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1

Empujé la puerta de vidrio con mi cadera para poder salir a la calle, mis manos sostenían la gran caja con un pastel de vainilla, era el favorito de mi papá, cumplía hoy 52 años. Ya la fiesta había iniciado, pero fue tan improvisado que cuando nos dimos cuenta; todos los amigos estaban en la casa, mi mamá en un vestido y muchos regalos en la mesa del comedor.

A lo lejos podía ver una moto acercase, me daba tiempo cruzar la calle. No vi él desnivel que dividía la calle de la acera, mis pies se enredaron en un torpe baile, la caja voló de mis manos y mis torso impactó contra el piso, por lo menos mi cara no se golpeó.

—No... —murmuré, mi preciada torta se había salido de la caja y se había desparramado en toda la calle.

Me arrodillé intentando en vano devolverla a la caja, como si eso pudiera reconstruirla mágicamente, sin embargo solo terminé sucia de crema y con raspones en mis piernas, me recriminé porque elegí ponerme un vestido, en realidad la mayoría de mi ropa eran vestidos, no era como si tuviera tantas opciones.

El sujeto que venia en la moto se estacionó a un lado de la carretera, bajándose en un ágil movimiento, respiré hondo, no podía aguantar mi vergüenza, pero más que eso, ¿qué le diría a mi madre?, ella me había dado el dinero justo para comprar el pastel, y decirle que lo había lanzado en medio de la calle era un regaño seguro.

—¿Te caíste?

Creo que mi mirada enojada demostró mis pensamientos.

—No —dije—, solo quise sembrar un pastel en la carretera para ver si crece un árbol de pasteles.

No debía hablarle de esa forma, se suponía que era cristiana, ¡pero por amor a Cristo!, ¡mi pastel!

El sujeto me tendió una mano, pero luego la recogió al ver mis manos llenas de crema. Me levanté del suelo para dejar de ser tan patética, las personas que pasaban por ahí no disimulan la burla, esto era humillante, hasta los sujetos de las otras tiendas salieron a ver qué había ocurrido.

—¿No has probado sembrar pasteles en la grama?

El muchacho sonrió, pude ver una cicatriz que cruzaba su ceja, me imaginaba que se la había hecho en un accidente en la moto porque no usaba casco. Intenté agitar mis manos para quitar el exceso, pero la crema parecía estar adherida a mi piel.

—Debo comprar otro pastel —gruñí, ahora tenia que usar dinero de mis ahorros, un preciado dinero que guardaba celosamente para comprarme unos audífonos.

—¿Es tu cumpleaños? —pregunto el muchacho, sus ojos eran de un extraño azul, estaba segura que él sabia que podía intimidar a cualquiera con esa mirada, de hecho, estar cerca de él me hacia sentir incómoda, tal vez porque su cuerpo era como tres veces el mio y eso era mucho decir porque yo no era exactamente delgada, aunque lo aparentaba por las fajas que me obligaba a usar mi madre.

—De mi padre —me limite a decir mientras daba media vuelta para regresar a la repostería, pude ver por el rabito de mi ojo que el chico me siguió.

Abrí la puerta con mi cadera, pero no se abría, fue cuando me di cuenta que decía: , no podía halarla, mis manos estaban empapadas, por suerte el muchacho lo hizo por mí. Lo miré con una leve insinuación de cabeza en forma de agradecimiento.

—¿Vives muy lejos?, podría llevarte, para que no siembres mas arboles en la carretera...

De ninguna manera, solo hacia falta ver él tatuaje que tenia en su brazo para saber que primero mis padres me mandarían a un internado en Asia antes de poder subirme a la moto. Mis padres eran muy sobreprotectores, mi padre era pastor de una iglesia cristiana y mi madre pastora, siempre debíamos ser la familia perfecta, el ejemplo de todos, por lo que mi vida era común escuchar: "No hagas..." o "tú no puedes..." porque siempre debía hacer lo correcto.

—Puedo ir a pie, no vivo lejos —respondí en tono forzoso.

Me acerqué nuevamente a la vitrina, solo quedaba un pastel de chocolate que valía diez billetes más que el de vainilla, no podía ir a otra pastelería porque iban a ser las 7 de la noche, esta era la única pastelería de la ciudad que estaba abierta las 24 horas.

El cajero me miro con una pequeña sonrisa al ver mis manos sucias de crema, a lo mejor disfruto el show en vivo porque la tienda tenía solo vidrios transparentes. Tomé una servilleta de encima del exhibidor y me limpie las manos, exigiéndole a la vendedora que me diera el ultimo pastel.

—¿Segura que quieres ir a pie? No pareces tener buena coordinación —se burló.

Puse todo mi autocontrol para no gritarle e ignorarlo, estaba demasiado molesta, no tenía por qué empeorarlo, aunque ya nada parecía poder empeorar.

Jesús, dame fuerzas.

Busqué mi bolso, entonces recordé que salí de mi casa solo con el dinero en la mano para el pastel, ni siquiera traje mi celular para decirle a alguien que me ayudara.

