Sinopsis
Lealtad y Sangre Segunda Parte de la Duología "Mafiosa" / Una mafiosa para el Alpha. Adriano está vivo. Y más que seguro de lo que quiere, vuelve en busca de lo que siempre le ha pertenecido. Pero a veces, el destino nos castiga arrebatándonos lo que más anhelamos en la vida. ¿Será él capaz de recuperarla?, o ¿La resignación es la opción más valiente? No por él. Por ella. ¿Será acaso?, ¿Qué el primer, no es el único amor? A veces el destino tiene otros planes para cada uno, incluso si la testaruda sangre italiana se niega a reconocerlo. A veces, no se puede luchar con lo que está escrito en piedra.
1- Muerto o No… Siclia.
Adriano recuperó la consciencia mucho antes de abrir los ojos, un mecanismo de seguridad que había aprendido desde muy joven, necesitaba prestar atención a los detalles antes de ponerse en evidencia, todo pequeño conocimiento previo es una ventaja que podría significar la vida o la muerte.
Lo primero que pudo notar es que su cuerpo no dolía, pero se sentía extraño, como si llevase durmiendo demasiados días, sus músculos estaban agarrotados y se sentían pesados, probablemente debido a algún somnífero. Pero además de eso, sentía cada una de sus extremidades.
Lo segundo eran los grilletes en sus muñecas, estaba recostado sobre una superficie blanda, muy probablemente una cama, aun así, tenía grilletes pesados en cada muñeca y tobillos, quien lo hubiera puesto en aquella situación, sabía lo suficiente como para no fiarse de él. Ciertamente, habría sido un imbécil si pensara que podía capturar a Adriano Amato y no morir después de ello. Lo tercero que se dio cuenta, es que no estaba en Vancouver. Afuera se podía escuchar el sonido del mar, el lugar era húmedo y hacía frío, al menos no estaba desnudo.
En su casa no hacía frio, Emma no toleraba los climas bajos, por eso se había encargado personalmente de supervisar el sistema de calefacción de su hogar…
Emma…
Los recuerdos del incendio lo golpearon como una bofetada, Su mujer tratando de abrir la puerta trabada, como juntos habían lanzado el colchón ventana abajo y la había empujado afuera segundos antes de la explosión. Abrió los ojos de golpe y miró alrededor, estaba en una celda, en la parte superior, había una pequeña rendija de donde, venía el sonido del mar y la poca luz que iluminaba el espacio, se sentó con lentitud y miro la cama, estaba cubierto por frazadas viejas, pero al menos se veían limpias, siguió el rastro de las cadenas hasta un agujero en la pared, tenían la distancia suficiente para que se moviera de la cama a un urinario a poco más de un metro. Tiró a un lado la frazada con torpesa, puesto que cada movimiento se sentía como cientos de agujas en sus músculos que dolían como el infierno. Pero nada de eso importaba, porque necesitaba saber el estado y ubicación de su pequeña bola de ira y… Dios santo… Su hijo, ¿Cómo había podido olvidarlo? Su mujer estaba embarazada cuando la había lanzado por la ventana. Sabía que si bien, había caído sobre el colchón, debido a esa altura, el golpe habría sido lo suficientemente fuerte para causarle un aborto…
Tenía que salir de ahí, Emma estaría devastada, Pero sus músculos, parecían pesar cientos de toneladas cada uno, flexionó las piernas para comenzar a ejercitarlas, pero entonces vio su piel, su pantalón de una tela vieja y afranelada se había subido hasta el tobillo, rebelando una porción pequeña de su tobillo y pierna, lo suficiente para ver su piel arrugada y cicatrizada, llevó sus manos bajo la tela de los pantalones, la sensación era similar, continuó con su autoexploración hasta su cadera, levanto la camiseta vieja y suelta…
Toda la parte derecha de su cuerpo hasta el pectoral, había sido alcanzado por el fuego, dejando la piel arrugada y chamuscada, algo en él hizo eco de recordar el calor y ciertos fragmentos, un eco en su memoria del dolor. Pero aquello no fue lo que realmente le preocupó, lo que comenzó a provocarle una ola de ansiedad, si bien era un hombre vanidoso, sabía a ciencia cierta que su mujer no podría importarle menos y aquella era la única opinión femenina que le importaba. No. Lo que realmente lo hizo preocupar fue el estado de su piel, estaba completamente cicatrizada, curada completamente, aquello no tendría sentido a menos que hubieran pasado meses y tal vez años desde el accidente, pero en su poca memoria, todo había sucedido hace pocas horas….
