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2. Alessandra

Que estoy haciendo dios. Justo hoy, celebro mi compromiso. Llevo dos años y medio de relación, jamás he traicionado a Bruno. Pero es él, es Dylan, la persona que más he querido en mi vida. He pasado años sin verlo.

Me marché sin despedirme, cuando más me necesitaba. Estoy haciendo lo incorrecto, aun así no me detengo, no lo detengo.

¡Mañana mi vida será como antes, aunque hoy necesito recordar viejos tiempos!

Los besos son cada vez más intensos. Sus manos descienden hasta mis caderas y las aprieta con fuerza. Suspiro. Todo ahora se multiplica por mil. Me mueve hasta lograr que me siente a horcajadas sobre él. Puedo notar su erección. Mi cuerpo responde a cada uno de sus movimientos.

No logro pensar correctamente.

Besa apasionadamente mi cuello y va descendiendo hasta llegar encima de mis pechos. El deseo recorre cada parte de mi cuerpo. Aún sigue estremeciéndome con cada caricia.

A pesar de que la última vez que estuvimos éramos mucho más chico, Dylan me hizo conocer y experimentar muchísimas cosas. Baja el vestido hasta mi cintura, dejando mis pechos a su voluntad. Los observa y sonríe.

—Han crecido —comenta haciendo que ría.

Empecé con Dylan cuando tenía quince años, él tenía veintidós, razón por la cual una relación así no era del agrado de la prestigiosa "familia Swan". Aun así, no nos separamos.

Dylan fue mi primer novio y mi primera vez. Me enamoré como nunca volveré a enamorarme en mi vida. Todos los momentos que vivimos fueron únicos. Con él conocí el amor y el sexo. Durante los tres años que estuvimos juntos me hizo sentir una reina.

Ahora estamos aquí y yo vuelvo a recordar lo maravilloso que es estar en sus brazos. Su boca se acerca a mis pezones y juega con ellos. Muevo la cabeza hacia atrás extasiada de placer. Las manos de Dylan se sitúan en mis nalgas, las aprieta, descargando sobre ellas todo el deseo que contiene en su interior. Me empiezo a mover encima de él, la ropa impide el contacto directo de mi sexo y el de él, pero aun así la excitación va creciendo.

Volvemos a besarnos, como si el mundo dependiera de eso. No hay marcha atrás ahora, ya no soy capaz de detenerme. Necesito sentirlo nuevamente. Lo extrañé demasiado.

Llevo mis manos hasta su cinto y lo desabrocho. Las ganas nos están volviendo locos, sin embargo, estamos actuando despacio. Libero su erección. También me detengo observándola, han pasado años desde la última vez. Esta vez es Dylan el que sonríe.

— ¿Tienes un preservativo? —pregunto. Él me observa incrédulo. Sé que tuvimos sexo millones de veces y como tomaba la píldora no nos cuidábamos, pero ha pasado tiempo, ya las cosas no son como antes.

—Creo que no necesito explicarte el porqué —comento.

Él lleva su mano hasta el bolsillo de su pantalón y saca uno. Lo tomo, rasgo la envoltura y lo coloco sobre su sexo.

Dylan me corre la fina braga con tanta tosquedad que la rompe. Me deshago del vestido. Él no deja de mirarme y tengo que reconocer que vuelvo a sentirme una reina. Coloco su sexo a mi entrada y poco a poco lo introduzco.

Nuestros gemidos se entremezclan, haciendo que todo a nuestro alrededor grite placer. Me muevo sobre él, mientras dejo húmedos besos por todo su cuello. Su mano aterriza en mi nalga, provocando un jadeo. Recorro el lóbulo de su oreja con mi lengua. Sus manos siguen apretando mis nalgas haciendo que me mueva aún más rápido.

El mundo se anula, solo existimos él y yo. Me asusta todo lo que pueda provocar esto, pero, ya no tiene remedio, he caído.

Nos miramos a los ojos durante unos segundos, el corazón me empieza a latir deprisa. Intensifico los movimientos, cierro los ojos producto a todo el deseo que recorre mi cuerpo.

—Mírame —expresa tomando mi cara con sus manos.

No sé si es esa forma de hablarme o como me mira o incluso sus manos, el punto es que siento una corriente que se expande por todo mi cuerpo. Gimo descontroladamente mientras alcanzo un orgasmo espectacular.

Dylan sonríe satisfecho. Continuo moviéndome, mientras me apodero de su boca. Lleva sus manos nuevamente a mis nalgas y las aprieta con fuerza. Me muevo más rápido.

—Alessandra —ruge y se corre en mi interior. Nos toma algunos segundos recuperarnos.

Voy a besarlo, pero él mueve la cara. Regreso al asiento de copiloto mientras él se acomoda la ropa y deshace del preservativo. Tampoco esperaba que nuestra situación cambiara.

— ¿Cómo has estado? —me pregunta con la mirada perdida por la ventanilla.

—Bien —expreso—. ¿Cómo has estado tú?

