04
Se enfunde en unos vaqueros desgastados y su suéter de lana para cubrirse un poco del frío que ha causado la lluvia. Se coloca sus botas oscuras y sale del apartamento no sin antes traer un paraguas consigo. No iba a arriesgarse de nuevo, odiaba coger un resfriado, con lo difícil que se le hacía en ese instante comprar medicamentos.
Las calles de Brooklyn están desoladas, a exención del señor Joshua que se encuentra en la banca de la pequeña plaza. Es el que más visita ese sitio puesto que alimenta a las palomas que invaden la fuente. La joven al pasar cerca de él, sacude su mano saludando al agradable señor que le sonríe en respuesta.
Continúa su marcha en dirección a su antiguo trabajo, pasará a buscar su gabardina, esa que lleva tiempo conservando con ella y por alguna extraña razón no puede tirar a la basura o perderla. Llega en menos de cinco minutos al local del señor Hanks, este al verla no refleja ninguna expresión en su arrugado rostro.
—Vengo por mi gabardina —anuncia cortésmente.
—Willow —la llama el señor Hanks.
—Dígame.
—Imagino que aún no has podido encontrar empleo —la joven Willow se encoge de hombros—. Conozco a alguien que está buscando una chica para hacer los quehaceres de la casa, aquí está su dirección por si estás interesada.
Le tiende un papel doblado cuidadosamente, la chica lo toma sin dudarlo.
—Vale, le agradezco —le regala una sonrisa de boca cerrada y se dirige al depósito por su gabardina.
Al salir de la tienda, decide ir por una tarta, así que emprende camino a la cafetería que suele recurrir. Las calles están en completa tranquilidad, apenas y se oye el murmullo de las pocas personas en la plaza. Pero el silencio no dura para siempre, ya que al ir adentrándose al barrio de Brooklyn, el sonido del claxon de los autos es bastante ensordecedor para la joven Willow que detesta el ruido.
La cafetería se encuentra semi vacía, algo que le resulta muy extraño a la chica, puesto que es el sitio con más clientes.
—Oliver —saluda al muchacho de piel oscura que ordena algunos dulces en la vitrina.
—¡Willow! —emite dibujando una sonrisa en su labios—. Estabas perdida.
—No había tenido tiempo de pasar por estos lares —dice tomando asiento en la barra.
—Ya veo —hace una mueca en respuesta —. Hablando de ello, ¿Cómo te va en el trabajo?
Willow baja la mirada a sus botas oscuras y muerde su labio inferior, reprimiendo las enormes ganas que tiene de llorar. Sin embargo, traga el nudo en su garganta y simula que no le afecta estar desempleada.
—Bueno, ya no trabajo con el señor Hanks.
Oliver alza la cejas.
—¿Renunciaste?—la joven niega con la cabeza.
—Más bien me ha despedido —suelta una risita seca—. La verdad me da igual, aunque me hubiera gustado que no hubiera sido por culpa del idiota de Dylan.
—¿Dylan regresó? —pregunta juntando sus cejas.
—Sí, desgraciadamente —bufa haciendo soplar los mechones de su cabello cobrizo.
—Tengo unos minutos.
Willow le relata a Oliver todo lo que sucedió en la mañana, desde su despido y la manera cómo su ex novio intentó invitarla a salir de nuevo. El muchacho de piel oscura la escucha atentamente mientras le sirve una porción del pastel de manzana recién horneado.
Oliver se había vuelto el amigo más cercano de la joven, y aunque este le llevaba cinco años, la diferencia de edades nunca había sido impedimento para que ambos se volvieran últimamente inseparables.
—Sigue estando tan guapo que me odié por fijarme en sus facciones más marcadas. No entiendo por qué debe ser tan...
De pronto su voz se apaga al observar un hombre extremadamente apuesto ingresar a la cafetería. Oliver desvía su vista hacia la misma dirección y frunce el ceño.
—Willow.