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Los regresos

Amaia

Los regresos nunca son fáciles. Si te esperan con deseo, sientes mariposas en el estómago de la alegría de volver a los tuyos. Si lo hacen con pesar, sientes unos nervios incontrolables por lo que sucederá.

Pero en mi caso era peor, ni siquiera me esperaban. Sentía un dolor en la boca del estómago que casi no me dejaba pensar como explicarles mis motivos, mi ausencia y mi pena de todo este tiempo sin ellos. Y sobre todo que me creyeran.

Eran demasiados regresos en uno solo.

Regresar a mi familia, a mi madre, mi hermana. Regresar a mi pasado, mis recuerdos mis miedos. Regresar a mis amigos.

Pero sobre todo era regresar a él.

A un amor que se sentía ahora imposible, que sentía lejano pero presente. Regresar al deseo de Aidan.

Un deseo que me consumió desde el inicio, desde la primera mirada por aquella ventana y que se avivaba en mi interior con cada pensamiento.

Con el miedo en la piel conduje hasta la dirección que me había dado Douglas. Mi madre vendió nuestra casa y se mudaron a esta, donde asumía tendrían recuerdos mucho más hermosos que en la anterior plagada de falsa moral y un nefasto final.

No sabía quién me recibiría, ni cómo, pero una vez tomada la desición no daría marcha atras.

Mis manos sudorosas abrieron la reja de la entrada y mis piernas ansiosas me llevaron hasta el umbral de la casa.

No alcancé a llamar al timbre, pues la puerta se abrió ante mí, dejando a mi cuñado pasmado.

— ¿ Dime que no eres una aparición del más allá?— si algo extrañaba de el era su humor y su desgarbada personalidad.

— Una aparición si Ash, del más allá... Bueno depende.

No pude seguir hablando, me cargó como a una niña y me daba vueltas dentro de su abrazo riendo tan alto, que me dió ternura su reacción.

Un grito nos separó y la figura de mi madre se paró frente a mí.

— ¡Oh mi niña, mi niña! Siempre supe que estarías viva, una madre sabe que sus hijos viven. Siempre lo supe. Amaia.. mi nena.

Mi madre me partió el alma con esa frase. Si ella supiera lo hondo que me llegaba. Sus lágrimas mojaban mis hombros y las mías se unieron a las de ella.

Ese abrazo que solo una madre puede dar, me lo estaba dando la mía ahora.

Me hacía muy feliz, me calentaba el corazón. Y a la vez me abochornaba.

Tanto que les hice sufrir con mi desaparición. Tan cerca que estaba pero tan lejos a la vez.

Me sentí miserable y responsable del dolor de otros. Mi único consuelo era pensar que yo necesitaba mi propio espacio para sanar y prepararme para velar por mi misma.

La gente en la que deposité mi mayor confianza me había fallado, pero me había enseñado que hay que fortalecerse y hacerse responsable de su vida.

Era justo lo que yo sentía que había hecho.

Dentro del abrazo de mi madre pude ver a mi hermana, mi propio reflejo humano, a los pies de la escalera. En el piso chorreando agua y envuelta en un albornoz.

Sus lágrimas no se podían ocultar detrás del agua que escurría de su pelo.

— ¿ Dónde has estado mi niña, dónde? — lloraba mi madre marcando mi rostro con sus únicas manos.

— Mamá, hay cosas que no puedo contarte pero prometo que estoy de regreso ahora y no me iré.

— Pues aquí no te quedas Amaia. Si tuviste el valor para echarnos de tu vida todo este tiempo, pues es señal de que falta no te hacemos. Así que aquí, no te quiero.

No podía juzgar a mi hermana. Estaba dolida. Ella como todos estaba feliz y sus lágrimas lo demostraban. Pero su reacción era lo que esperaba.

Sobre todo porque Aitana, no era cualquier persona. Era mi melliza, toda la vida estuvimos juntas y ella se fue conmigo cuando mi padre me mandó lejos. Sin embargo yo la aparté como hice con todos.

— Nena, pero...¿Que dices?— Ash arrugaba su frente mirándola.

— Tu te callas Ashton, aquí no la quiero. Ella nos botó de su vida, no tengo porque recibirla hoy porque simplemente quizo volver.— se levantó del suelo y me encaró, pero mi madre la detuvo.

— ¡Aitana! — la regañó mi madre con voz dura— Está es mi casa y ella mi hija, no te conciento que le hables así a tu hermana.

— Pues me voy yo— y se giró para subir por la escalera con Ashton silencioso recostado al marco de la entrada, de lo que parecía la cocina.

— Tu bajas y besas a tu hermana.

— No quiero.— mi angelito estaba furioso.

— Tranquila mamá, no pasa nada. Mi hermana tiene razón. No debí irme como lo hice pero tengo mis motivos,unos que no les puedo contar y otros que los contaré en su debido momento y cuando Aitana este dispuesta a escucharlos.

