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3. LA CASA PERFECTA

—Exactamente ¿qué hicieron? —inquirió Ted.

—Pues la volanteamos con los solteros de la cuadra —explicó Selena.

—¿Y ninguno quiso salir con ella?

Los tres negaron con la cabeza.

—Dicen que tiene mal carácter —replicó Joshua— lo cual es cierto, aunque no todo el tiempo.

—¿No? —se burló Ted—. Esa mujer se volvió un arma mortal desde que se divorció y aunado a su cinturón de karate, sería una locura acercarse.

Roman bajó la cabeza y se empezó a reír lo más discreto que pudo.

—No exagero —aseguró Ted con los ojos redondos como platos —solamente un suicida querría conquistarla.

—O un ciego como Robert Lane —recordó Josh al galán que su tía echó minutos atrás.

—O quizás alguien muy grande y fuerte —murmuró Cameron observando con calma a Roman.

Selena abrió la boca con entusiasmo y sin timidez se le acercó.

—¡Wow! —exclamó rodeando su antebrazo no puedo abarcarlo.

—Muchachos, no molesten el señor Watson.

—Y además de alto, musculoso, guapo. ¿Es usted soltero? —inquirió Cameron amigablemente.

Roman sabía que no era la octava maravilla, pero su piel morena, su altura y su voz profunda, acompañada de un buen traje, así como su sonrisa parecían atraer a las mujeres, quienes no dudaban en decirle que si antes de que les pusiera algo.

—Gracias por sus halagos —dijo sintiendo la mirada de Joshua sobre él, como si quisiera averiguar algo. ¿Acaso lo reconoció?

—No respondió la pregunta —insistió Selena—, ¿es soltero?

—Soy soltero —respondió—, pero no estoy interesado.

—¿Por qué no? —quiso saber la menor.

—¡Oiga, usted es...! —iba a decir Joshua

—¡Ya basta jóvenes! — interrumpió Ted—. Roman vino a ver la casa, no a ser acosado.

—Pero, papi... —insistió Cameron suplicante.

—Ted ¿por qué no me dejas entrar solo, a ver la casa por dentro?

—Es que...

—Por favor —insistió también.

Ted se quedó conversando con sus hijos mientras él recorría un poco los alrededores que, a pesar de la hierba crecida, el lugar le pareció hermoso para formar una familia.

El patio trasero era muy amplio. Podría mandar construir una piscina, además de tener una pequeña casita que serviría como almacén. Regresó al frente donde el vendedor seguía con sus hijos.

Son agradables, pensó, abriendo la puerta para entrar.

Apenas puso un pie adentro, el piso crujió, recordándole que la casa, más que vieja, era una antigüedad muy bella. Sin embargo, la idea de tener un piso como ese renovado sonaba muy atractivo. La sala era grande y daba hacia la izquierda. Tenía unos hermosos ventanales. Al fondo parecía estar el cuarto de lavado y otra recámara. Se respiraba un ambiente de calma que comenzó a seducirlo.

Llegó al segundo piso, donde tres recámaras lo aguardaban. Había dos en el ala derecha, que compartían un baño, y en el lado opuesto estaba la principal y a ella se dirigió.

Sacó su teléfono móvil y entró a la enorme Master suite, dónde empezó a fotografiar los detalles que tenía.

Miranda terminó de quitarse el último tubo y su cabello castaño, cayó hermoso sobre los hombros y espalda. Su rostro libre de la mascarilla lucía aterciopelado. Su delgada y curvilínea figura llevaba un conjunto de sostén y bragas de algodón estampado con diminutas flores azul cielo.

El espejo reflejaba a una hermosa joven de veintiocho años, con la mirada triste. ¿Cómo era posible que se le considerara una chica atractiva físicamente, si éso, unido al gran amor que sintió por Gustav no pudo retenerlo? Los ojos azules dejaron escapar una lágrima, mientras acomodaba los suaves rizos desde la raíz.

Habían pasado seis meses desde que se divorció y poco más de un año de la separación. Sin embargo, aún se sentía frustrada y dolida.

Sabía que gran parte de sus sentimientos eran porque aún tenía que ver a su ex marido de lunes a viernes, pues era el productor del programa matutino del que ella dirigía una sección de belleza.

Era tan irónico, tener que estar siempre sonriendo ante la cámara cuando lo único que deseaba era romperle los dientes por haberla abandonado, por acostarse con una prostituta que según él lo complacía plenamente como hombre.

Miranda apretó los puños y golpeó con fuerza el tocador. Se puso de pie y caminó hacia la ventana que estaba al lado de su cama. Corrió la cortina blanca para que el sol iluminara la habitación y su mente. Se quedó parada en la ventana, con los brazos extendidos y cerró los ojos, deleitando su cuerpo con esa sedante calidez que bañaba su interior, relajándola, haciéndola olvidarse del mundo entero.

Roman se estaba enamorando de la casa. Si llegaba a comprarla, la reconstruiría lo más exactamente posible.

Le encantaban las ventanas grandes, las vistas hermosas y esa zona abundaba en belleza. Apuntaba con la cámara y sonreía mientras grababa. De pronto, su sonrisa desapareció. La lente se llenó con una imagen celestial.

Sus ojos se quedaron fijos, todo su cuerpo estático mientras capturaba la hermosura de la chica en la casa de enfrente. Estaba concentrada en disfrutar del sol. Él mismo llegó a su nivel de ensimismamiento, pero por distintas razones.

Es muy bella, pensó recorriendo las redondas caderas, la breve cintura, los senos perfectos. Todo en ella hablaba de la mujer perfecta. Su cabello brillante parecía de seda.

Roman intentó respirar profundo, pero el aire se negó a entrar en sus pulmones. Esa chica no permitía en su cuerpo más función, que la de sus ojos observándola.

—Miranda —su nombre escapó de los labios, luego vino una fuerte reacción de su miembro. Eso lo alertó e hizo a retroceder.

Finalizó la grabación y echó un último vistazo a la seductora vecina, quién también decidió que había sido suficiente sol.

El móvil de Roman timbró y se asustó. Miranda también lo escuchó, pero no supo con exactitud de dónde provenía. Roman se apresuró a salir de la habitación.

Ted estaba en la planta baja cuando bajó, como siempre hablando por teléfono.

—Encontré lo que buscaba —dijo alegrando el corazón del vendedor que colgó casi de inmediato—. Me encanta la casa. Es grande, tiene mucho patio y —sonrió cuando fue interrumpido por el recuerdo de lo que acababa de dejar atrás.

—Entonces, ¿qué decidió? —inquirió poniéndose serio.

—Hagamos el papeleo —respondió dibujando una sonrisa y ampliando la del enorme Ted.

—No se va a arrepentir.

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