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Capítulo dos

Llevó sus dedos a la boca, los llenó de saliva y ahora fueron el dedo medio y el dedo índice, los que penetraron en el apretado recto de la ardiente mujer que se sentía enloquecer de placer y de gusto, moviendo sus caderas en círculos para disfrutar más de aquella doble penetración.

Gustavo, movió sus dedos en círculos y después, de manera inesperada, sacó los dedos y suje­tó con fuerza y determinación, las carnosas y redondas nalgas, apretándolas, sobándolas y abriéndolas para colocar su endurecida macana justo en el centro del chimisclan.

Y antes de que la madura hembra pudiera protestar, la cabeza del garrote, ya avanzaba por aquel estrecho conducto que, durante tantos años, se había mantenido intacto, virginal, estrecho y puro como el día que viera la primera luz del mundo.

Al sentirlo picar en su cerrado culito, el esfínter de ella comenzó a apretar y a aflojar, como si lo invitara a seguir adelante y no detener su avanzada por nada del mundo, señal que él entendió y comenzó a empujar su cadera, taladrando el fruncido túnel.

La hembra apretó los dientes y se relajó aflojando el cuerpo para que no le doliera tanto aquella penetración sodomita a la que siempre temió, aunque en aquel momento deseaba con todas las fuerzas de su cuerpo, como nunca antes lo imaginó

Por fin lo tuvo todo adentro de su recto y el movimiento de las caderas de Gustavo, al bombear con lujuria sobre su culo la hizo pasar del dolor al placer y le correspondió al ritmo, con intensidad, disfrutando a plenitud a cada embate que se brindaban.

Lo estrecho del conducto provocaba que la excitación de ambos fuera mayor, la señora estaba desquiciada, jamás se había sentido tan caliente como en ese momento, se jalaba los pezones con ambas manos, se tallaba la pucha, se acariciaba el clítoris, se metía dos dedos en la vagina.

Era tal su lujuria, que ya no sabía qué hacer para manifestar su gusto y su placer por todo aquello que estaba sintiendo en su cuerpo, y que la enloquecía, provocando que se olvidara de todo para vivir con toda intensidad de ese delicioso momento.

Gustavo, no estaba en un lecho de rosas, aunque se sentía como si lo estuviera, su endurecido chile también experimentaba aquel delicioso placer de penetrar y ser estrechado por aquella empapada vagina, que lo albergaba con calidez, desbordando sus deseos, los cuales se incrementaban con el constante limar que los llevaba con pasos agigantados a la cumbre de la lujuria, enardeciéndolos y motivándolos.

Así que aceleró el ritmo de sus caderas y bien sujeto de la estrecha cintura de ella Gustavo, se derramó en el estrecho recto, bañándole las en­trañas con su crema caliente y espe­sa, lo que provocó que ella tuviera otro inigualable y maravilloso orgasmo que la hizo estremecer y levantar, de manera involuntaria, un poco más su carnoso trasero.

El seductor se quedó quieto y esperó unos segundos, con su camote dentro del estrecho conducto, al tiempo que le acariciaba las sabrosas nalgas, a que su chile dejara de cimbrarse, al recibir los apretones que el esfínter del culo de ella le daba y luego se retiró de las ricas y sabrosas nalgas de la mujer, dejando que su crema escurriera por entre los muslos de la mujer y se acostó en la mullida alfom­bra, ella se tendió a su lado:

—¡Eres realmente increíble…! Mi marido nunca me ha hecho el amor así… —dijo ella al tiempo que suspiraba con satisfacción— siempre quise saber lo que era ser penetrada por el culo y creo que me había perdido de lo sabroso que resulta… me encantó… fue algo diferente, aunque muy placentero y delicioso… gracias por ser así conmigo.

—No tienes nada que agradecer, por el contrario, gracias a ti por dejarme disfrutar de tu delicioso cuerpo —respondió él al tiempo que le acariciaba la mejilla y la veía con un gesto frío y calculador— te dije que yo te haría conocer el verdadero placer de las relaciones sexuales y como has podido ver, no te engañé en nada.

