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Capítulo 3

Camila

Mi padre es todo para mí, quiero decir, amo a mi madre también; pero mi papá es mi más grande apoyo. Le debo todo a él, no hay nada que yo tenga o haga hecho sin su ayuda, todo lo gestiona mi padre. Mi madre y yo somos dependientes a él en todo.

—¿Crees que esté muy mal?

Mi madre me abraza y cubre mis hombros con sus manos.

—Todo estará bien, mi amor. Tu padre es fuerte, está en las mejores manos.

—¿Qué le sucede? ¿Por qué se puso así? Estoy segura de algo sucede y no me quieren contar.

—Cariño, tu padre nunca me cuenta nada sobre su trabajo.

—Todo te lo confía, ¿Cómo que no sabes?

—Es verdad, Cami, no te oculto nada y lo sabes.

—Vi unos hombres llevarse los autos de papá, hasta el que me regaló en mi cumpleaños. Dijo que venían para hacerles mantenimiento, peor no son los mismos de siempre; cuando le pregunté se puso extraño.

Me siento preocupada por todo, algo no anda bien y dentro de mi lo sé.

El médico sale del cuarto de mi padre, mi mamá y yo corrimos hacia él para que nos dijera sobre el estado de mi papá.

—¿Y bien? Díganos como está mi esposo.

—Ya se encuentra mejor, su presión se desestabilizó.

—¿Será necesario llevarlo a la clínica?

—No, todos sus signos están bien.

—Dios, pensé que le había dado un infarto, lo vimos apretar su pecho, yo… ¡Santo cielos! Me había preocupado demasiado.

—Estará bien, lo que ha pasado con él es un cuadro de ansiedad. Quizás alguna situación le ha generado estrés o preocupación y bueno, el cuerpo tolera hasta donde puede y por eso se desmayó. En este momento tiene un sedante, le ayudará a sentirse mejor, mañana volveré para ver cómo sigue.

—Oh, muchas gracias doctor, por siempre cuidar de nosotros.

—No agradezcas Mercedes, sabes que Phillip no es solo mi vecino, es un gran amigo para mí. No duden en llamarme si algo más surge.

—Claro que sí, muchas gracias.

No fui capaz de agradecerle al doctor Mejía, estaba tan sentimental que si hablaba explotaría en llantos.

Mi mamá y yo entramos a la habitación, lo vimos muy pensativo. Estaba acostado en la cama mirando el paisaje que se observa a través de su ventana.

—¡Papá!

Corrí hasta él y me apoyé en su pecho, con mis brazos quería cubrir todo su cuerpo.

—Estoy bien, lamento mucho haberlas asustado.

—¿Qué tienes? —pregunto con la voz llorosa.

—Camila, no le demos angustias a tu padre, recuerda lo que dijo el doctor. Podemos discutirlo después.

Mamá toma la mano de mi padre y la acaricia.

—¿Cómo te sientes?

—Estoy más tranquilo, espero que ese sedante no se acabe nunca.

Miro hacia arriba y tenia una bolsa llena de un liquido transparente que entraba de gota en gota por una de sus venas.

Nos quedamos calladas por un rato, seguí sobre el pecho de mi padre escuchando el latido de su corazón, estar así me hace sentir mejor.

—Tengo algo que hablar con ustedes, ya no puedo seguir ocultando la realidad de lo que sucede —dice en voz baja.

Me alejo un poco para mirarlo, me sorprende ver sus ojos llenos de lágrimas.

—Papá, ¿Qué sucede?

—Estoy en problemas, eso sucede. Problemas graves e imposibles de solucionar, lamento tanto no cumplir mi promesa de protegerlas toda la vida.

—Cariño, ¿de qué hablas?

—Hace unos meses se ha venido presentando inconvenientes con la empresa, mi encargado de los cultivos de chocolate en Colombia, me había notificado una especie de impureza en las tierras que estaban afectando la fertilidad de las mismas. Para ese momento no era algo grave. Podíamos solucionarlo con algo de dinero y comprando productos que detuvieran esta situación, pero… pero el tiempo seguía pasando y los cultivos de cacao eran un desastre, simplemente no funcionaba. Invertí dinero extra en la compra de otras hectáreas, parecía que las cosas funcionarían y seguiría como de costumbre, pero no, aquella maldita impureza apareció y esta vez el encargado no me dijo nada. Según menciona, que no se había percatado hasta hace unos días, pero lo que me sobresaltó fue saber que el setenta por ciento de las tierras ya no sirven y no tengo una razón exacta del porqué de la desertificación de mis tierras. No debí confiar en él, debí seguir con los constantes seguimientos que hacía, siento que esto es culpa de él.

—Papá, estoy segura de que algo se puede hacer, puedes buscar un experto que ayude en la fertilización de las tierras.

