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1. Alessandra

Entro a toda velocidad a casa. El reloj marcaba las siete y media.

—Joder —me quejo mientras corro por las escaleras.

En media hora celebro mi compromiso. Bruno me pedirá matrimonio oficialmente delante de todas las personas que conocemos.

Voy deshaciéndome de mi ropa y dejándola en cada rincón por el que camino.

—¿En serio eres mujer? —resopla mi mejor amiga—. Tienes poco menos de media hora para arreglarte.

—Tiempo suficiente —respondo llegando a mi habitación.

—Media hora nunca será suficiente para que una mujer se arregle —bufa recogiendo el reguero que he dejado.

Voy directo a la ducha y a toda velocidad me baño. Tengo muy poco tiempo. Al terminar me envuelvo en una toalla y voy en busca de la secadora.

—Mejor dame. —Me quita la secadora de mis manos—. Cada vez te queda menos tiempo.

Se preguntarán por qué estoy tan calmada en un día tan importante como este. Sencillo. Me encanta leer y escribir, y si utilizo dos horas en arreglarme, menos tiempo tengo para hacer lo que me gusta. Pensarán que no estoy feliz en mi relación. Si es así, están equivocados, yo quiero a Bruno y mucho, solo que casarme implica algunos aspectos en mi vida que no pretendo seguir. Uno, es dedicarme completamente a una casa y dos, salir embarazada.

No quiero que mi vida sea planeada por otros. Quiero que esas cosas lleguen en su momento, cuando yo lo desee, cuando esté preparada.

Después de algunos minutos estoy perfectamente peinada y maquillada. El vestido está precioso, me encanta. Tiene un tono carne, ajustado al cuerpo, con una manga que cubre mi brazo derecho, la otra está al descubierto. Me coloco unas sandalias  de tacón exageradas del mismo color que el vestido.

—Lista —comenta mi amiga Emily mirando el reloj.

—Eres la mejor del mundo —le digo abrazándola—. Te amo.

Somos la prueba de que la verdadera amistad si existe. Amo a mi mejor amiga. Es como esa hermana que la vida no me dio. Siempre está ahí para mí, no importa la circunstancia, ella no me fallará. Nos apuramos en salir de la casa, hasta que llegamos al auto.

—Josh —le digo a mi chófer mientras paso a sentarme en la parte trasera de mi auto—. Por favor necesito llegar a las ocho.

Josh mira a su reloj y hace una mueca. Yo río. No es la primera vez que estamos contra reloj. Y así, gracias a la ayuda de Emily y Josh llego a las ocho al hotel donde se celebrará mi compromiso.

—Estás preciosa —expresa mi futuro prometido dándome un beso en la mejilla. Le dedico mi mejor sonrisa.

—Ale —me llama mi madre—, ese vestido te queda genial.

—Gracias mamá. —Me besa—. Por fin llega mi pequeña —comenta mi padre al estar muy cerca de nosotros.

Bruno toma mi mano y hace que lo siga a un escenario decorado muy bonito con nuestra foto detrás.

—Buenas noches a todos —habla en voz alta Bruno—. Creo que todos saben la razón por la que estamos aquí. He compartido dos años y medio con esta hermosa mujer, años en los que me he dado cuenta de que es perfecta, que quiero compartir con ella mi vida. No me imaginaría este mundo sin ti cariño. Él saca de su bolsillo un anillo precioso y se arrodilla. Es un momento emocionante—. Te amo Ale —expresa—. Quiero una vida contigo.

Coloca el anillo en mi mano. Las personas a nuestro alrededor aplauden felices. Bruno se levanta y se acerca a mis labios para besarme.

—Espero pronto mis nietos —expresa mi padre. Y eso cae como agua helada sobre mí. Si quiero tener hijos, pero, no quiero que me lo impongan.

—Te enseñaré como tener feliz a tu esposo —comenta cerca de mí, mi madre.

Mi madre es criada a la antigua. En la forma que cree que una mujer solo vive para satisfacer a su esposo y para engendrar vida. Que nuestro lugar es solo en la casa, a esperar que el esposo te ponga todo a tus pies. ¡No!. No pienso esperar a que me mantengan mientras yo me quedo en casa eligiendo el menú de la cena y pidiendo té. Voy a seguir trabajando, valiéndome de mí. No voy a vivir para satisfacer a mi esposo, voy a luchar junto a él. No voy a embarazarme automáticamente después que me case, voy a dejar que eso suceda sin forzarlo.

—Iré un momento al baño —digo. No sé exactamente dónde se encuentra el baño, pero necesitaba salir de ahí. Me encuentro con una persona en mi recorrido.

—Hola, podría indicarme dónde está el baño —pregunto.

—Ahí señorita —me señala el joven.

Al entrar al baño, lo primero que hago es echarme agua en la cara. Al demonio el maquillaje. Si tan solo fuese una chica que no tuviera recursos, me animarían a trabajar, a hacerlo mejor cada día, pero como tengo algunos privilegios económicamente solo piensan en que me case con un hombre importante y que tenga hijos. Se siente un ruido en la puerta y entra una chica.

—Hola —saluda mientras se coloca en el lavado de al lado.

—Hola —le devuelvo el saludo. Tomo una toallita, me seco las manos. El maquillaje sigue ahí. Y si se hubiera caído me hubiese importado poco.

Camino hasta la puerta y la abro. Al salir me giro un poco para cerrarla nuevamente. La chica aún está adentro. Vuelvo a virarme para caminar hasta la fiesta. No me di cuenta de que la tira de mis sandalias de tacón estaba un poco suelta. Me fijo en eso y antes de bajar a amarrarme bien las sandalias choco con alguien.

