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Capítulo 3

Avery observó su firma por largos segundos, una parte de sí deseando romper la hoja en cientos de pedacitos y salir corriendo de ese lugar. No quería estar allí y cumplir los pedidos de un hombre que quizá fuese malo, pero no podía hacer nada al respecto, solo aceptar en lo que se había convertido su vida. Debía enfrentarse a su trabajo y hacer lo mejor que podía por su hermano, eso era algo que se repetía constantemente para no salir corriendo.

Cerró los ojos por unos instantes, pensando en su hermano y en lo débil que se encontraba antes de que lo hospitalizara. Él era un chico fuerte que siempre le sonreía pese a no tener fuerzas para continuar, sin embargo, él de alguna manera quería demostrarle que estaba bien, que no sentía mayor dolencia para no preocuparla de más. Ver como la vida se iba del cuerpo de su hermanito menor en manos de una cruel enfermedad le arrugó el corazón y le dio esa fuerza que sentía perdida y tanto necesitaba en ese momento.

Le dolía que estuviera sufriendo de esa manera y ella no pudiera hacer nada para evitarle el sufrimiento. Le dolía la vida que el destino les había otorgado, pero no eran más que pruebas que debían enfrentar.

Entre sus pensamientos y haciendo el inmenso esfuerzo por no soltarse a llorar, escuchó que la puerta del reservado se abría y se apresuró a ponerse de pie con la mirada baja. Su corazón latía muy rápido y todo su cuerpo temblaba sin control.

—Venga conmigo, por favor —la voz del hombre era suave y amigable.

La chica levantó la mirada para contemplar al hombre y se tensó todavía más. Bien sabía que al club asistían hombres y mujeres de todas las edades, mas no imaginó que, quien la había elegido, sería un hombre mayor que bien podría ser su padre.

Se lamentó por su suerte y quiso salir huyendo, no obstante, sus pies se movieron por sí solos, siguiendo los pasos del hombre de mediana edad que caminaba por delante suyo. No tenía ninguna otra elección, era ir con el hombre o que su hermano muriera.

Y en ese momento tenía como salvar la vida de su hermano, ofrecerle un tratamiento adecuado que contrarrestara su enfermedad y darle todo aquello que no podía darle con un trabajo normal. Aun no sabía cuánto ganaría, pero había escuchado de algunas de las chicas que los beneficios eran muy buenos y que había algunos compradores que eran generosos con ellas y daban toda clase de lujos, regalos y grandes sumas de dineros por sus servicios.

Aunque no quería admitirlo en voz alta, se sentía como una prostituta y eso la entristeció. Esa no fue la vida que a ella le hubiese gustado llevar...

Los lujos que pudiera darle aquel hombre le importaban poco a ella. Mientras pudiera venderlos y obtener una buena cantidad de dinero, le era suficiente. Nunca fue una chica ambiciosa, pero debía admitir que el dinero movía al mundo y que ahora lo necesitaba más que nunca para salvar a su hermano.

Caminó por un largo pasillo detrás del hombre, apretando el contrato en sus manos y con el corazón latiéndole más fuerte. Sentía temor por lo que se venía y desconocía.

Salieron del club por una puerta diferente y que los guiaba a un amplio estacionamiento, donde solo había tres autos parqueados. La chica pensó que el hombre tenía una buena posición, puesto que los autos eran muy lujosos.

—Siga por aquí —el hombre la guio al auto negro y de vidrios oscuros que esperaba por ella y le abrió la puerta de pasajeros.

—Gracias...

—Ya sabes a donde ir, Borbón —dijo una voz profunda y que provenía del interior del auto que la hizo abrir los ojos de par en par con evidente sorpresa.

Hasta ese momento pensaba que el hombre mayor era quien la había elegido. Pero si no era él, ¿quién era el misterioso hombre que se encontraba dentro del auto?

—Sí, Sr. Le Bon —respondió su hombre de confianza e instó a la joven a subir.

Avery tomó una gran bocanada de aire, pero no logró mermar sus nervios. Así como se encontraba, con el corazón latiendo de manera estrepitosa y las manos temblorosas, subió al auto, siendo muy consciente de la presencia del hombre que acababa de hablar.

No se atrevió a mirarlo por temor y nervios, pero sentía que sus sentidos se llenaban de un aroma muy masculino y seductor, y que el espacio se reducía tan pronto la puerta del auto fue cerrada a su lado. Miró al hombre por el rabillo de su ojo y tragó en seco. El traje se veía muy costoso, y aunque quiso ver su rostro para saber cómo lucía, se mantuvo con la mirada baja, en una clara puesta de sumisión y obediencia que hizo sonreír al hombre que la observaba con detenimiento.

Ahora que estaba más cerca de ella y no tras aquel cristal, se sintió satisfecho de haberla elegido. Era justo lo que le gustaba y encendía sus más bajos instintos. No le gustaban las chicas ruidosas, que querían saberlo todo y de alguna manera querían acaparar toda su atención haciendo infructuosos intentos de coqueteo.

A Jeray le gustaban las mujeres con obedecieran, que fueran calladas y supieran comportarse. No le gustaban aquellas que mostraban sus atributos de más, lo consideraba desagradable y aburrido. En cambio, una mirada inocente y llena de transparencia lo motivaba bastante y lo seducía hasta un punto incomprensible.

