5- Amato Famiglia
Por mucho que el único deseo de Adriano era tomar vuelo hasta Vancouver y reunirse finalmente, una vez más, con su adorada Emma, no podía darse el lujo de dejar cavos sueltos, la muerte de Lorenzo desestabilizaría el orden jerárquico de la familia Amato, y sin mayores explicaciones, podría resultar cómo consecuencia que, toda la mafia Italiana buscara cortar su cabeza o de no encontrarlo, el de su esposa y aquello, era inaceptable, ya había sido lo suficientemente iluso para pensar que su familia respetaría la jerarquía y el orden de la mafia, claramente, eso no había sucedido. Con ello en mente, le pidió a Luiggi que enviara un aviso a su familia en Florencia, dónde se encontraba la sede central y el concejo de ancianos de la mafia. Él iría a ellos, su fiel sirviente sería su testigo, daría fe, que todo se hizo según sus leyes más antiguas, además, tenía el testimonio grabado de Roselin, la esposa de Lorenzo.
Llegar a Florencia no fue difícil, pero acceder a la finca central, había sido otro asunto completamente distinto, la seguridad de la familia Amato había detenido el coche donde iban Adriano y Luiggi, justo en la entrada, mientras revisaban ese y los otros tres vehículos que llevaban el resto del equipo de seguridad. Adriano estaba francamente algo sorprendido, su familia jamás había tomado medidas de seguridad tan exhaustivas. Si bien, no es que alguna vez hubieran estado desprotegidos, pero tener un pequeño ejército de cien hombres en la entrada principal, le parecía excesivo.
—Esto es así desde lo de su esposa, Adriano— Dijo Luiggi como si le estuviera leyendo la mente.
—Dime lo que sucedió realmente. — Ordenó Adriano mirándole fijamente. Luiggi asintió ante su orden, jamás se ofendería por recibirlas, él le había jurado lealtad a Adriano hace muchs años y estaba mas que agradecido de servir a su lado, probablemente, era uno de los pocos que, de forma sincera, había lamentado su muerte.
—dos meses después del incendio, su mujer se metió a la fiesta de cumpleaños de Beatrice, el setenta por ciento de la familia estaba ahí, mujeres, niños, los hombres más leales y algunos ancianos, el padre de Beatrice y los padres de Franco. —señaló— Ella y su gente, los atrincheraron, armados, rodearon al grupo y luego de deshacerse de los hombres de Beatrice, quemaron todo el lugar. Hicieron una gran fogata usando por leña, a Beatrice y sus invitados. Eso fue hace tres años.
Adriano escuchó atentamente, tal vez si fuera una persona normal, debería de haber sentido una profunda repulsión ante aquella noticia, rabia e incluso irá, pero lo cierto es, que nunca se había sentido tan orgulloso de su esposa hasta aquel momento, siempre le había preocupado que, si algún día él pudiera fallecer, su esposa quedaría un poco a la deriva, sabía que tenía a Sophie y que como había corroborado cientos de veces, la lealtad de la castaña por su esposa era inquebrantable, pero desde que Luiggi le había ayudado a liberarse de Lorenzo, hace ya dos días, había seguido el desempeño de su esposa en los últimos años. Luiggi había hecho una investigación bastante completa sobre el desempeño de Emma, incluso le había dado algunas fotografías, su cabello lacio ahora, era un crimen contra su imagen, un detalle que no dudaría el corregir en cuanto la tuviera en frente, así tuviera que ponerla sobre sus rodillas y enseñarle a base de varias nalgadas.
La sombra de lo que sería una sonrisa, se escapó de sus labios, sus comisuras levantándose muy levemente.
—No he tenido el placer de conocer a la señora Amato, pero espero tenerlo algún día. Queda claro que es una fuerza a considerar. — Dijo Luiggi con un sincero respeto.
—No tardarás mucho en conocerla, una vez terminemos aquí. Será nuestra próxima parada. — dijo él —Contacta a Guido. Si es que sigue vivo, necesito reunirme con él antes de aparecer frente a mi esposa.
—Por supuesto Don. — dijo Luiggi antes que el coche retomara su camino, las inspecciones habían terminado y ellos comenzaban a andar hacia el frontis de la casa, una vez más.
Adriano cruzó los amplios pasillos de la mansión construida en el siglo XVIII, paredes de piedra, pisos de mármol y rebosando en lujo, sus paredes estaban adornadas por las pinturas más exquisitas de los más talentosos artistas en los últimos doscientos años. Luiggi le seguía de cerca, detrás de ellos, cuatro hombres flanqueaban sus espaldas. La ley dentro de la casa principal de los Amato, siempre había sido estricta, sin armas, si había motivos para un enfrentamiento, solo sus puños serían admitidos como un duelo justo, y pese a que las heridas de Adriano aún no habían sanado por completo, aquello no le restaba poder a su imponente presencia, las quemaduras a lo largo de su torso y muslo izquierdo serían un recordatorio de por vida, de lo que había perdido por falta de cuidado, su rostro aun tenía algunos moretones, así como sus nudillos y aunque no había sido bien alimentado durante semanas, su cuerpo no había perdido masa muscular de forma significativa, para bien o para mal, durante sus años en coma, Lorenzo se había encargado de que recibiera todos los nutrientes necesarios para vivir de forma óptima.
