Amenaza
—¿Te atreves a desafiarme?—la voz de Henrick se alzó de forma imponente, mientras daba un paso hacia ella.
Eloísa se mantuvo en su lugar sin inmutarse.
—¡Ya he tomado una decisión! ¡Helena regresará conmigo!
—Eres muy ilusa si piensas que tus decisiones tienen algún tipo de importancia—se burló el hombre—. Helena es mi esposa y se quedará a mi lado, te guste o no.
La castaña bufó, mostrándose indignada.
—¿Ahora resulta que es su esposa? Esa no es la impresión que dio, mientras se devoraba a esa otra mujer en el restaurante.
—Mi relación con tu hermana no es de tu incumbencia.
Ciertamente, tenía razón en eso último. Pero estaba en su derecho de involucrarse sabiendo que su hermana no era feliz con toda esa situación.
—Estoy al tanto de lo del contrato, sé que solamente la usa para aparentar, aunque no entiendo muy bien con qué fin—señaló—. Así que dígame, ¿por cuánto tiempo más piensa seguir con toda esta farsa?
La mirada del hombre se oscureció tras ser revelada aquella información.
—¿Lo sabes? ¿Ella te lo dijo?—el toque de malicia en su voz no pasó desapercibido para la mujer, quien se sintió ligeramente expuesta ante él.
—Sí.
Henrick soltó una risa que, a diferencia de la primera, estaba cargada de humor. Un humor muy negro y retorcido, que solamente él parecía entender.
—Helena es una tonta, no hay duda—le dijo mirándola de vuelta, sin perder esa cínica sonrisa suya—. Parece que no le ha quedado claro lo complicada que es su situación.
—¡No toleraré que siga amenazándola!
—¡Lo que yo no toleraré es que ella siga faltando al contrato! Hay una cláusula de confidencialidad, y Helena acaba de quebrantarla—le aclaro tajante.
El rostro de Eloísa palideció al escucharlo. ¿Una cláusula? ¿Y eso qué significaba?
—Dime, ¿quieres a tu hermana?
—¡Por supuesto que la quiero! Por eso es que…
—Respuesta incorrecta, niña—la interrumpió con brusquedad.
Un nuevo paso dado por el hombre acortó la distancia. Eloísa retrocedió, sintiéndose sofocada con esa indeseable cercanía.
—Si la quieres tanto como dices, no necesito un sermón al respecto. Lo que tienes que hacer es muy simple—sus ojos grises la taladraron por completo—. Recoge tus porquerías y vete—le exigió.
—¡¿Cómo se atreve?!
Eloísa había levantado su mano con la intención de darle una cachetada a aquel hombre tan insensible. Lamentablemente, su objetivo no fue alcanzado.
La mano de Henrick apresó su muñeca presionándola más de lo que era necesario, mientras su mirada iracunda parecía querer desaparecerla.
Fueron varios segundos en un duelo de miradas furiosas. Los ojos de Eloísa no se quedaban atrás, el desprecio que sentía en ese momento hacia ese sujeto era inmenso.
—¡Suélteme!—exigió al percatarse de que el hombre no parecía querer soltarla, por el contrario, cada vez enterraba más sus dedos en la sensible piel de su muñeca.
Henrick no estaba acostumbrado a ese tipo de actitudes. Las mujeres solían comportarse de manera diferente en su presencia: eran sumisas, y por lo general, se desvivían por complacerlo. Sin embargo, esta niña parecía estar bastante desubicada al respecto.
—Parece que en ese pueblito de dónde vienes, no te han enseñado modales—mencionó cerniéndose más sobre ella. Eloísa quiso retroceder, pero no le fue posible—. Mientras estés en mi casa, vas a aprender dos cosas: aquí, el único que toma las decisiones soy yo, y siempre, se hace lo que yo diga. ¿Te quedo claro?
—¡Imbécil!
En vista de que no podía liberarse, lo único que se le ocurrió fue intentar escupirlo. El hombre la soltó dándole un empujo, cuando sintió algo viscoso chocando contra su cara. Eloísa trastabilló por la fuerza utilizada, pero inmediatamente se enderezó, mostrándose digna.
—¡Me llevaré a mi hermana y me importa un rábano lo que usted diga!—le grito enfurecida.
—¡Eso lo veremos!—la amenazo, dándose media vuelta para dirigirse a la habitación de Helena.
En su estado de rabia y odio absoluto, Eloísa entendió rápidamente que permitir que eso pasara no era una buena idea, así que lo siguió sin dudar.
—¡Déjela en paz! Ella está descansando.
Al hombre le importo muy poco su demanda, porque entro como una fiera a aquella recámara.
—¡Helena!—la llamo iracundo.
—¡Déjela!—continuo, Eloísa detrás de él.
La mujer, quien era recibidora de toda aquella atención. Se fue levantando poco a poco, sus párpados se abrieron con pesadez por el sueño tan pesado que estaba sintiendo. Lo último que recordaba era a su hermana entrando en la habitación con una bebida caliente, después de eso, se recostó en la cama y rápidamente todo se volvió negro.
—¿Q-qué pasa?—murmuró Helena enderezándose.
La imagen de su esposo, al lado de su hermana, le pareció en extremo irreal. Es decir, ni siquiera los había presentado, pero ellos estaban en su habitación mirándola de maneras muy contrarias. Los ojos de Henrick reflejaban furia, mientras los de Eloísa parecían ligeramente asustados. «¿Acaso estaba soñando?», se preguntó tratando de entender qué sucedía.
Lamentablemente, pudo darse cuenta de que aquello era todo menos un sueño. Un temor se instaló en su corazón al ser consciente de ese hecho.
—Quiero que se largue de mi casa—ordeno su esposo, refiriéndose a la presencia de su hermana.
—No, Henrick, de ninguna manera—se negó levantándose de la cama. Por lo general, le obedecía en todo, pero en eso no estaba dispuesta a hacerlo.
—Helena—le advirtió Henrick con ese tonito que siempre utilizaba para coaccionarla.
—No importa lo que digas, no pienso darle la espalda a mi hermana. Mucho menos, después de tener tanto tiempo sin verla, así que entiéndelo, por favor.
—Te atreviste a decirle, Helena—le reprocho.
La mujer se quedó en silencio comprendiendo que, al parecer, Eloísa había estado hablando de más.
—¿Sabes lo que eso significa?
—Yo no…
—Si esto llega a salir a la luz, no voy a tener ningún tipo de contemplación contigo—los ojos grises la miraron fulminantes—. Te destruiré, y me importará muy poco que hayas sido mi esposa.
Helena sabía muy bien que no dudaría en cumplir con su amenaza. Estaba segura de que no únicamente la metería a la cárcel por incumplimiento del contrato, sino que también se encargaría de destruirle la vida a Eloísa. Henrick Collen era un hombre muy malo…