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CAPITULO 4 (parte 2)

Era tarde en la noche y todas las luces de la sala estaban apagadas. Muchas velas alumbraban el lugar; olía a incienso, menta y canela como siempre. Samantha veía borroso, las pequeñas luces de las velas le producían dolor en sus ojos. También le dolía el cuello pero esta vez no alcanzaba a recordar en qué parte del sueño se había caído. La mesa estaba helada bajo su tacto, el frio corría por sus venas produciéndole escalofríos. Su cabello estaba acomodado a sus lados, alguien se había tomado esa molestia.

Escuchaba un murmullo lejano junto a sonidos como campanillas de viento. Parpadeó varias veces tratando de vencer esa somnolencia que intentaba llevársela a la oscuridad de la inconsciencia ignorando el dolor que crecía en su cabeza pero, luchó con la pesadez, era mejor seguir intentándolo que dejarse sumir en la oscuridad y el silencio.

Una figura alta apareció en su campo de visión, con mucha dificultad identificó algunos colores pero siguió viendo borroso. Podría ser hombre o mujer, el dolor constante de su cabeza no la dejaba pensar con claridad. Había una penumbra en la habitación donde estaba que tampoco permitía obtener más detalles. La figura se alejó.

Escuchó más murmullos y sonidos.

Samantha intentó concentrarse en identificar cada sonido, eso parecía mantenerla despierta o por lo menos atenta. Las campanillas de viento no sonaron más, quizás, o nunca estuvieron, pero otros ruidos de metales aparecieron lejanos como si se tratara de alguien que moviera algo de sitio produciendo sonidos agudos y graves. Le costó identificarlo pero concluyó que el ruido era un metal chocando contra otro. Luego el metal contra algo que podría ser el piso, o la cerámica.

Otros ruidos la sorprendieron por su estruendo, sonaban como piedras o algo pesado como ellas, las colocaban una a una, «¿pero dónde?». ¿Era piedra con metal, con cerámica, con madera? Quizás no eran piedras, quizás algo hecho de piedras. Podía escuchar como el intervalo entre un sonido y el otro era tardío e irregular, como si quien estuviese moviéndolas dudase dónde colocarlas o dudara escogiéndolas.

Volvió a escuchar los susurros que siempre acompañaban sus pesadillas, pero en esta oportunidad se hacían más audibles, se acercaban y comenzaba a comprenderlos. Apretó los ojos cerrados y el dolor de cabeza remitió un poco. Notó que se sentía más despierta y consciente aunque no se atrevía a moverse aún, le dolían las piernas y los brazos por la rigidez de los músculos pero ya no sentía tanto frío. Samantha ya tenía muy claro que no se trataba de un sueño y se esforzó por no caer en pánico aunque su mente le ofreció un sinnúmero de escenarios fatales, entre ellos: secuestro, rapto e inducción.

Prefirió seguir fingiendo inconsciencia mientras escuchaba los murmullos: «¿cuándo?», «joven», «fuerte», «Ánthon», «André», «Energética».

La palabra energética la sorprendió. Quizás Samantha estaba cayendo en la inconsciencia, podría imaginar frases donde las palabras que escuchaba encajasen, pero ninguna coherente incluía energética. Entonces el sonido de las piedras cesó y todo le fue mas claro.

—Bajen el tono —dijo una voz igual a la de Elia— está muy inquieta hoy.

—¿Sigue dormida? –preguntó otra voz idéntica a la de Thaly.

—Sí pero ha seguido moviéndose Thaly, no sé si…

En ese instante no le cupo duda alguna que esas voces eran de su mamá y de su abuela.

—¡No quiero escucharlo mamá! —cortó Thaly con tono frío y acarició el cabello de Samantha—, es la única forma y lo saben.

Su tacto la reconfortó por un segundo pero las dudas que nacían en ella no permitieron que se calmara. ¿Por qué su mamá y su abuela la tenían acostada en una mesa?

—Ya no sé cuanto más te lo deba explicar para que entres en razón —le habló Enrique a Thaly—, podrías estar causándole un gran daño a Sami, uno irreparable.

—O podría estar salvándola —retrucó—. Si me das a escoger prefiero inclinarme por la posibilidad de salvarla que exponerla a su muerte o peor.

—No eres tú a quien le corresponde escoger, es a ella –respondió Elia tajante.

—Soy su madre y solo quiero mantenerla a salvo. Nunca haría nada que la lastimara, pero necesito protegerla.

—Te apoyaremos en todo lo que decidas hija, pero debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo –expresó Enrique preocupado.

Las manos tibias y rugosas de su abuelo le sostuvieron las suyas y le calentaron el cuerpo poco a poco, no obstante el miedo se adueñaba de su piel con cada momento que pasaba pues era su familia la que la tenía allí acostada. ¿Por qué?, ¿Para qué?.

Samantha yacía en la mesa del comedor; la habían acomodado con su cabeza apoyada sobre una pequeña almohada con su pequeña pijama que solo la cubría hasta las rodillas y no la protegía del frío. Sus pies también estaban desnudos y colgaban un poco fuera de la mesa, con el pasar del tiempo Samantha había crecido y la mesa no.

La temperatura empezó a subir a su alrededor y aún con los ojos cerrados concentrada en no moverse, solo podía imaginar que estaban acercando las velas a sus costados, colocándolas a su alrededor. Las pequeñas ráfagas de calor calentaban un poco más su cuerpo pero no calmaban sus miedos y dudas. Mientras más pensaba en qué hacer a continuación, su sangre comenzaba a hervir con una rabia primitiva, el sabor de la traición sabia a bilis y subía por su garganta.

