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3. Aiden

Me llamaba la atención el bullicio que escuchaba justo antes de entrar a la recepción de mi empresa. Hoy habría despido, sin dudas, el orden aquí es algo que no dejo pasar por alto. A medida que me acercaba, esa voz se volvía más intensa en mis oídos. Me acerqué hasta que mis ojos fueran testigos de total caos. Una mujer, que de espalda no aparenta ni treinta años, con un aspecto común, muy común, estaba conversando con Dafne. Cuando me refiero a conversación, es, que solo ella estaba hablando y el tono de voz era tan alto que me iba a fundir los tímpanos. Di un paso con la clara intensión de detener semejante escándalo, pero mis pies se mantuvieron firmes ante sus próximas palabras...

—O como el señor Stone, el millonario que compra autos como si fueran juguetitos y se sienta en su majestuosa silla presidencial a dar órdenes; que vive solamente para su físico, sus trajes de corte italiano, sus relojes Rolex y sus mansiones en Pacific Heights o Cow Hollow.

¿Qué coño puede saber ella sobre mi vida?.

Antes de que pudiera hacer cualquier movimiento Dafne repara en mí.

—Señor Stone —su voz suena asustada, preocupada, disgustada y un montón de adas más, al recordar las consecuencias de esto—. Disculpe, ha sido un malentendido —continúa ella.

La mujer se gira en mi dirección y la palabra "sorpresa" cobra más vida que un grupo de familiares esperándote escondidos el día de tu cumpleaños. Es esta la chica que vi ayer. Aquí la tengo, a unos pasos, tan próxima que mi cuerpo responde interiormente.

Inmediatamente cambia mi humor. No estoy acostumbrado a no tener algo que quiero.

Ella me observa durante varios segundos... segundos en los que me detalla con sus lindos ojos. Sí, tiene los ojos bonitos, para que ocultarlo. Con mis manos, dentro de los bolsillos, me quedo en esa posición, permitiéndole mirar todo lo que quiera. Justo entonces no puedo evitar mostrar una media sonrisa.

—Y como ya lo he dicho todo y por unos malditos cinco minutos no puedo tener una entrevista de trabajo, me marcho —dijo esa cantidad ridícula de palabras sin equivocarse o ponerse nerviosa.

Se propone a caminar hacia la salida, pero la intercepto antes. Tomo su muñeca y la obligo a detenerse. Por dentro de la piel siento una especie de fuego, algo intenso, completamente nuevo.

Joder.

¡Concéntrate Aiden!

—No piensas disculparte señorita...—espero que me diga su apellido, pero no lo hace, solo me mira. Y en esa mirada se exponen tantas cosas, que lo vuelve todo bastante confuso—. ¿Creo que esa no es la manera adecuada de comportarse?

Estoy tratando de coordinar las palabras que me distraigan de lo que quisiera hacer ahora.

Ríe. Me descoloca su manera tan jodida de pasar de mí.

—¿Acaso algo de lo que dije es mentira? —suelta con un deje de orgullo. Da un tirón a su mano.

Un puto tsunami es a lo que me enfrento. Y me encanta, no voy a mentir, que sea tan espontánea, que le importa bastante poco como le hable o el poder que tenga, ella simplemente dice y actúa como siente.

Camina, pero en unos pasos regresa. No dejo de seguirla con mis ojos, disfrutando de como se mueve ese culito con impaciencia. La vista duró poco, pues retrocede unos pasos.

—¡Ah!, lo olvidaba. Enseña a tus mujeres a tratar mejor a las personas, le quitan prestigio a tu inmaculada empresa. Ahora si me marcho.

Y se marcha. Así. Dejándome con las palabras en la boca o las ganas de haberla callado de una forma poco correcta.

Joder.

¿Qué pasa con esta chica?

—Dafne —rujo. No soporto el desorden—. Acaba de hablar que coño fue lo que pasó. Mi paciencia tiene un límite.

Concentro mi furia en el blanco que tengo en frente. Me estoy volviendo loco.

—Señor fue un malentendido —dice ella con la cabeza baja—. No volverá a pasar.

—¿Es que no me has escuchado bien? —grito— dime que sucedió. Y claro que no volverá a pasar porque próximamente que haya un numerito en plena recepción recogerás tú cosas y moverás el culo fuera de aquí.

La fulmino con la mirada esperando su respuesta.

—Vino para una entrevista de trabajo, pero llegó cinco minutos tarde. Con toda la amabilidad le dije que la puntualidad es un requisito indispensable para este trabajo, que usted no permite la tardanza y le pedí que se marchara.

No es mentira, soy un poseso con el tiempo, la puntualidad, pero, saber que estuve a punto de tenerla trabajando para mí y que Dafne me quitó esa posibilidad me pone de los nervios.

—¿Sabes en qué consiste tu trabajo aquí o tengo que explicártelo? —no responde—. ¡Eh! —dije y eso hizo eco en toda la recepción, no estaba siendo precisamente amable, pero me importa una mierda.

