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Plan perfecto.

ADELANTO.

—Señor Marcos Heredia, ¿acepta a la señorita Emma Gómez como su esposa? —preguntó el juez. Su cabeza seguía sumergida en el recuerdo y Emma tuvo que codearlo disimuladamente para que pudiera aterrizar. 

Regresando de la lejanía en la que se encontraba, Marcos miró al juez y a la mujer a su costado. Al soltar un suspiro, entendió que se estaba casando. A pesar de que no había escuchado con claridad, supuso que ya le habían preguntado si aceptaba o no. 

Cuando Marcos estaba por dar el ‘sí’, Alfonso apareció. Ese hombre caminaba lentamente, con una mano puesta en la herida. Nadie se percató de su llegada, ni siquiera Emma. 

—No te cases, Marcos —dijo Alfonso y este se giró. Al ver a su amigo herido, corrió para ayudarlo. 

—Alfonso, ¿qué te pasó? 

—Escucha, Marcos… 

—Llamen a un doctor—, pidió Emma mostrando preocupación, pero en sus adentros maldecía una y otra vez a ese doctor. Si aquel hombre hablaba, todo estaría arruinado. Marcos la despellejaría viva. Debía hacer algo para evitar que confesara la verdad. 

—Debemos ir al hospital —expuso Marcos. 

—No —dijo Alfonso agarrándolo fuerte—. No hay tiempo —dijo al entregarle los resultados reales. 

—¿Qué es esto? —inquirió Marcos. 

—Esos son los exámenes originales… 

—Dios, estás sangrando mucho —Emma volvió a intervenir, quiso agarrar a Alfonso, pero este se sacudió de su agarre. 

—Marcos, el hijo que Maite espera es… 

—No hables, Alfonso, no te esfuerces más —Emma quería a costa de todo impedir que Alfonso confesara la verdad. 

—Déjalo que hable —solicitó Marcos—Dime, ¿el hijo de Maite qué? 

—Es tuyo. 

—¿Qué? 

—Es tuyo, las pruebas se confundieron. 

—¿Y lo dices hasta ahora? —Marcos se levantó indignado. 

—Hasta ahora lo descubro, Marcos. Ve por Maite, busca a la mujer de tu vida. Ella te ama y tú la amas. Vas a tener un hijo con ella, no puedes dejarla ir. 

Emma apretó los puños. Por un momento, se sintió aliviada de que Alfonso no la haya desenmascarado, pero cuando aconsejó a Marcos que vaya por Maite, sintió la sangre hervir. Deseaba poder poner la mano en su cuello y no soltarla hasta que no respirara más. Se reprochaba a sí misma por no haberse asegurado de que estuviera muerto o, mejor aún, dispararle directo al corazón. Pero ya no podía hacer nada. El maldito doctor se había salvado y, además, le había arruinado la boda. 

Cuando vio a Marcos levantarse y abrir los resultados, Emma espetó.

—Quizás estos sean los erróneos. 

Marcos la miró con desdén. Luego, se inclinó y agarró a Alfonso del cuello de la camisa.

—Si Maite se ha marchado del país y no logro criar a mi hijo, te juro que pagarás por ello —sentenció. 

—Maite aún está en el aeropuerto, su vuelo sale en media hora. Ve por ella, detenla —dijo Alfonso. 

—Eso haré —arregló su traje y se dirigió al juez—. Usted no se mueva de aquí, que boda hay, porque hay. 

Marcos salió del lugar dando zancadas largas. De camino al aeropuerto, hizo varias llamadas para impedir el ingreso de Maite, quien apenas y lograba cruzar. 

Cuando le entregaron su pasaporte, ella sonrió y abrazó a su madre y hermano. Caminaron así hasta llegar al avión y una vez que se acomodó en su asiento, respiró con nostalgia. 

―Seremos solo tú y yo, mi bebé hermoso. 

Maite cerró los ojos y se perdió en los recuerdos lejanos de cuando vivía con su padre. Quería ser una madre con las mismas habilidades de Albert, un hombre tierno y cariñoso que haría cualquier cosa por verla feliz. 

―Abre esa puerta, ¡ahora! ―bufó Marcos, y su voz hizo que Maite abriera los ojos y su corazón latiera con fuerza. A pesar de haber escuchado esa voz, no se levantó para ver si él estaba realmente allí abajo. Simplemente cerró los ojos de nuevo, pensando que era su imaginación. Sin embargo, cuando lo vio parado a su lado, su cuerpo entero tembló. 