— Pues ya puedes esperar sentada.— mi madre iba a hablar cuando ella continúo — es muy fácil venir ahora Amaia, cuando todo pasó a recibir el abrazo y el confort de tu familia. Pero,¿ Dónde coño estuviste cuando todo se fue a la mierda?

¿Cuando yo tuve que lidiar con el sufrimiento de mi madre, con el hospital de tu marido, con su rehabilitación y su alcoholismo?

¿Tu dónde coño estabas cuando la policía venía a la casa a decir nada de ti? ¿ Quien te crees que eres?

Ahora porque decidiste volver, te tenemos que recibir como si vinieras de estudiar un máster en el extranjero. Pues no, de mí no esperes eso.

Porque yo viví una pesadilla por tu culpa. Por irme detrás de tí a apoyarte a aquella maldición de internado y tú ahora necesitabas espacio. No seas cinica.No eres más que una egoísta.— vociferaba sin control apoyándose en los gestos de sus manos para hacer más duras sus palabras.

Mi rostro no tenía espacio para cargar una sola lágrima más. El dolor en el alma de todo lo que me decía era mayor porque sabía, que tenía razón.

— Nena, eso fue un golpe bajo— aportó Ashton con cuidado su opinión y se ganó una furiosa respuesta.

— Ah, la verdad ahora es un golpe bajo. ¿Y que hay de Aidan?

Deberías pensar en tu hermano y todo lo que pasó, todo lo que aún está pasando. Pero no, pobresita Amaia, vamos todos a cargarte como hizo Ashton como si nada hubieras hecho. Cómo si tú no nos hubieras mandado a la mierda ocho putos meses.

Y eso último lo dijo con la voz rota del llanto y se fue sin mirar atrás por las escaleras.

Me recosté en la puerta y llevando mis manos al rostro traté en vano de esconder mi sufrimiento.

Dolía, todo lo que dijo dolía, porque en el fondo era cierto. Y la verdad a veces duele.

— Mi niña, hablaré con ella. Se le pasará. — mi madre secaba mis lágrimas con sus dedos.

— Amaia, ella está dolida, ha sufrido mucho. Pero todo va a mejorar. Lo verás. Yo estoy feliz de que estés de vuelta, sobe todo, porque mi hermano encontrará paz en tu retorno.

— Ash, tengo que hablar contigo pero ahora necesito irme. Volveré a ver a mi madre y hablaremos.

— No te vayas aún, por favor— mi madre tomó mis manos y las besaba sin parar.

— Mamá, es lo mejor. Deja que mi hermana se calme y te prometo que te contaré. Lo importante es que estoy bien, ya empiezo a trabajar y tengo un departamento al que te llevaré pronto, para que lo conozcas y estés tranquila.

— Pero,¿Y la escuela?

— Ya no voy a seguir mamá, tengo otras prioridades ahora mismo. Pero prometo que entenderás todo. Lo prometo.

— Amaia, pasado mañana inauguramos un negocio, ven por favor. Sería un lugar neutral para que vieras a mi hermano.

— No lo sé Ash, deja que las cosas se calmen y te digo .— besó mi mejilla y subió las escaleras de dos en dos justo por dónde se fue mi hermana.

Mi madre estaba con su delantal y un paño en la mano mirando hacia afuera.

— ¿Es tuyo el auto?

— Es mío mamá si, perdóname. Perdóname por todo. Te contaré, pero ahora debo irme— besé su frente en un gesto largo.

— ¿ Dónde estás viviendo? Dame tu número de teléfono para llamarte. — buscó en la mesita del recibidor un papel para apuntar.

— Mamá, si te doy mi número se lo darás a Aidan, y no es momento. No estoy lista. Por eso quiero irme. Yo te llamaré. Tengo el número de la casa. Solo espero que seas tú quien conteste.

Un último abrazo y un beso que extrañaba por demasiado tiempo ya, fue mi salida de aquella casa, en la que mi hermana no me quería.

Por el camino llamé a Douglas y quedé en verlo en su casa. Julia me invitó a comer con ellos y me pidió que me quedara a dormir.

Pero quería estar sola. Tenía tantas cosas que pensar y tantas que reorganizar, que necesitaba la paz de mi espacio. Sola.

Más tarde me fuí a mi casa y cuando estaba bañada, con mi pijama puesto y metiéndome dentro de mi cama sonó mi móvil.

En la pantalla decía comandante, ya me habían asignado a uno y me habían dado su teléfono, pero yo no podía llamarlo hasta que él no se comunicara conmigo.

Un poco molesta por la hora a la que el maldito comandante decidía llamarme dije hosca...

— Dígame comandante.

— ¿ Así le respondes a tu marido?

Pequeña...

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