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Capítulo 2: La conexión inesperada

Alexander Wolfe no se consideraba un hombre que se intimidara fácilmente. Era el líder de un imperio empresarial, el alfa de una manada poderosa, un hombre acostumbrado a tomar decisiones bajo presión. Pero en ese momento, frente a Elena, una trabajadora de limpieza que apenas llegaba a su cintura con su postura erguida y un aire de modestia, se sentía completamente perdido.

Elena parpadeó, sin comprender el silencio del hombre que tenía delante. Había escuchado rumores sobre Alexander Wolfe: frío, calculador, imponente. Pero ahora, mientras la miraba con esa intensidad casi abrasadora, no parecía encajar en esa descripción.

—¿Señor Wolfe? —repitió ella, insegura de si había hecho algo mal. Su trabajo dependía de su capacidad para pasar desapercibida, y el hecho de que el multimillonario estuviera ahí, observándola fijamente, encendía todas sus alarmas.

Alexander reaccionó al escuchar su voz, como si hubiera salido de un trance. Fenrir, sin embargo, no dejaba de gruñir en su mente.

—*No la pierdas, Alexander. Habla. ¡Ahora!*

—Disculpa… Elena, ¿verdad? —respondió finalmente, su voz más suave de lo que había planeado.

Ella asintió lentamente, manteniendo el trapeador en la mano como si fuera un escudo.

—Sí, señor. ¿Hay algo que necesite?

Alexander se quedó en silencio por un momento, buscando las palabras adecuadas. Todo en él le gritaba que se acercara, que le explicara quién era ella para él, pero ¿cómo haces eso sin asustar a alguien? ¿Cómo le dices a una persona que está destinada a ser tu compañera cuando ni siquiera la conoces?

—No, nada en particular… solo quería agradecerte por el trabajo que haces aquí. —Fue lo mejor que se le ocurrió decir, aunque sabía que sonaba extraño.

Elena arqueó una ceja, sorprendida. ¿Agradecimiento? No era común que alguien como él notara algo tan mundano como su trabajo, mucho menos que se tomara el tiempo para mencionarlo.

—Gracias, señor Wolfe —respondió, su tono educado pero cauteloso.

Alexander sintió a Fenrir bufar con impaciencia en su mente.

—*¿En serio? ¿Un agradecimiento vacío? Ella es nuestra mate, no una empleada cualquiera. Haz algo antes de que se vaya.*

Elena parecía lista para continuar con su tarea, pero Alexander dio un paso hacia ella, haciendo que se detuviera. Su corazón latía con fuerza, pero no podía dejar que este momento se desvaneciera.

—Elena, ¿tienes un momento para hablar?

Ella lo miró con sorpresa, su agarre en el trapeador tensándose ligeramente.

—¿Hablar?

—Sí, no será mucho tiempo. Solo… quiero conocerte mejor. —Sabía que estaba improvisando y que probablemente sonaba raro, pero no podía dejar que ella se escapara sin al menos intentar entender lo que la Luna había decidido por él.

Elena frunció el ceño, claramente desconcertada.

—No quiero parecer grosera, pero… ¿por qué?

Era una pregunta justa, una que Alexander no podía responder con sinceridad. No podía decirle que su lobo había decidido que ella era su compañera destinada. No podía explicarle el vínculo sobrenatural que ya lo estaba atando a ella. Así que optó por algo más neutral.

—He estado reflexionando sobre cómo el éxito de esta empresa depende de todos los que trabajan aquí, no solo de los ejecutivos. Quiero entender mejor a las personas que hacen que este lugar funcione, como tú. —Era una verdad a medias, pero esperaba que fuera suficiente.

Elena lo observó por un momento, sus ojos escudriñándolo como si intentara descifrar sus verdaderas intenciones. Finalmente, dejó el trapeador en el carrito y asintió.

—Está bien. Pero solo un momento, tengo que terminar mi turno.

Alexander asintió, sintiendo un extraño alivio.

—Podemos hablar aquí. No quiero interrumpir tu trabajo.

Ella cruzó los brazos, claramente todavía en guardia.

—¿Qué quiere saber, señor Wolfe?

—Por favor, llámame Alexander. —El nombre sonó extraño al salir de sus labios; no estaba acostumbrado a compartir esa parte de sí mismo con casi nadie. Pero algo en ella lo hacía querer bajar la guardia, aunque solo un poco—. Cuéntame un poco sobre ti.

Elena parpadeó, claramente tomada por sorpresa por la petición.

—No hay mucho que contar. Trabajo aquí, soy responsable de mantener limpio este piso y algunos otros. Es un trabajo honesto.

—¿Y siempre quisiste hacer esto? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella, como si su cercanía pudiera ayudarlo a entenderla mejor.

Ella soltó una risa seca.

—No creo que nadie crezca soñando con limpiar oficinas. Pero a veces haces lo que tienes que hacer para sobrevivir.

Las palabras golpearon a Alexander más fuerte de lo que esperaba. Había algo en su tono, en la manera en que lo dijo, que hablaba de luchas que él no podía imaginar. Su vida había sido dura en otros aspectos, pero siempre había tenido recursos, un propósito. Ella, en cambio, parecía haber luchado sola.

—Debe ser difícil —dijo finalmente, su voz más suave.

—Es la vida —respondió Elena, encogiéndose de hombros. Luego lo miró con curiosidad—. ¿Y usted? ¿Siempre quiso ser un magnate?

Alexander sonrió ante la pregunta inesperada.

—Supongo que siempre supe que estaba destinado a liderar. Mi familia… —Se detuvo, eligiendo cuidadosamente sus palabras. No podía revelar la verdad de su herencia licántropa—. Mi familia esperaba grandes cosas de mí.

Elena asintió, como si entendiera más de lo que él esperaba.

—Es una carga pesada, ¿no? Cumplir con las expectativas de los demás.

La sinceridad de su respuesta lo desarmó. Nadie había hablado con él de esa manera en años, y mucho menos alguien que acababa de conocer.

Fenrir habló en su mente, su tono más calmado esta vez.

—*Ella entiende. Ella es fuerte. Más de lo que pensabas.*

Alexander asintió ligeramente, tanto a Fenrir como a Elena.

—Lo es. Pero también tiene sus recompensas.

Elena sonrió por primera vez, una expresión tímida pero genuina que iluminó su rostro. Alexander sintió que su lobo rugía de aprobación.

—Bueno, Alexander, ha sido interesante hablar contigo, pero debería volver a trabajar.

—Claro, no quiero interrumpir más tu noche. —Dio un paso atrás, aunque cada parte de él quería encontrar una excusa para quedarse más tiempo.

Mientras ella regresaba a su carrito, Alexander la observó en silencio. Sabía que su vida acababa de cambiar para siempre. La Luna no se había equivocado al elegirla, pero el camino que tenía por delante sería complicado.

Fenrir habló nuevamente, su tono serio.

—*Esto es solo el comienzo, Alexander. Ella es nuestra, pero tendrás que ganártela. No será fácil.*

Alexander asintió, todavía perdido en sus pensamientos. Tenía mucho que planear, pero por primera vez en años, sentía que había esperanza. Ahora sabía quién era su mate. Lo que quedaba por descubrir era si ella alguna vez estaría dispuesta a aceptar ese destino.

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