Capítulo 4.
Pasaron unos tres días del encuentro de Yone con el chico. Bowie, ella sonreía cada vez que recordaba su nombre. Al fin podía tener un nombre diferente gravado en su memoria, de una persona real, un nombre al que de verdad pudiera ponerle un rostro, no como en los libros. Toda su vida había escuchado los mismos dos nombres únicamente; Janire y Sergio: los nombres de sus padres.
Yone tomaba un pequeño refrigerio antes del almuerzo. Mientras tomaba sorbos de su bebida, miraba su cuaderno de dibujo en la otra esquina de la mesa. No pudo continuar con su dibujo, esto la ponía ansiosa. Cada vez que empezaba uno de sus dibujos, no se detenía hasta que lo hubiera terminado. La idea de dejarlo a medias la estaba torturando; pero su padre estaba regresando más temprano de lo normal, no podía arriesgarse que la mirara salir de sus estrictos límites. Pero se arriesgaría, no podía soportarlo más.
―Madre ―dijo esta, intentando llamar la atención de su madre que estaba de espaldas a ella, cocinando en la estufa.
―Habla, no necesito verla para escucharla ―respondió la misma.
― ¿Podría salir y continuar con mi dibujo? ―preguntó con temor.
―Ya sabes los límites. ¿Necesito recordártelos?
―No alejarme de la casa; por supuesto, no hablar con nadie ―dijo ella mecánicamente, aquellos límites eran un secreto entre su madre y ella, cuando su padre no estaba. Su padre jamás lo permitiría, él no dejaba que ella siquiera abriera las ventanas de su habitación. Su madre era un poco más flexible; aunque ella sabía que las razones por las cuales su esposo no dejaba salir a su hija, ella no veía qué daño le haría salir al otro lado de la calle.
―Exactamente ―afirmó su madre, así ella le había dado, técnicamente, permiso para salir. Yone sonrió con emoción, se levantó de la silla en la que estaba sentada. Pasó al lado de su madre depositándole un beso de agradecimiento en la mejilla. Yone pudo sentir como su madre se perturbó al sentir el beso. Era muy fría, ella no estaba acostumbrada al afecto. De perfil, Janire miró cómo Yone corrió al otro lado de la casa buscando sus implementos de dibujo. Suspiró con tristeza como un tardío efecto del beso, aún no se convencía de que lo que estaba haciendo era lo correcto. En el pasado, jamás pensó que este era el futuro que estaba eligiendo.
Yone, se miró en el espejo antes de salir; no llevaba sus gafas; pero no había sol, no las necesitaría. Llevaba el cabello totalmente suelto, soplaba una ventisca helada, así que decidió dejarlo así. Tomó todo lo necesario en sus manos, abrió la puerta de la casa y corrió hasta cruzar los portones hasta llegar al límite máximo de su libertad. Nuevamente se sentó en el mismo lugar que había ocupado la vez anterior, decidida a terminar con su última obra.
El reflejo color rojo en la ventana llamó la atención del chico rubio dentro de la casa, se levantó de la mesa donde almorzaba, dirigiéndose a la ventana; corrió la cortina, y vio a la chica del escandaloso pelo rojo sentada en el mismo lugar que había estado antes.
― ¡La chica fantástica de Bowie regresó! ―anunció él para los demás chicos.
― ¿Enserio? ―gritó Bowie, y casi un instante después, ingresó corriendo a la habitación. Glen apareció detrás él. Ambos corrieron para asomarse a la ventaba y comprobar por ellos mismos que, de hecho, ella estaba ahí.
― ¡Tarian! ―gritó Bowie― ¡Tarian!
― ¿Por qué tantos gritos? ―preguntó él.
―Yone volvió; está ahí afuera. ¡Dijiste que irías a conocerla cuando regresara! ―señaló su hermano.
― ¿Es enserio? ―bufó él, no podía creer que su hermano enserio hubiera creído que hablaba enserio.
― ¡Ve! ―insistió él― ¡Ya! ¡Antes de que se marche!
―Ve tú, a ti es al que te gusta ―Tarian intentaba zafarse de esto de nuevo.
― ¡Sabes que no me gusta! ―reclamó él, sí, todos ellos lo sabían en el interior.
―Tarian tiene miedo de la chica ―cantó Glen, burlándose de su mejor amigo, disfrutándolo.
―Por supuesto, Tarian, el gran casanova, dios del sexo ―apoyó el rubio, coreando a Glen.
―No señor, dijiste que lo harías. ¡Cumplirás tu palabra! ―impuso su hermano.
― ¿Tú y cuantos más, hermanito? ―retó su hermano.
Los chicos se miraron entre ellos, supieron enseguida lo que supieron hacer, los tres lo tomaron, echándolo fuera de la casa, y cerrando la puerta en su cara cuando intentó regresar.