—Tienes razón… y te aseguro que lamento mucho no haberme decidido antes a hacer todo esto contigo… has sabido ser paciente y tierno, me has hecho sentir mujer de pies a cabeza y creo que jamás voy a olvidar todo esto… —exclamó ella con sinceridad.

La mujer le dio un suave y tierno beso en los labios, antes de levantarse de la alfombra y comenzar a recoger sus ropas para luego vestirse ante la mirada indiferente del hombre que parecía estar acostumbrado a ver mujeres desnudas y vistiéndose:

—Me tengo que ir, aunque me gus­taría quedarme más tiempo... no sé qué cara le voy a dar a mi marido después de lo que acaba de pasar… —dijo ella de pronto, como queriendo encontrar una disculpa aceptable para ella misma después de lo que acababa de vivir.

—No tienes por qué preocuparte, no eres la primera ni serás la última que engaña a su marido, además él tiene la culpa, no te atiende como debe de ser… una mujer como tú necesita ser cuidada, atendida y amada —dijo él al tiempo que, desnudo, se levantaba de la alfombra y con su diestra, le acariciaba la mejilla tratando de reconfortarla.

—En eso si te doy la razón… para mi marido desde hace mucho tiempo que dejé de ser una mujer para convertirme en un mueble más… aunque ¿qué podemos hacer las mujeres casadas cuando dejamos de ser interesantes para nuestros esposos?

No se dan cuenta de que somos seres humanos y que estamos deseosas de cariño y pasión y nuestros maridos sólo pien­san en el dinero y en sus aventuras, como si nosotras no fuéramos seres humanos —musitó ella con cierta tristeza, terminando de acomodarse bien sus ropas, luciendo impecable, como si no hubiera vivido momentos de intensa pasión.

—Para eso estamos los hombres que sabemos apreciar a una mujer hermosa —dijo él con un gestó cínico— te aseguro que yo sabré llenarte de toda esa pasión que necesitas…

La mujer lo vio por unos segundos, era muy atractivo, varonil, de 30 años, 1.72 de estatura, 70 kilos de peso, cuerpo de músculos definidos, sonrisa fácil y seductora, aunque su mayor cualidad estaba en su manera de hablar, siempre tenía la palabra adecuada para hacerla sentir bien, tal vez fue por eso que la conquistó y la convenció de engañar a su marido.

Y ahora que lo había hecho, no se arrepentía, al final, lo más importante de todo, fue que gozó como nunca se imaginó que podría hacerlo, ese hombre la había llevado a niveles de pasión y de excitación, que jamás soñó poder vivir en su cuerpo, era una cualidad más que había que agregarle y que sin duda disfrutaría en sus brazos cada vez que tuviera la oportunidad de hacerlo, porque estaba convencida de que volverían a verse para coger.

Ella terminó de arreglarse y con pasos firmes, se acercó a la puerta de salida, ahí la alcanzó Gustavo, aún desnudo, la detuvo y se dieron un beso, al separarse:

—Por favor, en dos días no me llames, tengo que pensar mucho, dame ese tiempo para adaptarme a esta nue­va situación —suplico ella con toda su ternura— por ahora me siento muy confundida… me gustó mucho estar contigo, aunque, engañé a mi marido.

—No te apures, comprendo esperare a que estés lista —respondió Gustavo, sonriendo y acariciando la mejilla de la mujer con ternura— sólo recuerda que me tienes dispuesto a todo con tal de volver a disfrutar de tu delicioso cuerpo.

Se dieron un nuevo beso lleno de pasión al tiempo que se abrazaba con fuerza, ella sintió que la pasión de nueva cuenta crecía en su cuerpo y tuvo temor de pedirle que la hiciera suya una vez más, sabía que si la volvía a poseer, ya no se querría ir nunca.

