Capítulo 2
Atilio esperaba todos los días a Guadalupe, verla pasar se había convertido en un hábito. Siempre estaba en esa ventana esperando ver el encanto de esa chica.
– ¡Necesito hablar con esa doncella, encontrar la manera de estar a solas con ella, pero con ese estúpido padre no veo cómo! – murmuró Atilio.
Aparentemente, su familia es bastante sistemática, rechazaron su invitación a cenar. Sebastião me dijo que son muy religiosos y van a misa todos los domingos sin falta. – recordó Amelia y a Atilio le encantó la sugerencia.
– ¡Entonces eso es lo que haré, me convertiré en el católico más grande de este lugar!
Atilio sonrió, ahora estaba seguro de que la vería mucho.
- ¿Estás tan interesado en ese hijo de niña? ¿Hasta el punto de convertirse realmente? – Amelia sabía que el jefe no era nada religioso y nunca había entrado a una iglesia.
- Es que además de hermosa, es diferente a las demás no sé por qué, pero voy a averiguar qué es lo que amo tanto de esa mujer, además de la belleza por supuesto.
Se pasaba la semana contando los días hasta el domingo, siempre estaba en la ventana esperando que ella pasara y esos días no tenía el honor de verla.
Domingo en Misa...
Guadalupe estaba tan hermosa como siempre, Esther siempre dejaba a su hija bien arreglada para ir a misa porque finalmente era el único lugar además de la finca donde iban todas las semanas. Tenía el pelo suelto y un vestido sencillo y forrado.
- ¿Quieres ir a hablar con el cura sobre la confirmación de tu hija? – pregunta Esther, arreglando el cabello de su hija con sus manos.
- Sí mamá, tiene que ser ya antes de misa.
Doña Esther la llevó a la sacristía, pero el cura le pidió que esperara un momento porque tenía un pequeño problema.
– Doña Esther, ¿nos puede ayudar un momento? Es que se le acaba de romper la túnica al padre Antenor y como eres buena costurera, creo que necesitas que te den unos puntos... – dice Fernanda, acercándose con aprensión y temerosa de que la ceremonia se retrase por eso.
- ¿Te importaría esperar aquí un momento, hija? Prometo no demorarme. – preguntó Esther y Guadalupe asintió.
- No me importa mamá, puedes irte tranquila y yo te espero a ti y al cura aquí muy tranquila.
- Está bien mi ángel, vuelvo enseguida. ¬– dice Esther saliendo con Fernanda.
Guadalupe se quedó allí en la sacristía, esperando solo a su madre. Hasta que entró Atilio y la vio sola como tanto deseaba.
Él no dijo nada, solo se puso de pie sonriendo levemente y admirando su belleza por unos segundos.
Guadalupe tenía sus otros sentidos agudizados, notó su presencia y supo que había alguien más allí a pesar del silencio. Todos en el pueblo sabían de su discapacidad, y si esa persona no reportó su presencia, debió ser algún extraño.
Asustada, decidió salir hacia el salón de la iglesia donde podía escuchar las voces de las personas que esperaban la misa y su padre vendría a su encuentro, pero terminó por error yendo hacia sus brazos, quien no perdió tiempo y la agarró con fuerza.
– ¿Quién eres? ¿Por qué no dices nada? ¡Liberarme! - Preguntó ella, tratando de liberarse de sus fuertes brazos.
- Y pensé que eras un mojigato, no podía esperar para tirarte a mis brazos, ¿verdad niña? ¬- Respondió acercando su rostro al cuello de aquella joven asustada y oliendo su piel.
Ella trató de alejarse, pero él la sostuvo en sus brazos, sin importar cuán valientemente luchó.
– ¿Qué está pasando? – preguntó el cura, sorprendiéndolos en aquella pelea de amor en medio de la sacristía.
– ¡Libera a mi hija ahora mismo, muchacho! – exigió Esther.
Atilio abrió los brazos y Esther acercó a su hija a su lado, la niña seguía jadeando y temblando.