―Vienes conmigo, no te vas a ninguna parte. 

― ¿Qué estás diciendo, idiota? ―se levantó Alex, que estaba sentado en el asiento trasero. 

Cuando Marcos vio a ese hombre, los recuerdos del pasado llegaron a su mente.

—No te llevarás a mi hermana, ella ya no está sola, me tiene a mí para protegerla —Marcos sonrió de medio lado. 

―Entonces, ¿tú la sacaste de la cárcel? 

―Sí ―dijo Rebeca. Marcos dirigió su mirada hacia esa mujer, que se había aferrado a Maite, quien permanecía en silencio observando a ese hombre. 

―Maite no saldrá de este país, porque lleva en su vientre un hijo mío, y un Heredia nunca vivirá en un país extranjero. 

― ¿Tuyo? Hace dos días me echaste porque decías que no era tuyo, y ahora vienes a decirme que sí lo es. 

―Aquí están los verdaderos resultados. Alfonso se confundió con otros y se dio cuenta justo ahora. 

Alex se negó a dejar ir a su hermana, y tampoco quería hacerlo. Se peleó con Marcos en el avión, quizás hubiera ganado la pelea, pero su madre se desmayó y corrió en su ayuda. Marcos aprovechó ese momento para agarrar a Maite y sacarla del avión. La cargó en sus hombros y ordenó a sus hombres que se encargaran de Alex. 

―Te destruiré a Marcos Heredia ―gritó Alex mientras era detenido por los guardaespaldas de Marcos. 

Este último subió a Maite al coche y pidió al chofer que los llevara a la hacienda. Cuando el auto se puso en marcha, las luces traseras se encendieron y Maite miró a Marcos con desprecio. 

―Es mejor que no te alteres, podría hacerle daño al bebé ―aconsejó con una sonrisa de medio lado. 

―Eres un maldito imbécil, ¿qué quieres de mí, Marcos Heredia? ¡Dímelo! 

―Llevas un hijo mío en tu vientre, ¿no crees que eso es motivo suficiente para detenerte? 

―No pienso quedarme a tu lado. 

―Pues tendrás que hacerlo, al menos hasta que nazca mi hijo. Después puedes largarte si quieres. 

―No es tuyo, ¿acaso no recuerdas que me acosté con un stripper en tu propia casa? ―Marcos se acercó a Maite, agarró su rostro con su mano grande, hizo presión y, mirándola con ojos afilados, le dirigió unas palabras. 

―No me hagas perder la paciencia. 

― ¿Acaso tú tienes paciencia? ―Maite sonrió―. No lo creo. Eres el hombre más impaciente y amargado que he conocido en mi vida. 

―Supongo que has conocido a muchos ―contraatacó Marcos. Suspiró, soltó el rostro de Maite y dejó caer su espalda en el respaldo del asiento. Luego cerró los ojos y le indicó a su chofer―. Más rápido, tengo una boda esperando. 

Maite se sintió indignada. Ese hombre era tan despreciable que la había sacado del avión para llevarla a su hacienda y obligarla a presenciar su boda con Emma. Su corazón se encogió al imaginarlo casándose con otra mujer. La desdicha se apoderó de ella y sintió cómo las lágrimas empezaban a picarle en el borde de los ojos. Inhaló profundamente y contuvo el aire, no quería desperdiciar más lágrimas delante de Marcos. Ese hombre no merecía absolutamente nada de ella. 

El resto del camino, Maite observó a Marcos dormir, pero mientras lo hacía, pensaba en cómo liberarse de él. Realmente quería irse, tener una vida lejos de Marcos. Sabía que junto a ese hombre nunca podría ser feliz, especialmente si se casaba con otra mujer y le restregaba su felicidad en la cara. Además, le quitaría a su hijo para criarlo con Emma. No podía permitir eso, no podía quedarse en esa hacienda y correr el riesgo de que le arrebataran a su hijo de los brazos. 

Una vez que el auto se detuvo, Marcos abrió los ojos y conectó su mirada con la de Maite, ella le torció los ojos y dirigió la mirada hacia cualquier otra parte donde él no estuviera presente. 

Cuando bajaron del auto, los hombres de Marcos la tomaron de ambos brazos y la llevaron al interior de la hacienda. Mientras la llevaban, ella observaba los arreglos que se habían realizado para la boda de Emma y tragó saliva cuando vio al juez civil y a Emma parados frente a él, esperando a Marcos. 