Adriano y su séquito se detuvo frente a un par de enormes puertas, uno de los dos hombres que las custodiaban acercó una bandeja de plata a ellos.
—Ben arrivato, —Saludó— Sus armas, por favor.
Sin cuestionar, los cinco desfundaron sus armas, pistolas y cuchillas, Dejándolas sobre la bandeja indicada. Luego, los otros dos abrieron las puertas y les permitieron pasar.
Dentro, tres ancianos esperaban sentados, Dos hombres y una esbelta mujer que, apoyada hacia adelante con sus manos en la parte superior de un bastón, le dio a Adriano una mirada llena de pesar y dolor. Marie Carolina, la madre de su propia madre, nunca había sido una mujer particularmente cariñosa, pero sí, muy cercana a su adorada hija y su nieto. Al lado derecho de ella, estaba Marcos, su abuelo paterno, un hombre con el cual, había dejado de tener relación en el minuto que sus padres dejaron Italia como residencia permanente, junto a él, Flavio, abuelo de su ya bien muerta, prima Beatrice. Cada uno en un sofá individual, detrás de ellos, algunos adultos mayores, Adriano reconoció a cada uno de ellos también, la madre de Beatrice, los tios de Franco, tíos de Lorenzo y otros hermanos de sus padres.
—Buona serata— Saludó con rectitud antes de tomar asiento en uno de los sofás que esperaba por él frente a los ancianos, y aunque había más asientos, Luiggi y sus hombres se quedaron de pie, en silencio detrás de Adriano.
—Señore Esposito.— Dijo la mujer con una voz dulce.— Usted es parte de una de nuestras siete familias fundadoras, per favore, tome asiento.
—Grazzie, Madam, pero estoy justo donde debo estar.— Dijo con tranquila seriedad. La mujer desistió.
—Adriano.—Su propio abuelo habló.— Creo que nos debes una explicación. Todos te creíamos muerto, Esa… Mulata…
—Cuida tu boca al momento de referirte a mi mujer, o de lo contrario, será lo último que vuelvas a decir antes que te arranque la lengua.— Le interrumpió Adriano con una calma tan fría, tan penetrante y filosa que, el anciano cerró la boca de golpe y se aclaró la garganta, pese a que era actualmente, la cabeza de la familia, todos sabían que insultar a una mujer Amato, era merecedor de una buena paliza, con toda la ley familiar apoyándole.
—Como decía, Esa mujer, se encargó de tu venganza, un poco excesiva a mi parecer, pero justa.— Destacó el anciano.
—Y ustedes la creían indigna.— Bufo Adriano con un deje de burla en su voz, los hombres se aclararon la garganta.— Como sabrán, Beatrice y Franco conspiraron para la muerte completa de mi familia en Vancouver. Pero, antes de morir, Lorenzo se encargó de sacarme de ahí, me dejó en coma durante tres años y cuando me permitió recobrar la consciencia, fue solo para desquitar su inutilidad conmigo, por otro lado, manifestó varias veces sus ganas de deshacerse de mi querida esposa.
—¡MENTIRAS! —Soltó la madre de Beatrice.— Lorenzo era un hombre de bien, honrado, respetuoso de la familia…
—Luiggi, entrégale el testimonio de Roselin per favore…— Pidió Adriano con un claro tono de hastío.
Luiggi se acercó hasta los ancianos y le entregó su teléfono móvil donde aparecía el video de Roselin hablando en la oficina del propio luiggi, además, le entregó el testimonio firmado de la esposa de Lorenzo a los otros ancianos.
—Vaya… Esto es inesperado. — Dijo Flavio juntando sus manos con los codos apoyados en los reposabrazos.
—¡No es justo!— Bramó la madre de Beatrice.— Mi niña… Está muerta ¿Y para qué? ¿para que este mal nacido tomé todo el poder?
—¿Muerta para un bien mayor en el mundo? —Preguntó con ironía Adriano.— Mi esposa debería tener un premio a la paz por ello.
—¡Bastardo!— Gritó la mujer y uno de sus tíos tuvo que sujetarla de la cintura para que no se lanzara hacia delante.
—¡Suficiente! —Habló entonces Flavio y la mujer se dio media vuelta, temblando de rabia, salió hecha una furia de la sala.— Estas pruebas, tanto como las enviadas por Sophie hace tres años, son prueba suficiente para declarar que a pesar de la enorme perdida, las muertes en esta familia se han cometido según la ley.