- Lo siento, recién entré a hablar con el reverendo y su hija vino a mis brazos así de repente... - Atilio trató de defenderse, no podía perder la confianza de su madre de ninguna manera.
“ Mi hija es ciega y ciertamente la has asustado, como cuando la sorprendiste yendo al pueblo.
– ¿Ciego? ¿De verdad? - Atilio abrió mucho los ojos y de todas las cosas que esperaba escuchar, esa sería la última.
Esa frase golpeó mis oídos como una bomba, ¿cómo podía estar ciega una joven tan hermosa?
– Lamentablemente sí, ¿vas a decir que recién te diste cuenta ahora? – preguntó Esther.
– Lleva a Guadalupe a tomar algo, está pálida, después de que se calme hablaremos de su confirmación. - dice el cura tratando de poner fin a esa confusión y empezar a celebrar misa de una vez.
– Sí Padre, disculpe. – responde Esther, sacando a su hija afuera.
– No debiste haberla tocado así, muchacho, las niñas aquí son todas respetuosas y Guadalupe aún más.
– Perdóneme Padre como le dije que no pude evitarlo, me gustaría ofrecer donaciones a las organizaciones benéficas de la iglesia. Quiero colaborar y para eso te invito a almorzar en mi casa mañana. – Atilio quería mucho más que mostrarse caritativo con todos y así ganarse la admiración de la joven y su familia.
El sacerdote solo podía escuchar la parte de las donaciones, por supuesto sabiendo que un hombre rico cooperaría con las obras de la iglesia llenó sus ojos.
– Está bien, allí estaré. – dice el cura, apretando la mano de Atilio.
Regresaron al salón de la iglesia y el cura comenzó a celebrar misa mientras Atilio y Amelia susurraban.
– Hijo, por favor sé más discreto. Todo el mundo está notando tus miradas hacia atrás. – preguntó Amelia cerca del oído de Atilio.
– ¡Es que… es ciega! Y no puedo creerlo.
– ¿Y por qué no? Si su madre dijo ¿por qué la duda?
– ¿Qué justo Dios es este que quita la luz de tan hermosos ojos? ¡Eso es un pecado! - Responde asqueado e incapaz de dejar de arrepentirse de lo que escuchó de ella.
– El pecado es tu mirada lujuriosa sobre ella en medio de la casa de Dios.
- ¡Trataré de portarme bien, Amelia!
Al final de la celebración, el sacerdote se acercó a la joven y su familia.
– Guadalupe ya es mayor de edad para ser confirmada, esta es la última proclamación del evangelio antes del matrimonio. – recordó el cura y Guadalupe sonrió.
- Tenía muchas ganas de hablar contigo sobre esto, aunque no me case quiero recibir confirmación.
Al ver al sacerdote cerca y hablando con su mayor conquista, Atilio decidió acercarse también.
– Su bendición Padre y no olvide nuestra cita de mañana. Atilio insistió en demostrar que tenía la prisa del cura y le besó la mano.
– Dios te bendiga y no me olvidaré de mi hijo, estaré allí puntualmente.
Atilio se fue con Amelia, no sin antes mirar bien a Guadalupe.
– No me gusta este hombre. ¬– murmuró Leonel.
Esther pensó que si su esposo supiera de su atrevimiento con su hija, lo odiaría un poco más.
– Parece ser una buena persona, apenas llegó a la ciudad, ya se ha ofrecido a ayudar con las obras de caridad de la iglesia y hablaremos de eso mañana. – El sacerdote trató de deshacer la impresión que muchos tenían de ese hombre al que apenas conocía.
“ Seguramente debe haber algún anhelo político en toda esta amabilidad.
- ¡No juzgues para no ser juzgado Leonel! Y sea cual sea la razón, lo que importa es que vamos a ayudar a mucha gente con su dinero. - Dice el cura.
– ¡Tiene razón, Padre, Dios agradece todas las ofertas y lo que vale es el trabajo!
– Sí Guadalupe, tienes razón como siempre. ¬– Responde el sacerdote, despidiéndose de la joven y su familia.