Los guardaespaldas la llevaron hasta la habitación y, una vez que salieron, Marcos cerró la puerta con llave. Luego caminó hasta su vestidor, sacó un vestido y lo lanzó sobre Maite ordenándole que se lo pusiera. 

Ella observó el vestido con asombro, ya que era el mismo que había elegido para su boda civil. ¿Cómo era posible que Marcos lo tuviera entre sus prendas? ¿Acaso él aún guardaba sus cosas? 

···

Cuando salió de su trance, lo miró y gruñó: —Si piensas que iré hasta ese lugar y presenciaré tu boda, estás muy equivocado. 

Con el sonido del disparo que resonó en todos los rincones de la mansión, las empleadas se levantaron sobresaltadas. Emma bajó rápidamente con su ropa manchada de sangre y mientras descendía las gradas refutó.

—Mañana cuando despiertes, tu vida será un infierno Maite Ferri, te odio con toda mi alma, espero con ansias ver cómo el odio de Marcos caerá sobre ti, te odiará y aborrecerá -declaró mientras caminaba hacia el auto que había estacionado fuera de la hacienda. Antes de irse, vio llegar el auto de Marcos y respiró aliviada al darse cuenta de que él no la había encontrado.

—Pronto serás mío Marcos Heredia, sólo mío.

Marcos había salido de la mansión como todos los días para ir a trabajar. Sin embargo, su amigo Alfonso le había preparado una despedida de soltero esa noche.

Pero Marcos no tenía ni pizca de estar disfrutando. Tenía el ceño fruncido y se le notaba el estrés. Su rostro expresaba amargura al ver esas mujeres bailando. Se sintió furioso cuando una de ella se abrió de piernas e intentó sentarse en su regazo, inmediatamente se levantó y empujó a la mujer, sin siquiera mirarla ni disculparse se dirigió a la puerta.

Marcos no era el hombre que le gustaba frecuentar mujeres de la vida, a sus veinticuatro años había mantenido una vida libre de vicios y alcohol, su vida entera se dedicó a trabajar para mantener a flote el conglomerado Heredia ya que era el último de los Heredia.

La mujer sintió rabia y vergüenza, pero en el fondo agradeció que ese hombre se haya ido ya que estuvo todo el tiempo amargado, ni siquiera les miró el baile sensual que le hacían, menos les sonrió, definitivamente esta era la peor noche de despedida de soltero al que habían asistido.

Al llegar a la mansión, Marcos escuchó los desesperados gritos de sus empleadas. Subió rápidamente las escaleras y al llegar a la habitación de Maite, encontró a un hombre desnudo en el suelo. Una ira se apoderó de él y caminó rápidamente hacia él. Las empleadas se quedaron paralizadas, sin saber qué hacer o decir. Habían escuchado el disparo y se habían cambiado rápidamente para llegar al lugar.

Marcos se acercó y al ver que el hombre tenía una herida de bala en la espalda, le tomó el pulso. El hombre estaba muerto.

—¿Qué diablos pasó aquí? —balbuceó alzando la mirada hacia la habitación. La puerta estaba abierta y se sintió destrozado al ver a Maite sentada al borde de la cama, completamente desnuda, con un arma en la mano y la mente ida. Varios pensamientos cruzaron por su mente y destrozaron su corazón. Estaba luchando entre Maite desnuda y el hombre muerto, y la pistola en la mano.

—¡Maite! —está no respondía, estaba en shock.

Marcos tragó saliva cuando vio al otro lado de la cama a su abuela. —¡Abuela! —gritó desesperado al verla herida.

—¿Qué diablos pasó?

Todas las empleadas se miraron las unas a las otras hasta que una de ellas habló nerviosamente:

—No-No lo sabemos, señor.

La ira invadió a Marcos y las fulminó con la mirada porque se suponía que estaban en casa, debieron saber lo que pasó. Seguido miró a Maite, se volvió acercar a ella y cuestionó.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué fue lo que hiciste, Maite?

Maite solo sonrió, pues la droga le hacía alucinar.

Marcos se alejó de Maite cuando esta cerró los ojos y cayó en el sueño profundo.

—Cúbranla —gruñó Marcos y una empleada agarró una sábana y la tiró sobre el cuerpo desnudo de Maite.

Mientras Marcos tomaba el débil pulso de su abuela, pidió angustiado:

—Llamen a una ambulancia. Una de las empleadas agarró el teléfono y llamó al hospital.

La ambulancia llegó lo más rápido posible. El pulso de Elisa estaba debilitándose y la angustia invadía a Marcos, quien con sus ojos oscuros recorría la habitación tratando de descubrir que era lo que había pasado en ese lugar.

