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Capítulo 4

¿Qué otra opción tenía Avery? Ninguna, así que, cerrando los ojos y tomando una bocanada de aire, tomó la mano del hombre para salir del auto.

Su corazón latía con fuerza, sus piernas se sentían temblorosas y su mirada no podía ocultar lo asustada que se encontraba.

Caminó de la mano del hombre hasta llegar a la puerta de la mansión. En ese momento estaba tan asustada y alerta a lo siguiente que haría que no se fijó en la imperiosa casa que la había traído.

Su mente se encontraba en blanco, siquiera sintió los pasos que había dado hasta la casa. Aún podía sentir las manos del hombre en su cuerpo y sus labios acribillando a los suyos arrebatando todo el aire de sus pulmones.

Su cuerpo se sentía extraño, eran sensaciones que nunca había sentido antes. Era una mezcla de excitación y miedo que poco podía entender, pero era muy parecido a lo que sintió cuando su exnovio había despertado en una tarde que quiso ir más allá con ella, solo que aquella vez sí anhelaba entregarse al chico y no sentía ni una pizca de miedo.

El hombre que la llevaba de la mano no le generaba confianza. Su forma de hablarle, de tratarla, de tocarla, y de hasta mirarla le provocaba terror. Sus ojos verdes emitían un aura oscura que congelaba todo su cuerpo y le hacía sentir que debía cuidarse de él.

Pero no podía explicarse por qué su coño había reaccionado ante los estímulos, quizá se debió a la suavidad con la que movía los dedos sobre su intimidad, el tiempo que llevaba sin que nadie la tocara o que se estaba volviendo loca y lo había disfrutado justo como había dicho el hombre. «¿Cómo diablos puedo disfrutar algo como esto?», se regañó a sí misma, caminando como si estuviera siendo controlada por alguien.

Dejó de sentir el frío de la noche calando por su piel cuando el calor de la casa la abrigó. Levantó la mirada y contempló el espacioso recibidor. No había nada fuera de lo común, había muebles, un gran comedor, cuadros colgados de la pared, un librero y una neutra decoración como cualquier otra casa. Solo podía ver lujos a su alrededor.

¿Por qué pensó que encontraría toda una sala de torturas en cuanto entrara a la casa? Había escuchado mucho de sus compañeras y de los extraños lugares que las llevaban, por lo que imaginó que aquel hombre sería como uno de ellos.

—Toma lugar —le ordenó el hombre, llevándola a un sofá negro.

Avery se dejó hacer sin emitir ruido alguno, con la cabeza baja y una postura tensa. No tenía permitido cuestionar o interactuar con el hombre si él no se lo pedía.

—¿Qué te gustaría beber? ¿Vodka, whisky, coñac, vino? Afuera hace frío y nuestros cuerpos deben entrar en calor, ¿no crees? —inquirió él, caminando por la sala quitándose el saco de vestir—. Mírame a los ojos cuando me hables.

La chica obedeció con lentitud, levantando su mirada a él y encontrándose con un par de ojos verdes que la observaban con fijeza e intensidad.

Aunque quiso responder, no encontró su voz. El hombre era demasiado atractivo, alto e intimidante. Sus ojos verdes eran hechizantes, su cabello rubio bien peinado y cada facción de rostro era elegante, masculina y demasiado perfecta. El traje que usaba se ajustaba a su figura y resaltaba un cuerpo atlético.

—Vino... Un vino estaría bien —su voz temblorosa y tímida lo hizo sonreír.

Jeray se movió hasta la barra de bebidas y tomó una botella de vino y dos copas.

—Antes que nada, debemos aclarar un par de cosas —empezó a decir, abriendo la botella con total gracilidad.

Sirvió las dos copas y se acercó a Avery, quien no podía apartar la mirada de él y de cada uno de sus movimientos.

Se le hizo tierno que ella estuviera interesada por él, pero a la vez mostrara un dejo de timidez, miedo y vergüenza que lo encendió más de lo que hubiera imaginado.

—Aun no tengo claro el tiempo que me pertenecerás, puede ser una sola noche, una semana o un mes —se encogió de hombros, jugando con la copa en su mano—. No lo sé, la chica que más ha durado estuvo una semana y eso fue hace muchísimo tiempo. Todo depende de la forma en que me complazcas. Si logras superar mis expectativas, haremos un nuevo contrato y te diré el resto de las reglas. 

Avery lo miró con asombro y aturdimiento. ¿Un mes? Un mes era mucho tiempo para ella. Incluso una semana era más de lo que podía soportar. Deseaba no superar las expectativas del hombre y solo estar ahí una sola noche.

—De momento, puedo decirte que estás en tu casa y puedes usar todo lo que quieras —se tomó el vino de golpe y le extendió la mano a la joven que lo miraba con fijeza—. Ven, vamos a que tomes un baño.

En cuanto su pequeña palma hizo contacto con la suya, tiró de su mano con suavidad, haciéndola poner de pie. Su cuerpo se ajustó al suyo, así que le sonrió mientras su otra mano se posaba en su espalda baja y la presionaba contra sí.

—Bebe —pidió y ella separó sus labios tan solo un poco. 

Tomó la copa de vino que había servido para ella y la acercó a sus labios. La hizo beber con lentitud, detallando la forma en que sus labios se ajustaban al borde de la copa y se humedecían con el vino. La vio tragar y quiso romper con su inocencia allí mismo, pero se controlaba demasiado bien para disfrutar y prolongar su placer. 

