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—No puedo creer que hayas hecho eso —reprocha mi hermana, metiendo las últimas maletas en el maletero del coche—. Dos universidades, Venus, ya van dos de las que te echan —cierra de golpe la cajuela— Por Dios, tienes que aprender de que no estás en la preparatoria. Madura ya —rodea el coche y abre la puerta del conductor— Entra —demanda, adentrándose y cerrando la puerta de un portazo que me hace pegar un pequeño salto en mi lugar.
Rodé los ojos y negué con la cabeza, estaba harta de escuchar los sermones de mi hermana, tiene que aprender de que no es mi madre y que ese papel no le queda. ¡Estoy harta! Miro por última vez la casa que tengo frente a mi, del otro lado de la calle, y el ánimo se me baja.
Extrañaré a Josh, había sido mi Crush en estos meses que viví aquí, y eso que soy pésima para los romances y esas cosas absurdas. Pongo los labios en una sola línea y me apresuro a abrir la puerta del copiloto, me adentro y cierro.
—Tienes que aprender a que no voy a estar todo el tiempo cuidándote, Venus, ya tienes 19 años, compórtate como tal. Algún día yo formaré una familia y ese día no estaré aquí. Tendrás que aprender a ser responsable. Si no lo haces por ti... al menos hazlo por mamá —dice, mientras enciende el coche y arranca. Aprieto las manos en puños, queriendo decirle que no mencione a mamá en estos casos. ¡Lo odio!
Pero me contengo.
—Solo conduce en silencio, Madison —espeté entre dientes.
—Mira que hacerle esa broma a tu profesora es bajo —prosigue, haciendo caso omiso a mis palabras. Odio que hable tanto.
—¿Hacia dónde vamos ahora? —inquiero— ¿a alguna ciudad soleada? ¿O a una casa en la playa?
Necesitaba un lugar de esos urgente.
Madison guarda silencio, como debatiéndose en si decirme o no.
—Tú irás sola —dice después de un rato.
La miro de inmediato.
—¿Qué? Pero si miré tus maletas en el coche.
—Venus, estuve pensando y... creo que es mejor que termines la universidad en Inglaterra —dijo, dándome miradas de reojo.
Entro en pánico, no puedo creer lo que estoy escuchando.
—¿Inglaterra? —inquiero, sin poder creerlo— ¿con quién, Madison? —pregunto, rezando para que la respuesta no sea la que estoy pensando.
Por favor que no la sea, por favor que no la sea, por favor que no la sea...
—Con papá.
¡Maldición!
Me dejo caer en el asiento y resoplo.
—Maldita sea, Madison, no me puedes estar haciendo esto —zanjo.
—No me dejaste elección —murmura—. Te irá bien con papá, está arrepentido y se ocupará de ti. Les hará bien a los dos.
Está arrepentido. Todos dicen lo mismo después de abandonar a sus hijos y volver tiempo después.
—¿Y tú qué harás? —le pregunto sin mirarla.
—Yo... buscaré un trabajo por Lewiston, no lo sé, necesito nuevos cambios. Estaré bien. Tú lo estarás. Papá te matriculó en la mejor universidad, vivirás con él en su cabaña.
—¿Cabaña? ¿Es una broma? —la miro.
—Es linda, Venus, tiene de todo. Está un poco alejada de la ciudad pero vale la pena. Estás en contacto con la naturaleza y hasta hay un lago cerca.
—¿En dónde es exactamente? —inquiero, exasperada. Odio que ella lo haya perdonando así como así. Odio que sea tan blanda y buena, odio que sea como... mamá.
—Loughrigg, Lake district.
No me lo puedo creer.
—Estarás bien, Venus, eso lo sé.
No respondo.
El resto del camino la pasamos en silencio, un silencio torturante. Cuando llegamos al aeropuerto, Madison me dio mis cosas, incluidos mis papeles de avión. Los tomé sin decir nada, ya no podía hacer nada. No es como que huyera sin rumbo alguno. No estoy tan loca. Me despedí de ella, en un abrazo exageradamente largo.
—Tengo que irme, Madison —zanjé, separándome de ella y dándole una sonrisa fingida. En estos momentos la estaba odiando, pero sabía que no la podía odiar de verdad. A pesar de todo, es mi hermana.
Las altavoces en la sala que me encontraba anunciaron el vuelo a Inglaterra, las demás personas sentadas al rededor de mi empezaron a ponerse de pie y a tomar sus cosas. Caminamos por un tubo hacia las puertas del avión. Cuando llegamos al interior, me fui a la última fila, en donde no había nadie.
Acomodé mis cosas en la parte de arriba y me senté en el asiento junto a la ventana. Aún seguían entrando personas al avión. El cristal de la ventanilla estaba empañado, levanto mi mano y dibujo un corazón partido por la mitad en el.
Cuando por fin estaba todo listo, el avión empezó a moverse. Me sentí extraña, ya que me iba de mi país, y no sabía si algún día volvería.
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Pasajeros con destino a Loughrigg, por favor tomar sus respectivas pertenencias y salir del avión. Hemos llegado.
Escucho la voz de la azafata a lo lejos, entreabro los ojos y miro movimiento a mi alrededor. Observo por la ventana que es de noche. Ha de ser de madrugada, no lo sé.
