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¡Cobarde!

—No te obligué, tú quisiste. Así que no vengas a hacer de víctima, tus lágrimas no me convencen. ¿O acaso quieres que pague por tus servicios? —Tras estas palabras, Maite golpeó con su rodilla la entrepierna de Marcos.

—¡Cobarde! ¡Qué decepción! Pensé que eras un verdadero hombre, pero veo que eres un completo cabrón. Si Elisa estuviera aquí, estoy segura de que se avergonzaría de ti —Terminado de hablar, Maite se dirigió por el mismo camino por el que la habían sacado.

—¡Alto ahí! —gritó Marcos enfurecido. Con una mirada oscura llena de odio y venganza, se acercó violentamente a Maite y la arrastró hacia él.

—Pagarás por esto. ¡Abre la puerta! —dijo al oficial, agarrando a Maite y llevándola a un rincón en un espacio cerrado. Le arrancó el mono de prisionera y, lleno de deseos, Marcos la empujó contra la pared— ¡Suéltame! —suplicó ella con un dolor infinito en el pecho. No obstante, Marcos parecía no escuchar razones. Estaba cegado por el odio y la ira; deseaba cobrarle a Maite su traición y lo sucedido a su abuela. Que fuera a prisión no era suficiente, él quería verla llorar y suplicar, y aunque ella lo hizo, él no la escuchaba.

Maite se encontraba esposada y utilizó las esposas para golpear el rostro de Marcos, lo cual solo lo enfureció más. Marcos la arrinconó contra la pared y ella se golpeó el rostro.

Maite lloraba desgarradamente al ver lo que Marcos intentaba hacerle.

—No, por favor… no lo hagas —suplicó—. Lo prometiste, prometiste que jamás me lastimarías. Eres un cobarde, olvidaste tu promesa.

Aquellas palabras llegaron al corazón de Marcos, quien inmediatamente se detuvo y la soltó. Maite se dejó caer al suelo, llorando de manera desconsolada. Al verla en ese estado, el corazón de Marcos se estremeció e intentó acercarse a ella para pedirle perdón. Se dio cuenta tarde de la locura que estuvo a punto de cometer y se sentía un completo imbécil al intentar tomarla por la fuerza. Llevó sus manos a la cabeza sin entender por qué había reaccionado así. Él no era así de agresivo con las mujeres, y mucho menos si esa mujer era la que amaba. Luego recordó lo malvada que había sido esa mujer con su abuela, y su corazón se volvió a llenar de odio.

—Maite Ferri, ¡te odio! —vociferó, arregló su traje y salió del lugar, echando chispas. Al salir de la pequeña oficina, masculló—: Tú —señaló a una policía—. Ayuda a esa mujer a vestirse. La oficial entró rápidamente y encontró a Maite tendida en el suelo, con su ropa destrozada y cubierta de lágrimas. La mujer sintió lástima por la joven. La ayudó a vestirse, secó sus lágrimas y curó su herida.

—¿Por qué? ¿Por qué nadie hace nada en este país? ¿Por qué tanta injusticia contra mí? ¿No lo han escuchado? Intentó abusar de mí y nadie hizo nada por ayudarme —habló entre sollozos. La oficial desvió la mirada a cualquier lugar que no fuera Maite. Suspiró y dijo:

—Es Marcos Heredia, no podemos hacer nada —dicho eso, se levantó y lanzó el algodón en la papelera.

—¿Solo eso? ¿Es Marcos Heredia? ¿Acaso yo también no tengo derechos? El señor Marcos Heredia puede matarme y no habrá justicia. ¿Eso es lo que me quieres decir?

—Señorita, el señor Heredia no es un asesino, es un hombre importante del país y por eso tiene el respeto de todos, incluso el de la justicia.

—Le temes, es eso, ¿verdad? Son tan cobardes como él. Son unos puñeteros que no pueden defender a sus ciudadanos y cuidar de los extranjeros.

La oficial hizo oídos sordos y salió del lugar, dejando a Maite sola. Luego fue trasladada a la cárcel de mujeres.

Horas después de llegar, unas cuantas presas se le acercaron para intimidarla, pero ella se alejó y ellas la siguieron. Comenzaron a jalonearla con intención de pelear, pero ella no sabía cómo. Nunca nadie había querido golpearla. De pronto, una mujer se acercó y dijo:

—Déjenla en paz. Todas voltearon a ver, incluso Maite. Cuando vio el rostro de aquella mujer, se sintió temerosa. Tenía algunas cicatrices en el rostro y Maite temió que fuera como las prisioneras que había visto en las películas, haciendo la vida imposible a las nuevas. Y así parecía estar sucediendo a ella.

—¿Quieres divertirte, jefa? —preguntó una prisionera.

—No —escupió la mujer—. Solo dejen a esa chica tranquila. Todas las mujeres se miraron entre sí, sin entender por qué la líder no quería divertirse haciéndole sufrir a Maite. Encogiéndose de hombros, se alejaron del lugar, dejando a Maite sola. Esta última soltó un suspiro cuando las mujeres se alejaron. Solo esperaba que no la molestaran más.

