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Capítulo 5 Error.

Dulce permaneció inmóvil a la orilla de la cama, mientras Pedro insultaba al aire, estaba molesto, mucho más que eso, el latino no lograba comprender la razón por la que Horus estaba viendo de esa forma a su amiga, no lo aceptaba, claro que no, continuo con su monologo, mientras se quitaba el saco, luego la camisa, y las manos de Dulce hormigonaban, no pudo evitar que un suspiro saliera de sus labios al ver que se quitaba el pantalón y ese trasero que tanto le gustaba quedaba cubierto y apretado por el bóxer, lamio sus labios de forma inconsciente, dicen que los niños adquieren ciertos comportamientos de quienes los rodean y Dulce había crecido con seis hombres que en más de una ocasión se comportaban como animales, esos pequeños gestos la delataban, Dulce parecía una leona hambrienta, una que quería devorar a Pedro.

— ¿Puedes responder? — indago el hombre, por lo que se vio obligada a sacudir su cabeza, quizás quitando algún pensamiento pecaminoso y se obligó a ver los ojos color caramelos de su mejor amigo.

— ¿El que? — Pedro paso sus manos por la cabeza y acto seguido se lanzó a la cama, ahogando un grito de frustración contra la almohada.

— Iré por tu pijama. — informo la joven, que solo podía pedirle a Dios, hacerla desistir de lo que su mente le gritaba.

— ¿Por qué estabas con Horus? No lo quiero cerca de ti. — no se veía incomodo ante la mirada de Dulce, o quizás ya se había acostumbrado a que lo viera de esa forma, en especial cuando estaba en traje de baño, que, a decir verdad, eran mucho más pequeño que el bóxer que llevaba en ese momento.

— ¿Me lo prohíbes como un falso novio o como mi mejor amigo? — rebatió al tiempo que le entregaba el pijama.

— Como ambos, Horus es una mierda, Dios Dulce, todo lo que has sufrido es por él. — estaba tan molesto que sin querer y gracias a los movimientos que estaba haciendo con sus manos, la camiseta del pijama cayo hacia atrás, por lo que quiso tomarla, se recostó y giro un poco su torso, grave error, nunca bajes la guardia cuando en frente tienes a un depredador, sin importar que sea tu amigo y lo conozcas desde pequeño, había aprendido esa lección, cuando tenía 12 años y Tina, su cachorro de tigre, que ya no era un cachorro, la quiso atacar, no fue su culpa, un dolor de dientes enloquecería a cualquiera, más a un tigre, para tranquilidad de sus padres, Pedro estaba atento, para desgracia de Tina, tenía su arma cargada y buena puntería.

— ¿Qué haces? — pregunto sorprendido al sentir a la joven colocarse a horcadas sobre su pelvis.

— Estoy aburrida y tu estas enojado. — rebatió con una sonrisa que a Pedro lo inquieto.

— Puedes hacer muchas cosas para divertirte, y mi enoja se acaba de ir. — le tembló la voz, a él, el demonio de Chicago, y todo porque la traviesa princesa movió sus caderas, provocando una deliciosa fricción en ambos. — No. — dijo al reponerse y sujeto con firmeza las caderas de Dulce.

— ¿No? — pregunto aparentando inocencia, como si fuera una niña que no es consciente de lo que hace, pero a la vez se retorció en su lugar, sintiendo como le pene de Pedro comenzaba a despertar.

— Detente. — Dulce no podía creer que la voz de Pedro sonara más ronca aun, se podría decir que realmente era la voz de un demonio.

— ¿Por qué? — indago llevando sus suaves manos al pecho desnudo de su amigo, provocando que los ojos de este se oscurecieran.

— Te dije que no. — insistió el moreno ahora tomando las manos de la joven, porque no podía creer que esas caricias lo estuvieran calentado de esa forma.

— Pero yo quiero jugar. — caprichosa, como una niña, con un cuerpo de infarto que se mecía de un lado al otro, ocasionando que la humedad de la princesa llegara a sus bragas, y que el pene de Pedro la sintiera como lava volcánica.

