Clara sonrió con picardía. —Siempre podrías casarte con un millonario. ¿No es eso lo que hacen en las películas?
Emily soltó una carcajada seca. —Claro, porque los millonarios están haciendo fila afuera de mi puerta.
Sin saberlo, las vidas de Emily y Alexander estaban a punto de cruzarse de manera inesperada.
***
Ese mismo día, el destino —o quizá una mezcla de desesperación y oportunidad— intervino. Un amigo en común, un abogado que había trabajado con la familia Hartley en el pasado, mencionó casualmente a Alexander la situación de Emily. Una artista talentosa, pero ahogada en deudas. Independiente, sin interés en el mundo corporativo, y, lo más importante, accesible.
Alexander frunció el ceño mientras consideraba la posibilidad.
—¿Estás diciendo que podría estar dispuesta a un arreglo? —preguntó.
—No puedo garantizarlo, pero si necesitas a alguien que no haga preguntas, tal vez deberías hablar con ella.
Alexander terminó su whisky de un trago. —Consígueme una reunión.
Por primera vez en semanas, sentía que el control estaba nuevamente en sus manos.