—Bien —comenta y esta vez lleva su vista hacia mí—. He cambiado mucho.

—Puedo notarlo —respondo—. Tú también has cambiado —dice—. ¿Eres feliz?

Su pregunta me toma por sorpresa. Nunca me había hecho esa pregunta.

—Supongo que sí —contesto.

—¿Supones? —indaga—. No suenas segura.

—Estoy comprometida con el hombre respetable con el que quisieran estar muchas mujeres, trabajo en lo que me gusta, tengo millones de oportunidades en la vida y una familia orgullosa, ¿cómo no serlo? Algunas personas a mi alrededor dicen que llevo una vida perfecta.

— ¿Algunas personas? —pregunta—. ¿Te importa la opinión de las personas?, antes no te importaba.

—Ahora tampoco —comento—, pero tampoco puedo ser ambiciosa. No se puede querer más, indiscutiblemente en la vida no se puede tener todo a la vez, siempre falta algo.

— ¿Y a ti que te falta? —otra pregunta.

—En dos años y medio jamás me he cuestionado eso —me sincero.

—Me alegro de que estés bien —expresa. Al terminar la frase sonríe y pasa su mano por mi cara.

— ¿Y esa chica que vi hoy es tu novia? —pregunto. Dylan ríe.

—Si así fuera tengo muchas novias —dice—. No me he vuelto a enamorar Alessandra y no pienso hacerlo nunca. Me he convertido en el mayor descarado y mujeriego de San Francisco —expresa con una seguridad y sinceridad arrolladora—, incluso Casanova sentiría envidia al saber cuántas mujeres han pasado por mi cama. No ando con rodeos, tampoco pinto una historia bonita. Sé cómo hacer que se vuelvan locas por mí, sin tener que hablarles de amor.

Me quedo sin respirar, no sé si es por lo que ha dicho o por como lo ha dicho. Sí, incluso diciéndote que es un descarado puede hacer que te guste, solo por la forma en la que te habla.

—Sí que has cambiado —expreso—, pero tienes treinta y cinco años. ¿Acaso piensas que no envejecerás nunca? ¿No piensas tener tu propia familia?

—No —comenta—. No soy capaz de amar a nadie.

—Una vez fuiste capaz —le digo.

—Y terminé sufriendo —responde.

—No siempre tiene que ser así —comento.

— ¿Vives donde mismo? —pregunta cambiando de tema

—No —respondo—. Ahora vivo en Pacific Heigths.

—Te llevo a tu casa —manifiesta. Y así lo hace.

— ¿Lograste ser escritora? —pregunta—. Sé cuanto te gustaban los libros y yo hacía que los disfrutaras mucho más.

Sonrío.

Más de una vez yo estaba leyendo, Dylan llegaba y hacíamos el amor. A veces no sabía si estaba leyendo o lo estaba viviendo. Era increíble, me atrevo a decir que la mayoría de las veces podía sentir y saber lo que estaba viviendo la protagonista del libro que leía.

—Trabajo en una editorial —cuento—. Es lo que siempre he querido. Por otra parte he escrito una novela.

—No esperaba menos de ti pequeña —expresa. Era un mote que empleaba antes. Mi cuerpo siente una calidez desmedida al escucharlo decir esa palabra después de tanto tiempo—. No eres de rendirte tan fácilmente.

— ¿Me sigues llamando pequeña? —me quejo, fingidamente molesta—. Tengo veintiocho años.

—Pero sigues siendo mucho menor que yo —responde—. Siempre serás mi pequeña, aunque ya no pueda llamarte, ni tratarte como antes.

—Cierto —digo—. El destino no jugó a nuestro favor.

Nos mantenemos en silencio hasta que llegamos a mi casa.

—Adiós, pequeña —expresa—. Cuídate mucho.—Deja un beso en mi mejilla. Siento como mi corazón se estremece un poco.

—Adiós, osi —me despido. Ambos reímos recordando el apodo que antes le decía. Por dios es tan ridículo y antes me parecía sensacional.

Dylan se marcha y yo entro con cuidado a mi casa de no encontrarme con nadie. Llego a mi habitación y me tiro sobre la cama. No imaginé volver a encontrarme a Dylan. Y aunque mi corazón volvió a latir por él, mi vida seguirá siendo como lo era hasta ahora. Ya no tenemos nada en común, nuestras vidas son totalmente diferentes. Él no es el mismo y yo tampoco.

                                ***

—Buenos días —saludo a todos mientras entro a la editorial. Amo este lugar y amo a las personas.

—Ale —me llama Emily, mi mejor amiga y diseñadora gráfica de la editorial—. ¿Qué te sucedió anoche?

—Vayamos por un café —le comento—. No he comido nada antes de llegar.

—Nena me asustas —replica ella.

Llegamos a la cafetería.

—Buenos días, chicas —nos saluda Monique, una compañera de trabajo—. Ale felicidades por tu compromiso.

—Gracias Monique —le devuelvo una sonrisa. Nos preparamos café y nos sentamos en una de las mesas.