— Dulce… — advirtió apretando los dientes, pero la joven vio como su resistencia caía, como si fuera una castillo de naipes y fue allí donde ella jugo su última carta.

— Mi demonio. — susurro antes de tomar sus labios, gruesos, cálidos, con gusto a tabaco, con una lengua que se mantuvo estática por unos segundos, hasta que reacciono y no fue lo único, Pedro giro sobre sí mismo, aprisionándola debajo de él, llevando el beso a su ritmo, uno caliente como él mismo, mientras su cadera simulaba dar estocadas, provocando una hermosa sensación en la joven.

Lo había conseguido, tal cual sus padres le habían enseñado, un rey conquista, una reina corona, un De Luca no retrocede, y ella no lo hizo, y ahora frente a ella o, mejor dicho, sobre ella, estaba su victoria, Pedro acariciaba su cuerpo a la vez que se deshacía no solo del vestido, también de la ropa interior de ambos, se podría decir que el latino estaba en medio de un frenesí, que le estaba haciendo perder la cordura y le encantaba claro que sí.

— Pedro.

Susurro recibiendo un ruido gutural de parte del hombre, que estaba devorando sus pechos, su boca chupaba de tal forma el pezón rosado de Dulce que la estaba haciendo temblar, mientras una de sus manos se encargaba de acariciar su vagina, subía y bajaba, repartirá roces y presión en los puntos precisos, cuando Dulce comenzó a elevar su cadera y jalar su cabello no se alejó, simplemente fue a su otro pecho, dándole la misma atención que al primero, y aventurando dos dedos empapados en los jugos de la joven en su interior, lo que provocó que gimiera, con fuerza y ganas. Dulce se sentía en el cielo, el mismo paraíso y solo se lo debía a su mejor amigo, uno que acababa de conquistar.

— Dios.

Ronroneo Pedro al colocarse sobre ella, casi la cubrió al completo y aunque ella moría por ver sus ojos, se conformó con verlo tan entregado, su cara reflejaba placer, sus ojos cerrados le concedían un aire tan erótico, como si lo que sentía en ese momento no lo pudiera explicar y lo obligara a cerras su bellos ojos, incluso su voz, que solo ella y sus padres eran los privilegiados de escuchar, ahora no estaba, solo pequeños sonidos de placer y ella se perdía en cada sensación, sin saber muy bien que hacer, era su primera vez y no quería arruinarla, no sabía si decirle que desde hacía un tiempo se había enamorado de él, o simplemente quedar en silencio como Pedro estaba y dejar salir esos pequeños suspiros que estaba liberando aun sin ser consiente.

— Pedro.

Susurro un poco más fuerte al sentir como se deslizaba al fin en ella, no le dolió, no como creyó que seria, o quizás solo era lo excitada que estaba, o por el hecho de estar con quien amaba, porque para ella ya no había duda, lo amaba, era su mejor amigo, su dragón protector, su demonio personal, era todo y ella quería ser todo para él.

Sus cuerpos se ondulaban, uno bajaba y otro subía, sus uñas dejaron en él la prueba de su encuentro, mientras Pedro estaba marcando su alma entera, sintió su cuerpo temblar y como el sudor del latino delataba lo mucho que se estaba conteniendo, Pedro era especial, único, ella lo sabía, su temperamento, su humor y sus necesidades eran un torbellino, uno que a veces lo llevaban a ser demasiado brusco, sin embargo ahora se estaba conteniendo y solo porque estaba con ella, se obligó a ver sus rostro de satisfacción cuando el líquido caliente comenzó a llenarla, cuando en realidad ella quería cerrar sus ojos para poder disfrutar cada sensación como Pedro lo estaba haciendo, se lo diría, no debía ocultarlo ella lo amaba.

— Yo…

— Te amo Verónica.

