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Capítulo 3

— ¿ Ese es tu padrastro??? Ahora entiendo todo...a pesar de que no es mi tipo debo reconocer que es un gran espécimen de hombre.

Ese comentario hizo sonreír a Adriana.

Estaban en la ceremonia de graduación y después de dos años allí, finalmente volvió a ver a Dante.

Ella tenía 18 y él 36 para 37 en ese momento.

Y sí, Ludmilla tenía razón. Con los años incluso se había vuelto más masculino. Ellas estaban esperando en un costado que les dieran sus diplomas con sus túnicas. Mientras en el público estaban los familiares aguardando.

Pese a haber llorado, suplicado, y pataleado para que no la dejé allí...a fin de cuentas no fue tan malo el internado.

La pusieron en la habitación con Ludmilla, una chica tan rara como ella, y por primera vez en la vida tuvo sexo y no solo eso.

La primer noche que ella se masturbó, Ludmilla se puso a su lado, de pie junto a su cama.

— Creí que dormías — susurró Adriana. Aún estaba molesta con Dante, pero su compañera de cuarto fue amable con ella todo el tiempo. Incluso la había defendido de unas chicas más grandes que fueron a molestarla. Ludmilla era una joven muy desarrollada, alta de huesos grandes, un poco robusta. Si le dijeran que era luchadora o boxeadora, Adriana lo creería. Tenía el cabello castaño muy ondulado y abundante, ojos oscuros y rasgos duros en su rostro.

Ella podía verla en la penumbra.

A Ludmilla le gustaba la pequeña, le caía bien y era a su manera atractiva con su cuerpo de niña.

Ludmilla se relamió.

— Yo...puedo ayudarte con eso...— le dijo y señaló la manta.

— ¿ Ayudarme cómo ? — le preguntó Adriana con una curiosidad casi naif.

— Déjame mostrarte...— dijo, se sacó su camisón y se metió con ella en la cama.

Le sacó su camisón por la cabeza y comenzó a besarla.

Adriana se sentía rara, pero no rechazó su toque.

— Yo...no se si pueda complacerte — confesó pues nunca se le había ocurrido a Adriana estar con una mujer.

— Tú déjame a mi pequeñita — dijo y le dió un beso de lengua mientras acariciaba sus pechos.

Luego comenzó a bajar, lamió sus pechos para deleite de Adriana y luego siguió bajando hasta llegar a su entrepierna.

— ¿ Eres virgen???

— Si...y pretendo seguir así, me estoy guardando para alguien...

— Entiendo — dijo su compañera y realmente lo hacía. Ella también estaba enamorada de alguien — Podemos divertirnos y dejaré tu himen intacto, ¿ Está bien para tí???

Adriana asíntió con la cabeza, y Ludmilla abrió los labios vaginales con sus manos y la comenzó a besar allí.

— ¡ Oh por Dios! — exclamó Adriana, mientras Ludmilla chupaba y succionaba, y metía sus dedos hasta llevarla a la cúspide del placer.

Luego se subió sobre ella y comenzó a frotar su entrepierna con la suya. Adriana así encontró otra vez la liberación.

De esa manera se convirtieron en amantes y mejores amigas.

Ludmilla le enseñó todo lo que sabía a Adriana, y a pesar de su reticencia inicial ella también se encontró lamiendo y succionando sus pechos, penetrando su vagina con sus dedos y chupando su clítoris.

Adriana se dió cuenta enseguida que el clítoris de Ludmilla era diferente, como un pequeño pene y le gustaba juguetear con él hasta enloquecerla. Lo veía en parte como entrenamiento para cuando estuviera con Dante.

Un día, luego de estar varias horas teniendo sexo se abrazaron por la noche, Ludmilla besó con suavidad sus labios y acarició su mejilla.

— Creo que finalmente la alumna ha superado a la maestra...

No había pasado mucho tiempo de eso.

Habían prometido seguir en contacto pero sabía que la vida les deparaba cosas diferentes.

Ludmilla al igual que León, el padre de Adriana, quería enrolarse en el ejército.

Y Adriana había decidido, pese a tener un apego natural a la literatura, estudiar sistemas. Le parecía que era un trabajo que le sería de mayor utilidad, sobretodo si quería trabajar en la empresa de seguridad que había montado Dante, con mucho éxito. Pues ese era su objetivo final. Quería formar parte de su vida en el más amplio sentido de la palabra.

La voz de Ludmilla la trajo a la realidad nuevamente.

—¿ Piensas seguir adelante con tu plan???

Ludmilla sabía que Adriana seguía obsesionada con Dante y pretendía seducirlo en breve.

Ya era mayor de edad, ya éste no tenía ninguna excusa para oponerse. Ella seguía siendo pequeña, pero Ludmilla la había ayudado a hacer ejercicio desarrollando así más su cuerpo, y sus pequeños pechos también habían crecido un poco gracias al estimulo permanente de la boca de su amiga.

Aparte de ser su amante, y aún si dejaban de serlo, siempre sería una gran amiga.

Siempre le decía que era bella, que era inteligente, que podía. Que nunca dudara de sus dones.

Gracias a Ludmilla, adquirió más confianza y pisaba con más seguridad en la vida.

Hacia un tiempo, Adriana había tenido una pelea nuevamente y Ludmilla la había defendido pero lo que más le habían dolido, mucho más que los golpes, fueron las palabras.

— Eres una ratita insignificante que nunca llegará a nada— se lo dijo una rubia altanera con aires.

Al día siguiente la rubia se levantó su hermoso y largo cabello corto, y nunca más se metió con Adriana y menos con Ludmilla, nadie jodía con ella en el colegio pues le tenían miedo.

La noche de ese día, del día de la pelea, luego de hacer el amor Ludmilla había agarrado fuerte su barbilla con su mano.

— Mírame a los ojos

Adriana levantó su mirada.

— Esa Patricia es una imbécil, no le hagas caso. Tu eres muy valiosa, y llegarás lejos...ella sabe que si no encuentra a un hombre que caiga en sus redes de belleza no llegará a nada. Escúchame y hazlo bien. No importa lo que pase con tu padrastro, tú debes estudiar y tener tu independencia económica, entonces no importará tu tamaño ni cómo luzcas. Esfuérzate en ser la mejor, gana dinero todo el que puedas, y vas a tener el respeto de la gente. La independencia económica lo es todo Adriana. — le dijo con lágrimas en los ojos pensando en su madre, sometida y golpeada por su padre que no tenía ninguna salida — ¿ Lo entiendes???

Adriana asíntió y le dió un beso en los labios y la abrazó. Ella conocía la historia de Ludmilla, incluso había sido invitada en un par de fiestas navidades y cumpleaños, cuando Dante jamás apareció en el internado. Ella había visto en carne propia de lo que podía ser víctima una mujer cuando no tenía a quien recurrir, ni ir a ninguna parte.

— Lo entiendo...— murmuró

Ludmilla la volvió a mirar y tomó su rostro.

— Júrame que pase lo que pase estudiaras y saldrás adelante Adriana

— Te lo juro

Le dió un beso profundo en los labios y comenzó a moverse frotando su entrepierna contra la de ella.

— Te amo Adriana...

— Yo también te amo Ludmilla...

Su amor era sólido como una roca, eran más que amigas, más que amantes, más que hermanas.

Adriana sabía que si ella caía siempre estaría Ludmilla para sostenerla. Y ella haría lo mismo por la mujer que le había enseñado todo lo que sabía acerca del placer y del amor. Ludmilla.

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