Me pongo de pie y tomo mis maletas, camino en fila con las demás personas hacia afuera. Salimos por el mismo tubo por el que entramos hasta que llegamos al aeropuerto. Hay muchas personas abordando y saliendo de los aviones. Ni siquiera sé a dónde ir. Sigo a las personas para guiarme un poco, hasta que llegamos a un lugar para retirar las maletas. Pasan y pasan, pero no son las mías. Hasta que miro venir dos maletas negras a lo lejos. No se pierden por nada. Las tomo, hago todo lo demás y me dirijo a la salida.
Okay, ahora no sé a dónde ir otra vez.
¿Se supone que Kyle —mi padre— me tendría que venir a recoger? No es como que lo conozca, hace más de diez años que no lo veo. Ni siquiera me acuerdo de su cara. Hay varias personas adormiladas con carteles en mano. Los leo y leo hasta que quedo en uno. Dice Venus Maxwell, mi hija.
Algo dentro de mi se remueve, pero no de cariño ni nada de eso. Más bien de rencor y remordimientos. Pero no digo nada. El hombre que lo sostiene ya es bastante mayor, su cabello es todo blanco y hasta su barba. Todo un señor. Lo único que me sorprende es que no tenga panza. Aún.
Me armo de valor y me acerco a él.
Kyle me nota, sus ojos negros se agrandan de sorpresa y temor, no lo sé, de pronto lo sentí nervioso.
—¿Kyle? —cuestioné, alzando una ceja.
Baja el cartel.
—¿Venus? Estás... toda una señorita. —dice.
Me contengo para no rodar los ojos frente a él.
—¿Nos podemos ir? Es que estoy cansada.
Sus ojos decaen un poco, pero después se obliga a sonreír y asentir.
—Claro, vamos —empieza a caminar, así que lo sigo. Saco mi celular y miro la hora, son las cinco de la mañana. Dormí todo el día y la noche. Es obvio que no tenga sueño justo ahora, pero era algo que no le iba a decir.
Salimos a la calle, Kyle se dirigió a un auto negro bastante bonito. Al parecer le va bien en este lugar. Toma mis maletas y las mete en la parte de atrás, yo me apresuro a montarme al asiento copiloto. Observo por el espejo retrovisor que cierra la cajuela y se dirige a la puerta del conductor, la abre y entra, cerrándola después.
—Venus, quiero que sepas que... estoy muy emocionado de que estés aquí. En serio. —dice, mientras enciende el coche.
Sí, estás emocionado y no hiciste nada por verme estos once años. Me muerdo la lengua para no hablar.
—Ajá —es lo que consigo responder.
—Te va a encantar el lugar.
Arranca. Mientras íbamos por la carretera notaba los bosques, la niebla, el día que apenas comenzaba ya se estaba aclarando. Noté las nubes grises. Era hermoso. Algo bueno salió de todo esto. Papá... digo, Kyle, pasó por un pueblo bastante grande y bonito. Habían casas lujosas y todo eso. Pero después tomó el camino del bosque. Manejó varios minutos para después estacionarse frente a una cabaña. Literalmente. Sí, era una cabaña. Pero era la cabaña más lujosa que había visto. Es decir, era una cabaña moderna.
Salí del auto y la contemplé mejor.
—¿Te gusta? —escuché su voz.
—No está mal —respondí.
Kyle sacó las maletas y entramos a la casa. Adentro todo estaba bonito, era espacioso, acogedor y calentito, a diferencia del frío que hacía afuera.
—Llevaré tus maletas a la habitación, después quiero... quiero que hablemos. —dijo.
No quiero hablar con él.
—Daré un paseo afuera —lo miré—, quiero ver el amanecer —mentí.
Kyle dudó un poco pero asintió.
—Está bien, sólo no te vayas muy lejos, en los últimos dos años el lugar no ha estado nada bien así que... sólo no te alejes —y subió las escaleras.
Fruncí el ceño ante lo que dijo, pero no le puse importancia, salí de la casa y caminé hacia el bosque. Quería estar en cualquier lugar menos con él. No puedo hacer esto, pero ahora no tengo elección. Siempre me han gustado los bosques y días nublados, no lo sé. Miré los enormes árboles, noté a una que otra ardilla hasta que llegué a un puente. Me detuve en seco al notar que abajo del puente había un río. Se notaba profundo.
Caminé hacia el centro del puente y me quedé allí, a contemplar el lugar. Aquí sólo se escuchaba el ruido del agua al chocar con las rocas, el canto de los pajaritos y el sonido de las hojas siendo mecidas por una que otra ráfaga de viento. Este lugar habría sido genial si mi madre o mi hermana estuvieran aquí. Pero está él. Sólo él.
En un rápido movimiento me cruzo del otro extremo del puente, agarrándome fuerte de los barrotes. No es como si me quisiera lanzar, pero estaba en posición de hacerlo. Solo quería ver qué se sentía hacer algo así.
—Adiós, mundo cruel —dije, riéndome al final.
Y me lancé.
Bromas.
Me iba a volver al centro del puente, pero al levantar la vista me quedé de piedra. Había un chico entre los árboles, quien me observaba atento. Tenía sus manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón. Su cabello rubio le caía por la frente. Me lo quedé viendo fijamente, tratando de explicar el porqué aún seguía allí, mirándome. Era un tanto incómodo ya que me estaba empezando a asustar.
Sin embargo, de pronto el chico dio media vuelta y se perdió entre los árboles. Y yo me quedé allí, preguntándome qué rayos había sido eso.