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6. No mi señor, no osaría mentirle.

Poco tardó el rey en llegar al palacio y caminar a paso apresurado hasta las habitaciones que habían sido asignadas a aquella mujer, estaba de muy mal humor, con ganas de ponerla en el lugar que le tocaba, que era a sus pies, como el de todos sus súbditos, pero en especial a su maldita concubina, eso era su concubina y se lo haría saber, empezaría por recordarle las obligaciones que tenía con él.

— ¿Dónde estás?— gritó dando un portazo y haciendo que las doncellas que atendían a Sahira se asustaran primero y luego se arrodillaran al ver que era su Rey quién había entrado.

Él las hizo levantarse con un despreocupado movimiento de su mano y caminó hasta la que estaba más cerca.

— ¿Dónde está ella?— preguntó intentando controlar su temperamento para no asustar más a la chica.

El rey estaba seguro de que no la encontraría allí, pues la había visto hacía solo un rato en la casa de juegos, aunque tal vez le había dado tiempo a volver, de un modo u otro la castigaría por su desfachatez.

— La señorita se está dando un baño, iré a avisarla— dijo una de las doncellas, extrañada de ver al rey allí.

A pesar de que había mantenido aquella mujer oculta en su palacio y dándole todos los caprichos, él jamás la había visitado, de hecho era una de las cosas que solían comentar, entre ellas, la rareza de la situación.

Todas las sirvientas tenían curiosidad de por qué su rey mantenía a una concubina a la cual no tocaba, a la que ni siquiera visitaba, y Aún así le daba la mejor vida que pudiera soñarse.

— No te molestes, iré yo mismo — aseguró caminando hasta el baño sin esperar respuesta de la doncella.

Él encontró a la chica sumergida en una gran bañera y con una mascarilla de barro en el rostro. El baño estaba lleno de vapor provocando una neblina en toda la estancia que le impedía verla bien.

—¡Sal del agua!— exigió el hombre, provocando que el corazón de Sahira se acelerara estrepitosamente a causa del tono de su voz, y es que no solo era porque fuera el rey, su aura dominante era estremecedora y podía sentirse por todo el lugar.

Ella salió rápidamente del agua cubriéndose con un albornoz y dándole la espalda a ese hombre, siempre había tenido miedo de verlo.

¿Y si le veía el rostro y adivinaba que no era ella?

Sahira no podía permitirse perder la vida de lujo que había estado llevando todo ese tiempo, le gustaba, se había acostumbrado y no pensaba dejársela a quitar.

— No te cubras, quiero verte, eres mía ¿Lo recuerdas?— pidió él acercándose por detrás y quitándole el albornoz para observar su cuerpo de espaldas, o al menos lo que la neblina le permitía ver, enfundada en ese vestido rojo del casino se veía mucho más atractiva de lo que le parecía en ese instante aunque todo estaba muy borroso.

— Mi señor, yo no quiero que me vea, me enfermé y tengo llagas en el rostro — explicó ella buscando una excusa rápida para no quitarse el barro de la cara y evitar se diera cuenta de que no era la mujer con la que se había acostado aquella noche.— Por eso me puse esta mascarilla curativa en el rostro.

Él deslizó la vista por la espalda de la chica, odió que hubiera tanto vapor y no poder disfrutar bien de su visión, pero se acercó a ella por detrás haciéndole notar su presencia, y es que donde el Rey estaba se podía sentir esa aura de poder aplastante que hizo que Sahira tragara duro asustada a la vez que algo ansiosa por ser tocada.

— Gírate y mírame, quiero hablarte. — ordenó él.

— Mi señor no quiero que me vea así— protestó ella con voz melosa — deje que cure mis llagas.

— ¿Dime por qué te vas a trabajar a ese lugar lleno de hombres, no tienes suficiente con lo que te doy?— preguntó molesto por pensar que ella podía andar exhibiéndose.— ¿Hay algo que te falte?

— Pero señor, yo no he salido de aquí en todo el día.— Respondió la chica extrañada por lo que decía ¿Con quién la estaría confundiendo?

— Te doy todo, te cumplo cualquier capricho, tratas al servicio como una niña caprichosa y aun así te lo permito porque soy consciente de lo que te quite y como lo hice — se quedó callado por unos segundos para pensar en todo, y cuanto más pensaba más se enojaba — ¿Y tú te atreves a faltarme al respeto?

— De verdad, mi señor, yo no fui, yo no he salido de aquí, me debe confundir con alguien más, puede preguntarle a mis doncellas, le prometo que no me moví de aquí.

Él se acercó más a la chica, acariciando con lentitud su costado, deslizando la mano por la curva de su cintura e inclinándose para intentar oler de nuevo aquel aroma de la piel de la joven del casino.

Descubriendo que ya no olía del mismo modo, tal vez tenía razón, tal vez no era ella, su aroma era distinto, aunque quizá era solo por el baño que acababa de tomar y las flores que podía ver flotando en la bañera que, perfumaron su piel quitándole ese aroma natural que tanto lo había enloquecido.

— Si descubro que me mientes perderás todo lo que te doy, no perdono la traición y para mí las mentiras son traiciones.— le advirtió él pegándose más a su cuerpo y deslizando la mano por su cintura.

Le daba la impresión de que esa mujer estaba un poco más llenita, pero quizá aquellos cinco años de lujo habían hecho que engordara un poco.

— No, mi señor, yo no osaría mentirle.— aseguró ella temblorosa por ser descubierta, no podía perder lo que el rey le daba.

El rey gruñó contra la piel de la chica dejándole notar su aliento haciendo que ella se estremeciera y deseara girarse y estar con él, al fin y al cabo si pudiera estar con él, eso afianzaría su lugar en el Palacio, pero no podía arriesgar a que la viera y supiera que no era la joven con la que se había acostado aquella noche.

— Está bien, te estaré vigilando.— fue lo último que aquel hombre dijo, la forma en que ella se tensó lo hizo sentir culpable, tal vez le tenía miedo, pues eso habría que resolverlo porque era suya y la tomaría el día que se le antojara, era suya y pensaba disfrutar de su concubina a partir de ahora así no iría más a buscar la atención de otros hombres.

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