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6. ¿Quién eres?

En serio ese hombre creía que a ella le importaba si él estaba o no satisfecho con ella, por supuesto que no le importaba, pero si agradecía el gesto.

Sin embargo, no lo demostraría, ni lo expresaría en voz alta, mucho menos frente a Michael.

Michael, dejo a un lado su celular, tomando la taza de café que había a un lado de la silla donde se encontraba.

Una semana había estado tranquilo, sabiendo que ella había aprendido su lección, pero ahora, tras haberla felicitado, volvía a llegar tarde. Volviéndose a poner en peligro.

Debía de haber una manera de hacerla entender, aunque ya se encargaría de eso más tarde. Tal vez sí la cuidaba más de cerca.

Se levantó de su asiento y camino por la estancia antes de volver a tomar su móvil.

—Has lo que tengas que hacer, pero has justamente lo que te voy a decir— dijo Michael a la persona al otro lado de la línea de su móvil.

Fleur tras un baño, se acostó a dormir, mañana sería un día pesado y por como habían estado las cosas con el hijo de su jefe, estaba segura de que si no iba preparada para el final del día tendría un problema muy gordo en sus manos, con lo cual lidiar.

—Si tan solo estuvieran ustedes— murmuró, viendo una foto de sus padres muertos, abrazándose a ella y así quedarse dormida.

Fleur soñó con sus padres, no era una pesadilla como en las otras ocasiones, todo lo contrario, en el sueño ellos estaban orgullosos de ella, por lo bien que se cuidaba y la forma que vivía su vida, pero no fue lo único con lo que soñaría la joven.

También en sus sueños se coló alguien más. Una persona que se mantenía oculta y al mismo tiempo le hacía sonreír pese a no poder ver a la cara, porque cada vez que ella deseaba verlo a los ojos él se alejaba.

—¿Quién eres?— le preguntaba Fleur a esa persona, pero en vez de responderle solo se alejaba haciendo que ella corriera para alcanzarlo.

Cuando por fin le dio alcance y pudo ver su rostro era el hombre que la sacaba de quicio y al mismo tiempo la hacía sonrojar.

—¿Pero qué haces aquí?— le preguntó Fleur.

Michael no respondió, simplemente, llevo su mano derecha hasta su cuello.

El toque de él sobre su piel, hizo que ella gimiera de manera involuntaria.

Sin embargo, su gemido no fue escuchado, ya que Michael aprovecho que los labios de ellas se habían entreabierto para besarla, fue un beso que empezó siendo suave y que empezó a escalar a medida que sus cuerpos y sus bocas encontrarán la forma de encajar de manera perfecta.

Ella se dejó llevar, acercándose más a él, llevando sus brazos al cuello de ese odioso hombre mientras le permitía recorrer con sus manos su cuerpo.

Joder ¿Cómo podía ser tan odioso y al mismo tiempo tan malditamente sensual y sexy?

Era algo que no entendía, Fleur y no importaba, estaba soñando y desde la muerte de sus padres era el primer sueño que no le provocaba miedo todo lo contrario.

Le estaba provocando una necesidad de llevar sus manos por su cuerpo, no importaba si estaba soñando su cuerpo, empezó a actuar a medida que el sueño iba evolucionando.

—Esto es un sueño…— dijo de pronto tras terminar ambos ese beso que los dejo sin respiración.

—Puede ser que lo sea o pueda que no, cara mia— susurro él bajando por el cuello de Fleur, obligándola a cerrar sus ojos y dejar de preguntar.

Una de las manos de Michael se deslizó hasta su escote, empezando a desabrochar uno a uno los botones de la pijama que en ese momento traía.

—Como me gustaría que durmieras desnuda.

Le escucho Fleur que le decía Michael, quien iba ya bajando por su escote, sintiendo como sus dedos hábiles empezaban a juguetear con sus pezones, lo que hizo que ella se humedeciera.

Justo cuando iba a él a meter en su boca su pezón y el cual ya importaba por atención, el sonido de la alarma de su celular la despertó.

Se encontraba sudada y con una de sus manos en uno de sus pechos y la otra mano metida bajo el pantalón corto de su pijama

—Fleur debes estar volviéndote loca, mira que soñar con ese hombre… — se dijo a sí misma, parándose de golpe de la cama y corriendo hacia el cuarto de su baño a darse una ducha.

Fue una larga ducha mañanera, porque llego al trabajo una vez más tarde, casi rozando la hora de entrada, logrando escabullirse y no toparse con el hijo de su jefe.

Todo el día estuvo huyendo de él, pero al final del día, logró encontrar la excusa perfecta para hacerla trabajar una hora más tras cerrar.

Fleur no quería, sobre todo si el hijo del jefe se quedaba también.

—No, no estaré yo, cansado estoy de estar todo el día aquí — le dijo el hijo de dueño despidiéndose de ella.

—Maldito junior, mimado— susurro Fleur una vez lo vio marcharse por la puerta, sintiéndose aliviada, si no fuera porque necesitaba el trabajo, ya sé hubiera largado.

Salió tarde del restaurante y como no hacerlo, el maldito la hizo ser la responsable de limpiar toda la cocina, pese a que no era su trabajo, pero con la excusa de descontarle la paga por sus llegadas, tarde al trabajo no le había quedado de otra más que aceptar.

No llego a tomar el último camión que la llevaría a su casa, así que tomo el que la dejaría más cerca de donde vivía.

Eran casi las 11 de la noche, las calles parecían casi desiertas, pero eso no le importaba, no era la primera vez que ella caminaba por esas calles a esa hora de noche; sin embargo, era la primera vez que ella tenía miedo.

Era un miedo que la hizo voltear en más de una ocasión vacía hacia atrás, por lo que no dudo en correr.

Corrió rápido, todo lo que sus pies cansados le permitían, mentiras seguía escuchando, que la seguían.

No lo estaba imaginando, porque quien la siguiera, también había empezado a correr.

Casi llora de alegría cuando al cruzar una esquina vio su casa, unos pasos más y estaría libre.

Mientras corría hacia la puerta buscaba entre su bolsa su llave.

—Por favor… vamos, no es momento para que ustedes se escondan.

Fleur hablaba con las llaves en su bolso como si estás pudieran entenderle y así aparecer rápidamente en sus manos.

Los nervios no la dejaban buscar las llaves, estaba a punto de golpear la puerta cuando por fin las encontró.

Fleur no tardó en deslizar su llave por la cerradura. Su corazón latía cada vez con más fuerza, no podía escuchar más nada que no fueran los latidos de este, los cuales cada vez eran parecidos a los de un tambor que la ensordecía por completo.

Pero no importaba por qué, ahora lo único que le importaba era entrar a casa y ponerse a salvo.

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