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Capítulo 2: Encuentro

Me quedé observando a ese corpulento hombre con traje formal. Su corbata adornaba su trabajado pecho y tenía ambas manos en los bolsillos.

A simple vista, parecía ser un hombre importante por el estilo. Su cabello negro era tan liso como el de Salomé, y sus ojos oscuros me hipnotizaban de cierta forma por lo intrigantes que eran. Tenía poca barba que contorneaba su rostro. La tonalidad de su piel era café con leche, ni muy clara, ni muy oscura.

Una ligera curva se formó en sus labios, sin dejar de verme.

—¿Puedes hablar? —cuestionó, en tono divertido.

—¿Me hablas a mí? —pregunté.

Me di cuenta de lo tonta que fue esa pregunta, después de pronunciarla. Quité el libro de mi rostro para mostrar mi cara y poder hablarle con más normalidad, aunque había algo en él que despertaba mi curiosidad.

—Sí, ¿ves a alguien más aquí? —bromeó, explorando el lugar con sus ojos.

Éramos los únicos que estábamos en ese espacio. Apreté los labios, tratando de evitar su penetrante mirada. Por alguna razón, me hacía sentir nerviosa, o tal vez era porque ningún extraño solía acercarse a mí.

Yo pasaba desapercibida con facilidad, muchos reconocían de inmediato que yo era Aurora Hidalgo, por eso preferían no involucrarse conmigo, para no tener problemas con mi padre.

—¿Necesitas algo? —inquirí, apoyando mis manos sobre mis muslos.

—También estoy leyendo ese libro, solo me falta el último capítulo y da la casualidad que lo tienes tú —expresó, señalándome disimuladamente con el dedo—. Sabes que es su única edición, no han llegado más copias a esta biblioteca.

—Oh, vale... Yo a penas voy por la mitad —titubeé, un poco nerviosa.

¿Cómo es que su voz gruesa causaba un aumento en mis latidos?

Era un completo desconocido. Jamás lo había visto y ya estaba imaginando cosas raras.

—Pero no te preocupes, puedo esperar a que lo termines —resopló, con pesadez.

Se dejó caer, sentándose frente a mí en otro sillón de la misma tela que el mío. Él apoyó ambos antebrazos sobre sus rodillas y fijó sus ojos en mí.

¿En serio esperaba que leyera el libro siendo observada?

Un escalofrío me recorrió la nuca.

—¿Me vas a ver todo el rato? —cuestioné.

—Sí.

—¿No te parece un poco extraño? Creo que ver a una persona mientras lee no es para nada cómodo —argumenté, dejando el libro sobre mis piernas.

—Bueno, ¿por qué no cambiamos? Yo termino de leer el capítulo que me falta, y tú me observas —insinuó, con picardía.

¿Estaba loco?

Sí, seguramente era un tipo loco que casualmente decidió ir a la biblioteca a molestar.

—Oye, si vas a seguir incomodándome voy a tener que llamar a la bibliotecaria para decirle que eres un acosador —amenacé, poniéndome de pie con firmeza.

Estaba dispuesta a marcharme.

El hombre también hizo lo mismo, pero buscaba detenerme. Tomó mis muñecas con delicadeza, lo cual me sorprendió. Gracias a ese agarre, dejé caer el libro al suelo porque su tacto me generó una punzada desconocida que alertó a mi corazón.

—No tienes que hacer eso —murmuró, con una voz profunda que me heló la sangre—. No planeo molestarte. Si te soy sincero, llevo varios días observándote.

Abrí los ojos, todavía seguía imponiendo su agarre en mí, pero no era algo que me lastimaba. Sentí que lo hacía para que yo no huyera, porque la realidad es que planeaba salir corriendo.

—¿Qué? ¿Sí eres un acosador? —interrogué, extrañada.

Mi ceño estaba fruncido. ¿Cómo es que llevaba días observándome y no me di cuenta? ¿Qué se traía entre manos?

—No lo veas así. Estaba buscando la manera de acercarme a ti porque me di cuenta que tenemos el mismo gusto en libros. Sería agradable poder hablar sobre ellos cada vez que nos topemos —explicó, soltando un suspiro.

Me soltó. Yo me quedé quieta, sin poder mover un músculo, tratando de descifrar lo que decía. ¿Tenían sentido sus palabras? Puede ser, pero eso significaba que él no sabía quién era yo.

Carraspeé, sacudiendo mi vestido por instinto.

—¿De casualidad sabes quién soy? Las demás personas evitan acercarse a mí para no tener problemas con mi familia  —confesé, cruzada de brazos.

—Pues, eres una linda chica que seguro tiene una personalidad única. Podría seguir halagando cada parte de ti, pero prefiero no incomodarte —soltó, mirándome con diversión. 

¿Estaba escuchando bien y me dijo linda? Vaya tonto...

No quería incomodarme, pero lo ha estado haciendo todo el rato.

Aun así, no pude evitar sentir un ardor extraño en mis mejillas. Tragué saliva, buscando las palabras adecuadas. Mi familia tenía poder, por lo tanto estaban planeando unir a sus hijas en matrimonio en el futuro, o por lo menos a Salomé.

No podía darme el lujo de conocer a cualquier hombre si ya mi destino estaba escrito.

Pero, ¿y si no planeaban casarme a mí?

