La bienvenida
Las manos me sudan, no lo puedo evitar. ¡Estoy nerviosa!
Llevo unos pantalones clásicos beige con pinzas y una camisa blanca muy profesional metida por dentro y siento que se me va a marcar el sostén si sigo sudando. Los tacones me dan seguridad al caminar y es todo a lo que me aferro para pasar por esto.
Decidí recoger mi pelo rubio en un moño alto para parecer seria, no quiero que mi primer día se preste a confusiones.
Hace exactamente dos semanas que vengo pensando en este momento y siento que ningún tiempo será suficiente para que me haga a la idea de lo que estoy a punto de hacer.
Entrar al club: La catedral del placer, sea de día o de noche es igual de impactante.
Días atrás vine en la noche y nadie podría reconocerme pero la sensación de hacerlo ahora, a plena luz del día es igual de perturbadora. Est sitio tiene algo que atormenta mis entrañas y me pone de los nervios.
Es como saber por debajo de cada poro de mi piel, que aquí se suceden cosas que nunca podrán pasar por lícitas ni serán poco trascendentales en mi vida...lo sé y es algo que tengo claro. Pero claro de clarísimo.
Hay un sinfín de motivos por las que debería salir huyendo de aquí pero hay otro sin número de los mismos, que me lo impiden y no es casualidad que lleve un localizador federal en mi cuerpo. Esa gente no se anda con medias tintas. Si me voy me meten automáticamente a la cárcel.
Salma, mi contacto y amiga aquí dentro me ha conseguido el puesto, en confabulación por supuesto, con los polis, ella es parte como yo de todo este cometido.
Ella, siendo la amante exclusiva del mejor amigo del dueño del club, a quien están directamente investigando, es quien me ha conseguido la plaza.
Según Tullio le dijo a ella, Samuel Straits está dudando de la gestión de nuevos clientes de su adorada esposa y ha decidido cambiar de relaciones públicas para ampliar sus posibilidades de nuevos mercados. Ahíes donde entro yo. La ironía es que todo eso parece ser lo normal en este tipo de empresarios, pero la policía le sigue la pista por otros motivos.
—Señorita Maxwell —llaman detrás de mí y me giro con fingido entusiasmo.
Había visto fotos suyas. Muchas. Internet está llena de fotos suyas y la policía me ha hecho aprenderme de memoria cada poro de su piel pero esto es diferente. Tenerle delante, o más bien detrás...es harina de otro costal.
Tiene los ojos más verdes que alguna vez en toda mi maldita vida he visto. El pelo de un color rubio sucio, regado como si hubiese estado tirando de el. Las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y un maldito traje negro de armani que le queda como a Dios y resulta que su colonia me tropieza en la nariz y me hace temblar el abdómen con su sonrisa atrevida. Es una auténtica locura de deseo inevitable y prohibido.
¡Es demasiado guapo!
Y demasiado alto.
—Sea bienvenida a mi club —saca las manos de su pantalón y las abre intentando abarcar en ese gesto su espectacular club.
—Gracias —carraspeo y le ofrezco mi mano —. Será un placer trabajar aquí.
Frase equivocada. No debí decir eso y la forma en que se ensancha su sonrisa me lo confirma.
¡Torpe, Nikky!
—Ya lo creo que sí...
Me sostiene la mano hasta que yo misma lucho con él para que me suelte. No quiero ahondar en ese atrevimiento.
Su descaro al contestar, también me sorprende. Tengo la sensación de que se muestra algo osado conmigo y no es la imagen que proyecta en las fotos ni tampoco es la información que tengo de él.
Me han dicho que es bastante profesional, recto y distante. Que tiene un matrimonio fabuloso y no coquetea. Aunque puede que sea yo quien está imaginando todo. Prefiero pensar que es así.
—Por favor —dice poniendo el rictus serio esta vez —. Deja de morderte la esquina de tu boca de esa forma. Imagino que es delicioso pero poco apropiado frente a un hombre que podría entender que estás mandando un mensaje seductor y sobre todo siendo yo..., tu jefe.