¡Jesús!, ¡dame fuerzas!

—Se me olvido mi billetera —dije con una pequeña sonrisa de disculpas al cajero—, ¿puede apartarme la torta? vengo en diez minutos.

El cajero alzó una ceja y negó con la cabeza, parecía burlarse de mí.

—No podemos apartar, ni guardar artículos —dijo el cajero señalando con su dedo el cartel que estaba pegado en la pared del fondo, tenía letras rojas y muchos signos de exclamación enmarcando lo que el cajero había dicho.

—¡¿Qué?! —expresé. ¿Qué le costaba apartar la torta unos minutos?, era una compra, ¡por amor a Dios! Mi mayor temor era que fuera a mi casa, y al volver ya la hubieran comprado.

¡JESÚS!, ¡DAME FUERZAS!

—Yo la pago —dijo el muchacho—, luego podemos ir a tu casa y me devuelves él dinero.

Voltee a ver su rostro, me miró expectante con una pequeña sonrisa secreta, ¿Por qué seguía aquí?

Creo que no tenía muchas opciones, pero pensar en que él supiera donde yo vivía, no me parecía una buena idea, pero por otro lado; si llegaba sin la torta, probablemente mi madre se reiría de lo ocurrido y bromearían con los invitados antes de volver a darme dinero, pero yo solo sabía, que cuando todos ellos se fuera, el regaño que me gritaría probablemente incluiría una correa para corregir mi torpeza.

Así que no me quedo más remedio que afirmar con la cabeza. Tal vez él era un ángel enviado por Dios para protegerme del castigo que recibiría del mismo diablo.

El muchacho metió una mano en su bolsillo delantero, parecía que sus jeans eran recién comprados, su camisa era larga y sin mangas, su cuerpo parecía una pared. Me capturó mirándolo, así que disimulé observando más allá de los vidrios de la pastelería, donde los perros callejeros devoraban el cadáver de mi torta, sin embargo mi rostro se llenó de un intenso carmesí vergonzoso.

Sacó una faja enorme de billetes de cien, este debía ser un delincuente ¿o de donde podía tener tanto dinero?, a juzgar por los rasguños de sus dedos, creo que mi intuición era correcta. Tomó dos billetes y lo entregó al cajero que ni siquiera se molesto en hacer una factura. Iba a agarrar la torta de la encimera, sin embargo él la agarró primero del mostrador.

—Es mi torta Catira —dijo el muchacho—, compra la tuya.

—Soy castaña —le refuté, él me guiño el ojo e hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera hasta afuera.

Bien, ahora que lo pensaba mejor, ¿Cómo haría para devolverle el dinero sin que nadie de la fiesta lo viera?

Lo vi montar su moto y colocar la caja con torta sobre el deposito de gasolina de la moto, entonces me tendió un casco que tenía en el manillar. ¿Hablaba enserio? tan solo estar a su lado ya era peligroso para mi reputación.

—No me montaré en la moto. —dije, su semblante fue burlón, como si supiera que diría eso y entonces agregué:— Tengo un vestido.

—Tengo tu torta —su sonrisa era verdaderamente irritable, el casco que me extendía seguía allí con la invitación abierta.

Miré a los lados, no había nadie en la calle, tomé el casco con manos temblorosas, Dios cuida de mí, me repetí en mi mente. Oculté mi cabello dentro, al menos así, nadie me reconocería. No podía creer todo lo que había provocado la torpeza en mis pies, ahora me tendría que montar en una moto, con un desconocido para que me diera la torta y evitarme el regaño de mi mamá.

Me monte en la parte de atrás, él chico tenia la torta entre sus piernas, un mal movimiento y era seguro que se caería.

—Yo debería llevar la torta —dije—, ahí se te puede caer.

—Entonces tendrás que sujetarla —dijo. Antes de que le refutara, él chico arrancó y mis manos salieron voladas a agarrar la torta rozando sus piernas y pegándome a su espalda como una garrapata.

Mi corazón latía demasiado rápido, nunca me había montado en una moto, ni nunca había estado tan cerca de un muchacho. El viento me abofeteaba la cara, sin embargo podía olerlo, tenía una fragancia exquisita, pegué mi cara a su clavícula e inhalé profundamente, permitiendo perderme en mis sentidos, sentí que frenó la moto y volteó su cabeza.

—¡Nada! —Grité, mi rostro se volvió de un intenso sonrojo, el muchacho alzó una ceja con un gesto en serio incrédulo.

—¿Ah? —Dijo— te iba a preguntar; donde vives.

Por el cosquilleo en mis mejillas, estaba segura que estaba más roja que un tomate. El semáforo cambió de color y un auto hizo sonar la bocina a nuestras espaldas para que nos moviéramos.

—En la segunda calle —dije intentando calmar mi respiración, su rostro estaba a centímetros del mio y solo podía pensar en mis manos prácticamente sobre él y mi cuerpo contra el suyo, esto estaba muy mal, Dios me iba a castigar por esto.