―Hasta que no hables con ella no te dejaremos entrar. ¡Enfrenta tus miedos! ―gritó su hermano menor desde la casa.
―Hazlo o me encargaré de que todo el mundo sepa que Tarian Keene tiene miedo de una inocente chica solo por su color de cabello ―desafió Glen.
Tarian cruzó sus brazos, resaltando los músculos de sus brazos. Debía hacerlo, ahora su orgullo había sido desafiado, debía demostrarles que él no tenía miedo de la chica, sino que podía tenerla comiendo de su mano si así lo quería.
Caminó en dirección a la chica; a pesar de todo, si estaba nervioso, y no tenía idea de por qué. Era una estrella de rock, tocaba en conciertos con miles de personas frente a él; podía tener cualquier chica que quisiera a sus pies. ¿Por qué sería diferente con su vecina?
Yone continuaba concentrada en su dibujo; para ese momento, con su agilidad, ya tenía un boceto avanzado de la casa. Empezaría a dibujar los detalles. Intentó tomar uno de los carbones que tenía a su lado; pero este se escurrió de sus dedos, rodando lejos de ella. Se inclinó, intentando alcanzarla, pero antes de que ella pudiera tomarla, alguien más la tomó en su lugar. Ella se congeló, mirando las zapatillas de la persona frente a ella. Sintió que su corazón se le saldría del pecho, no parecía ser la clase de calzado que usaría Bowie.
―Toma ―la voz del chico también era distinta a la de Bowie, él la tenía fina, chillona; este chico no, él tenía una voz como la de su padre.
―Gracias ―ella tomó la barra de carbón de su mano; pero no alzó la mirada para verle el rostro, ella aún estaba inclinada sobre el suelo, en la posición que había intentado alcanzar el carbón. Ella miró como él intentaba ponerse a su altura, poniéndose de cuclillas. Yone dejó su cabello caer sobre su rostro, intentando volverse invisible.
―Soy Tarian, hermano de Bowie. Será un gusto conocerte, cuando dejes de ocultarte ―dijo él.
―Yo… soy
―Yone, lo sé, Bowie me lo dijo.
―Si ―susurró ella.
Tarian intentaba encontrar el rostro de la chica entre tantos rizos. Ella continuaba ocultándose de él; pero él no se quedaría toda la vida esperando que ella lo mostrara. Así que se tomaría ciertas libertades, como las que tenía acostumbradas. Con una mano algo temblorosa, apartó risos de su frente, y puso uno de sus dedos debajo de la barbilla de la chica; pero ella cerró sus ojos. Por lo que pudo ver, en sus facciones, ella era hermosa; pero aun deseaba que lo mirara.
― ¿Por qué no me dejas ver tus ojos? ―preguntó, tomando sus mejillas― Tranquila, yo no te morderé.
―Yo… lo siento ―respondió ella, y abrió los ojos.
―Tus… ojos… son… ―balbuceó Tarian, no podía creerlo. ¡Bowie tenía razón! ¡Era la cosa más hermosa que había visto jamás!
Sus mejillas se sonrojaron, Tarian no pudo dejar de mirarla, aun cuando vio que el pudor la cubría. Ella sin duda sobrepasaba cualquier estereotipo de mujer hermosa, era de fantasía.
―Bowie tenía razón ―reconoció en voz alta, dejándoselo saber a ella―. Eres increíblemente preciosa.
Tarian ansiaba tocarla, no de manera incorrecta, solo que aún no podía asimilar que ella fuera real, ahora comprendía la reacción de su hermano cuando la conoció. Pasó su mano por una de las mejillas sonrojadas de Yone. Ella sentía como su corazón quería salirse por su boca, nunca se había sentido tan nerviosa, la caricia de Tarian logró hacer que sus rodillas temblaran. Nadie la había tocado así, con cariño y ausente de deseo. Cuando Tarian dejó su mejilla, ambos miraron el suelo.
― ¿A qué te referías cuando dijiste que no muerdes? ―preguntó ella.
El instinto de Tarian no duró en activarse con aquella pregunta. Eso alejó los nervios de él. Recordando lo atrevido y confiado que solía ser ante cualquier chica.
―A algo como esto ―susurró Tarian, dispuesto a mostrarle.
El corazón de Yone latió a revoluciones desconocidas para ella cuando Tarian se acercó más a ella, eliminando todo centímetro de distancia entre sus cuerpos. No pudo evitar temblar ante la cercanía de su cuerpo. Él pasó su mano detrás de la cintura de Yone, sintiendo como ella temblaba. Acercó sus labios a los de Yone, sin tocarlos, tomándose un momento para aspirar su olor; ahora él también temblaba al sentir la respiración de su vecina, recorriendo sus mejillas, bajando por su cuello recién afeitado. Estaba a punto de besarla cuando un auto frenó a pocos centímetros de sus cuerpos, tocando su bocina con fuerza. Tarian enseguida soltó a Yone, viendo como el rostro de ella demostraba terror, sin mencionar la forma drástica en que su piel empalideció al mirar al hombre que se bajó del auto.
