CAPÍTULO V LA MINISTRA QUE PERDIÓ SU VESTIDO
CAPÍTULO V
A su llegada a casa estacionó su Volkswagen en el garaje, la patrulla y los guardaespaldas a bordo de sus motocicletas continuaron su avance al verla ingresar sin peligro; no les importaba demasiado su bienestar. Ya en el estacionamiento la señorita se quedó en el auto con la puerta abierta conteniendo una respiración profunda, viviendo desde el interior con aquello que ingresaba del espacioso piso. El lugar estaba en silencio, el área limpia de autos. Luego de un rato sujetó su vestido rojo recién traído del lavado y tomó consigo unos papeles entre los que se contaba el documento preparado por Kerem. Era una copia impresa de su discurso.
Los sirenazos de una ambulancia que pasó por la calle provocaron que se le soltaran los papeles y automáticamente se le invalidaran para la presentación. La hidra de polvo manchó las caras escritas; el documento no pasaría de su apartamento, de sus ventanas, no se presentaría en asuntos formales. Eso la disgustó; le preocupó lo normal, se encontraba llena de dicha, por otro lado, la situación se solucionaría en la mañana cuando su ayudante le entregara dos reproducciones adicionales sin defectos. La señorita F. necesitaba aquellos papeles para familiarizarse con las palabras con que se dirigiría a sus fríos colegas. A medida que la onda del auto de emergencia fue desapareciendo el desbarajuste de los vehículos antes ausente creció haciéndose incesante y unos cuantos se acercaron a la casilla del edificio.
Cuidadosa con lo que cargaba en sus brazos cruzó el pasillo-jardín y subió por el elevador al décimo piso e ingresó en su departamento sin ser vista. Cerró la blanca puerta, ubicó sus cosas en el primer lugar que vio, para ello había varios sitios disponibles. Los malos aires soplaban afuera, pero en su casa se respiraba paz. Se despojó pronto de sus zapatos metálicos y plateados sobre los que reinaban sus pies. Cayeron desordenados encima de la alfombra y Asuman pisando suavemente fue a recostarse en un sillón rojo y tranquilo que en ese momento experimentaba una acepción de excelente autor para su descanso.
Se aflojó la falda, levantó sus piernas largas y la mandó al extremo, se desabotonó la fina blusa dejando para la soledad y la ausencia la exhibición de su vientre firme y el ligero descubrimiento de sus senos lozanos que se conjugaban de manera excelente con el color de su brasier enternecedor que guardaba reserva de los rostros y cumbres frescas de sus senos. La torneadura inquieta de sus piernas se revolvía en una ola tentadora, frágil y codiciada. Su cuerpo podría volverla famosa, a muchos felices de respirar. ¿Se entiende o no? se entienden muchas cosas y hay que considerar a todas ellas. ¡Qué bueno que se encontrara detrás de sus muros siendo mujer para sí! De esa manera, nadie le haría daño. ¡Eso es lo que cuenta!
Para sí misma, se veía como una persona sobreprotectora, natural que bien representaba el papel tradicional de la mujer; no de la mujer sometida, claro está, de una turca europeizada. Los tonos de humor, la seriedad, la madurez, una vanidad esperanzadora y a veces lo contrario; un enojo o malhumor nacido de su independencia humana complementaban su verdadero carácter femenino y de ser humano apto para apreciar las vidas, las pasiones y ponerse nerviosa ante el amor.
Asuman era una ministra diferente y bonita. Nada que ver con las usuales que la habían precedido desde la Europa o de los EE.UU. Medianamente jóvenes al principio, cero sugerentes después, gordas o flacas en exceso con el pelo corto, rubio por no decir blanco y en edad de ser madres de presidentes o protagonizar polémicas con cualquier asunto, incluyendo los descarados. Vale destacar a esta clase de figuras públicas, porque inclusive con su éxito inmoral saturando sus funciones se dan tiempo de envidiar a otras, porque sus formas no se ven desgastadas, inclusive si perduran cubiertas como monjas o sacristanas de monjas durante la vida entera.
¡Qué oportuno había sido que la constitución se modificara obligando a las autoridades mujeres, en especial a ella que era la primera a que por ética y estética vistiera “al nivel” de occidente, su puesto le entregaba el privilegio de ser en cualquier lugar una dama libre! Las demás civiles, aunque también gozaban de cierto indulto todavía corrían el brutal riesgo de recibir piedras, a veces sin siquiera tomarse en cuenta que obedecieran de pies a cabeza la vestimenta y haciéndolo solo porque existían. Acerca de su cargo en el ministerio y el gobierno tenía un proyecto admitido por el Presidente listo para presentar y ejecutar, todo era cuestión de conseguir aprobación de la cámara.
Se sacudió con fuerza en el mueble raso, quiso ver como trepidaban sus senos de mayólica y luna con el movimiento. Era un espectáculo discreto que practicaba sin perversidad en las tardes. Le gustaba hacerlo para sentir el temblor de su cuerpo gelatinoso halando sus nervios, le ayudaba a descansar, le aportaba relajación, además le aseguraba que estaba en casa y no en la calle esperando en una intersección desde donde en cualquier momento era posible ver a gente morir por disparos o explosiones. Acarició sus muslos misteriosos y expuestos con la dulzura de su tacto. Luego se colocó boca abajo con expresión retraída por unos minutos. Su figura rebozaba de salud y belleza. Miraba sus uñas pintadas y concluía sosteniendo las puntas de su pelo en la vacante de su boca. Pensaba en asuntos personales muy serios, aprovechaba muy bien los minutos que tenía a su cargo.
