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Esto, es prisión.

Sonrió, pero él estaba tan furioso que se notaba en su mirada. Ella le tomó las manos con felicidad.

—Llegó el día, amor —dijo Maite.

Él se soltó bruscamente de su agarre y se alejó de la cama polvorienta donde estaba Maite. Ella lo miró con asombro y, al sentarse, miró a su alrededor.

—Marcos, ¿qué sucede? ¿Qué es este lugar? —Él volteó para verla y su rostro se tornó rojo de ira.

Angustiada, Maite no sabía qué estaba sucediendo cuando Marcos decidió hablar.

—¡Esto es una prisión! —exclamó él.

Se preguntó qué hacía ella en la cárcel y cómo había llegado a ese lugar. Con una sonrisa y cerrando los ojos, dijo:

—Esto es una broma, ¿verdad?

—¡No! —escupió Marcos, enfurecido. Maite abrió los ojos y tragó saliva, nunca lo había visto tan furioso y tembló al escuchar su grito.

—¿Qué sucede? Marcos, ¿por qué te estás comportando así? —preguntó Maite, temerosa.

Él sonrió con desagrado.

—Eres una cínica, deja de hacerte la víctima —gritó enfurecido.

Maite nunca había sido tratada de esa manera y, sintiendo miedo por la actitud de Marcos, no comprendía qué pasaba. ¿Por qué se comportaba así?

Suspiró e intentó calmar su corazón que latía dolorosamente en su pecho.

La mirada de Marcos la aterrorizaba y ella no encontraba respuestas sobre por qué estaba en prisión. Seguía pensando que todo era una broma.

Reuniendo valor, preguntó:

—¿Qué he hecho? Dímelo —él rio con desgano—. No comprendo, ¿qué significa esto? Se supone que hoy es el día de nuestra boda, ¿no crees que deberíamos estar en la iglesia? ¿Qué hacemos aquí?

Marcos tragó saliva y la miró con desprecio.

—¿Nuestra boda? —rio nuevamente— ¿Vas a seguir fingiendo que no sabes lo que ha pasado? —hizo una pausa y sacó el celular de su bolsillo—. Te lo recordaré.

Puso el celular frente a Maite, mostrando el video grabado. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Maite y sintió vergüenza por lo que veía.

Su corazón se estremeció de dolor al darse cuenta de que el sueño o, mejor dicho, la pesadilla que había tenido la noche anterior era real. Estaba grabada en un video en el que ella tenía relaciones con otro hombre que no era su futuro esposo.

—No, esto no puede ser verdad —dijo nerviosamente, llevando sus manos a la cabeza—. Yo nunca haría eso en mi sano juicio.

—Ja… —se burló Marcos con desprecio—. Tal vez no en tu sano juicio, pero te emborrachaste hasta perder el control y te acostaste con otro hombre en mi casa como una zorra.

—Marcos, no me ofendas —dijo Maite, con lágrimas en los ojos. Jamás, nadie la había tratado e insultado de esa manera, lo cual enfureció aún más a Marcos.

—¡Cállate! —gritó él fuertemente, haciendo una pausa—. No solo me engañaste con otro hombre, sino que cuando mi abuela te descubrió, la atacaste hasta dejarla en coma y luego asesinaste a tu amante.

Aterrorizada por lo que acababa de escuchar, Maite se defendió.

—¡Mientes! —gritó, invadida por el miedo y el terror—. Yo nunca lastimaría a Elisa, ni mucho menos mataría a alguien… Todo es mentira, o una broma —decía mientras llevaba sus manos a la cabeza y se despeinaba—. No tengo amante —gritó desesperada, esperando que Marcos le creyera.

—No sigas mintiendo —dijo Marcos con amargura, apretando los puños y mordiéndose los labios—. Te encontré desnuda a ti y a él, el video muestra lo que has hecho. Eres tan p… —se tragó las demás letras y continuó— para grabar un video teniendo relaciones con otro. —Maite quería defenderse, pero la voz de Marcos era más fuerte—. Además, encontré el arma en tu mano y la policía ha encontrado tus huellas en el bastón con el que atacaste a mi abuela.

Maite no podía asimilar lo que estaba escuchando y lloraba con desesperación, al mismo tiempo que reía con disgusto. Todo esto le parecía una broma de mal gusto.