Mientras las demás prisioneras se alejaban, la mujer que la defendió volvió a mirarla y Maite no comprendía por qué la había defendido.

Horas más tarde, cuando ya estaban en la celda, Maite se dio cuenta de que su compañera de celda era la misma mujer que la defendió. Después de varios minutos de silencio, se acercó a la mujer y entabló una conversación agradeciéndole por haberla defendido.

—Tranquila —dijo la mujer—. Es por una buena razón… —se comió las demás letras y terminó diciendo—. Es porque te ves frágil y supuse que no aguantarías los golpes de ellas. Si te hubieran golpeado, seguro ahora estarías muerta —Dicho eso, la mujer se metió en su cama y Maite se quedó pensando en las palabras de la mujer.

Cuando Marcos salió del juzgado, habló claro y fuerte para hacerse escuchar—. No quiero volver a saber de esa mujer. Si algún día está herida o muerta, no me informen porque no me interesa saber nada sobre ella. ¿Entendido?

—Sí señor —Una vez que llegó a la mansión, se encerró en el despacho a beber sin control. Una vez borracho, Emma entró y le quitó la botella de su mano y lo ayudó a subir a su habitación. Marcos se había pasado de copas, todo a su alrededor era nubloso, el alcohol le hacía ver la visión que su corazón quería, por ello tomó a Emma por la cintura y la llevó a él. Al sentir los suaves labios de Marcos recorrer su cuello, se sintió excitada e inmediatamente buscó la boca de Marcos y lo besó con desenfreno.

Esta era la oportunidad que Emma había esperado por muchos años y era lógico que no la dejaría escapar. Mientras se besaban con deseo, fue deslizando su mano hasta tocar la erección de Marcos. Luego lo desnudó y lo lanzó sobre la cama. Ella también se deshizo de sus prendas y se trepó sobre él. Con sus labios recorrió el pecho de Marcos, provocando que este soltara unos gemidos. Marcos llevó sus manos a las nalgas de Emma y presionó, traspasando así su humedad. Emma soltó un grito que retumbó en las cuatro paredes de la habitación. Lo que vino después fue una ardiente noche de placer para Emma.

—Te amo —susurró Marcos. Una ancha sonrisa se dibujó en las comisuras de Emma. Sin embargo, cuando Marcos repitió él te amo y pronunció el nombre de Maite, la mencionada detuvo los movimientos circulares que realizaba sobre Marcos y clavó sus uñas en el pecho del hombre, quien gimió de dolor.

En cuanto Emma maldijo en sus adentros, deseó con todas las fuerzas de su alma que Maite muriera en prisión y así Marcos pudiera olvidarse para siempre de ella. Soltando un grueso suspiro, Emma volvió a moverse y soltó unos gritos al alcanzar su orgasmo. Luego cayó sobre el pecho de Marcos, quien ya se encontraba dormido. Después se recostó a un costado, puesto que ya estaba satisfecha. Al fin logró conseguir lo que tanto había soñado: acostarse con Marcos. Solo esperaba que aquello fuera el inicio de lo que un día quería alcanzar: ser la señora de Marcos Heredia.

Al día siguiente, cuando Marcos abrió los ojos, sintió un fuerte dolor de cabeza que lo obligó a llevarse las manos a la cabeza. Hizo presión en ella y se quejó. Luego descubrió su cuerpo y se encontró completamente desnudo. La sangre de Marcos cayó a sus pies. Lentamente se giró y se encontró con Emma, quien dormía plácidamente. Los negros ojos de Marcos se encendieron y la ira lo embargó. Crujiendo los dientes, cuestionó.

—¿Por qué estás aquí? —Gruñó, provocando que la mujer dormida abriera los ojos de golpe y se enrolara con las cobijas—. Pregunté ¿qué diablos haces aquí…?

—Marcos, anoche… tú y yo… bueno, ya sabes qué hicimos…

—¡Cállate! —Masculló Marcos al levantarse. No quería que lo repitiera, sentía que iba a vomitar si lo decía.

—No es necesario que des los detalles, no soy tan estúpido como para no saber lo que pasó —furioso se dirigió al baño y antes de entrar vociferó— Cuando salga de la ducha no quiero que estés aquí.

Dicho eso, se metió en la ducha. Mientras tanto, Emma se quedó mirando el trasero de Marcos. Luego se levantó de la cama con una sonrisa de victoria. Al salir de la habitación, se encontró con una empleada. Esta última ladeó la cabeza en negación. No podía creer que su jefe se hubiera metido con esa joven.

Emma la miró con desprecio. Para ella no era un secreto que la servidumbre de aquella casa no la quería, pero ahora que Elisa no estaba, ella sería la señora de aquella hacienda y debían respetarla.

—¿Qué tanto me ves? —La empleada bajó la mirada y continuó limpiando— ¿Vas a ignorarme, mugrienta?

—No señorita, solo seguiré limpiando.

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