—No señor Stone —habla en un hilo de voz—. No tiene que explicármelo.

—Pues entonces no te tomes atribuciones que no te corresponden —doy un golpe en la mesa—. Soy yo quien controla todo en esta empresa, soy yo quien decido. A partir de ahora cumple mejor con tu trabajo, ¿me escuchaste? —me giro hacia todo el que estaba mirando—. ¿Me escuchan todos?, limítense a cumplir su trabajo, las órdenes las doy yo y quien no esté de acuerdo con eso, la puerta es bastante amplia.

A paso acelerado voy a mi oficina. No dispongo de una cuota de paciencia, así que lo mejor es que me encierre en mi despacho.

—Astrid —grito por el interlocutor—. Mueve tu culto hasta aquí.

Ella en rápidos movimientos llega hasta mí.

—Pasa —es lo único que logró articular. Mi cabreo hoy llega a niveles críticos.

—¿Señor? —se detiene frente a mi escritorio esperando la orden.

—Envíame por correo la lista de todas las candidatas que se iban a presentar a la entrevista. Si alguna no se presentó házmelo saber.

—Sí señor, de inmediato —replica ella y se marcha.

Me remango las mangas de la camisa hasta los codos, suelto un poco el nudo de la corbata y me recuesto sobre el respaldo de la silla.

En la pantalla de la computadora se muestra el ícono de un correo.

Es una lista bastante larga. Y ahí está, al final del correo, la única chica que no se presentó, Keira Buckett.

—Astrid. Llama a Alan, dile que lo quiero aquí en dos minutos -ordeno por el interlocutor.

—Enseguida señor.

Suena mi móvil. Es Liam.

—Llamas en muy mal momento. Estoy ocupado —comento.

No conocemos, no estamos para guardar formalidades.

—Vaya. ¿Cómo estás, hermano?. Bien Liam ¿y tú?. Bien como siempre —imita mi voz de una manera fatal.

—No estoy para bromistas Liam —expreso buscando la serenidad en mis palabras.

—Nunca lo estás. No sé por qué coño eres tan agrio.

Agrio. ¿En serio?.

—Me vas a decir para qué llamabas o cuelgo —estoy a nada de concluir esta charla, mi mejor amigo no colabora a mi humor.

—Tengo que elegir un colgante para tu hermana. Necesito que me ayudes.

Lo que me faltaba.

—Joder. Para eso me llamas. Que mierda importa, elige el que quieras.

—Es tu hermana. Se merece lo mejor. Ven a mi casa —me dice y cuelga sin dejarme hablar.

Vuelven a tocar la puerta.

—Adelante.

—Señor Stone —Alan espera que de una orden.

—Keira Buckett, quiero una información bastante explícita de ella.

—Sí señor, enseguida —expresa y retoma su camino. No suelo dar explicaciones detrás de cada orden.

Tomo mi chaqueta y salgo para casa de Liam. El trabajo no reducirá mi mal humor. Esta chica ha cruzado todos los límites... mis límites. No sé qué demonios me pasa, que desde que la vi las ganas de hacerla mía crecen estrepitosamente.

—Señor Stone, el señor Hamill lo espera en el patio —me anuncia la empleada de Liam.

Asiento, sin ser capaz de pronunciar palabras. Por el día de hoy, he hablado suficiente.

Cuando llego al patio menudo numerito. Este no tiene nada que ver con el que se formó en mi empresa. Pero no puedo negar que aquel me la puso más dura.

Ahí esta Liam sentado en una silla, en frente de él hay cinco mujeres en ropa interior mostrando un colgante.

—Era necesario —le digo mientras me siento en una silla a su lado—, todo esto.

—La de rojo —le dice a una chica trigueña, por su forma parece alguien sencilla, al contrario de las demás no tiene ese exceso de maquillaje—. Adelante.

La chica camina hacia nosotros. Se detiene justo a unos pocos centímetros y se acomoda en su pose más sexy. Puedo notar rastros de pena.

Mi mente la compara... la compara jodidamente mal con Buckett.

—¿Qué te parece ese? —pregunta Liam, sacándome del sinfín de pensamientos del que en cuestiones de segundo me volví esclavo.

—No está mal —contesto.

En parte es verdad, pero hay otra parte, que exige mucho y me dice que espero otra cosa, espero más... algo más.

—La de negro, tu turno —una chica rubia de ojos azules con un cuerpo de modelo hace lo mismo que la anterior.

Liam me observa y fórmula una pregunta.

—¿Cuál de los dos le gustaría más a ella?

Mi cuerpo procesa la forma de matarme esto que está provocando el tsunami llamado Buckett. A partir de ello procedo a actuar.

—Qué demonios sé yo, que tipo de piedra le puede gustar a mi hermana. Oh bueno sí —me levanto de la silla y le quito el collar a la de ropa interior roja—. Aquí tienes— le doy el colgante-. La chica es mía ahora —tomo su mano y me la llevo de ahí.

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