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Capítulo 3: Un rato agradable

¿Zelaznog? ¿Estábamos hablando de esa familia?

Parpadeé varias veces, porque tenía entendido que esa familia era el más grande aliado de los Hidalgo, por lo que le debían muchísimo a mis padres... Aunque evitaban hablar del tema con la excusa de que lo harían en su momento.

—¿Zelaznog? ¿Los creadores de la marca ZP? —cuestioné, para estar segura.

Pero una mesera nos interrumpió para pedir nuestra orden.

—Disculpen, ¿qué desean ordenar? —preguntó, preparada para anotar en una libreta pequeña.

—Un café frío, sin leche. Y para la señorita... —El moreno me miró, esperando que continuara.

—Ah, solo café... Caliente, con mucha azúcar —murmuré.

—Enseguida.

—Yo invito, podías haber pedido algo más. Hay variedad de desayunos y postres —comentó Jean.

—No tengo hambre —respondí—. ¿Sabes quién soy? De otra forma, no me hubieras buscado...

Él me miró, con unos ojos curiosos que me aceleraron los latidos, ¿cómo es que sus expresiones eran capaces de causarme distintas emociones? Tal vez porque nunca había estado con un hombre.

Y los de la empresa no solían ser muy amables conmigo, gracias a Salomé.

—Eres la chica de la biblioteca, así te apodé —sonrió, echándose hacia atrás en la silla.

Se me formó una ligera "o" en los labios que pronto se transformó en una sutil carcajada que me hizo sostenerme el abdomen. Vaya ocurrencias tenía ese hombre.

Parecía ser un empresario y me ponía ese apodo infantil, era un poco extraño. Me intrigaba conocerlo, porque no resultó ser un imbécil como los hombres que me rodeaban.

Apoyé ambos codos sobre la mesa.

—Entonces, Jean, ¿solo me buscaste por tener el mismo pasatiempo? Supongo que sueles acudir a la biblioteca seguido —comenté, sin apartar la vista.

—Diste en el blanco, pequeña —expresó—. Leer es un escape de la realidad...

—Es lo que pienso —afirmé, sintiendo que por fin conectaba con alguien—. Pero... Nuestros padres son socios, no creo que debamos charlar como si nada.

—¿Socios? —Frunció el ceño—. Por favor, precisamente salgo de casa para no tener que aguantar sermones de mis padres en "no cometer ningún error y ser perfecto" —bufó, sin mucho interés.

—No pensé que el hijo de la familia Zelaznog llevara una carga tan pesada —bromeé, con una leve risa.

—¿Te estás burlando de mí? —inquirió, con picardía—. Me agradas, pero todavía no me has dicho tu nombre —añadió, curioso.

—Aurora Hidalgo —solté.

No estaba muy contenta de pertenecer a esa familia. Los lujos era lo único rescatable, pero no servía de nada si el amor familiar no existía en esa casa...

Suspiré.

Jean se quedó con los ojos abiertos y apoyó ambas manos sobre la mesa, sorprendido. Echó su cabello hacia atrás, como si no pudiera creerlo.

—Carajo... Siento que mis padres me están respirando en la nuca —definió, agobiado—. No sabía que eras una Hidalgo. Imagino que estás al tanto de que nuestras familias pronto llevarán a cabo un acuerdo que lleva años planeándose —comentó, con seriedad.

—Desgraciadamente, estoy al tanto —resoplé, recordando—. Sé que pronto se dará un comunicado, pero no me han dicho de qué trata.

—Lo mantienen en secreto, pero sé que nos involucra a nosotros... —murmuró, pensativo—. Sabes que soy un CEO ¿no?

—Eh... Sí, no sé mucho los detalles —respondí, nerviosa.

—Técnicamente soy un CEO plano, quiere decir, que asumiré ese papel por completo cuando mis padres decidan que es el momento —resopló, llevando ambos brazos detrás de su nuca—. Siento que me están ocultando algo, por eso están tardando. No me sorprendería si mañana me exigen contraer matrimonio con cualquier mujer que ellos escojan.

Matrimonio.

¿Por qué era tan importante en familias poderosas?

—Entonces, buscas escapar de tus padres cada vez que vas a la biblioteca —argumenté, alzando una ceja.

—¿Cómo es que me conoces tan bien? —cuestionó, halagado—. Podría enamorarme de ti si sigues así.

Tragué saliva.

—No... No juegues con eso —balbuceé, sintiendo mis palabras enredarse.

No le costaba expresarse, decía todos y cada uno de sus pensamientos. Era algo que me agradaba. Ojalá yo pudiera ser como él y alzar mi voz, pero me dominaba el miedo.

—Estoy bromeando, no te tomes todo muy a pecho —Me guiñó el ojo.

—Aquí tienen —habló la mesera.

Colocó ambas tazas en la mesa para luego hacer una reverencia y marcharse.

—Si gustas pedir algo más, no lo dudes —informó, bebiendo un sorbo.

—Creo que tengo más dinero que tú —me burlé.

Entre las dos familias, Hidalgo era más poderosa por tener el mejor restaurante de la ciudad. En cambio, los Zelaznog tenían una marca que fabricaba computadoras actualizadas, se movían al ritmo de la evolución.

