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Capítulo 8

Estaba allí en un instante. Se sentó como si nada, deslizando la mesa hacia él con facilidad, como si no pesara nada. Intenté apartarme un poco, pero enseguida me levantó y me sentó en su regazo. El olor de su cuero, acero y aceite para armas me hinchó un poco la cabeza.

Los ojos negros se rieron. Unas manos fuertes apretaban con tanta fuerza que era imposible moverse. En un instante estaba insoportablemente caliente, como si el solo tacto del hombre encendiera una pasión enloquecedora. Pero no iba a rendirme tan fácilmente. Puse las manos sobre sus anchos hombros, dejando claro que no iba a quedarme como una marioneta inerte en sus brazos.

Maestro... Dioses de oro, ¿cómo se llamaba? Sonrió. Ni un ápice de vergüenza. Tranquilo y confiado en su propia superioridad. Me acarició la espalda con una mano y me apretó el hombro con la otra.

- ¿Te pasa algo, ay nyu lun? - preguntó inocentemente. - ¿Ocurre algo? ¿Quieres preguntarme cómo debes dirigirte a mí?

Por supuesto. Lo entiende todo, por supuesto. Sólo que no quiero andar por ahí como una ciega.

Asentí y exhalé ruidosamente.

- Sí.

Sonrió satisfecho, deslizando la palma de la mano por mi espalda, la palma quemándome la parte baja de la espalda.

- Me llamarás 'mi señor', ay nu lun.

Toda la sangre se me subió a la cara. Se niega a decir su propio nombre. Eso... En la Tierra de los Cielos sólo los esclavos tienen derecho no sólo a llamar a su amo por su nombre, sino incluso a conocer ese nombre.

- Sí...

- Sí -asintió, la mirada de sus ojos negros se convirtió en advertencia-. - Sólo tú lo harás. Me perteneces, Naan. Completamente. Harás lo que quieras.

- Pero necesito saber qué ha pasado, cuál es mi estatus y qué se espera exactamente de mí -dije en voz baja.

El dragón lanzó una mirada pensativa. Estaba claro que meditaba y sopesaba algo. Pero, a juzgar por la expresión de su rostro, aprobaba mi planteamiento.

- No eres estúpido, ay nyu moong -dijo finalmente-. - Eso es bueno.

Y entonces me acarició el costado con pereza y me pasó la mano por el montículo del pecho. No pude esquivarlo, y me costó sentir el calor de su palma y no moverme.

Me lamí involuntariamente los labios resecos. El dragón no escapó a la acción. Me apretó suavemente el pezón, y un gemido estuvo a punto de escapárseme de los labios.

- Cuando te trajeron para darnos para siempre como tributo, perdiste el pasado, Naan.

Me estremecí y le miré con los ojos muy abiertos:

- ¿Sabes algo de él?

- Nuestros sacerdotes pueden hacer mucho -respondió con evasivas, pasando la palma de la mano desde el pecho hasta el estómago.

Respiré ruidosamente. El dragón sonrió con la comisura de los labios y continuó:

- Te elegí hace mucho tiempo. En la tierra de los dragones no se te exigirá nada más allá de tus poderes. No eres más que una mujer. Pero eso es todo lo que necesito. El hogar nunca debe apagarse, la casa nunca debe pasar hambre y mi cama nunca debe calentarse con tu cuerpo. También puedes visitar el templo, pero yo me ocuparé de eso.

Le miré con desconfianza. Aquí hay algo que no está bien. Es demasiado simple. Y no se parece en nada a las condiciones para un prisionero. No es muy atractivo, pero no está nada mal.

- ¿Hay algo mal? - aclaró.

Le miré, intentando averiguar qué me estaba ocultando. Sin embargo, por alguna razón una pregunta inesperada salió de mi boca:

- ¿Podría salir de los terrenos de la casa?

La mención del templo, y de que el dragón se ocuparía él mismo de él, me inquietó seriamente. ¿Quizás las chicas humanas son como mascotas aquí, sólo que bien cuidadas? No te dicen de buenas a primeras que no debes opinar.

- Puedes hacerlo -dijo con calma-. - Pero ahora no. Ya te lo diré.

"Ya veo", me di cuenta. - "Ya veo", me di cuenta. "Tiene miedo de que huya. ¿O es otra cosa?"

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