—Disculpa —digo antes de mirar a la otra persona.

—Alessandra —expresa la otra persona. Reconozco esa voz. Lo miro a los ojos. Siento mi corazón latir eufórico, las piernas se me aflojan un poco y las manos comienzan a sudarme.

Es él.

Lo he vuelto a ver después de tantos años. Mi primer amor, mi primer novio, mi primera vez. Una lágrima resbala por mi mejilla. Lo extrañé tanto. Mi historia con él fue hermosa. Y si nos separamos fue porque mis padres me llevaron lejos.

—Dylan —pronuncio bajito. Él, con el reverso de sus dedos limpia mi lágrima—. Sigues estando igual de hermosa y buena —comenta recorriéndome con la vista de arriba abajo.

Se acuclilla y me amarra bien la tira de la sandalia. Está tan guapo. No puedo dejar de observarlo. Tiene su pelo revuelto y está más fuerte.

—Guapo —escucho a una chica que se acerca a nosotros.

—Te espero en diez minutos afuera —expresa.

—Estás loco —comento—. Ahí adentro está toda mi familia, celebro hoy mi compromiso.

Esas palabras caen como agua helada sobre él. Está furioso, puedo verlo en su mirada.

—Guapo —vuelve a decir la chica. Es la que entró al baño—. Vamos a lo que vinimos.

«Vamos a lo que vinimos», eso solo me suena a algo.

Dylan le sonríe, condenadamente sexy y siento como todo en mí arde de los celos.

—Vamos muñeca —expresa.

Me detengo a pensar unos instantes. Necesito que hablemos. Dylan se acerca para darme un beso en la mejilla.

—Espérame en cinco minutos —le susurro. Vuelvo con mi familia. Todos bebían y celebraban feliz.

—Cariño —expresa—. ¿Dónde estuviste?

—En el baño amor —comento—. No me siento muy bien.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —pregunta acercándose más a mí.

—No —digo rápido. Automáticamente rectifico y hablo más despacio—. Quédate con ellos y discúlpame. Descansaré toda la noche, me duele mucho la cabeza.

—¿Estás segura, cariño? —dice—. Yo puedo llevarte.

—No amor —expreso—. No vamos a arruinar este día. Disfruta lo que queda de noche, siempre estás trabajando mucho.

Nos despedimos con un beso. Salgo del hotel. Observo a Dylan un poco más adelante. Voy a acercarme a él.

—Señorita —me llama Josh—. Yo la llevo a casa.

Josh trabajó hace muchos años para mi familia antes de marcharnos a Seattle. Luego de regresar ha vuelto con nosotros. Ha sido incondicional. No quiero tener problemas, así que mejor le cuento.

—Sucede algo Josh —le explico—. Necesito ver a alguien.—Él me mira extraño—. ¿Puedes mantenerme el secreto?

No responde y yo ingenio una nueva estrategia.

—No estoy metida en problemas —le explico, pero él sigue sin responderme—. ¿Te acuerdas de Dylan? —le pregunto. Él hace una mueca, acaba de acordarse.

—Aquel novio que tuviste... —dice

—Sí —confirmo—. Me acabo de encontrar con él. Necesitamos hablar, aquella vez me fui sin despedirme.

—Está bien señorita yo la cubro —comenta al fin—. Puede contar con toda mi discreción.

—Yo me iré con él —le digo—. Ve a casa y descansa. Si mis padres llegan a casa y no te encuentran harán millones de preguntas y no quiero eso.

—Cuídese —me dice.

—Gracias Josh —me despido.

Alcanzo a Dylan. Estaba apoyado en la parte trasera de su auto, con sus manos en los bolsillos. Cada paso que doy es bajo su intensa mirada. Todos mis sentidos se revolucionan y vuelvo a sentirme como hace algunos años.

—Vamos —le digo cuando me sitúo al frente de él. No dice nada. Me observa. Y es increíble como siento nervios, después de tanto tiempo.

—¿Estás segura? —interroga mirándome atento—. A partir de ese momento donde subas ahí —Señala su Audi—, no sé qué es lo que pueda pasar.

No contesto. Subo al auto. Lo extrañé demasiado. Él emprende el camino a algún lugar.

— ¿Cómo es eso que te comprometiste? —pregunta.

—Sí —contesto llevando mi mirada hacia él—. Llevamos dos años y medio de relación.

— ¿Te volviste a enamorar? —inquiere—. Dicen que uno puede enamorarse en la vida varias veces, pero de diferentes formas.

—No lo creo así —contesta—. No me enamoré nunca más. Tampoco tengo planeado hacerlo. Aquel tres de diciembre marcó mi vida para siempre.

Dylan perdió a uno de sus amigos, Gael. Yo ni siquiera pude acompañarlo, mis padres me llevaron a Seattle, fue una mudanza repentina, aún hoy no sé las causas que los llevaron a irnos.

—Lo siento —expreso—. Siento mucho no poder haber estado contigo ese día, siento haberme marchado sin despedirme. No sabía que cuando llegaría a casa tendrían todo listo para un viaje, un viaje que tenía pasaje de ida sin regreso.

—Ya pasó —comenta serio—. No vamos a cambiar lo que pasó lamentándonos.

Lo miro, no sé ni que decirle. Por mucho que me disculpe no voy a cambiar los hechos. Él detiene el auto de pronto. Agarra mi cuello y me empuja hacia él. Durante segundos solo apoyamos nuestras frentes, pero, hay algo mucho más fuerte y hemos acabado besándonos.

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