Hacía muchísimo tiempo no disfrutaba de una mujer y sacaba a la luz sus verdaderas fantasías, esas que pocas mujeres conocían porque no todas tenían el poder de despertarlas de su letargo. Dixie, por más que la deseara y la quisiera tener bajo sus sábanas, le inspiraba más malestar que deseos y eso hacía que su furia se acrecentara. Intentaba sacarse de la mente a esa rebelde e insolente mujer que lo provocaba con total descaro y luego lo rechazaba con cinismo.  

En cambio, la chica que lo veía con grandes ojos azules y asustados y el cuerpo tembloroso, era capaz de despertar la oscuridad que había en su alma. Aunque podía sentir su temor por la tensión de su cuerpo y el brillo de su mirada, ahí estaba, dispuesta a dejarse quebrantar en sus manos y complacerlo. 

Pero el hecho de pagar para que eso pudiera ser posible, le molestó. Por años intentó buscar una mujer que lo aceptara tal y como era, que comprendiera sus gustos y se quedara a la mañana siguiente cuando todo acabara y esa bestia volviera a la oscuridad. Sin embargo, nunca la encontró. Las mujeres con las que había salido ni siquiera lograron entretener un poco al ser que habitaba en su interior y está en busca de placer, éxtasis y satisfacción. Al no encontrar a quien le diera la talla, dejó de buscar y fue allí donde conoció a Ivanna y aquel club en donde dejaba grandes sumas de dinero para satisfacerse y no vivir en una constante tensión.

Tiró la copa en el sofá y levantó a la chica entre sus brazos, tomándola por sorpresa ante la caballerosidad y ternura con la que la sostenía y la llevaba escaleras arriba. 

La cabeza de Avery explotó ante tal gesto. Lo veía con ojos grandes, sorprendidos y curiosos. No esperaba que él mismo la llevara en sus brazos a algún lugar de la casa.

No quería sentirse cómoda, pero su cuerpo encajaba a la perfección entre sus brazos, por lo que cerró los ojos y se dejó dominar por el aroma masculino y amaderado de su perfume.     

El hombre caminó con la chica entre sus brazos hasta la habitación principal. No la soltó hasta no entrar al baño y dejarla en medio de este. En silencio y sumido en sus pensamientos más profundos, empezó a desvestirla. 

Avery se sentía avergonzada y humillada. Ivanna solía decirles que ellas no eran prostitutas, ya que las mujeres de compañía ganaban poco y se revolcaban con todo aquel que se cruzara frente a ellas. En su club, sus chicas tenían el privilegio de pasar un buen momento con las personas más adineradas y prestigiosas del país, por lo que no podía considerarlas como prostitutas. 

Aun así, se sentía como una. Después de todo, tenía que acostarse con el hombre que la desvestía con calma y suavidad para ganar dinero y pagarle la operación a su hermano. ¿Acaso había alguna diferencia? 

Cerró los ojos para no sentirse tan mal, pero el roce de las manos del hombre por su piel no le permitía irse a otra realidad.

Jeray llevó el largo cabello de la joven a su espalda, todo con el fin de contemplar su desnudez. Su piel blanca era perfecta y suave, justo como se la imaginó desde un principio. En un lienzo así, cada trazo reflejaría con supremacía y la sola idea de marcarla lo endureció. 

Deslizó sus nudillos desde sus labios y su cuello hasta llegar al pecho de ella y desviar su mano a sus turgentes senos. Sonrió al ver su piel enchinarse y sus pezones erguirse tras el roce. Con la otra mano exploró su vientre, su cadera y su trasero redondo y respingado. 

—Siéntate —le pidió y ella abrió los ojos, respirando con pesadez. 

Ella no entendió sus palabras de momento, se sentía embelesada tras el suave toque de él, así que retrocedió un poco hasta sentarse en el borde de la tina puesto que no había una silla. 

Jeray abrió la llave y la tina empezó a llenarse con lentitud. Tomó la pierna de la joven y acarició su piel con suavidad hasta llegar a sus pies, lo que la hizo aferrarse del borde para no caer hacia atrás. 

Lo vio tomar con delicadeza sus pies y despojarla de sus tacones. De esa forma él no se veía intimidante como en el auto, todo lo contrario, se comportaba de una manera muy dulce y tierna. 

—Entra —la tomó de la mano y la ayudó a entrar a la tina. 

La piel de la chica se erizó al tacto con el agua fría. Se sentó en el interior de la tina y Jeray cerró la llave. El agua le llegaba un poco más arriba de las caderas y estaba tan fría que empezó a tiritar. No entendía lo que él quería hacer con ella y por qué la hizo entrar a la tina con agua tan helada.

El hombre sacó la regadera de un costado y abrió la llave del agua tibia. La puso por sobre la cabeza de la chica, empapando su cabello, su rostro, sus senos. Veía como las gotas de agua recorrían su piel y despejó la cara de ella para contemplarla mejor. Sus labios húmedos y temblorosos lo provocaron a más no poder.  

Cuando se aseguró de que estuviera completamente húmeda, dejó la regadera dentro de la tina, justo en el medio de las piernas de la chica, muy cerca de su parte intima, por lo que la sensación para ella fue un contraste que la hizo estremecer.

En la posición en la que estaba, Jeray alcanzó el cepillo del cabello y empezó a desenredar el pelo de Avery. La peinó con suavidad, y una vez terminó, dejó su cabello a cada lado de su cuerpo, cubriendo sus senos. Se veía perfecta, mejor de lo que había imaginado, solo que su piel aún era muy blanca y él ansiaba darle un poco de color.  

—Eres un ángel muy bello —susurró, sumergiendo la mano bajo el agua hasta tomar la regadera y presionarla contra su coño, arrancándole un jadeo de sorpresa—. Un ángel que estoy ansioso por pervertir y arrancar sus alas. 

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