―No puede ser ―dijo ella en un susurro ahogado, mirándole con suplica―. Ayúdame.
― ¿Qué haces fuera de la casa? ―le gritó el hombre con furia en dirección a Yone. Él fue hasta ella y la jaló con fuerza del cabello de una forma cruel e inhumana, alejándola de él― ¡De inmediato te encerraré en tu habitación! ―gritó nuevamente a centímetros de la oreja de Yone.
Tarian podía ver como ella cerraba sus ojos con fuerzas ante el dolor, ese hombre le rompería el tímpano.
―No es para tanto. Señor, por favor, no la culpe a ella ―suplicó Tarian.
―Jamás vuelvas a acercarte a ella, no te atrevas a buscarla, te arrepentirás si vuelves a dirigirle la palabra, aléjate de ella ―amenazó el hombre. Tarian lo miró confundido, indignado. ¿Qué demonios sucedía con él?
―Padre, perdóneme, le prometo que no volveré a salir; por favor, tenga piedad ―suplicó Yone; ella lloraba tanto por desesperación ante el enojo de su padre, como por el dolor que este le estaba ocasionando, jalando su cabello de manera que incluso Tarian lo sentía. Él temía que el hombre no quedaría satisfecho con ello, él le haría más daño que eso. No terminaría ahí.
― ¡No te atrevas a llorar! ¡Será peor! ―amenazó su padre en conclusión y, sin piedad alguna, la jaló del cabello una vez más, como si fuera una correa, arrastrándola de esa manera.
Yone pudo mirar a Tarian, este no salía de la impresión, blanco como un papel, paralizado.
Con voz silenciosa, Yone pronunció una palabra muda, esperanzada a que Tarian la entendiera: Ayúdame, dijo Ella.
Tarian asintió, dándole a entender que si había logrado comprenderla. Fue para lo único que logró moverse. Continuaba totalmente impactado, no podía creer el modo en que ese hombre trataba a su propia hija. La forma en la que jaló su cabello, parecía que quisiera arrancarlo de su cabeza. Pudo ver como la tomaba del brazo, provocando un color morado en este. Comprendió que no era la primera vez en que le pasaba algo así. Ella pasaba por eso todos los días de su vida.
Bowie salió de la casa, estaba en el segundo piso cuando vio lo sucedido y bajó lo más pronto que pudo; pero era demasiado tarde para ayudar. Era notable que su hermano no había logrado ser de ayuda, estaba impactado, y aun no salía de la impresión.
― ¿Qué fue lo que pasó? ―preguntó Bowie, mirando la mirada impactada de su hermano mayor.
―No lo sé ―respondió―. Tengo que ayudarla de alguna manera; no puedo dejar que ese hombre siga tratándola así.
Yone fue arrastrada con violencia hasta su habitación en manos de su padre; al ingresar, la lanzó hacia una esquina de la habitación, y justo en ese momento, notó el reproductor de música sobre la mesa. Él lo tomó en sus manos tirándolo fuertemente contra el piso, dejándolo inservible, destrozándolo. Una vez hubo terminado con ello, siguió con Yone. De todas las veces en que su padre le había pegado, esta, en definitiva, era la peor de todas. Fue capaz de arrancarle varios mechones de su cabello, rompió su boca tanto por fuera como por dentro, gracias a la furia de sus golpes. En estos momentos, a pesar de esos golpes, y el resto de heridas que había provocado en su delgado cuerpo, lo que más le dolía a Yone era la incertidumbre. Aquellas preguntas que una y otra vez rondaban por su cabeza: “¿Por qué me trata de esta forma? ¿Por qué no me deja hablar con nadie? ¿Por qué me mantiene encerrada?”.
Su padre dejó la habitación. Dejó a Yone tirada en la alfombra de su habitación, con sus uñas rascaba esa alfombra mientras intentaba tranquilizarse. Con dificultad y de manera tambaleante se levantó del piso; sosteniéndose de los muebles a su lado. Logró llegar a su cama, acostándose en ella.
Tomó una de sus almohadas, la abrazó, podía ver una gota de sangre recorriendo su brazo, pero solo quería dormir.
Siempre, después de cada ataque de su padre, lo único que lograba tranquilizarla eran sus sueños. Con aquella mujer, la de cabellos rojizos idénticos a los suyos, y si, los mimos ojos violetas con los que ella miraba.
Podía sentir su mano acariciando su cabeza, susurrándole tranquilidad:
“Duerme mi bebe, duerme princesita. Yo te cuidaré; aquí estoy contigo”, decía ella.
Lo sentía así, como si fuera real.