¡¿Me acaba de regañar?!
¿ Y yo que coño hago mordiéndome las comisuras?
Definitivamente este lugar y este hombre me hacen perder el control de mi misma.
—Lo siento —trago y también pongo un gesto serio —. No volverá a pasar.
—Me alegra saberlo.
No sé que demonios ha sido eso. Luce entre enfadado y agonizando a la vez. Parece sufrir por algo y no entiendo de qué va todo esto. Se me escapa todo lo que sucede y solo espero que cuando llegue a conocerlo esto sea algo superable porque trabajo a su lado con este tío haciendo cosas tan bizarras, no será tarea fácil.
Acto seguido, una música llena el lugar y me descubro mirando el fondo del salón donde un montón de bailarinas ensayan bajo la voz de Sia, cantando: Chandelier.
Le miro y me incita a seguir hacia adelante bajo el marcaje de los números en la dichosa canción. Siento que estoy en una especie de cuerda floja y a punto de caerme. Lo importante es que no sean sus brazos los que me reciban.
—No estés nerviosa que no voy a comerte —susurra de pronto en mi oído.
Este hombre me está provocando no sé por qué pero sé que sí lo está haciendo, y de forma deliberada además.
De repente se pone serio y frío, distante. Y al segundo siguiente parece seductor y se acerca demasiado.
Me dices cosas fuera de lugar y cuando pone su mano sobre mi espalda, creo que gruñe en tanto yo evito jadear por la sorpresa. ¡Me está volviendo loca!
¡No!¡No me lo estoy imaginando todo!
—Señor...
—No me llames así, por el amor de Dios —me interrumpe nuevamente —. Solo Samuel.
—No me parece correcto... —controlo el instinto de llamarlo justo como me ha pedido que no lo haga.
—Deja que sea yo quien decida lo correcto o incorrecto entre nosotros.
Su respuesta o más bien su orden es un tanto ambigua y podría leerse como sugerente y descarada también; pero parece que se ha propuesto ser así el día de hoy y simplemente dejo que todo fluya. A fin de cuentas estoy aquí para crear confianzas con el jefe y si él me está haciendo el trabajo, pues nada... que así sea.
Avanzando entre columnas clásicas y eternas, pisos alfombrados en tonos oscuros y dominantes motivos en toda su decoración, llegamos a un despacho cuya puerta tiene como picaporte dos cabezas de león y luego de abrirlas ambas, él me invita a entrar en el oscuro sitio.
Soy incapaz de prever lo que sucederá porque desde luego no me lo esperaba...
Nada más cerrarse la puerta detrás de mí sus manos me toman de los brazos, me lanza de espaldas contra ella y pone sus palmas abiertas a los lados de mis hombros, encerrandome entre sus brazos y vuelve a sonreír de aquella manera tan extraña que ahora parece acompañarse de un nuevo enfado.
Me da la sensación de que jamás podré entender las caras de este hombre y entonces susurra en mi mejilla algo que no esperaba oír de su parte y a lo que no sé como responder.
—¿Quién coño eres tú y quién te ha mandado a por mí?
Me quedo impávida sin saber qué decir y calibrando la gravedad de mi situación cuando las cosas empeoran al encenderse la luz y una mujer morena, con una belleza notable se acerca y masculla...
—Bienvenida a la catedral del placer, Nikky. Espero que estés a la altura de lo que mi marido y yo queremos de tí y espero sepas que lo queremos ahora mismo.
Me pierdo en los cuatro ojos que me acechan y por más que busco en mis anonadadas neuronas una salida de tan extraña situación, no consigo obtener nada más que una simple frase que no tengo idea de como me atrevo a pronunciar.
—Estoy aquí para servirles a los dos —murmuro de forma suave y plausible —. Pueden pedirme todo lo que deseen obtener de mí.
Ella sonríe, él clava sus ojos en mí y los tres respiramos con dificultad mientras la luz cambia de forma rotunda y sé que empieza el juego. Lo que no sabía en ese momento era... del tipo que sería.