Sinopsis
Amy es una jóven mujer tímida, gracias a las circunstancias de la vida. Una madre que desde que su padre las abandonara se volvió amargada y frustrada, olvidándose de Amy, viendola como la carga más pesada de su vida, dejándola casi vivir a su suerte y Amy crece siendo insegura, callada y tímida, refugiándose en su habitación, libros y en su imaginación, dónde una noche sueña con Harlene quien en sueños le da amor cariño y comprensión, hasta que un día todo se rompe y su sueño se convierte en una pesadilla.
Capitulo 1
Resiste un poco más. Ya queda menos pará que los océanos se cierren y las nubes emerjan de su cárcel de agua.
Si tú amor es posible, si el prodigio de tu cuerpo en la noche bajó el mío es una realidad que nos envuelve, no dudes de que siempre mantendremos la aurora en la mirada al contemplarnos, la hoguera de un futuro compartido.
Igual que las raíces, tu me arraigas.
Ya no temo a la vida porque se qué eres cierta.
De Helio.
Amy
Siempre fui una persona solitaria e insegura de mi misma, recuerdo que a mí más tierna infancia mi madre y mi padre se la pasaban discutiendo la mayor parte del día cuando se encontraban en casa, mientras yo miraba asustada y mamá me tomaba en brazos y me encerraba en el cuarto en dónde me dejaba llorando sin importarle mi llanto, siempre era lo mismo entre ellos dos hasta que un día él no volvió más y mi madre se vio en la necesidad de trabajar para poder mantenernos a las dos, para suerte nuestra la casa en la que vivíamos y vivimos actualmente era de mis abuelos maternos que habían dejado a mi madre la casa en la que hoy vivimos cinco personas.
Cuándo mi padre se fue mi madre cambió aún más, lloraba y se la pasaba de mal humor todo el día pagando yo las consecuencias de su malestar sentimental, no podía pedirle de comer o preguntarle alguna cosa porqué me gritaba al punto de hacerme llorar y su exasperación crecía aún más al igual que su ira, así que me encerraba en mi cuarto para no escucharme y pedía que me callara o sino no me abriría la puerta y a mí no me quedaba de otra mas que callar y dejar de rogarle, cuando ella abría esperaba que me abrazara pero ella solo mostraba indiferencia para mi y así fue por más de un año en los cuales yo iba y venía de algunas guarderías, en las cuales recibía mi último alimento antes de volver a casa con mi mamá de mal humor cómo siempre y la mayoría de las veces era arrastrada por ella en las aceras cada que me tomaba de la mano y yo no podía seguirle el paso.
Cuando fui a la primaria era pequeña y delgada, aún seguía sin alimentarme demasiado, mi madre solo me daba cereal y cuando volvía era lo mismo, ella no solía cocinar más que en contadas ocasiones, cuando no parecía estar tan de mal humor y miraba que yo ya no quería más cereales con leche. Era una niña triste y solitaria, preguntándome ¿Por qué había venido a este mundo? Muchas veces solía llorar por las noches hasta quedarme dormida y al día siguiente me levantaba con una sensación de pesadez y cansancio, me volví lenta y retardada, además de que comencé a sufrir de acoso escolar por parte de mis compañeros, que se reían de mí por ir mal peinada a la escuela ya que mi madre nunca me peinaba y yo hacía lo que podía con mi cabello, pero era un desastre comparada con los bonitos peinados de mis compañeras que eran alistadas por sus madres, por esa razón me aislé de mis compañeros de clase que a veces insistían en molestarme hasta hacerme llorar y era algo que yo no quería hacer para no darle más satisfacción, pero era inevitable controlar mi llanto y mis miedos que eran como demonios dentro de mi y me impedían encontrarme feliz con mi vida.
Cada que volvía a casa llegaba con alguna goma de mascar enredado de mis cabellos y mi madre peleaba conmigo cada que le pedía me lo quitara de la cabeza, me decía que ¿porque no me defendía? o ¿porque era tan tonta como para no poder hacer algo por mi misma? pero ¿que podía hacer yo cuando el miedo me paralizaba? incluso tartamudeaba cuándo mi madre enojada me preguntaba algo, luego con el tiempo opte por ya no pedir ayuda de mi madre para que me quitara el chicle de mis cabellos, lo que hacía era cortarme el mechón para tirarlo a la basura.