Mi padre nos llevó a casa en un calesa y mientras regresábamos, no dejaba de pensar en el toque y la voz de ese tal Atilio.
Desde el día en que Rayo de sol se perdió, nunca he olvidado el sonido de su voz, era fuerte, profunda y, a veces, aterradora.
¿Por qué ese hombre está en todas partes? ¿Me persigue? ¿Qué podría querer yo de una pobre chica ciega como yo?
Por rumores y conversaciones sé que es noble, rico y las chicas hasta dicen que es muy guapo y fuerte.
Seguramente debo ser una triste atracción para él , algo fuera de su mundo de lujo y belleza, y por eso su atención se dirigió a mí.
Todo lo que sé es que quiero mantenerme alejada de él, siento que es mejor así para todos nosotros.
Camino a casa...
- ¡Su olor todavía está en mí! – dice Atilio, oliéndose las manos.
“ Deja en paz a Guadalupe ya su familia, ella tiene demasiados problemas con su condición y ya tienen edad para tener que lidiar con lobos como tú.
- Entonces eso fue lo que me embrujó desde el primer segundo Amelia, supe que había algo diferente en esa mujer.
- Hijo, sácate a esa chica de la cabeza, ya has visto que no es como las otras mujeres de la ciudad con las que estás acostumbrado a jugar.
– Es ciega, sí, pero sigue siendo una mujer hermosa y atractiva, me vuelve loco. - Dice mientras conduce.
- ¡No eres el mismo chico!
Tenía que admitir que Amelia tenía razón en todo lo que me decía, pero yo siempre he tenido absolutamente todo lo que siempre quise en la vida… ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? ¿Por qué lástima? ¿Compasión? De ninguna manera, Guadalupe es solo una hermosa jovencita y sé que ella nunca querría ser merecedora de tales sentimientos.
Día siguiente...
- Bienvenido Padre, es en tu casa. – dice Atilio cuando ve a Amelia abrirle la puerta a su ilustre huésped.
– Las reparaciones que hicieron hicieron esta mansión aún más hermosa y agradable, recuerdo que tu padre, el Comandante, era un buen hombre. – El sacerdote miró lo hermosa que se había vuelto esa finca.
– Sí, mi padre era un buen hombre, lástima que se entregó a la adicción al cigarrillo.
- Padre, tenemos el honor de darle la bienvenida y serviré el almuerzo. – advierte Amelia desde la puerta de la cocina.
Entonces dime cuánto necesitas y lo donaré a organizaciones benéficas ahora mismo . – dice Atilio, sentándose y el cura también.
- Primero respóndeme, ¿estás bautizado hijo?
– En realidad ningún sacerdote, mis padres nunca tuvieron la religión como una prioridad en la vida.
– Porque debes ser bautizado, entiende que para que Dios reconozca tu ofrenda es importante que no solo seas de corazón, sino que estés entregado a la fe y celebres este nuevo comienzo como se tiene que hacer.
– Claro, padre, ¿puedo hacerle una pregunta? – preguntó un poco incómodo, pero era necesario saber más de ella.
– Por supuesto que sí.
– ¿Por qué la familia de Guadalupe rechazó a todos los candidatos a ser el esposo de su hija? ¿Por qué no eran de la iglesia? ¿O por qué no tenían posesiones?
¬– ¿Entonces su intención al colaborar con las obras de Dios es impresionar a su familia? – Cuestiona el sacerdote dejando a Atilio en problemas.
- Perdóname si te parecí atrevido e irrazonable con la pregunta, pero ella es tan hermosa y yo soy un hombre joven (respiración nerviosa) ¿entiendes, verdad?
– Si realmente quieres conquistar a Guadalupe, debes pedirle a Dios que intervenga en tu negativa a formar una familia y debes demostrar que eres digno de confianza para su familia.
– Nadie en este mundo es más confiable que yo, Padre, pueden estar seguros de que su hija estará en buenas manos, por favor Padre, ayúdame a convencerlos de que puedo ser un buen amigo. Pero dime, ¿por qué no quiere casarse?