La jovencita a su lado parecía un conejo asustado, era tímida y para rematar, trasmitía esa inocencia que pocos seres humanos poseían en el mundo. Verla con el cabello largo y suelto alimentó sus fantasías, así que lo tomó entre sus manos y lo acercó a su nariz, quedando encantado con el aroma a flores que emitía.

La sintió tensarse, así como soltar el aire que estaba conteniendo desde que subió al auto y sonrió divertido, llevando su cabello hacia su espalda de manera delicada.

Se inclinó hacia ella y acercó su boca a su oreja, sintiendo como ella se tensaba y escuchando su respiración agitarse más. Su erección le incomodó, pero se dijo a sí mismo que no había prisa alguna, pues tendría el tiempo a su favor para hacer de su inocencia un desastre.

—No tienes que temer —susurró con voz profunda y ronca, evidenciando un acento extranjero que lo hacía sonar sensual—. Tú y yo nos vamos a divertir bastante y te aseguro que no querrás que me detenga ni hoy ni nunca.

La joven quería hablar, pero de sus labios escapó un suave jadeo cuando la boca de él se posó en su hombro. El temor que sentía era tanto, que su mente su nubló y todo su cuerpo se paralizó. Solo podía sentir la suavidad y humedad de la boca sobre su piel, alterando todos sus nervios y haciéndola erizar de pies a cabeza, no sabía si de gusto o de temor.

Cerró los ojos y pensó que el hombre iría más lejos, pero pudo respirar tranquila cuando él se alejó y se enderezó en su lugar. Una tranquilidad que no duró mucho tiempo, pues él posó la mano en su pierna derecha, lo que hizo que su corazón explotara en su pecho y que se mantuviera tensa durante el recorrido en el auto.

Jeray jugaba con la chica y eso lo divertía y excitaba a iguales proporciones. Apretaba su pierna entre su mano, hacía trazos invisibles con la yema de sus dedos sobre su piel, viendo con atención la forma en que ella temblaba y se estremecía bajo su tacto.

Le recordó a su secretaria, igual de tímida e inocente, pero aquella chica que estaba a su lado sí obedecería a todo lo que él dictaminara, no como Dixie, que se negaba a sus besos y sus caricias por más que se deshiciera entre sus brazos y las disfrutara.

Pensar en ella provocó que la tensión en su pantalón aumentara y que el deseo de someterla le nublara la razón. Ante él no estaba una de las elegidas, sino su secretaria, aquella mujer que tanto deseaba y se negaba a aceptarlo por lo que consideraba una falta de moral tras sus diferentes posiciones.

Tomó a la chica del cabello y sin meditarlo, la acercó a su boca, apoderándose de sus labios con hambre y pasión mientras guiaba su mano por la cara interno de sus muslos, llevandola a un destino en específico.

Avery abrió los ojos de par en par al sentirse presa entre los labios del hombre. Su boca era demandante y le exigía corresponderle de vuelta, por lo que movió sus labios como pudo, pero la intensidad y ferocidad no le permitía seguirle el ritmo.

Se sentía abrumada ante el toque se hacía más cercano a su zona más íntima, mas no podía evitarlo. Debía dejarse hacer y eso la hizo sentir miserable y que no valía nada. Lágrimas se arremolinaron en sus ojos y eso fue suficiente para despertar la bestia que habitaba en el interior del hombre.

Con una mirada poseída por el placer, Jeray ladeó su cabeza y esbozó una sonrisa maliciosa. Contempló la expresión de la chica y adentró su mano por completo bajo su vestido, tocando su vagina por encima de su ropa interior. La sintió caliente y húmeda, lo que le sacó una risita.

—Estás muy caliente y húmeda para atreverte a decirme que no te gusta —los verdosos ojos del hombre estaban inyectados de lujuria—. Te gusta que te bese y te toque, pero tienes la osadía de negarte a mí —soltó una risita más, trazando los labios menores con precisión y suavidad, provocando temblores en la chica entre sus brazos—, ¿Sabes, mon amour? Hoy conocerás todo lo que soy capaz de ofrecerte y tanto te has negado a sentir —presionó su dedo hacia sus adentros, pero la tela de la ropa interior no le permitía cavar más profundo—. Nómbrame cada vez que esté dentro de ti, sin importar si es con mis dedos, mi lengua o mi pene.

Volvió a presionar con fuerza y Avery soltó un quejido que sonó dulce y tierno en los oídos del hombre. La besó con mayor fiereza, pero la voz de su hombre de confianza avisándole que habían llegado a la mansión lo trajo de vuelta a la realidad.

Jeray vio el rostro rojo y las lágrimas que descendían por las mejillas de la joven y sonrió complacido, sacando su mano de debajo del vestido de ella. Llevó sus dedos a los labios de la chica y los adentró con suavidad, moviéndolos en un acto lascivo y sensual.

—Mi dulce Dixie me hace hacer cosas indebidas, es una insolente que no se compadece de mí ni mucho menos de chicas como tú —la tomó con fuerza del mentón y Avery lo miró asustada y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero no tienes que temer de mí, te aseguro que soy más benévolo que ella —dejó un corto beso en sus labios antes de acomodarse su prominente erección y bajar del auto, extendiendo su mano hacia ella con una sonrisa que dejaba ver a aquel hombre que guardaba en su más profundo interior y que pocas mujeres despertaban—. Bienvenida mi infierno, pequeña.

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