—No, mi amor. No puedo hacerlo.

—¿Por qué? Entonces, compra tierras en otro lugar y cultivas en otra parte.

—Tampoco lo puedo hacer, simplemente no tengo dinero para hacerlo. El tiempo en el que estuvimos esperando el resultado de las nuevas tierras compré la producción del cacao en otros lugares, hice negocios, hice prestamos en el banco que creí poder cubrir con la primera cosecha y procesamiento del cacao, que con las distintas ventas del chocolate lo resolvería, pero no. Nada se dio como lo había ideado en mi cabeza.

—Cariño, debiste contarnos, ¿Cómo pudiste tragarte todo eso solo? Para que estamos nosotras.

—No quería preocuparlas, la verdad pensé que pronto pasaría; pero hace unos días todo el mundo se me vino abajo, el banco quiere su dinero y no tengo con que responder, es por lo que se han llevado los autos. Con eso cubro una parte de la deuda; pero sé que cuando las próximas fechas de pago lleguen, no sabré como responder y temo perder mi casa, perder la empresa, la fábrica, perder todo por lo que he trabajado. Lo que más me duele es no poder seguir dándoles la vida que se merecen. Lo lamento tanto, de verdad.

—No tienes que pedir disculpas, sé que todo estará bien, papá. Eres el hombre más inteligente que conozco, eres capaz de resolver cualquier cosa, yo confío en ti.

Mi padre cubre su rostro, las lágrimas salieron y rodaron por sus mejillas hasta perderse en su bigote y barba.

—Estamos para ti, no sé de que forma puedo ayudarte, mi cielo. Pero cuentas con nosotras para lo que sea.

Volví a darle un abrazo fuerte a mi padre, mi madre hace lo mismo.

Durante el resto de ese día, mi padre se mantuvo lejos de los asuntos de trabajo, no mencionamos el tema y tuvimos un día como con completa normalidad.

La mañana siguiente al despertar lo encontré en su despacho, su semblante aprecia diferente.

—Te despertaste muy temprano.

—Mamá, pensé que estabas en el comedor.

—Sí, iba para allá, pero te vi pasar y vine por ti. Tu padre está hablando con el abogado, es mejor que no los interrumpas. Regresé con mi madre al comedor, esperamos a que nos sirvieran el desayuno.

—¿Crees que las cosas pueden mejorar? —le pregunto esperando que sea sincera.

—La verdad, espero que si puedan mejorar las cosas. Es cuestión de tiempo.

—¿No te da miedo? Ayer no pude dormir pensando en todo esto.

—Cariño, estaré para tu padre en lo que sea, en la abundancia y en la escases.

—¿Qué pasará cuando los vecinos se enteren?

—No debería importarnos lo que los demás piensen, al final ellos no nos ayudarán en este problema.

Espero que papá saque todos sus trucos y poderes, no quiero que mis amigos se enteren de esto. Soy de las primeras en comentar sobre la vida de los que no tienen nada y no quiero ser el próximo tema de conversación.

—Si, tienes razón, no debería importarnos lo que piensen o digan los demás.

Después del desayuno me preparé para ir a una clase de Yoga, hace un mes estoy meditando, fue algo que quise anexar a mis rutinas de hábitos saludables; voy al mejor lugar con Clarisa y un par de chicas más. Seguiré con mi vida hasta que papá lo pueda resolver, nadie tiene por qué enterarse, confío en papá, él puede con esto. Siempre que me ha prometido algo lo cumple, es cuestión de tiempo como dice mi mamá.

—Oh, veo que saldrás.

—Sí, mamá. Voy a la clase de yoga con las chicas.

—Cariño, pero no tenemos carros ni chofer disponible para que te lleven. ¿lo olvidaste?

—No, le pediré a Clarisa que pase por mí. No te preocupes.

—Bien, me parece fabuloso que tus amigas te apoyen en este momento.

No le he dicho nada, no puedo perder el estatus que tengo entre ellas, eso jamás.

Saqué mi móvil y le escribí a Clarisa.

—Hola, Clari. Ya estoy lista, pero los autos están en mantenimiento, ¿será que puedes pasar por mí?

No pasaron ni dos segundos para que ella leyera y respondiera.

—Por supuesto, yo paso por ti.

Busqué mi termo de agua y mi bolsa de entrenar, esperé solo unos minutos hasta que ella llegó en su auto. Clarisa maneja su auto, en su familia no tienen conductor.

—¿Se llevaron todos los autos para mantenimiento?

—Si, mi padre y sus ideas increíbles. Ahora no tenemos en que transportarnos ¿lo puedes creer? Hay chofer, pero no autos.

Ambas nos reímos del chiste que claramente no era un chiste, por dentro quiero gritar aunque tenga en mi rostro una sonrisa.

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