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Capítulo 2: Pelea de gatas por el mismo hombre

Lucía Rodríguez "La Chispa" volvió otro día al gimnasio para recibir un nuevo entrenamiento del gran Maestro del Boxeo Sensual, Don Fabuloso Valentino.

—¡Ey, qué pasa, campeona! —exclamó con una sonrisa traviesa. —¿Preparada para convertirte en la próxima leyenda del boxeo?

Lucía asintió emocionada, con los ojos brillantes.

—¡Eso me gusta! Por cierto, ¿cómo están tus nudillos? ¿Mejorando o te siguen doliendo como si te hubieras enfrentado a Mike Tyson?

—Aún me pongo clorhexidina en spray para desinfectar la herida, pero estoy lista para darlo todo.

Valentino frunció el ceño y se acercó a ella. Colocó una mano en su pecho, apoyada levemente sobre su peto protector, y la otra en su clavícula.

—Respira hondo. Así. Levanta los brazos como si fueras a noquear al mismísimo Rocky Balboa. Inclínate un poco, saca pompis. ¿Sientes ahora los nudillos? Hm. Ahora lanza un puño. Vamos a ajustar ese gancho hacia la derecha. ¿Y así?

Lucía seguía las instrucciones con entusiasmo, sus ojos húmedos con una mezcla de pasión y deseo hacia su irresistible entrenador.

Anhelaba que él la desafiara de manera seductora y la empujara a darlo todo en el entrenamiento. Pero él se tomaba su tiempo, sabiendo que el deseo se intensifica con la anticipación.

—Creo que necesitamos subir la apuesta y ponerle un poco más de picante al entrenamiento preciosa. —dijo Valentino con voz ronca y seductora.

—Quítate la ropa y prepárate para una experiencia inolvidable, la "Campeona de los Puños de Porcelana" vendrá ahora, pero yo siempre estaré presente en tus pensamientos, ella se encargará de los ejercicios adicionales, hará que te sientas como si estuvieras en un ring de Las Vegas.

Dicho esto, el entrenador salió del gimnasio, dejando a Lucía con la mente y el cuerpo ardiendo de pasión, lista para entregarse al desafío y a la atracción incontrolable que sentía por aquel irresistible hombre que la guiaba en el ring.

***

Lucía se quitó la camiseta y el pantalón corto de manera seductora, sintiendo una leve decepción de que el maestro la hubiera abandonado y no hubiera sucumbido a su encanto irresistible.

Dejó plegada delicadamente su ropa encima de las cuerdas del ring, revelando un sujetador deportivo atrevido, casi transparente. Luego, se acomodó el culotte que le remarcaba la forma de su pompis terso, listísima para lo que estaba por venir.

Sintió la necesidad de hacer algo más, y así lo hizo. Lucía ajustó sus vendas con determinación, como ritual para recibir un entrenamiento de boxeo de la famosa campeona de los Puños de Porcelana. Estaba emocionada y un poco nerviosa por la oportunidad de aprender de la mejor.

La campeona entró en la sala, irradiando confianza y fuerza. Pero había algo inesperado en su apariencia: llevaba guantes de boxeo rosados con estampado de flores y un brillante tutú rosa que contrastaba con su dura apariencia de luchadora.

—¡Saludos, novata inconsciente! —exclamó la campeona con una sonrisa encantadora. —¿Estás lista para enfrentarte a la furia de los Puños de Porcelana?

Lucía asintió emocionada, mirando los extravagantes atuendos de la campeona con asombro.

—¡Perfecto! —continuó la campeona. —Pero antes, vamos a darle un toque de estilo a tu equipamiento. ¿Qué te parece una bata de boxeo con lentejuelas y unos guantes con plumas?

Lucía no podía contener su risa ante la divertida propuesta, pero aceptó encantada sin miedo al ridículo. Pronto, estaba vestida con una bata brillante y unos guantes adornados con plumas multicolores.

La campeona se acercó a Lucía, imitando movimientos de boxeo exagerados y divertidos. A veces parecía más una bailarina descoordinada que una luchadora experimentada.

—Recuerda, pequeña saltamontes, en el boxeo no solo se trata de golpear, también se trata de mantener el equilibrio en estos tacones altos. —dijo la campeona, mientras se tambaleaba en su posición.

Lucía seguía las instrucciones, luchando por no estallar en risas en medio de los ejercicios. Cada golpe y movimiento se volvían una parodia cómica y exagerada.

—¡Más estilo, querida! Necesito ver esa elegancia mientras derribas a tus oponentes imaginarios. —añadió la campeona, haciendo una reverencia extravagante después de un movimiento de esquiva.

La campeona se acercó, rozando suavemente el hombro de Lucía mientras le daba algunas instrucciones.

—Voy a enseñarte algunos movimientos especiales. Pero ten en cuenta que esto no será solo un entrenamiento regular. Hay algo más en juego aquí.

Lucía se mordió el labio inferior, sintiéndose furiosa por la cercanía de la campeona. Ya le estaba poniendo nerviosa. Sabía que la Puños de Porcelana era la preferida del Maestro y que este entrenamiento no sería solo sobre puñetazos y esquivas.

A medida que avanzaba el entrenamiento, los movimientos se volvían más personales y agresivos. Cada contacto eléctrico enviaba escalofríos por el cuerpo de Lucía, quien luchaba por contener la creciente rabia que sentía.

—Siente cómo fluyen tus movimientos. Permíteme guiarte. —susurró la campeona, mientras ajustaba la posición de Lucía y sus manos se deslizaban por su cuerpo.

Lucía apenas podía concentrarse en las técnicas de boxeo, su mente estaba invadida por pensamientos inapropiados y deseos intensos de venganza. La tensión de la competencia se mezclaba con el sudor y la adrenalina en el aire.

—Estás haciendo un progreso increíble, Lucía. —murmuró la campeona, sus labios rozando ligeramente el oído de Lucía. —Pero creo que necesitamos un descanso. ¿Por qué no tomamos un poco de aire fresco?

Lucía asintió, apenas capaz de articular palabras. Ambas salieron del ring, buscando un rincón tranquilo donde la tensión acumulada pudiera liberarse.

—Eres increíblemente fuerte, Lucía. Y no me refiero solo a tus puños, con lo torpe que eres sigues aquí y yo sé porque. —dijo la campeona, con la mirada despectiva encontrándose con la de Lucía.

Los celos se hicieron palpables entre ellas. Sin decir una palabra más, se lanzaron en un apasionado ataque de gatas, entregándose a una lluvia de uñas, arañando mejillas, narices, frentes. Los nudillos de Lucía se resintieron.

Después de aquella fugaz descarga de furia momentánea, se miraron con odio inusitado, sabiendo que habían descubierto que tenían el mismo objetivo, el amor de Valentino, el maestro rompecorazones.

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