Capítulo tres. ¡Maldito arrogante!
—¡¿Estás loco?! No te comprendo Oliver, en serio que no logro entender qué es lo que pasa por tu cabeza —Victoria se sentó en el sillón con más enfado del que jamás había sentido.
—No voy a dejarlo ganar Victoria, ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —preguntó de manera tan confiada que solo aumentó el enojo de Victoria.
—¿No te estás dando cuenta? Tu padre te tiene justo donde quería, estás de nuevo bajo sus garras, ¡pensé que eras más listo Oliver! ¿Qué tan malo puede ser trabajar un año con ese idiota? —repitió la pregunta de su amigo. —Ni siquiera lo conoces, no sabes nada de él; estás cometiendo un error Oliver, volvamos a Italia —le pidió.
—¡No! ¡No, no voy a volver! Voy a demostrarle a mi padre que cometió un terrible error vendiendo Airplane a un desconocido y todo por no confiar en mí —Oliver estaba resentido con su padre por la venta de la empresa familiar y por otras tantas cosas más.
—Estás actuando desde el coraje y el resentimiento, ¿Crees que puedas sacar algo bueno de eso? —preguntó y antes de dejar a Oliver responder, añadió: —No, mejor será que no me respondas ahora, ve y haz tu mejor esfuerzo Oliver, estaré aquí para ti, aunque no me guste nada este asunto —Victoria salió de la habitación de su mejor amigo y volvió a la suya.
Como amiga se sentía impotente de ver como el padre de Oliver jugaba con él de esa manera, pero era cierto que Oliver no era un niño y podía tomar sus propias decisiones, y sabía muy bien lo que era bueno y malo. Únicamente esperaba que no sufriera en el proceso.
A la mañana siguiente Oliver llegó a las oficinas de Airplane en compañía de su padre, él conocía perfectamente las instalaciones, pero no dijo nada mientras su padre le iba explicando y presentando como su hijo a cada uno de los colaboradores.
—Bienvenido señor Allan, el señor Cooper lo espera en su oficina —anunció la secretaria en tono amable.
Oliver le devolvió la sonrisa inevitablemente cuando la chica le sonrió con timidez.
Sebastián Cooper miró a su suegro y su cuñado entrar a su oficina, hacía tiempo que no había tenido el placer de ver a Allan Campbell y a su cuñado no tenía el disgusto de conocerlo, más que por la boca de Maya.
Y si era completamente sincero, no tenía ningún interés en conocerlo, si no fuera por el estúpido acuerdo firmado entre ellos que lo obligaba. Pero él era un hombre de palabra y no se echaba atrás únicamente porque los Campbell querían cogerlo de niñero. El niño que seguramente estaba acostumbrado a derrochar el dinero a manos llenas, pero que jamás en su vida había trabajado un solo día.
—Sebastián ¿Cuánto tiempo sin vernos? —dijo Allan extendiendo la mano para saludar a su yerno.
—No hay necesidad de vernos Allan, tu dinero siempre está de punta en tu cuenta bancaria —dijo con sequedad mientras los invitaba a sentarse y miraba sin interés al rubio que lo acompañaba.
—Siempre tan cálido y directo —Allan se tragó el enojo y su orgullo.
Sebastián era un hombre arrogante, pero muy inteligente y desde que era el presidente de Airplane los ingresos habían incrementado casi en un cincuenta por ciento. Únicamente por eso soportaba su maldita arrogancia.
—Nos conocemos lo suficiente Allan. Los dos sabemos que, si no fuera porque esta sociedad nos convino a los dos desde un inicio, no estaríamos aquí ahora.
—Tienes razón. Entonces… te presentó a mi hijo, ha llegado de Italia y estará bajo tus órdenes de acuerdo al pacto que existe entre nosotros.
—¿Y… tiene nombre? —preguntó mirándolo fijamente con una ligera sonrisa que fue más una expresión burlesca.
—Oliver, mi hijo menor…
—Y dueño del veinticinco por ciento de las acciones de esta empresa —respondió el chico con cierto enojo en su voz al notar la superioridad con la que le hablaba a su padre y no es que le importaba como le hablara. Pero era más que evidente que a él no lo trataría mejor.
Sebastián dibujó una ligera y cruel sonrisa en los labios antes de hablar.
—¿Y crees que el veinticinco por ciento te da derechos en la empresa? —preguntó poniéndose de pie. Provocando un ligero escalofrío en la columna vertebral de Oliver.
La mirada de Sebastián Cooper, le recordaba a la mirada de un tigre en cautiverio. Parecía que odiaba a todo el mundo, o… ¿Solo era con él?
—Quizás no los mismos derechos que tú con un sesenta y cinco por ciento, pero sigo siendo tan dueño como tú, así mis acciones fueran solo diez —rebatió Oliver y el muy cretino se rio en su cara.
—Tienes razón, pero la diferencia entre tú y yo es clara O-li-ver —deletreó su nombre y Oliver se maldijo al sentir que sus piernas temblaron y no sabía si era por la manera de pronunciar su nombre o por la manera en que lo estaba mirando.
»Soy el único que dispone sobre quién está y quién no. Y por el momento, estoy muy tentado en no aceptar ser tu tutor.
—¿De qué tienes miedo Sebastián Cooper? ¿Temes enamorarte de mí? —le provocó.
—¡Oliver! —gritó su padre rojo de la furia y es que a Oliver se le había olvidado que su padre estaba presente.
—¿Qué? ¿No lo estás escuchando? —exclamó Oliver indignado.
—Lo que sucede O-li-ver, es que dudo mucho que tengas la capacidad para ocupar un puesto importante dentro de esta empresa, seamos sinceros, has pasado los últimos dos años en Italia, viviendo de tus ganancias. Respóndeme ¿Has trabajado alguna vez?
Oliver apretó las manos en dos puños dentro de sus bolsillos, ese hombre ni siquiera lo conocía y parecía que disfrutaba tratando de humillarlo y de hacerlo sentir menos.
—¿No puedes responder? Lo imaginaba. ¿Qué sabes hacer aparte de gastar el dinero a manos llenas? —preguntó con una sonrisa. —Déjame adivinar el motivo por el que estás aquí. ¿Tu fuente mágica de dinero se agotó? —se burló, porque había sido él quien había dado la orden de cancelar todas las tarjetas de crédito que estaban a su nombre.
—Eres despreciable, no tenías ningún derecho a cancelar mis tarjetas de crédito, además te equivocas, nunca sobrepasé el límite de la tarjeta.
—Eso no importa Oliver. La primera lección que debes aprender: es que no solo se trata de ser el dueño de un porcentaje de acciones para tener derechos, también existen las obligaciones, las responsabilidades que conlleva ser el dueño de una empresa y el sacrificio que conlleva sacar un negocio a flote.
—Y por eso estoy aquí, quiero aprender a manejar el negocio y recuperar las acciones que mi padre te vendió —dijo muy seguro de sí.
—Tu padre no pudo hacerlo, ¿Qué te hace pensar que tú lo lograrás? —preguntó mirándolo fijamente, tenía un parecido impresionante con Maya, pero había algo más que le hacía querer atacar, solamente para ver cómo se ponía rojo del enojo.
—¿Y qué te hace pensar que no puedo lograrlo? —atacó Oliver.
—Bien, vamos a ver de qué estás hecho Oliver Campbell, empiezas mañana como mi asistente personal, si no te gusta la idea, no vuelvas a pisar esta oficina —sentenció saliendo de la habitación dejando en el corazón de Oliver un vacío que amenazó con tragárselo.
«Su asistente personal. ¡Maldito arrogante!», pensó.