Las manos de Dulce que se habían aferrado a la espalda sudorosa del latino cayeron a un lado inertes, como si la hubieran matado y quizás así era, Pedro había arrancado su corazón, lo había destrozado, al tiempo que el moreno abría los ojos y se encontraba con la mirada avellana llena de dolor de Dulce.

— Dulce. — dijo separándose de ella y tratando de recordar cuando fue que su mente lo engaño, como pudo confundir los inexpertos labios de la joven, con los suaves, pero audaces labios de Verónica. — Dios, ¿qué mierda hice? — dio un puñetazo a la pared, mientras Dulce se sentaba en esa cama que solo unos segundos antes le había parecido el mejor lugar del mundo y ahora se sentía como el mismo infierno. — Esto no debía pasar, claro que no, ¡soy un estúpido! — grito encolerizado dando un nuevo golpe, pero esta vez a una viga. — Sabía que la pena de verte tan sola y querer reconfortarte un día me traería problemas.

Y eso fue todo, él ni siquiera la quería como una amiga, era pena, todos esos años juntos, fue por pena, ¿Cómo no se dio cuanta? En qué mundo normal un niño de 12 años jugaría y se relacionaría con una niña de 5.

Un rey conquista, una reina corona, un De Luca no retrocede, pero ella no era un rey, tampoco una reina, ni siquiera era una De Luca, ella era Duce Constantini, la princesa de Chicago, y un Constantini no perdona una ofensa, mucho menos una humillación, llegado el caso retrocede, se prepara y destruye.

— Dulce, espera, Dulce. — la puerta del baño no solo detuvo su marcha, también sus gritos, no podía perder el control, no en la finca donde no solo estaba su familia, sino también el tío de Dulce, el Don de Chicago acabaría con él antes de que pueda dar una explicación, pero, aun así, ¿Qué explicación podría dar?, dejo que su frente golpeara la puerta de madera maciza y solo entonces recordó que estaba desnudo.

Regreso sobre sus pasos, para cubrir su vergüenza, sin saber que el mismo infierno espera sobre aquella cama, la mancha roja que demostraba que había tomado la inocencia de su amiga estaba allí, brillante y fresca, riéndose de su desgracia, no supo cuánto tiempo estuvo de pie viendo aquello, su mente no mostraba solución alguna a sus actos, y una pregunta se repetía mil veces ¿Por qué lo hizo?

— Quien te vea con ese rostro no pensaría en que eres el demonio de Chicago… más pareces un perro vagabundo. — giro con sorpresa, nunca había escuchado tal frialdad en sus palabras, menos dirigidas a él.

— Dulce…

— No me hables, haz eso por mí. — dijo viéndolo con furia y el corazón de Pedro se aceleró. — Guarda tu lastima para tu novia muerta, y tus palabras para quien quiera escuchar esa horrible y tenebrosa voz que tienes. — retrocedió dos pasos sin comprender porque le dolía tanto, ya estaba acostumbrado a que se refirieran a su tono de voz de esa forma, pero… viniendo de ella dolía.

— Princesa…

— No me hables demonio, nunca más, haz de cuanta que morí y por tu bien, no te pongas en mi camino.

La vio salir con su maleta, enfundada en un pantalón de cuero negro, con una chaqueta roja, que, hacia juego con la suela de sus altos tacones, ¿cuánto tiempo había perdido regodeándose en su error que no la vio arreglarse? Mucho menos preparar su maleta, y solo eso lo hizo reaccionar, aun no amanecía, y ella no conocía Italia, tomo el pantalón del pijama y sin molestarle tener su pecho descubierto, salió tras… su amiga.

— Wou Pedrito, sí que tu novia te tiene loquito. — dijo con voz jocosa su prima Violeta.

— … — no podía hablar, por primera vez deseaba decir algo, preguntar porque todas las mujeres de la familia estaban en el salón, pero no encontraba su voz.

— Hijo, ¿Qué sucede? — Felipe, quien se contaba como mujer, fue a las escaleras, donde aún se encontraba Pedro con la vista fija en Dulce, quien estaba hablando con Alejandra, como si no se percatara del hecho de que él estaba allí, se veía bien, pero él conocía el dolor en sus ojos. — Pedro. — dijo Felipe a su lado.