Adriano estaba listo para irse, ahora que el asunto estaba zanjado, ya no tenía intenciones de quedarse más tiempo ahí, tenía asuntos más importantes que atender, Emma…
—Ahora debemos decidir, mientras el concejo te asesorará para que puedas regir.— Dijo Flavio a su nieto. Adriano sonrió, rio incluso, pero en su tono no había una pizca de gracia, por el contrario, las palabras de su abuelo le parecían simplemente, ridículas. —¿Algo te hace gracia, Adriano?
—Sí, que pienses que tienen el derecho de ponerse sobre MI.— Dijo él, su mirada se volvió fría y penetrante, los hombres a su espalda se tensaron ante las palabras de su jefe, listos para actuar.— Primero, no me interesa hacerme cargo de la rama principal, creo que siempre lo he dejado en claro.— Señaló— Entiendo que soy el más apto y la cabeza más obvia, pero incluso si aceptase el cargo, que podría, JAMÁS, aceptaré que alguien este sobre mí. Soy Adriano Amato, no necesito un estúpido concejo para tomar las mejores decisiones sobre el negocio por el cual me han criado toda la vida.
—Adriano, te estás extralimitando, - Advirtió Flavio.— Has estado tres años en coma, varias cosas han cambiado desde tú… Partida.
—Entonces, búsquense a alguien que este de acuerdo con estos absurdos términos.— Zanjó y se puso de pie.— Tengo que volver a Vancouver.
Atónitos, los ancianos se pusieron de pie después de él.
—¡Adriano, espera! — Pidió su abuela y solo por ello, Adriano se detuvo y se giró hacia la madre de su propia madre.— Querido, me gustaría caminar contigo, ¿Me lo permites?
Adriano se tensó un minuto, pero extendió su brazo para que la mujer tomara de él, mientras salían de la sala. Pasaron varios minutos antes que la mujer decidiera hablar, por fin estaban lejos de la sala y ya casi llegaban a la puerta principal.
—No recibí invitación a tu boda.— Señaló la mujer con un claro rencor por ello.
—Aunque no lo creas, yo no organicé mi boda, fue mi mujer— respondió él.— Junto a mi madre, claro, creo que ella no vio la necesidad de enviar una invitación a la madre que no aceptó a su hija adoptada, mamma.— señaló él usando el apodo cariñoso.
—Acepto que en su momento fui algo dura…
—Mamma…-Reprendió él suavemente.
—Vale, fui muy dura con Carolina, pero es que no podía entenderlo.— se excusó.— Y luego ellos no volvieron a intentar.
—Emma, ella ni siquiera sabía de su existencia, mamma, mis padres nos criaron lo más alejados posible, de la rama principal.— Explicó.
—Entiendo sus razones, no digo que estoy de acuerdo, pero lo entiendo.— Aceptó la mujer, ciertamente en aquella época, la violencia era aquello que reinaba en la casa Amato, muerte y sangre a cada hora del día, los niños jugaban en medio de sangrientas sesiones torturas y las pequeñas eran testigos de los lujuriosos tratos que recibían algunos hombres de la familia, no fue hasta que el padre de Adriano renuncio a la rama principal, que los ancianos decidieron tomar cartas en el asunto. — Ahora estás de vuelta y estoy segura de que una mujer que muestra tal… Devoción hacia mi pequeño Adriano, es más que merecedor de su lugar, he seguido sus pasos, querido, —Admitió la implacable dama— Te has encontrado una mujer dura, hermosa y completamente capaz. Admito mi error y te pido, me permitas conocer a mi nieta. Déjame acompañarte a Vancouver.
Aquella confesión y declaración de su abuela lo tomó un poco por sorpresa, y cuando llegaron a la entrada principal, Adriano se detuvo para mirar a su abuela, con suavidad tomó ambas manos de ella y se las llevó a los labios para darle un suave beso, un gesto lleno de gratitud e intimidad familiar. Una parte muy oculta de él, siempre había deseado la aprobación de su abuela, presentarle a su adorada mujer y verla entremedio de sus próximos hijos.
—Grazie mamma.— dijo y la mujer le dio una suave sonrisa — Pero ahora no es posible, hace tres años que no veo a mi mujer, necesito…
—Lo entiendo, ustedes los jóvenes, son incorregibles.— dijo ella con una sonrisa pícara y le dio
una suave palmadita en la mejilla a su nieto.— No temas querido, es imposible que una mujer que crea una fogata con los enemigos de su esposo, le dé la espalda una vez que lo ha recuperado.
—Lo sé, mamma.— Dijo con completa seguridad. En su corazón, el anhelo más crudo de tener a su pequeña bola de ira entre sus brazos otra vez.