A las seis o antes, llegaría Gizem a desearle buena suerte. Por lo que disponía de unos minutos para hacer muchas cosas o yacer sin obedecer reglas de afuera, era meritorio. Se pasó el pómulo por su hombro suave dos veces y una imagen revoloteó por su mente al atascarse un poco su mejilla. De súbito entre sorpresas recordó al padre de su hija. Extinto por voluntad. Lo moduló y reconstruyó con piedad inesperada, ya no lo amaba, sentía un poco de odio hacia él. Su rememoro le pareció repugnante, si bien no consiguió anticiparse para obstaculizarlo, tuvo el suficiente coraje para desaparecerlo y permitir que otro ser ingresara a las arterias de su corazón.
Después de columpiarse en suspiros por un rato al igual que si se encontrara en los brazos de un hombre o de una mujer que la amara, miró hacia la pecera situada en la mesa de la esquina y se levantó con una sensación de abriles humedades. Se dirigió a la tina de baño, al terminar de llenarla con agua caliente le colocó su perfume favorito y se sumergió en el color violeta de su fondo mientras aspiraba el delicado aroma de una flor. Sus respiros trajeron al epitelio olfativo y a sus cilios sanos todas las sustancias que en una aspiración descuidada se extravían. Sus manos masajearon su cuerpo hasta que los olores comenzaron a desgastarse y esparcirse en el ambiente. Su vientre lúcido sobresalía de las escasas burbujas del jabón pegadas con trabajo en la parte inferior de su piel o se resbalaban a favor de la gravedad.
Y si se quiere, en favor de una connotación distinta de gravedad, su memoria recordó un fracaso en el puerto de Zonguldak; en la Jungla para ser específico. La copiosa mina de carbón [Jungla; sobrenombre dado por los franceses al Puerto de Zonguldak]. Los Pasha, Thair Bey Etendi y Mustafa Efendi propietarios de las cuevas triunfaron ante un grupo de su partido designado para luchar por los derechos de los trabajadores antes de llegar al poder. Estos hombres se colocaron por encima de la ley, atropellaron literalmente a sus compañeros luego que los derrotaran en la corte. El asunto abusivo era preocupante; como ese existían centenares.
Al terminar con su actividad en la cuna de porcelana se levantó con las gotas de su cuerpo cayendo en lluvia. Y sin esperar que el rocío fragante se detuviera se cubrió con la toalla blanca, arrojó al basurero el óvulo solitario de la flor muerta y desmembrada. Pensó en que Gizem estaría a punto de llegar a espolear su silencio y dibujando una sonrisa se marchó a la cocina a preparar un poco de té negro para no ahondar en el fraude de la política y la ley. ¡Y pensar que pudo triunfar en ello y quizá encontraba una solución para salvar a los mineros y a cada uno de los empleados explotados!
Como inicio de su etapa preparatoria dejó una pequeña jarrita de metal en la estufa y fue a vestirse para esperar con codicia a su amada, a la mujer divertida y hermosa que había pellizcado con gracia su corazón. Ingresó a su habitación, se puso bella con su ropa cotidiana, abrigó un agradable infierno primaveral y coqueto en sus labios y mejillas con el maquillaje. Era justo lo que buscaba. Por lo visto, quería disfrutar, apoderarse de su autonomía en esa fase de su vida. Hacerla en demasía, imperecedera, a mayor escala que las que había tenido antes con la misma persona.
La mujer fuerte y especial traída al mundo por el azar tenía en sus ojos una brillantez desmedida; cualidad que aprovechaba para asistir y amenizar la compañía. ¡Bueno, para lo que le plazca! Ella y su casa representaban la calidad y caracteres de persona discreta y consciente. Sin exageraciones ni abusos de libertad, salvo su posible inclinación actual. Por lo demás, era riada en actos, en sentimientos lógicos y racionales. ¿Ignorancia? la que se carga el mundo en general.
El castañeo de agua hirviendo en la tapa de la jarra de cobre la sacó rápidamente de su dormitorio con similar apuro que cuando suena el teléfono o llaman a la puerta para entregar un pedido. Regresó con una taza floreteada, parece ser que en Turquía todo se colma de flores, de base traía un plato hondo con trozos de hielo bien aproximados a la pared para que enfriaran con prontitud la ansiedad. Había apreciado en la cocina el primer bocado para calificarlo, el resultado fue que sus papilas terminaron inclinándose a su sabor sonrosado. Las cosas no son disimiles cuando dos mujeres se aman; se emocionan, lo piensan, lo ensayan con anticipación y hacen té negro, el proceso cae bien.
Es cierto, la homosexualidad en medio oriente es razón de la pena capital. Pero hay que informarse mejor; Argelia, Indonesia, Marruecos, Túnez y Turquía son países multirreligiosos y más tolerantes. Inclusive, la literatura árabe parece enorgullecerse con la poesía de Abu Nuwas quien vivió abiertamente su homosexualismo. “Las Mil y Una Noches” también preservan entre sus hojas quiméricas acercamientos sexuales entre personas del mismo género que podrían citarse para quien lo dude, pero que no son muy necesarios, pues no se puede convencer de gran manera a quien se niegue a creer, aunque vea si se excusa en distintos entretenimientos para rechazar. Estos puntos a favor sosiegan de algún modo a los exegetas de la biblia coránica que dicen que los hechos contados en su libro contradicen estos encuentros. Con esta explicación y advertencia no queda sino amarse. ¡Claro! bajo una mínima de clandestinidad y disimulo.