El ruido metálico de una enorme puerta al final del pasillo, por fuera de la celda, donde se encontraba, despejó su pequeño pánico, averiguaría que demonios estaba sucediendo, pero por ahora, tenía que conocer a su carcelero. Se mantuvo en aquella posición semi sentando en la cama mientras escuchaba el eco del caminar de los zapatos hacia su dirección. Levantó la cabeza cuando vio los lujosos zapatos al otro lado de los garrotes de la celda.
—Lorenzo.— Saludó Adriano, carraspeó su garganta al prestarle atención por primera vez a la sequedad de su garganta, y lo ronca que se escuchaba su voz.
El carcelero, sangre de su sangre abrió la celda y entró en ella con total confianza y tranquilidad, se apoyó en los barrotes que habian quedado a su espalda.
—Adriano, finalmente despiertas.— señaló aquel hombre, que tiempo atrás, había sido su aliado, su primo, ahora, hablaba con la misma calma, como si no estuviera esposado con unos enormes grilletes en cada extremidad en medio de una vieja celda.
—¿Qué significa esto? Quítame estas cosas.— exigió en un gruñido Adriano, su mirada fría y tajante.
—Deberías estar agradecido de que te salvé el culo, Adriano.— Dijo Lorenzo cruzando sus brazos sobre el torso, su mirada divertida y burlona.— Mira tu estado, una persona inteligente en tu situación no sería tan agresiva con su salvador, querido primo.
—Una persona inteligente no me tendría, aquí, en estas condiciones, Lorenzo, y sobre todo, una persona con el mínimo de cerebro, jamás se habría atrevido a tocar mi hogar…— Su tono, una navaja amenazante y asesina que podría haber cortado el aire en aquel segundo.
—Te equivocas Adriano, yo no inicié el fuego, por el contrario, cuando me enteré de los planes de Franco y Beatrice, me apresuré a detener el circo que pensaban montar — Explicó con la misma tranquilidad que lo caracterizaba.— Pero cuando llegamos, el incendio ya estaba consumiendo todo, aun así, mis hombres entraron a la casa en llamas y te encontraron en el dormitorio principal con la mitad de tu cuerpo bajo una tabla en llamas.— Comenzó a contar a Adriano con una frialdad de quien narra un paseo por el parque— debido al fuego, cedió parte del techo y cubrió la ventana, te desmayaste debido al humo.
—Déjame adivinar— continuó Adriano con un tono hastiado.— Luego de “salvarme”, te diste cuenta de los beneficios que podías sacar si, me convertías en tu prisionero.— Concluyó.
—Soy un hombre de negocios, Adriano, ambos lo somos. —Dijo Lorenzo como si fuera una obviedad —No puedes culparme por buscar una buena inversión.— señaló— Me encargué de que te atendieran en la mejor clínica privada de Italia y cuando estuviste estable, te trasladé para acá, no fue una tarea sencilla —señaló— los doctores siguieron viniendo hasta que las heridas cicatrizaron.
—¿Cuánto tiempo, Lorenzo? —Preguntó Adriano con los dientes apretados.
Pero su primo no respondió, se limitó a sonreír de forma altanera.