– Su corazón es tan grande que cree que casarse dejará a sus padres desamparados. – La respuesta del sacerdote reavivó la esperanza en Atilio.
– Entiendo, ahora entiendo.
Atilio sacó un fajo de billetes y lo puso en las manos del sacerdote.
- Sé que le darás buen destino a esta pequeña y sencilla oferta mía...
Los ojos del sacerdote brillaron, era una buena cantidad y de donde salían esos billetes seguramente saldrían muchos más a partir de ahora.
El cura almorzó y se fue unas horas más tarde. Atilio prometió bautizarse pronto y el cura también prometió hablar bien de sus intenciones a la familia y por supuesto a Guadalupe.
Incluso ese día.
– No juegues con Dios Atilio. – advirtió Amelia, asustada de ver lo que Atilio estaba siendo capaz de hacer.
- No estoy bromeando, incluso estoy dispuesto a colaborar con su iglesia mensualmente hasta...
– Hablo de tu mentira, sabes lo que realmente quieres de esta pobre chica.
" Ella disfrutará de vivir en el lujo conmigo, acostarse en sábanas de raso y disfrutar de una buena comida..."
– ¿Piensas casarte con ella? – preguntó Amelia, pero en el fondo sabiendo cuál sería la respuesta.
– ¡Claro que no! Ni muerto me amarro, mucho menos con ella, que hasta bella es incompleta. Disfrutémoslo juntos mientras sea interesante para mí, luego le doy una linda casa para vivir con sus padres, ¡el mismo sacerdote dijo que tiene miedo de decepcionarlos!
– Le romperá el corazón a alguien que ya sufre tanto en esta vida, Atilio.
- Basta de tanto dramatismo, para que parezca que voy a mandar a tiros a la chica.
Esa noche Atilio fue al pueblo y pronto supo que Leonel estaba en la taberna bebiendo y jugando como siempre.
Esta era su oportunidad de acercarse y quizás ganarse la confianza del anciano.
– Buenas noches, ¿puedo sentarme un momento? – preguntó Atilio, apoyando su mano en una de las sillas vacías.
- Creo que esta humilde mesa no está a la altura de la elegancia del chico. – respondió Leonel con las cartas en las manos y un vaso de ron sobre la mesa y ya medio lleno.
Los otros hombres de esa mesa sonrieron y se burlaron de la comparación, pero Atilio no se rindió y se sentó con ellos.
– ¿Qué estás apostando? – preguntó Atilio.
– Sólo unos cuantos dólares y unas cuantas gallinas. – respondió rápidamente Leonel.
Atilio sonrió, ese vicio sería el puente que llevaría a Guadalupe a su cama. Jugaron hasta tarde y el viejo volvió como siempre, borracho y Atilio logró que alguien llevara el caballo de Leonel al rancho.
- ¡Estoy bien, puedo volver sola! - Murmuró el anciano, ya borracho y sin poder ponerse de pie.
- Te llevaré en mi auto, así es más seguro. – insistió Atilio y lo colocó prácticamente inconsciente dentro de su auto.
Fueron y tarde en la noche tocó la puerta de la casa y Esther le abrió.
– Dios mío… ¿otra vez borracho? – preguntó Esther, avergonzada por la escena que vio.
- Lo traje por seguridad, espero que no te importe. – dice Atilio entrando con él y colocándolo en el viejo sofá.
- Les agradezco y lamento este inconveniente, mi esposo después de envejecer nos ha dado mucho trabajo.
Atilio se asomó a esa humilde casa buscándola, pero no tuvo la suerte de verla esa noche.
Regresó solo en el auto pensando en los próximos pasos a seguir.
Ella debe estar durmiendo ahora, ese pobre lugar no es para ti. No te preocupes mi hermosa Guadalupe, pronto te acostaré en nobles sábanas.
- ¡Te calentaré con mi cuerpo princesa!
Dice mientras cierra los ojos y se imagina con ella.