—Agradezco tus palabras —Hice una ligera reverencia—. Pero no creo que tengamos nada en común, a parte de los libros —zanjé.

Era hora de irme. Recogí el libro del suelo para dárselo con formalidad.  Lo mejor sería evitar cualquier tipo de problemas.

Él tomó el objeto, pero arrugó un poco la boca en descontento.

—¿No me aceptas un café? En símbolo de disculpa. Creo que no supe expresarme contigo. No planeo nada extraño, en serio, es la primera vez que veo a alguien con mis mismos gustos literarios, ¿está mal que quiera conocerte? —aclaró, con unos brillosos ojos que me apretaron el corazón.

Se veía sincero, por lo menos tenía modales y no era un imbécil como los del trabajo que solían lanzarme unos cumplidos un poco morbosos.  A veces pensaba que Salomé no me defendía a propósito y le gustaba burlarse.

¿Aceptar un café de un desconocido?

Solo yo haría algo tan estúpido... Es que su mirada me transmitía una increíble calma, no parecía un mal hombre. De todas formas, mi chófer seguía esperándome afuera.

—Tranquila, será en la cafetería de al lado, no estaremos lejos —comentó, dejándome sorprendida.

¿Había una cafetería al lado? Dios, el único lugar en mi mente era esa biblioteca, tanto para no prestarle atención a su alrededor.

—Oh... De acuerdo, no veo ningún problema —respondí, con una risa nerviosa.

¿Por qué me costaba tanto decirle que no a la gente?

Me encogí de hombros.

—Y no te asustes, no soy ningún secuestrador —bromeó.

Le devolví la sonrisa, pero más forzada. El hombre empezó a caminar y yo lo seguí, hasta que pasamos por la recepción, en donde Sara nos veía con sorpresa.

—¿Están saliendo? —La mujer llevó ambas manos a su boca—. Me parece increíble. Dos personas de alto nivel juntas. Tal para cual.

—Qué va... Sara —Negué con ambas manos.

—Somos amigos, nada más —informó el moreno.

Lo miré con incredulidad, ¿cómo se inventaba semejante cosa? Aunque, Sara nos bombardearía de preguntas si le decíamos que éramos desconocidos... Seguro ellos dos también se conocían.

Lo que quería decir, que él no mentía al dejarme en claro que visitaba la biblioteca seguido. ¿Por qué tardé en darme cuenta? Eso de meterme dentro de los libros me lo tomé muy a pecho.

Suspiré.

—Pues, espero que hayan tenido una excelente visita, aunque duraron menos de lo previsto —sonrió Sara.

Le devolvimos nuestros pases y me despedí de ella, prometiendo que iba a volver como siempre lo hacía. El hombre salió, atravesando las puertas de vidrio y conmigo detrás.

Mi chófer seguía esperando en el estacionamiento del frente. Por lo menos él no hacía preguntas cada vez que yo salía, tampoco le comentaba a mis padres...

No es como si yo fuera tan importante para ellos.

El desconocido tenía razón, había una cafetería al lado bajo el nombre: Sugar Coffee. Miré el letrero con detenimiento, era sencillo. Ambos entramos, haciendo sonar la campanilla que alertaba a los que ya estaban dentro.

—Vayamos a mi mesa favorita —expresó.

El lugar no era sencillo como el letrero. Me quedé boquiabierta porque la cerámica blanca relucía con las luces y todas las mesas eran de una madera gruesa y pura, sin ningún tipo de daño. Las sillas hacían juego con la decoración del lugar.

Había una barra donde atendían a las personas, con una caja registradora incluida y múltiples bebidas en la estantería de atrás.

Él escogió un sitio al lado de la ventana, pudiéndose ver el exterior con facilidad. Yo seguía apreciando el lugar, sobre todo porque las personas parecían ser del mismo estatus social que yo.

¿Qué tan costoso sería?

—Lamento los problemas que te he causado —habló, sacándome de mis pensamientos.

—Ah, no... Tranquilo, no pareces ser un mal chico —lo calmé, con una sonrisa sincera.

—Me halagas, pero al decirme chico siento que piensas que soy más joven que tú —expresó, con una curva de lado en sus labios—. Y tengo veintiocho años, un poco viejo si te pones a pensar.

La misma edad que mi hermana...

Era tres años mayor que yo, igual no eran muchos.

—Bueno, no recuerdo haberte preguntado tu edad —reí, cubriéndome un poco la boca.

—¿Te han dicho que tu risa es encantadora? —inquirió, con ambas manos debajo de su barbilla.

Abrí los ojos.

—¿Eres así con todas? —cuestioné, cruzándome de brazos.

Alcé una ceja, si me iba a tratar como a una más del montón, no iba a permitírselo. Tal vez yo era una tonta, como decía Salomé, pero no iba a rebajarme con los desconocidos.

—A decir verdad, es la primera vez que hago esto —confesó, me dio gracia su expresión de inocencia.

—¿Te refieres a ligar? —pregunté, divertida.

—Bingo —Chasqueó sus dedos—. No nos hemos presentado. Mi nombre es Jean Zelaznog.

Mis párpados se abrieron más que nunca. ¿Zelaznog? No podía creerlo, ¿era una jodida broma? ¿En dónde me estaba metiendo?

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