El chico arrancó, esta vez solo apoyé mi mejilla de su espalda. Al llegar a la segunda calle, él desaceleró la moto y pude respirar profundo, me separé de él aclarando mi garganta.

—¿En qué casa? —volteó su cabeza, detrás de su oreja parecía tener una mancha negra, pero por la poca luz de los faroles, se me hacia difícil diferenciar qué era.

—Déjame aquí —me bajé intentando sin éxito ser elegante—, mis padres no pueden verte... conmigo.

El muchacho alzó ambas cejas y pude notar que tenía una forma de sonreír con sus labios que lo hacía parecer muy atractivo, bien, debía de admitir que era realmente atractivo.

—¿Padres sobreprotectores?

—Mucho —afirmé—. Escucha, llevaré la torta y regresaré con el dinero...

Mi voz se apagó cuando lo vi que comenzaba a negar con la cabeza y dijo:

—¿Catira, qué me garantiza que regresarás a pagarme?

Catira, yo no era Catira, pero parecía que él era de esas personas que hacían lo que les venía en gana, así que no le repliqué.

—Soy cristiana —decirlo me hizo sentir incomoda porque sabía lo que la mayoría de las personas pensaban acerca de eso, como que eramos unos locos religiosos—, puedes confiar en mí.

—No confío en los cristianos —replicó, su sonrisa parecía encubrir una broma, pero su tono era realmente frívolo.

—¿Qué propones entonces? —Dije—, no puedo llevarte a mi casa, mis padres me matarían si me ven llegar con un chico que tiene una motocicleta.

El muchacho fijó sus ojos azules en los míos, mi piel se erizó y mi respiración se descontroló, pero intenté disimularlo abrazándome como si tuviera frio, este chico me hacia sentir muy aterrorizada.

Su mirada rodó a mi mano, entonces me di cuenta que en realidad observaba la pulsera que tenía en mi muñeca, decía: , me la había comprado en un campamento cristiano el año pasado.

—Dame esa pulsera, entonces podrás ir con la torta a tu casa, y cuando regreses con el dinero, te la devolveré.

Bien, parecía ser un buen trato.

Me quité la pulsera de goma y se la di, él la observó unos instantes y pude ver otra vez esa sonrisa secreta. Tomé la torta y comencé a caminar hacia mi casa, era la quinta casa de la calle, me imaginaba que ya el muchacho sabía donde vivía, pero no era como si lo pudiera evitar.

Entré a la casa (tenía la puerta abierta) y me di cuenta que también estaban algunos hermanos de la iglesia, saludé a la mayoría y me abrí paso hasta la cocina, mi madre me sonrió, por lo menos todo valió la pena, no me gustaba cuando mi mamá se molestaba conmigo.

Me dirigí a mi habitación y saqué de mis ahorros el dinero de la costosa torta.

Me alejé poco a poco hasta que logré salir sin ser vista, caminé rápidamente en la calle solitaria y observé que el chico seguía ahí, estaba apoyado de la moto, su mirada gacha lo hacia lucir como el chico malo de una película, jugaba con mi pulsera dándole vueltas con sus dedos.

Alzó la mirada cuando me acerqué a él.

—¿Listo, catira? —preguntó, su tono profundo me hizo dar un paso atrás cuando se enderezó, era realmente grande. ¿Qué edad tendría?, ¿26?, ¿30?

Afirmé con la cabeza dándome por vencida a que me apodara de esa forma e intenté inhalar y exhalar con total normalidad, sin embargo no pude evitar que mis piernas temblaran, volteé a los lados para asegurarme que nadie nos estuviera viendo, no podía imaginar que se manchara la reputación de la familia pastoral teniendo un escándalo.

—Muchas gracias —dije entregándole el dinero—, me sacaste de apuros. Creo que Dios te envió.

Intentaba adularlo, sin embargo él solo me miró entrecerrando un poco los ojos, sin siquiera inmutarse.

—Tómalo —exigí—, ahí van mis audífonos, no me hagas arrepentirme y devolverte la torta.

El chico soltó una pequeña carcajada.

—¿Sabes? —Dijo—, tómalo como un regalo para mi suegro.

Lo miré como si me hubiera hablando en otro idioma, ¿suegro?, ¿Quién?, su sonrisa en sus labios me revolvió el estomago, con un ágil movimiento; se montó en su moto.

—Hasta luego, Katiana —dijo, mi cara ilusa fue todo lo que pude mostrar cuando arrancó la moto y desapareció en la oscuridad de la noche.

Entonces supe lo que se refería a cuando dijo: , se suponía que bromeaba refiriéndose a que yo era su novia.

Uh.

A veces era muy lenta en esas cosas, eso me hizo sonrojarme y hasta sentirme algo engreída de que me hubiera coqueteado, pero luego fruncí el ceño y la emoción desapareció de mi rostro...

...¿Como pudo saber mi nombre si yo no se lo dije?

***†***

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