—Ale —me apremia—. Cuenta ya, sabes que la paciencia no es mi fuerte.

—Me reencontré con Dylan —suelto de pronto haciendo que abriera su boca de asombro.

—Tu novio guapo de preparatoria —expresa—. El que te hacía perder la cordura.

Río recordando aquellos momentos, al igual que mi amiga.

—Extraño a la Alessandra de antes —dice mi amiga y se le borra la sonrisa de pronto—. No me malinterpretes, estoy feliz de que seas una persona realizada en la vida, pero antes te divertías más.

—Lo sé Emi —le digo—, pero no puedo pedirle más a la vida.

—Ok —comenta moviendo su cara para cambiar de tema—. ¿Pasó algo o solo se vieron de lejos?

Me muerdo el labio inferior. Le cuento todo a ella, pero reconozco que esto es una locura.

—Ale —me reprende—. ¿Qué es esa expresión? Dime que no te fuiste con él porque automáticamente deduzco lo demás.

—Creo que he cometido el mayor error de mi vida —le digo—. Tengo que reconocer, aunque ayer no pensaba en nada, hoy me siento mal. Jamás había traicionado —Miro a todos lados evitando que me escuchen—, a Bruno.

Emily ríe.

—Tengo que reconocer que siendo tu amiga, no me lo esperaba —comenta dándole un sorbo al café—, pero admito que tampoco me asombra.

—Emily ¿qué hago ahora? —expreso perdida.

—Primero que nada —contesta—,  Tomarte el café. Segundo, seguir con tu vida. ¿Acaso hablaron de mantener una relación?

—No —respondo firme—, no somos como antes.

—Entonces deja de martirizarte —dice poniéndome la tasa de café en las manos—. No mataste a nadie, fue solo sexo y con tu primer hombre.

—Emily —la reprendo mirando a todos lados. Qué vergüenza si alguien la escucha.

— ¿Cómo podré mirar a Bruno a la cara? —indago dándole un sorbo al café.

—Como lo haces normalmente —protesta mi amiga—. ¿Acaso crees qué todas las parejas son fieles? ¿Y si él se revuelca con su secretaria? Y tú, ajena.

—Emi Bruno no es así —le digo—, lo conoces.

—Ale estoy tratando de que entiendas que esto puede pasar —explica—. Hay una frase que dice "De los cuernos y la muerte, nadie se salva".

—No sé fingir...

—Pues aprende Alessandra Swan —dice levantándose de la silla, mira a los lados para asegurarse de que nadie la escuche—, o de lo contrario cuéntale toda la verdad a Bruno y que tu reputación vaya al suelo. ¿Dime qué prefieres? ¿Eh?

—Eres una amiga de pena —comento fulminándola con la mirada. Ella se ríe.

—Puedes buscar una mejor —expresa caminando hacia la salida de la cafetería—, apuesto que ninguna te querrá ni una décima de lo que te quiero yo.

Y es cierto. Emily es mi amiga desde pequeña. Jamás nos hemos separado, no hay etapa importante en la vida de una que la otra no haya estado.

—No te hagas idiota —le digo acercándome a ella—. No podrías vivir sin mí.

Ella ríe.

—Tú no podrías vivir sin mí —rectifica mi frase.

—Es cierto —comento al fin y acabamos abrazándonos.

— ¿Para mí no hay abrazos? —escucho a Bruno a mi espalda.

Automáticamente llevamos nuestra mirada a él. Me acerco a él y lo beso.

—Bruno —Emily lo saluda—. Los dejo solos.

Se marcha, no sin antes señalar su cabeza, como indicándome que me acuerde de lo que hablamos.

— ¿Qué te trae por aquí cariño? —pregunto.

—Quería ver con mis propios ojos como seguías —expone y le sonrío. Nadia cambiará entre nosotros, esta es mi vida ahora. Dylan forma parte de mi pasado.

¡Por qué no pensaste eso antes tonta!

—Estoy mejor —expreso—. Solo fueron dolores de cabeza debido a la locura que estábamos viviendo con el compromiso.

No crean que soy tan fría y mentirosa, de hecho es la primera vez que me sucede esto, pero si pienso en las palabras de Emily tiene razón. Dylan y yo ya no tenemos nada que nos una, soy el orgullo de mi familia y la envidia de algunas chicas. No quiero decepcionarlos.

—Entonces puedes acompañarme hoy a una fiesta—. No pregunta, más bien afirma.

— ¿De esas donde se reúnen cientos de empresarios y solo se habla de negocios? —Bruno ríe al escuchar de la manera que digo eso—. Ok, iré, pero por ti, por acompañarte, esas fiestas siempre me han perecido demasiado aburridas y lo sabes.

Él asiente y me besa.

—Está bien cariño te dejaré trabajar —expresa—. Paso por ti a las ocho.

Asiento. Bruno se marcha y yo ocupo mi mesa para empezar a trabajar en un nuevo lanzamiento de la editorial. Por si no les comenté soy editora, pero también escribí mi propio libro. El protagonista: un pelinegro, guapo de treinta y cinco años.

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