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Capítulo I: Gloria Menchaca

—¡No!… ya te dije que nunca venderé mi cuerpo a nadie —gritó Gloria Menchaca, con valentía y coraje viendo de frente a Rubén Ramos, y decidida a no ceder ante la imposición que él pretendía hacerle

—¡Lo harás porque se me pega la gana! —respondió Rubén, con un fuerte grito al tiempo que le daba una violenta cachetada que le reventó la boca haciéndola botar hacia atrás hasta estrellarse contra la pared— Ya estuvo bien de estupideces… vas a salir a talonear y me vas a pagar la cuota como todas… y lo vas a hacer quieras o no quieras.

—Pues no… ya te dije que no lo voy a hacer —se aferró Gloria, viéndolo de frente, tenía los ojos llorosos y en su mirada se veía la determinación, a pesar de que su mejilla se había puesto roja y su boca sangraba por el golpe recibido— Aunque me mates a golpes no me obligaras…

Una nueva y violenta cachetada, con el reverso de la mano, se estrelló en su rostro sangrándole la nariz y seguida por un brutal puñetazo que se hundió en su vientre. Gloria, se quedó sin aire y sintió que se le doblaban las piernas, cayó de rodillas tratando de respirar, una patada en las costillas la hizo caer completamente al piso revolcándose en el intenso dolor que sentía en sus entrañas.

—Ya te soporté muchas pendejadas, Goya, así que ahora taloneas, aunque tenga que obligarte a madrazos… A ver quién se cansa primero, si tú negándote o yo rompiéndote el alma.

Ella no podía contestarle, seguía boqueando tratando de recobrar la respiración, se sentía mareada, estaba atontada, todo aquello le parecía un horrible sueño, su boca se abría para jalar aire con desesperación. Poco a poco pudo recuperarse y se puso de pie, tenía los ojos llorosos, por las mejillas escurrían lágrimas de impotencia y dolor, su rostro lucía hinchado por las cachetadas recibidas, la sangre escurría de su boca y de su nariz, sentía que todo le daba vueltas, se plantó frente a él con osadía, estaba dispuesta a todo y nada la iba a hacer cambiar de opinión. Sus ojos lo veían de manera fija y con reto.

—Prefiero que me mates antes que hacer lo que tú quieres… —le dijo con voz firme— así que, si quieres acabar conmigo de una vez, aquí me tienes, aunque te advierto no lograrás que yo me venda a cualquiera que quiera pagar por tenerme… eso nunca lo haré, ni por ti ni por nadie… ya no soportó nada de esto, matándome me harás un favor… ¡Vamos...! Golpeame más y acaba con todo de una vez.

—No… no, chiquita, muerta no me sirves para nada… pero ya sé… si tú no quieres ir a talonear voy a vender a tu hija… ella me dará el dinero por ti —le respondió Rubén, con cinismo y burla— para que la estrenen me pagaran bien y luego puede tener unos diez clientes al día, así que me conviene más que tú y eso es precisamente lo que voy a hacer…

—No… por lo que más quieras no… a mi hija déjala en paz… con ella no te metas —gritó Gloria con desesperación, sujetándolo de las manos de manera suplicante— ella no tiene la culpa de que tú seas un desgraciado vividor bueno para nada y que quieras convertirme en una cualquiera…

—¿No que quieres que te mate? Bueno pues te voy a matar a golpes y de una vez me quedo con tu hija, conozco a un sujeto que le fascinan las niñas, paga muy bien así que creo que saldré ganando, tú muerta, tu hija taloneando, yo cobrando lo que me merezco y todos en paz —insistió Rubén, al tiempo que de un manotazo la apartaba de su lado con arrogancia y desprecio

—¡No, Rubén, por favor...! Haré lo que tú quieras… te lo juro… pero a mi hija no la metas en esto… también es tu hija, no puedes ser tan desgraciado… —volvió a sujetarlo de las manos con ansiedad.

Estaba dispuesta que a ella podía hacerle todo lo que quisiera, sólo que, a su querida Verónica, no, la niña no tenía culpa alguna de aquella situación.

—Sí, es mi hija y eso me da derecho a hacer con ella lo que se me pegue la gana, así que deja de estar jodiendo y con eso de que eres una mujer decente —le escupió él en la cara.

En el tiempo que tenía de conocer a Rubén, Gloria, sabía que era capaz de lo peor, por eso tenía miedo, no quería ni pensar en lo que le haría a la niña si no accedía a lo que él quería. Tenía que tomar una decisión y la única era la de aceptar prostituirse para mantenerlo y que las dejara en paz.

—Perdóname… fui una imbécil… te prometo que de ahora en adelante haré todo lo que tú me digas y ya no te causaré problemas… sólo, deja a mi hija fuera de todo esto.

—¿Estás segura de lo que estás diciendo?... Te advierto que si esta es otra de tus…

—No… te lo juro… haré lo que quieras, deja a mi hija en paz —insistió ella con vehemencia sintiendo que las lágrimas escurrían por sus mejillas.

—Mira Goya… ya fueron muchas las que te perdoné… será mejor que no trates de engañarme otra vez o vendo a tu hija y hago que veas como la usan y luego la meto al talón para que gane dinero para mí… ¡Te juro por mi madre que lo hago!

—Lo sé… lo sé, lo sé… esta vez va en serio… es más… ¿quieres que salga ahorita a talonear?

—No… tienes la cara muy madreada… deja que se te baje la hinchazón, aunque, preparate, en un par de días vas a salir a talonear por tu propia voluntad. Cuando pase por la esquina sabré si cumpliste, si no es así vendré por tu hija y entonces ya no habrá otro chance.

—Ahí estaré esperando cliente o tal vez ya me habré ocupado con alguno.

