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4. No me vestí así para usted.

— No cariño, yo no te pagaré para que pienses nada, sino para que hagas lo que yo te diga y los clientes prefieren este tipo de ropa.— le mostró un bonito antifaz dorado que dejó sobre la mesa —te pondrás esto en el rostro, les encanta que las chicas conserven cierto misterio.

Maryam pudo ver cómo aquel hombre la observaba con lujuria y sintió un intenso escalofrío recorrerla, casi quiso marcharse de ahí, pero la imagen de sus cuatro pequeños la contuvo, ellos necesitaban que Maryam trabajara, que trajera dinero a casa para mantenerlos y si debía ponerse un vestido tan revelador, lo haría, era solo ropa.

— Está bien aceptaré ¿Dónde me cambió?

El hombre señaló el biombo que había a un extremo de su despacho y Maryam no podía creerlo, tenía que cambiarse ahí frente a él con la única separación de aquel biombo.

¿Qué le aseguraba que cuando estuviera desnuda él no la miraría o le haría daño? ¿Cómo podía estar segura de que ese hombre no se aprovecharía de su vulnerabilidad?

Ella negó, debía dejar de pensar que todos los hombres eran iguales y querían aprovecharse de ella, aquello no era sano, estaba segura de que había hombres buenos en el mundo y tal vez solo estaba viendo a través del dolor que experimentó años atrás.

Fingió una sonrisa, tomó el vestido y caminó hasta perderse tras la pequeña protección de aquel biombo, cambiándose a toda prisa para permanecer desnuda el menor tiempo posible.

Tras asegurarse de que Maryam se veía exactamente como él quería, el jefe de la casa de juegos llevó a la chica a una sala donde atendería a sus invitados VIP, quienes en realidad eran los dueños del negocio, él solo era una pantalla, una barrera para que nadie descubriera al verdadero dueño, él era quien le ayudaba a guardar el secreto a esa persona tan importante.

Esos invitados VIP no eran más que el Rey Darius III y su mejor amigo Alí, quienes estaban allí para divertirse un rato y salir de la rigidez de palacio y sus normas, vestidos de incógnito con ropa elegante, pero no demasiado, nada que llamara la atención ni pudiera delatar su rango, no les interesaba.

— Les dejo aquí a una de mis más bellas chicas para que les sirva la bebida o lo que ustedes quieran, ya saben que siempre tenemos a las más bellas mujeres.

Maryam se sintió muy incómoda entre ese último “ustedes quieran”. Pero ese hombre pensaba que podían hacer lo que quisieran con ella, no ella había ido nada más que para atenderlos de una forma digna.

Además, ¿No le había dicho su propio jefe que aquello no era un burdel y debía hacerse desear, pero no dejarse tocar jamás? ¿Por qué ahora parecía que la ofrecía como si esos clientes VIP tuvieran derecho a todo?

El Rey no pudo evitar observar aquella mujer, su vestido era revelador, su escote era muy tentador, pero lo que más lo sedujo fue aquella raja en su vestido que llegaba hasta la cadera, dejando al descubierto una muy linda pierna cada vez que la chica se movía.

No era habitual ver mujeres así vestidas, no era digno, pero obviamente ninguna mujer digna trabajaría en ese lugar, donde los hombres iban a beber, apostar y alegrarse la vista con sus bellas mujeres.

¿Qué hombre no soñaría con estar entre unas piernas como esas?

Por suerte él no tenía que soñar nada, era el Rey y tenía lo que quería siempre, incluso a la dueña de esas piernas si se le antojaba.

— Vaya, así que para lo que queramos — dijo Darius acercándose a la chica y sin ningún reparo pasó la mano tras su cintura para apretarla contra él y pegarla a su cuerpo.

— No, perdone, creo que se está equivocando, no es todo lo que usted quiera, no puede tocarme.— Aseguró la joven controlándose para no temblando en los brazos del hombre, era una sensación extraña, pero el corazón parecía que se le saldría del pecho en un momento al otro y no precisamente de miedo, era algo que la cercanía de ese hombre le provocaba.

— ¿Entonces por qué te vestiste así para atender a los hombres?— preguntó Darius mirando los ojos tras el antifaz, ojos de un azul muy poco común en su reino, casi tuvo ganas de arrancárselo para descubrir quién había tras él.

— No me vestí así para usted — dijo ella molesta, poniendo las manos sobre su pecho e intentando apartarlo.— La ropa es un requisito para mi trabajo.

Maryam pudo sentir bajo sus manos el cuerpo duro y apretado de ese hombre, a pesar de la ropa elegante que llevaba puesta. Sus firmes pectorales, tan firmes como el agarre con el que Darius la tenía sujeta y no la dejaba apartarse a pesar de hacer presión.

— Todas las mujeres que se visten así lo hacen para llamar la atención de un hombre y tú has llamado la mía, así que sin duda lo lograste.

Aseguró él bajando la nariz por el grácil cuello de la joven, inhalando el aroma de un suave perfume que le resultó familiar, pero lo que realmente lo dejó intrigado, fue el lunar que tenía en el centro mismo de la garganta y que recordaba haber visto en algún lugar, un lunar que lo seducía y lo instaba a querer rozarlo con los labios, incluso querer lamerlo.

Maryam se estremeció por su contacto, pero no de miedo como lo había hecho los últimos años cada vez que un hombre pretendía acercarse a ella, era algo distinto, algo que debía parar cuanto antes.

Pudo sentir toda su piel erizada haciendo que ansiara ese contacto, era un miedo distinto, miedo de lo que sentía, de cómo le gustó esa caricia y el calor de su cercanía, el aliento cálido en su cuello que parecía querer ser besado por él.

— Suélteme — ella acabó usando todas sus fuerzas para apartarlo y haciendo que el hombre perdiera el equilibrio cayendo sobre uno de los sillones.

Darius quien no estaba acostumbrado a ser rechazado, pero tampoco podía utilizar su verdadera identidad para no destapar la tapadera, se enojó mucho por aquello, no conseguir lo que deseaba, siempre lo había molestado y era algo a lo que no estaba acostumbrado.

— ¡Váyase!— le gritó sintiéndose humillado — se suponía que usted debe hacernos más agradable esta visita y es todo lo contrario — no queremos que nos atiendas, pediremos a tu jefe que nos mande a otra chica.

— Por favor déjeme atenderlos, no puedo perder este trabajo — a pesar de sentir su corazón acelerado y de que lo único que quería era salir de allí no podía terminar tan mal su primer día, sus hijos dependían de aquello.

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