La mujer salió y Gustavo cerró la puerta recargándose de espaldas en ella, sonrien­do satisfecho, hasta que su risa se tornó en carcajada cínica al tiempo que con prepotencia decía:

—Ja, ja, ja… otra estúpida más, no cabe duda que soy úni­co, no se me va una viva, tal parece que todas las mujeres están en brama… —pensó recargado en la puerta— ¡Estúpidas…! Lo bueno es que hay muchas esperando el momento para satisfacer todos mis deseos… sólo hay que buscarlas bien y mostrarles un poquito de interés, lo demás, es fácil.

De pronto una voz varonil lo sacó de sus pensamientos, era Salomón Rosas, su amigo desde la preparatoria y cómplice incondicional en sus tur­bios nego­cios.

En ese momento salía de una de las recámaras de aquel departamento, llevando una cámara de fotografía en una mano y con otra de vídeo colgando del cuello:

—Te felicito, Gustavo, las fotos son perfectas, así como la filmación, cada vez te estas superando. No cabe duda que la práctica hace al maestro —le dijo sonriendo.

—Lo sé, conozco mi trabajo, además eres un verdadero profesional, tú mismo me has dicho que ángulos puedo emplear para que salgan mejor las fotos y los videos —respondió Gustavo

—¡Bah…! Pequeñeces… cualquiera podría hacerlo, basta con tomar la cámara, enfocar y oprimir el botón, no tiene mayor complicación —dijo Salomón, con modestia.

—Bueno, pues vete a arreglar esas fotos y prepáralo todo… hay que estar listos.

—Antes de irme… desde hace tiempo que he tenido una duda y no me atrevía a preguntarte algo, no quisiera que te fueras a molestar por… —comenzó a decir Salomón, con indecisión.

—Déjate de mamadas y pregunta… ya sabes que no sólo eres mi socio, sino que además eres mi mejor amigo y que tengo muy pocos secretos para ti… —respondió Gustavo, con cinismo

—A lo mejor este es uno de esos secretos que no quieres que se sepan…

—Si es así, te lo digo y listo… así que pregunta y veamos de qué se trata

—Bueno es que no me has contado…

—Bueno, te contaré todo para que te enteres todo comenzó aquella vez en que me fui de viaje de “negocios” a Nueva York, tenía que ajustarle las cuentas a una mujer “especial…”

Y durante el vuelo, no desaproveché la oportunidad que se me presentó… la cara de la azafata, reflejada en el espejo, estaba completamente desencajada. Jadeó una vez más mientras abría desmesuradamente los ojos, una fina capa de sudor perlaba su labio superior, y su respiración demostraba que estaba a punto de venirse de nuevo.

Su falda, por encima de la cintura, mostraba unas redondeadas caderas y unas sabrosas nalgas respingonas que yo aprisionaba con deleite, llenándome las manos con tan suculenta carne, mientras me ayudaba para impulsarme más dentro de ella.

Estaba de espaldas a mí en el baño del avión, y ya había perdido la cuenta de las veces que se había venido con mi chile clavado en su estrecha y empapada panocha.

—¡Aaaahhh…! ¡Aaahhh…! Así, más, más… —me decía con voz agónica y llena de placer.

No le había quitado el sujetador blanco de encaje, aunque sus tirantes caían por sus brazos, y sus pechos se bamboleaban a cada embestida que le daba, clavándole la verga hasta lo más profundo de sus entrañas, sintiendo los apretones que me daba, como si la quisiera quieta.

Siempre me han gustado las mujeres en ropa interior, sobre todo si es excitante, y no me refiero a esos conjuntos más propios de putillas de barrio, sino a los conjuntos caros y decentes, que hacen que una mujer quede mucho mejor, que desnuda.

Pegó un gruñido de decepción cuando me retiré, ya que estaba a punto de venirse otra vez, y lo cambió por otro de sorpresa y alarma al notar un contacto caliente en su trasero.

—¿Qué haces? N-no, por ahí no... no quiero, por favor… ¡Aaahhh…! —susurró

Poco a poco, mientras ella se mordía el labio inferior para ahogar un grito me fui abriendo camino entre sus nalgas, en su fruncido ojete, ella boqueó sin respiración cuando llegué al fondo, y aún más cuando me retiré un poco y volví a metérsela de golpe.

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