Sintió como colocaban una piedra sobre su frente, una en su pecho descubierto a modo de gargantilla, una más abajo sobre su estómago, en cada muslo, en cada pierna, en cada brazo y en cada mano. Otras piedras las colocaron sobre la mesa, podía escuchar y sentir como vibraban y comenzaban a emitir tanto o más calor que las velas.

Ahora la curiosidad la tenía inmovilizada, una parte de ella quería saber lo que buscaba su familia con esto, pero no sabía si levantarse y correr por el miedo, no sabía si hablarles y exigir una explicación, no sabía si llorar la sensación de ser traicionada por su propia familia y esa confusión de sentimientos la tenía petrificada. En consecuencia permaneció callada y sin moverse.

Se hizo el silencio en la sala, solo escuchaba las respiraciones pesadas y profundas de su famila. Las piedras de la mesa y las que llevaba encima de ella comenzaron a vibrar y a emanar más calor y sintió cuando el peso de cada una de las piedras fue desapareciendo de su cuerpo. Aunque parecía una locura, las piedras estaban alzándose. Samantha se atrevió a espiar a través de sus pestañas justo lo necesario para confirmar su temor y era cierto, las piedras estaban flotando a su alrededor. Volvió a cerrar los ojos y tragó con fuerza un cúmulo de lágrimas. No era posible lo que estaba viendo, no podía creerlo y sin embargo lo había visto. Deseó con fervor que todo se tratase de un sueño.

Sintió la ligera aspereza de las manos de su abuela tocándole sus pies y luego su mamá posó sus manos finas sobre su estómago, por último las manos de su abuelo sujetaron cada lado de su cabeza.

Se atrevió a abrir los ojos y vio a su familia concentrada con las caras alzadas al cielo y con los ojos cerrados, ante la escena volvió a cerrar con rapidez los suyos. Sintió calor en los lugares donde era tocada, un calor que fue subiendo de intensidad sin llegar a quemarla y el frio que antes tenía desapareció. Cuando estuvo empapada de sudor el calor desapareció, las palabras cesaron, y volvió a sentir la pesadez de las piedras, las piedras se volvían a posar en su cuerpo con delicadeza.

—Ya está hecho, no sé cuánto dure esta vez Thaly pero creo que es hora de que hables con Samantha —dijo Enrique con voz triste mientras se retiraba de la habitación—.

—Comenzaré a recoger todo —anunció Elia—, escucha a tu papá hija, él también quiere mantener a salvo a Samantha tanto como tú, pero en cuanto a ataduras se refiere, es el que mas sabe. Si dice que el daño puede ser irraparable es momento de que lo escuches.

Su abuela se acercó a la mesa donde se encontraba ella aún más confundida que antes, si es que eso era posible, y levantó cada una de las piedras que habían usado. Las iba colocando en una caja una por una a juzgar por los sonidos. Cuando terminó de recogerlas acarició a Samantha en su brazo y le besó la frente.

Thaly apagó las velas una por una soplándolas. El olor de vainilla y canela iba atenuándose en el ambiente dejando solo un pequeño eco flotante. En silencio, las dos mujeres retiraron todo lo que habían montado y Samantha sentía su corazón desbocado, sin importar ya si la miraban o descubrían apretó sus labios y los puños a su costado con fuerza. Enrique regresó a la habitación para ayudar a organizar todo y a fingir que nada había pasado, a montar la parodia que estaban viviendo en esa casa.

Samantha se sentía agotada como todas esas veces que tenía pesadillas. Su estado de turbación no le había hecho pensar antes que sea lo que sea que hubiese pasado en esa mesa, era la culpable de todas las veces que se enfermó. Era su familia quien la hacía enfermar. Percibió una nueva oleada de calor, ahora producto de la ira que la embargaba y le ocasionaba temblores sin control. Intentaba calmarse, ordenar sus pensamientos, aplacar su ira y recomponer el corazón que sentía quebrado por la traición.

¿Qué era lo que le estaban ocultando?, ¿Qué estaban haciendo con ella?, ¿Energía?, ¿Poder?, ¿Morir o algo peor?

Esas eran las preguntas que volaban con rapidez en su cabeza y una frase recurría con constancia molesta, era algo que quería descartar por miedo a tratar pero esta reaparecía: «debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo».

¿Qué poder?, ¿Más tiempo?, ¿Cuántas veces habían hecho eso?

Sus músculos se tensaban con cada pregunta sin respuesta. Por un solo segundo pensó en hacerse la dormida, averiguar como la llevarían a su cama y así poder saber cómo la habían sacado en un primer lugar, deseó seguir espiando y después de analizar la situación toda la noche, podría elaborar un plan para hacerse con respuesta mañana en la mañana. Ellos le mentían a ella y esta vez ella les mentiría a ellos. Sacaría información, buscaría en toda la casa, incluso se imaginó desapareciendo algunas de sus preciadas piedras solo por el placer de que ellos las buscasen como locos sin poder decir nada, una risa macabra se abrió paso en su cerebro, justo al lado de todas las groserías que en lo mas oscuro de su mente le gritaba al mundo por primera vez.

De repente se dio cuenta que no podía evadir la realidad y eso pasaría si les seguía en ese juego. Ya no podía seguir fingiendo.

Sin siquiera alcanzar a dar la orden a su cuerpo, se incorporó en la mesa y gritó muy fuerte:

– ¿¡Quién de ustedes me explicará qué diablos está pasando!?

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