2- Cautiverio
Lorenzo no volvió a aparecer luego de aquella mañana, aquella que solo había dejado más preguntas en su cabeza que respuesta alguna.
¿Cuánto tiempo había pasado desde el incendio? ¿Dónde estaba viviendo Emma? ¿A qué se refería Lorenzo cuando dijo que su mujer había calcinado a su suegra y madre?
Los días pasaban y las preguntas seguían turbando su mente, una y otra vez, como abejas en un enjambre, iban y venían, sin poder deshacerse de ellas, pero la mayor de sus preocupaciones, era su pequeña bola de ira, había tenido la precaución de no presentarle a su familia sanguínea, eran un montón de basura que solo le haría más daño que bien, y exponer a su mujer a cualquier tipo de riesgo era… Inaceptable, pero ahora, Lorenzo hablaba como si la conociera ¿Por qué?, ¿Cuándo?, y sobre todo, la amenaza que había dado al final de su visita,lo tenía en completa alerta.
“En otro tiempo me habría preocupado querido Primo, pero ahora, me parece cómico, sobre todo cuando el lindo Penthouse de tu mujer, está a punto de explotar…”
Si Lorenzo le ponía un solo dedo en cima a su preciada esposa…
—Morirá.— dijo en una voz que no parecía más que un ronco murmullo.
Los días continuaron pasando y su primo solo venía a ratos, solo para darle algunas palizas, pero jamás respondía sus preguntas, solo lo miraba con una engreída y perturbada sonrisa en el rostro, aun así, Adriano jamás dejo de exigir sus respuestas, hasta que finalmente, aquella tarde, Lorenzo decidió contestar, aun así, no le dio ninguna información que fuera valiosa, solo más preguntas para su extensa lista.
—No, querido primo…—dijo finalmente, casi sin aliento mientras la luz del atardecer se colaba por las rendijas de la pequeña y larga ventana en la parte superior de aquella celda, el sonido del mar no lograba tranquilizarlo, o darle alguna pista de donde estaba, aun así, no estaba roto, jamás lo estaría, porque la única forma de romper la voluntad de Adriano Amato, sería ver el cuerpo precioso de su mujer sin vida, y si podía evitarlo, pondría su propia alma a cambio de verla respirar.— Tu pequeña zorra sigue viva, a mi pesar, aun así, he tomado la decisión de tomarme mi tiempo con ella, primero la alejaré de aquella perra que la sigue a todos lados, después, la dejaré desnuda para mí, vamos a verificar que es tan apetecible en ella, para que le hayas dado la espalda a tu familia sin pensarlo dos veces, y cuando me haya cansado de follarla por cada agujero de su cuerpo… Cortaré una a una sus extremidades.
Adriano tenía que dar todo de sí para no reaccionar ante sus asquerosas amenazas, ¿Cómo se atrevía a hablar así de ella? Le cortaría la maldita lengua y luego lo obligaría a comérsela, al terminar, le daría un disparo a su pecho, una muerte demasiado limpia para lo que merecía, pero no quería gastar más tiempo en un insecto como él. No. Su prioridad era y siempre sería encontrar a su mujer y retomar el orden correcto de las cosas.
Aquella misma noche, horas después de que Lorenzo se marchara, una suave voz lo despertó.
—Adriano… ¿Sigues vivo? — Roselin, la dulce e inocente esposa del malparido de su primo. Adriano la había recogido de las calles de Venecia hace quince años, cuando aún era una adolescente adicta a la heroína que le obligaban a ingerir en un prostíbulo, no sabía realmente por qué la había rescatado, tal vez su voluntad para luchar por su vida, y golpear con todas sus inútiles fuerzas al enorme sujeto que trataba de drogarla, lo había conmovido, luego de limpiarla de toda sustancia química, le dio una nueva vida, Roselin conocía todos los barrios bajos y fue una mujer eficiente en sus negocios durante algunos años, hasta que… Lorenzo la había conocido, alegando que se había enamorado de ella a primera vista y en su inocencia, la dulce mujer había sido encandilada por el primo de Adriano, le había concedido su libertad.
Con dificultad se puso de pie, apoyando la espalda en la pared de ladrillos áspera, fría y húmeda, miro hacia arriba, solo pudo ver algunos mechones negros y lisos de ella.
—Lo estoy.— contestó con su voz ronca.
—Lo siento tanto Adriano, no sé porque hace esto, no me dice nada…— se lamentó ella con sincero dolor.— él no es así, te lo juro, es un buen hombre, es un buen padre…
—No seas tonta. Roselin. Quiere matar a mi esposa. Necesito salir de aquí.— exigió él.
—No puedo hacerlo, sabes que no puedo, es mi esposo…
—Si no fuera por mi, estarías muerta. —La cortó él y ella guardó silencio. Roselin le debía todo a aquel pobre hombre herido, lo sabía, por supuesto que sí, le daría cualquier cosa que pidiera, pero no podía traicionar a su amado Lorenzo, ¿Cómo hacerlo? Cuando era quien le había dado todo lo que cualquier mujer quisiera poseer.
—Bebe por ahora, buscaré convencerlo, sé que puedo hacerlo entrar en razón.— dijo y deslizó una botella de agua entre los barrotes. Adriano no contestó, no había nada que ella pudiera hacer para convencer a su primo, sería estúpido y suicida de su parte, si lo dejara escapar y Lorenzo, no era ninguna de aquellas cosas. Levantó su mano y tomó la botella, bebió el agua de forma lenta y pausada, la necesitaba, los hombres de Lorenzo solo le traían un vaso de agua al día y un pedazo de pan añejo, cuando acabó le regreso la botella por la rendija.— Lo convenceré, lo prometo.
Una semana paso antes de que Roselin volviera aparecer una noche en la ventana, en aquellos días Lorenzo había sido más macabro de lo normal, lo había golpeado hasta hacerlo escupir sangre, hasta romperle alguna costilla, le había roto varios dedos y uno de sus ojos se escondía detrás de un enorme moretón, completamente hinchado.
—Adriano… Dime algo… Por favor.— pidió ella que estaba al tanto ahora de la crueldad de su esposo.
—Aquí…— Pudo pronunciar él, con la voz ronca, pues aquel día, no le había llevado agua o comida. Trato de levantarse, pero no fue capaz. Así que, con el cordón de su zapatilla, Roselin amarró alrededor la botella y la deslizó por la pared hasta él. Bebió toda de ella, sediento y cansado.
—Me ha golpeado, le he rogado hasta que he colmado su paciencia y me ha golpeado, pasé los últimos dos días en cama, tratando de recuperarme. —confesó ella con escepticismo, no podía creerlo, había caído inconsciente de la paliza y al despertar, seguía sin creer lo que había pasado, ¿Por qué? ¿Qué había hecho para enfadarlo así? Seguramente era su culpa, pero Adriano no tenía que pagar por sus pecados y aun así, lo había destrozado. —Voy a sacarte de aquí, pero júrame, que le perdonaras la vida, yo cargaré con él, nos iremos donde digas, con nuestras hijas y jamás volverás a saber de nosotros…
—Te lo juro.— dijo sin pensarlo demasiado él, no porque estuviera desesperado, aunque así lo creyó ella, y su corazón se apretó del dolor. No, la verdad era muy diferente, en aquel minuto le habría prometido el sol y las estrellas si lo liberaba. Prioridades y Emma era la mayor de todas.
—Bien, dime que tengo que hacer.— dijo ella entonces.