—No… No, no puede ser cierto —decía, llevando sus manos a la cabeza y frotándose la cara con fuerza. Parecía una loca desesperada, esperando que Marcos le dijera que todo era solo una maldita broma.

—¡Nunca te perdonaré por haber intentado matar a mi abuela, menos por haberte acostado con otro en mi propia casa! Tu padre debe estar retorciéndose en su tumba por lo que acabas de hacer —dijo él con furia.

Lo que Maite nunca permitiría era que usaran el nombre de su padre para ofenderla, así que, furiosa, le gritó:

—¡Deja a mi padre en paz! Él no tiene nada que ver en esto de que me acusas. Si no quieres casarte, no tienes que inventar estás cosas.

—¡Que no son inventos! —ladró encolerizado.

Maite reía y lloraba al mismo tiempo, no podía creer todo aquello. Sin embargo, un video comprobaba lo promiscua que era ella. Se rehusaba a creer lo que había pasado.

—Te pudrirás en prisión, Maite. Te lo juro —dijo Marcos mientras se dirigía hacia la salida. No podía soportar un momento más con esa mujer.

—No me dejes aquí —gritó Maite desesperada, corriendo hacia él y aferrándose a su espalda. Lo apretó con fuerza mientras lágrimas rodaban por sus mejillas.

Al sentir las manos temblorosas y las lágrimas mojando su espalda, el corazón de Marcos se estremeció. Maite lo debilitaba.

Maite era solo una joven de veinte años, estaba sola en el mundo y él había prometido cuidar de ella. Pero no podía perdonar su engaño y el daño que le había causado a su abuela.

Cerró los ojos y por un instante quiso abrazarla y decirle que todo estaría bien, que intentaría solucionarlo. Pero recordó que la persona en coma era su abuela, su única familia. ¿Cómo podría perdonar lo que Maite le había hecho a su abuela?

Apretó con fuerza las manos de Maite que lo sujetaban y se soltó de su agarre, lanzándola al suelo con fuerza.

—No quiero que vuelvas a tocarme, ni mucho menos que me digas ‘amor’. ¡Puedes morir si quieres! —dijo Marcos antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida.

Maite, que estaba en el suelo, se aferró fuertemente a su pierna.

—Por favor… Por favor, amor, no me dejes aquí, te lo suplico —lloraba desgarradamente. Su corazón estaba en agonía, sentía pánico de pensar en quedarse sola y perder para siempre al hombre de su vida.

—¡Quítenmela de encima! —gritó Marcos, haciendo que los policías cercanos agarraran a Maite de ambas manos para soltarlo y poder marcharse.

Sin mirar atrás, aferrado a mantener el odio en su corazón, Marcos se alejó del lugar mientras Maite lloraba y pedía que no la abandonara. Cuando Marcos se fue, los policías cerraron la reja y también desaparecieron.

Maite quedó sola, tendida en el suelo y mirando las cuatro paredes que la rodeaban. Lloró hasta que sus ojos se irritaron, sentía miedo. Estaba completamente sola en un país y una ciudad que eran dominados por Marcos.

Nadie la conocía, ¿quién querría ayudarla? Seguro todos temían enfrentarse al hombre de rostro amargado.

Se sintió tan sola como un perro abandonado. Su padre había muerto y su madre la había abandonado hace años. Pero se llenó de satisfacción al recordar a su padre, porque había sido el mejor padre del mundo. Nunca le faltó amor ni atención, él hacía todo lo posible para que ella fuera feliz. Si él estuviera vivo, nadie la lastimaría y no estaría en prisión.

Abrazó sus piernas con sus brazos y se quedó en el frío suelo, recordando a su amado padre y el amor que le brindaba.

—Papito, ¿por qué me dejaste? —sollozó en el suelo.

Marcos se dirigió a la mansión y en el camino, el teléfono de Maite sonó con un mensaje de Emma que decía: —¡Lo siento, cariño! No podré estar presente en tu boda, pero prometo estar en la fiesta. ¡Mi vuelo se retrasó! —Marcos apretó con fuerza el teléfono. Quiso lanzarlo, pero lo guardó como evidencia. No descansaría hasta hundir a Maite en prisión.

Al llegar, vio cómo sus empleadas deshacían todos los arreglos que habían llegado a la mansión. Pasó de largo sin mirar a nadie. Todos recogieron sus cosas cuando Marcos lanzó la enorme torta al suelo.

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