—¿Te mueres por saberlo, no? —Preguntó el hombre, con una sonrisa cruel, una mirada desquiciada, un corazón podrido, todo eso bajo la perfecta fachada de un hombre de negocios, un perfecto traje de diseñador a medida y perfectamente peinado —“¿Estará viva? ¿Mi hogar?” … Tu mujer es una preciosidad Adriano…
Y aquello fue la gota que rebalsó el vaso de su paciencia, que de por sí, ya era mínima. Usando toda su poca fuerza, se puso de pie con una gracia y rapidez casi felina, propia de un depredador, pero cayó de rodillas a poco centímetros de Lorenzo, cuando las cadenas comenzaron a retraerse desde la pared, dejándolo sentado, casi pegado a la pared al otro lado de la celda.
Lorenzo rio, y la crueldad vacía del sonido, llenó el espacio oscuro y lúgubre.
—No te hiperventiles, querido primo, soy leal a mi esposa. — le aseguró.— Pero siempre hay una excepción a la regla, claro…
—No te atrevas a hablar de ella con tu asquerosa boca.— Una advertencia y amenaza. Pura ira contenida en cada una de sus palabras, una persona más sensata e inteligente, habría captado la amenaza detrás de cada una de ellas, pero por lado, Lorenzo, estúpidamente, creía que jugaba con ventaja completa y tal vez lo pareciera, pero un depredador, siempre será un depredador.
Lorenzo atravesó el espacio en unas pocas zancadas y su puño interceptó con la mejilla de Adriano en un golpe seco, este apretó los dientes aguantando el dolor, escupió al suelo, saliva y sangre del labio roto que le había quedado.
—Querido primo, cuida tu boca, reconoce tu lugar, baja esa mirada engreída y comienza a rogar. — ordenó Lorenzo con una mirada fría y calculadora, pero, por otro lado, Adriano Amato jamás bajaba su mirada ante la basura inferior. Razón más que suficiente para que la cólera invadiera al carcelero.
Lorenzo lanzó el siguiente golpe rompiendo el pómulo derecho de Adriano, una patada en su abdomen y el hombre escupió sangre sobre el suelo sucio.
La tierra y el polvo estaban por cada parte de su cuerpo y de su ropa, su rostro golpeado, maltratado, aun así, no dejaba de ser amenazador, a pesar del tiempo que llevaba encerrado en aquel sótano.
—Puede que no me creas, querido Adriano, pero no tenía planeado esto, resulta ser, que tu mujer es una demente. No puedo simplemente quedarme tranquilo cuando mis padres y suegros fueron calcinados. —continuó hablando mientras Adriano escuchaba y tomaba nota mental, cualquier detalle que ese hijo de puta soltara, podria servirle en el futuro.— Creo que ya he esperado el tiempo prudente para hacerle entender su lugar.
El chasquido del golpe sobre el pómulo ahora roto de Adriano sonó con fuerza en el silencio del lugar. El italiano apretó la mandíbula adolorida y escupió al suelo, su ira no tardó en llenar sus ojos que buscaron los de su carcelero, aquella ira podría haber destrozado el alma de alguien más débil que su primo mayor, Lorenzo.
—Tu mujer…— Continuo su charla el Mayor, mientras se quitaba los guantes de cuero negro —es más aterradora que Beatrice … — dijo— Magnífica … ¿Es igual de intensa en la cama?, Supongo que es momento de averiguarlo.
Las Cadenas de Adriano se tensaron ante su intento de llegar a Lorenzo. La sangre corría por el metal que apretaba la piel desgarrada de las muñecas de su captor
—Voy a hacerte tanto daño Lorenzo… Voy a pasar días haciéndote pagar. — palabras tajantes, quedadas y con una certeza propia de un depredador, Porque Adriano Amato podía estar amarrado y golpeado, pero jamás sería quebrado, jamás dejaría de ser letal y dominante, y sobre todo, no importaba cuánto tiempo tardara, su presa iba a pagar.
—En otro tiempo me habría preocupado querido Primo, pero ahora, me parece cómico, sobre todo cuando el lindo Penthouse de tu mujer está a punto de explotar…