Cada año mejoraban. Llegaron lejos gracias a la gran inversión que le hicieron mis padres en el pasado. Siempre les pregunté cuál fue el motivo de arriesgarse con una compañía pequeña, pero lo mantenían oculto. Ni la propia Salomé lo sabía todavía.

—Puede ser, pero un caballero no dejaría que una dama lo invite a comer —Se formó una curva coqueta en sus labios.

—Serás tonto —reí, bebiendo de mi café.

Se me fue la noción del tiempo en esa cafetería. Hablar con Jean era reconfortante porque a pesar de que recién lo conocía, sentí que teníamos una extraña y agradable conexión.

Ambos nos sentíamos excluidos, o no comprendidos por nuestras familias. Pude compartir esa parte de mí con él...

(...)

Un nuevo día había llegado y estaba de camino a la empresa. Salomé me había dejado atrás, solo me faltaba guardar mis cosas, pero ella no me esperó y se fue, por lo que tuve que tomar un taxi.

No era la primera vez que hacía eso, luego me regañarían por llegar tarde... Estaba preparada.

Llegué al edificio y pasé por la recepción para anotar mi asistencia rápidamente. Caminé a pasos rápidos con mis tacones, rogando para no tropezar. Subí por el ascensor, mi respiración estaba agitada.

No tardé mucho en pisar la oficina de Salomé, la cual me estaba esperando con una postura firme y moviendo el pie repetidas veces. A su lado estaba mi padre... El CEO de H&G.

Era un hombre barbudo y con una notoria panza. Salomé era la copia exacta de mi padre; cabello castaño y ojos azules. Tal para cual, hasta podía decir que tenían el mismo carácter gruñón y mandón.

Ese hombre tenía cincuenta y ocho años, y todavía no le había salido la primera cana. Lo que sí sabía, es que tenía planes de jubilarse pronto y dejarle el cargo a Salomé.

—Aurora Hidalgo, ¿por qué llegas tarde otra vez? —inquirió el señor, de brazos cruzados.

—Lo lamento mucho, padre —Me incliné, para demostrar respeto.

Aunque él fuera un poco ausente en mi vida, no me trataba mal como lo hacía mi hermana.

—Sabes que esto perjudica tu rendimiento en la empresa y me dolería bajar de puesto a mi propia hija —demandó, en un tono intimidante.

—Deberías despedirla de una vez —sugirió Salomé, mirándome con fastidio.

—De hecho, quería comentarte que la próxima semana dejarás de trabajar para los Hidalgo —habló papá, dejándome con la boca abierta.

Mi cuerpo no se movía, por más que intentara protestar, mi boca se quedó temblorosa por no saber qué había pasado.

¿A qué se refería?

¿Me iba a despedir? Porque no lo veía lógico. Llevaba trabajando años para Salomé. Era su secretaria y no fallaba en nada, exceptuando que ella no valoraba mi trabajo.

¿Se había cansado de mí y por eso le pidió a nuestro padre que me echara?

No, había algo más. Él no tomaría decisiones a la ligera, mucho menos para cumplir los caprichos innecesarios de su hija mayor. Papá era más maduro y sabía lo quisquillosa que podía ser Salomé.

—Que bueno, porque no deja de hacer todo mal. Me ahorras las molestias, papi —Usó su típica voz de niña mimada.

—Aurora, acompáñame a mi oficina —ordenó mi viejo, parándose en la puerta.

—C-claro —tartamudeé.

—Nos vemos, hermanita —La castaña me saludó con la mano, junto a una maliciosa sonrisa.

Seguí a mi padre por el largo pasillo de esa planta, hasta llegar a su oficina. Mi mente estaba nublada porque era imposible que me echaran tanto del trabajo como de la casa, ¿verdad?

Trabajé muy duro para mantener mi cargo y ser buena con todos ellos, a pesar de los malos tratos de Salomé.

Él se sentó en su escritorio, invitándome a que hiciera lo mismo. Apreté los labios, temiendo por mi destino.

—No te estoy despidiendo porque seas una mala trabajadora —comentó, juntando sus manos sobre la mesa.

—¿Sucedió algo? Porque puedo mejora, prometo que... —No me dejó terminar.

Alzó su mano y la puso en forma de pared para silenciarme.

—Aurora, como ya sabrás, hay una familia que nos debe muchísimos favores —explicó, y asentí—. Hice un trato en el pasado con dicha familia, por los momentos solo te puedo revelar una cosa y es que tienes que trabajar para ellos como parte del acuerdo.

¿Irme a otra empresa?

—¿Qué gana usted con eso? —pregunté, aturdida.

—Nuestro plan es unir las dos compañías en el futuro. Convertirnos en una sola familia y el primer paso es, entregarles una parte importante de nosotros. Un empleado cuyas capacidades superan a los demás, y esa eres tú —informó, mirándome con orgullo.

Era la primera vez que mi padre me regalaba esa expresión. No sabía si lo hacía para convencerme, o si de verdad estaba orgulloso de mí...

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