— ¿Dónde van? — pregunto susurrando y lo odiaba, detestaba tener una voz que causaba miedo a todos.

— Al hotel hijo, hoy es la boda y nosotras iremos por un buen tratamiento de SPA, y a dejar todo allí, ya sabes, solo los novios regresaran a la finca…. — Felipe como siempre comenzó a explicar todo lo que había organizado para los novios, pero Pedro solo podía verla a ella, su amiga, la que siempre hacia mil cosas para que él hablara, desde que era una niña, y la cual le había pedido que no le dirigiera nunca más la palabra. — ¿Comprendiste? — Pedro vio a su padre y el rubio sonrío. — Solo asegúrate de ir con tu padre hijo, no debes de preocuparte por nada, ya tienen una habitación apartada a tu nombre para ti y “tu novia” — susurro el rubio, y los ojos de Pedro se cubrieron de humedad, al ver a Dulce salir, sin siquiera regalarle una mirada. — ¿Qué pasa?

— Nada. — no lo diría, si ella no lo hacía, él no diría nada, trataría de conseguir su perdón cuando regresaran a Chicago.

Dulce tomo su teléfono móvil apenas y subió a la gran camioneta que llevaría a las mujeres al hotel elegido para la recepción, entro al chat familiar, ese donde no solo estaban sus padres y madre, también los gemelos Marco y Greco de 12 años.

— Necesito regresar a casa, no me siento cómoda aquí, quiero volver a casa. — fue todo lo que escribió y continuación recibió un aluvión de mensajes.

— Sabía que era mala idea que fueras allí. — dijo Marco.

— Uno no cena con enemigos. — agrego Greco.

— ¿Te hicieron algo princesa? — Rocco coloco emojis de una cara roja de furia y Dulce sonrío.

— ¿Pedro no te pudo proteger? — pregunto curioso Salvatore, pues el de ojos negros sabía que ese latino daría la vida por su hija.

— ¡¿Que carajo importa eso?! Estamos yendo por ti hija. — Leonzio podría tenerle cierto cariño a Pedro, pero solo confiaba en ellos para cuidar a su niña.

— ¿Que paso? — indago Ezzio.

— ¿Estas enferma? — pregunto Ángelo.

— ¿Es una recaída? —cuestiono su madre incluso por mensajes podía sentir su nerviosismo y desesperación de que algo malo le suceda.

— ¿Dónde mierda esta Donato? ¿Por qué no nos avisó? — Lupo envió el mensaje, pero ya no pudo ver la respuesta.

— Papá Lupo rompió su móvil. — informo Greco y Dulce bufo.

— Estoy bien, no le he dicho nada a tío Donato, pero… Marco y Greco tenían razón, uno no cena con enemigos. — sus manos temblaban y trato de controlarse al ver la forma en la que Alma la veía, la estaba analizado. — No quiero molestarlo antes de la boda. — envió a continuación, lo que menos quería era que sus padres volvieran a distanciarse de Donato.

— ¿Que paso hija? No puedes solo decir eso, allí esta tu padrino, el ángel de la muerte no es tu enemigo, tampoco lo son Felipe, Carlos, Candy, Amir…

— Quiero volver a casa porque me iré de vacaciones, antes de comenzar la universidad… no quiero ver a Pedro. — su mensaje causo tal conmoción que no obtuvo respuesta hasta casi diez minutos después.

— Imposible, ustedes son como nosotros. — dijo Marco, haciendo referencia a él y Greco, que eran gemelos.

— No quiero verlo sufrir más por Verónica, si me quedo diré la verdad y me odiara… solo sáquenme de aquí, o no sé lo que hare. — mentiría, a su familia, a quienes, si la amaban, sería lo último que haría por su mejor amigo.

— Salimos ahora mismo. — fue el último mensaje de su madre.

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