Su mente le lanzaba más de mil hipótesis, pero él se rehusaba a creerla, no fue hasta que encontró el celular debajo de la cama, que descubrió lo que había pasado.

Maite lo había traicionado, el hombre con el disparo era quien grababa mientras la acariciaba. Sintió ganas de llorar al ver a su amada en brazos de otro. Ese hombre recorría el cuerpo de su amada Maite mientras esta solo pedía que la penetrara, y cuando su abuela ingresó el video se cortó, lo que puso a deducir a Marcos que al verse Maite descubierta asesinó a su amante y luego atacó a su abuela. Con el dolor de su alma, Marcos llamó a la policía.

Cuando llegaron, rodearon al hombre tendido en el suelo. Recogieron el arma y el bastón con el que habían atacado a Elisa como evidencia. A Maite la llevaron a prisión estando inconsciente, aún bajo los efectos de la droga.

Cuando la policía se llevó a Maite, Marcos se dirigió al hospital. Desde que se llevaron a su abuela, había entrado al quirófano y hasta las seis de la mañana aún no había salido.

Los doctores estaban haciendo todo lo posible para salvarla y la operación iba bien. Elisa estaba teniendo un hermoso sueño, en el cual su amado esposo la recibía con los brazos abiertos, y tras él, estaban su hijo y su nuera, los padres de Marcos, que habían fallecido hace años.

Cuando los padres de Marcos murieron, Elisa llegó al lugar del accidente y la única persona que encontró con vida fue su nuera, Mer, madre de Marcos.

“Prométeme que lo cuidarás y no lo dejarás solo”, fueron las últimas palabras de Mer, madre de Marcos. Entre lágrimas, Elisa asintió y desde aquel día vivió para cuidar a su nieto. Marcos era lo único que le quedaba de su hijo, quien falleció junto a su esposa en aquel accidente de tránsito.

Cuando la operación estaba por terminar, algo sucedió. Todos los doctores comenzaron a moverse más rápido. Elisa se estaba yendo y utilizaron la máquina para traerla de vuelta.

La pantalla de la máquina mostraba una línea recta y un sonido que indicaba que la vida de Elisa se había ido. Alfonso, doctor y amigo de Marcos agarró las planchas y aumentó la intensidad, empezó a golpear el corazón de Elisa para tratar de traerla de vuelta. Los demás observaban y movían sus cabezas en señal de que era inútil: Elisa se había ido.

—Vamos Elisa —clamaba Alfonso—. No puedes irte, hazlo por Marcos.

En la sala de espera, Marcos caminaba de un lado a otro. De repente, las puertas del quirófano se abrieron y salió Alfonso, empapado de sudor se quedó parado sin moverse. Marcos se acercó lentamente y, con un nudo en la garganta, miró a los ojos a su amigo, el mejor doctor de la ciudad, y preguntó con una voz aguda y temerosa.

—¿Está todo bien? ¿Verdad?

Alfonso movió la cabeza y Marcos lo agarró del blanco overol con una mirada asesina y un dolor profundo en su corazón.

—Dime que está bien. Dime que mi abuela se salvó —exclamó.

En la última pregunta, sus ojos se llenaron de lágrimas amenazantes que estaban a punto de salir. Alfonso trató de calmarlo diciendo:

—Elisa está bien, pero…—Hizo una pausa y tragó saliva.

—Pero ¿qué? —preguntó furioso Marcos.

—Entró en estado de coma…

Marcos llevó sus manos al rostro e inclinó la cabeza sintiendo un profundo dolor en el pecho. Con una voz débil, pronunció:

—Es lo mismo que estar muerta —Las lágrimas rodaron por sus mejillas, esta vez no las detuvo, eran lágrimas por su abuela, la mujer que más lo había amado en la vida.

—No… —dijo Alfonso—. Hay posibilidades de que despierte.

—¿Despierte? —sonrió Marcos, con una sonrisa desesperanzada. Luego continuó— ¿Cuándo? ¿Después de cinco, diez, veinte años?

—Ten fe, Marcos. Elisa es muy fuerte, tarde o temprano despertará —trataba de tranquilizarlo Alfonso.

Después de eso, Marcos se dirigió a la celda donde estaba Maite, aún dormida.

Se paró frente a ella, mirándola con desprecio. Ella se despertó aturdida, como si estuviera teniendo una pesadilla. Abrió los ojos con asombro y lo primero que vio fue el hermoso rostro de Marcos.

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