Capítulo 4 Es un gusto.
Al llegar al pie de las escaleras tenía muy en claro que haría para vengarse, de Horus y Giovanni, ya una vez su padre Leonzio le había contado todo con respecto a la relación con su madre, como la reina de Chicago había accedido a estar con ellos, y todo para adueñarse de su corazón y así destruirlos por completo, por suerte, el final de su historia fue otro, pero, aun así, allí estaba esa vocecilla que le decía a Dulce que se adueñara del corazón de esos dos, para luego arrancárselos.
— Princesa, tu sonrisa da miedo, dime que no se te ocurrió ninguna locura. — el corazón de Dulce se aceleró de solo escuchar a Pedro susurrarle, a ella su voz no le causaba miedo, sino todo lo contrario, Pedro era como su dragón de cuentos de hadas, un dragón que mataría a cualquiera que intentara lastimarla, por lo que cuando vio a Horus llegar al final de las escaleras, a escasos pasos de ella, decidió contestar.
— ¿Qué puedo decirte amor mío? La locura corre por mis venas. — Pedro se sorprendió al escucharla hablar de esa manera, pero lo comprendió al percatarse de que Horus estaba a un lado de ellos, después de todo se suponía que eran novios.
— Hola, Pedro, es bueno... — Horus quedo en silencio, cuando el latino solo lo vio con odio, antes de tomar la cintura de Dulce y guiarla al salón donde estaba toda su familia.
— ¿En verdad no lo soportas? — pregunto con curiosidad la joven y Pedro dejo de caminar para girarla y tomar su rostro con una de sus gigantes manos.
— Por su culpa no serás madre, por su culpa no puedes tolerar ni siquiera un chocolate y sé que te encantan, lo odio, odio que por su idiotez tu vida este limitada. — Dulce dibujo una pequeña sonrisa, al tiempo que coloco su mano sobre la que Pedro tenía en su mejilla.
— Tu eres el mejor chocolate que pueda existir, con gusto moriría solo por probarte. — dijo para luego sacar su lengua a un lado, como cuando eran niños y Dulce decía cualquier cosa para hacer hablar a Pedro, no solo eso, también formo medio corazón con su mano libre, el cual Pedro termino de completar, como era costumbre de Dulce lo engatusaba a caer en sus locuras, mientras el latino solo negaba con la cabeza.
— Me vuelves loco princesa. — y solo cuando lo dijo descubrió que ya no susurraba, y que su voz profunda había provocado que todos fijaran la vista en ellos, que lucían como una pareja enamorada.
— Siempre es un gusto oír tu voz, querido Pedro. — dijo Candy, la abuela de la familia, para terminar con el silencio que se había extendido en el salón.
— Más gusto nos da ver a un nieto más caer en las garras del amor. — intervino Amir sonriendo y como siempre tomando la mano de su esposa. — ¿Quién dice amor y logramos vivir para ver a toda nuestra familia feliz?
Pedro sonrió sin poder evitarlo, podría no llevarse bien con la mayoría de sus primos, pero Candy Ángel y Amir Zabet, siempre lo habían tratado como un verdadero nieto, y él los amaba como si fueran sus verdaderos abuelos.
— A ustedes aún les queda mucho por vivir. — se limitó a decir, y luego le dio un abrazo a cada uno.
— Holaaaaaa. — Dulce estiro la A, se podría decir que se veía como una niña y es que, en la mente de esta joven, esa era la forma en la que la saludaba Candy cada vez que Hades, su padrino la llevaba a su mansión.
— Querida. — se limitó a responder quien tenía el cabello plateado por la edad, pero que sin embargo no perdía la belleza y a continuación la abrazo con fuerza. — Te hemos extrañado pequeña princesa. — susurro, sintiéndose más joven por el solo hecho de hacer un complot para engañar a sus nietos.
— Yo también te extrañe abuelita. — susurro de igual forma Dulce, dejándole en claro cuanto había anhelado aquel rencuentro.
— Te felicito Pedro, tu novia es toda una Dulce princesa. — dijo Amir y sorprendió a sus nietos al abrazar a la joven que supuestamente acababa de conocer.
— Hola abuelito. — dijo en voz baja y Amir dejo salir una sonora carcajada.
— Es… emocionante estar en familia. — se limitó a decir el mayor, quien había cumplido 80 años, pero que aún tenía el vigor de alguien de 50.
De esa forma fue saludando a cada uno de los presentes, con falsas presentaciones y con verdaderos rencuentros, hasta que llegó el turno de Neizan, el mafioso ruso conocido como el vidente, tenía bien ganado su apodo.