—Será lo mejor para ti… y para tu hija… además con el cuerpo que tienes de seguro que te van a llover los clientes… si me hubieras hecho caso antes ya nos hubiéramos llenado de lana… sólo que, eres una pinche necia que se aferra a las cosas a lo pendejo.

—Ya no será así, tú lo veras… ¿Quieres que te sirva la cena? —preguntó ella en tono sumiso, tratando de que él viera que la había sometido por completo.

—No… con el coraje que me hiciste pasar no tengo hambre.

—¿Nos acostamos a ver la televisión?

—¿Quieres que me acueste contigo así cómo estás...? ¿Estás loca o qué...? Mejor me voy a darle una vuelta a mis viejas… no me esperes despierta, tal vez no vengo a dormir. No te olvides, si dentro de dos días no estas taloneado será tu hija la que ocupe tu lugar.

Gloria, ya no le dijo nada, simplemente lo vio salir de la casa y comenzó a llorar amargamente.

—¡Hijo de toda su desgraciada…! ¿Por qué no se muere de una buena vez y me deja en paz? —pensó mientras las lágrimas corrían por su rostro quemándole la piel como si fueran de aceite hirviendo.

No podía creer que aquello le estuviera pasando a ella. Todo le parecía una horrible pesadilla. Un mal sueño del que hacía mucho tiempo quería despertar sin conseguirlo.

—¿Por qué lloras, mami? —le dijo de pronto una vocecita que la hizo voltear a ver a su hija que caminaba hacia ella viéndola fijamente con sus grandes y hermosos ojos.

—Por nada mi amor, es que me cai y me pegué —contestó Gloria, tratando de sonreírle a la niña.

—¿Por eso tienes sangre en la cara?

—Sí, mi amor, por eso, pero ahorita me lavo y ya voy a estar bien.

—Mientras ve a escoger las muñecas que querías, Verónica —le dijo María Narváez, a la niña; la señora con la que había llegado, la que se encargaba de cuidar a la niña cada vez que Gloria se lo pedía.

Verónica obedeció de inmediato y se metió al cuarto que hacía las veces de recámara y comenzó a sacar sus juguetes con la inocente pureza de su edad, olvidándose por completo de las dos mujeres.

—No creí que estuvieras aquí, pensé que habías salido a trabajar —le dijo a su amiga, mientras caminaban saliendo de la humilde vivienda, era de noche, el airecillo soplaba pegó en el rostro de ellas estremeciéndolas— traje a la niña porque quería venir por unos juguetes, de haber sabido ni la traigo para que te viera así… estás toda madreada… ora si se manchó el infeliz ese.

—N-no te preocupes, no es tu culpa —le dijo Gloria, mientras avanzaban, por viejo patio de la vecindad donde vivían, hacia la larga pileta de agua que estaba en el centro rodeada de lavaderos derruidos y en mal estado, aunque cumplían con la función para la cual habían sido hechos. al pasar por uno de los tendederos, Goya, jaló una toalla y siguieron hasta uno de los últimos lavaderos.

Menchaca, dejó la toalla a un lado y se agachó hacía adelante para tomar una “bandeja” que flotaba en la pileta y aprovechó para sacar agua con la que comenzó a lavarse la cara ante la atenta y severa mirada de María, que no podía ocultar el coraje que la embargaba.

—¿Por qué te volvió a pegar el desgraciado ese del Rubén? —preguntó mientras la veía lavarse la cara. Todo a su alrededor estaba oscuro, aunque las luces de algunas ventanas de las viviendas permitían que hubiera iluminación suficiente para que se vieran.

María Narváez, conocía a Gloria Menchaca, desde hacía casi seis años y la estimaba sinceramente, era como una hija para ella por eso le dolía verla en aquel deplorable estado en el que la había dejado el infeliz ese con el que vivía y al que soportaba estoicamente.

—Lo de siempre… ya sabes, quiere que me vaya a talonear… que quiere que le de dinero, en fin… lo de siempre… en sí, no fue nada, en un par de días estaré bien —respondió Gloria, lavándose la cara a dos manos y soportando el agua fría con la que se enjuagaba.

Sentía la piel de su rostro caliente y palpitante, le dolía, aunque trataba de controlar su dolor para no volver a llorar como lo había hecho antes.

Agarró un jabón que estaba en la cabecera del lavadero y enjabonó sus manos para luego pasarlas por su rostro y de esa manera limpiar toda la sangre seca que tenía en la nariz y en la boca.

El verdadero dolor lo experimentaba en lo más profundo de su pecho. Si aquello era la vida, ya no quería vivirla deseaba que todo terminara de una buena vez.

No era capaz de hacerlo por propia mano, no podría matarse, amaba mucho la vida como para intentarlo, además estaba Verónica… ¿qué iba a hacer la niña si ella moría?

—¡Maldito vividor! ¡Hijo de toda su pinche madre! —exclamó María, sin poder contener todo ese coraje que sentía— No se me olvida que la última vez que te pegó, te mandó al hospital por una semana… No sé cómo lo aguantas, deberías dejarlo para siempre, piensa en el ejemplo que le darás a tu hija cuando crezca y sea una señorita —le dijo Narváez, con un tono preocupado y haciendo que Menchaca, dejara a un lado sus nefastos pensamientos.

—Sí, lo sé y tienes toda la razón… no creas que no he pensado en eso muchas veces, tú mejor que nadie sabes cómo es Rubén, si me voy otra vez te aseguro que no se tentará el corazón para vender a mi hija como me lo ha dicho y obligarme a ver como la poseen y la prostituyen… A mí que me maté si quiere, sólo que, mi niña no tiene la culpa de nada, debí haber abortado cuando pude y ahorita…

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