Cuando cumplí once años me propuse cocinar yo misma, lo que más había en casa eran huevos así que me dispuse a cocinar uno, había visto a mi madre hacerlo algunas veces así que no era tan difícil, sin embargo yo era torpe y al momento de echar el huevo a la sartén con aceite me pringo y me quemó, el aceite que brinco cayó sobre mi brazo y yo no hice nada más que brincar como chapulín en lo que se me pasaba el dolor, luego me acordé de que tenía que mover lo que tenía en el fuego, busqué una cuchara para moverlo pero el fuego estaba muy alto así que casi se quemaba, lo moví hasta que quedó semi revuelto y cocido, lo serví en un plato para comérmelo, una vez en el plato me di cuenta de que tenía exceso de aceite, pero una vez que le quité el exceso, parecía comestible, así que me senté a la mesa satisfecha conmigo misma a pesar de estar quemada y de que en mi brazo ahora tuviera una gran bomba. Feliz metí a mi boca el primer bocado de huevo a mi boca y no me supo tan bueno, le faltaba sal, algo que tenía arreglo, así que fui en busca de sal y rocié mi alimento hasta creer que estaría bueno y una vez satisfecha me dispuse a comer de nuevo y para ser la primera vez que hacía cocina no estaba tan mal, pero además mi estómago rugía de hambre y aquello me hizo por primera vez desde hacía mucho tiempo felíz, hacer algo por mi misma fue satisfactorio para mí y cuándo mi madre llegó a casa luego de su trabajo miró mi brazo.
-¿Qué te pasó? – me preguntó con voz monótona dejando su bolso en un raído sillón.
-Me quemé – dije con voz temerosa.
-¿Con que? – continuó mirándome seria mientras se sentaba.
-Con aceite. Cocine un huevo para mi.
-Por lo menos ya no me molestaré en hacerte de comer – dijo aburrida – ya he comido algo fuera.
Fue todo lo que dijo y no se molestó en ver de cerca mi quemada, desde aquel día comencé a hacer comida para mí, pero solo eran huevos, huevos revuelto con jamón cuando había o simplemente solos.
Después de aquello para terminar de ser blanco de más burlas en la escuela y del salón de clases en específico, la regla me llegó por primera vez sin tener aviso de nadie y mucho menos de haber tenido una orientación por parte de mi madre. Fue el día más vergonzoso de mi vida, había tenido muchos pero ese había sido el colmo, cuándo me levanté de mi asiento para ir al baño porque me sentía rara de allí a bajo, mis compañeros comenzaron a murmurar y algunos a reírse de mi, la maestra se dio cuenta de que era lo que sucedía, con severidad regaño a los alumnos y se acercó a mi con rostro serio, pero luego lo dulcifico dedicándome una sonrisa que nadie jamás ni siquiera mi madre me había regalado, mi corazón latió desaforado al ver lo linda que era y la vergüenza que había sentido desapareció de mi unos segundos antes de que mi maestra rompiera el hechizo en el que me había sumergido gracias a su sonrisa.
-Ven Amy, vamos al baño – me dijo – te ha venido la regla – yo la mire con estupor, nadie me había hablado de eso, mucho menos mi madre. Yo me gire y a la vez jale la falda para verme, me encontré con una gran mancha roja que provocó mi llanto. La maestra me abrazo y me consoló.
-No llores. A todas las mujeres nos pasa, es algo normal.
La maestra me llevo al baño de mujeres y allí me hizo entrar a un cubículo, me dijo que me quitará la falda y se la pasará que le quitaría la mancha, yo obedecí y se la di, ella me pasó una toalla femenina la cuál me indicó como ponerla en mi ropa interior también manchada pero no podía quedarme sin ellas, así que espere un buen rato allí hasta que la maestra volvió con mi falda casi seca y me aconsejo que me pusiera lo de atrás para delante y así lo hice, cuándo volvía con ella al salón no quería entrar, temía a las nuevas burlas pero la maestra me instó a entrar dejándome sin más remedio que obedecer, todos me miraban ocultando sus risas y sentí la cara enrojecer, poco después de que la atención hacia mi pasará comencé a sentir dolor abdominal y yo no sabía en aquel entonces de qué sufriría de cólicos y que debía apuntar en un calendario el día en que comenzaba a menstruar para llevar mi cuenta. Mi madre fue la persona que menos me mostró cómo era aquella nueva etapa de mi vida, me dio miedo y pena decirle, así que recurrí de nuevo con la maestra antes de regresar a casa de nuevo y ella me acompaño a la tienda más cercana para comprarme un paquete toallas y me las dio.