— Sabia que este día llegaría, lo que debía pasar paso, ahora todo depende de ti. — murmuro a su lado, con ese aire tan misterioso que siempre lo acompañaba.
— ¿He? — dijo Dulce viéndolo sin comprender.
—Todo comienza y termina en ti, en tus decisiones, pero algo es seguro, nadie escapa al destino. — acoto e hizo un asentamiento con la cabeza y se alejó de la joven, dejándola con piel de gallina.
— ¿Todo bien? — la voz burbujeante de Giovanni la hizo brincar ya que se había quedado viendo el lugar por donde Neizan se había marchado.
— Todo perfecto.
— No puedo creer que te asustaras al escucharme, mi voz es celestial a comparación de la del demonio.
— Puede que me guste más el infierno que el cielo, con permiso “repuesto”. — rebatió con burla y Giovanni la vio confuso.
— ¿Repuesto?
— Sí, si Pedro es el demonio por su voz, tú eres un misero repuesto, el segundo al mando en Sicilia y solo porque la santa no quiso el lugar, ¿comprendes? Eres el repuesto que aguarda a ser útil, adiós.
Se sentía bien, se sentía de maravilla al fin golpear el ego de Giovanni, como él una vez lo hizo con ella, se sentía tan bien que camino hacia el jardín, Pedro había sido “raptado” por sus abuelos y ella no pensaba interrumpir esa conversación entre murmullos, solo había dado unos pasos por el hermoso viñedo, cuando se percató que una de las tiras de sus zapatos se había aflojado, por lo que se inclinó para sujetarla, algo que no logro, ya que de forma abrupta alguien la tomo de la cintura y la pego contra él, provocando que un ligero grito saliera de sus labios.
— Diría que lo siento, pero no es así, la posición en la que estabas era muy… comprometedora, ¿estas tentando al diablo pequeña? — las manos de Horus apretaban su cadera, mientras sus dedos jugueteaban con la fina tela del vestido, no le había podido sacar los ojos de encima en toda la noche, incluso no ceno, por solo estar viendo cada uno de sus movimientos.
— ¿Al diablo? No, quizás al dominio, y ese no eres tú. — quiso salir de esa situación, tenía que alejarse de esas manos que le provocaban calor, Horus era peligro, era todo lo que estaba mal, era un enemigo de sus padres y era el responsable de todo o casi todo lo malo en su vida.
— ¿Qué pasa princesa? ¿No querías que te tratara como a una joya? ¿No tienes curiosidad por saber que tan bien puedo pulirte? — la voz de Horus por momentos era hipnotizante, en especial cuando comenzó a acariciar el bajo vientre de la joven, provocando un dulce cosquilleo entre sus piernas.
— No sé a qué clase de mujeres estes acostumbrado a tratar, pero definitivamente no follare en un viñedo. — trato de decirlo con voz firme, pero no pudo, no cuando una de las manos de Horus ascendió hasta tomar uno de sus pechos.
— Jamás te tomara aquí, tu mereces más que un viñedo… lo veo en tus ojos pequeña. — y la burbuja exploto en ese segundo, odiaba que le dijeran pequeña, aunque lo era, en comparación a Horus y no solo en estatura, también en edad.
— En ese caso, esperare hasta que consigas un lugar digno de mí. — rebatió deslizando su mano por la cadera de Horus, hasta encontrar su pene, algo que no fue muy difícil, teniendo en cuanta lo erecto que estaba. — Y soy una princesa, no una pequeña. — advirtió apretando con fuerza el pene del mayor, ocasionando que Horus al fin la liberara.
— Mierda. — se quejó el hombre viéndola con molestia.
— Princesa. — el heredero de los Bach dio un paso al costado, no por escuchar la voz de Felipe, sino al ver el rostro furioso de Pedro, quien avanzo hasta donde estaban como si fuera una locomotora fuera de control.
— Pedrito. — dijo de forma melosa Dulce, y solo eso detuvo al latino.
— Si te veo cerca de ella, arrancare tu cabeza con mis manos.
—Bueno al fin me hablas después de 13 años.
— No me provoques Horus, si por Verónica me enfrente a Gabriel, por ella soy capaz de enfrentar a toda la familia.
No debía sentir eso, se lo repitió una y otra vez, pero le fue imposible contener a su corazón, sus manos sudaban, sus piernas temblaban, era amor, una voz en su cabeza se lo gritaba, amaba a su mejor amigo Pedro.
— Quiero ir a la habitación. — solo dijo eso y tomo la mano del moreno, que como siempre la seguía a todos lados, solo que estaba vez, quizás se arrepentiría.