Capítulo 1. Alumnos nuevos
Por Evangelina
Estábamos en el colegio, en una reunión con todos los padres de los niños que comenzaban primer grado.
En general somos las madres las que vamos a ese tipo de reuniones, al menos dentro del colegio, porque esta institución, muchas veces nos citaban en el campo de deportes del colegio, los días domingo, para que participe toda la familia.
A veces eso es engorroso, sobre todo cuando los padres tenemos que trabajar en esos días, yo misma hice mil veces malabares cuando organizaban ese tipo de encuentros para el grado de Candela, mi hija mayor.
Nos vamos presentando los padres, muchos venimos de compartir el sector de jardín de infantes, por lo que nos conocemos bastante.
Hay quienes comienzan en primer grado porque vienen de otras instituciones.
—Buenas tardes, soy nueva en el colegio, me llamo Jimena y soy la mamá de Alejandro.
Dijo una chica muy simpática.
Le dimos la bienvenida.
—Hola soy Evangelina, me dicen Evi y soy la mamá de Leandro.
Dije yo.
—Hola soy Ingrid, la mamá de Pablo.
Se siguieron presentando las madres en general y en algunos casos también los padres.
Hicimos una actividad junto con nuestros hijos y luego ellos pasaron a su aula.
Solo faltaba una hora para que salgan del colegio, el primer día de clases salían una hora antes y entre las presentaciones y la actividad compartida, ya había pasado bastante tiempo.
—¿Vamos a tomar un café?
Me dijo Ingrid, éramos muy amigas, cómo hermanas y nuestros hijos también lo eran.
La conozco desde que éramos adolescentes, es más, ella eligió ese colegio para su hijo, por recomendación mía, ya que allí iba mi hija Candela.
Nuestra amistad siguió creciendo con los años.
Sin contestarle, pero siguiendo sus pasos, entramos ambas a un bar que estaba próximo al colegio.
Nos estábamos acomodando cuando entró la chica que se presentó como Jimena, madre de uno de los chiquitos nuevos.
Antes que se acomode en otra mesa, le hicimos una seña para que se acerque a nosotras, ella lo hizo con gusto.
Charlamos un rato, de temas triviales.
—También comenzó mi hija el en jardín de infantes, mi marido no quería que la cambie de jardín de infantes, porque hizo salita de tres años en otra institución, pero es una locura correr de un lugar a otro.
—Tenés razón, en general las que corremos somos nosotras y eso nos lleva a simplificar las cosas, a veces los hombres son más irracionales.
Digo yo, que sé bastante sobre eso, sobre todo últimamente, porque estoy pasando un momento bastante delicado con mi marido…con mi ex marido.
Nos separamos hace unos meses y venimos mal desde hacía algo más de un año, según él.
Él, en un principio no lo quiso reconocer, pero la realidad es que se le cruzó otra mujer y cuándo me quiso hacer cargo a mí de su situación, me enojé bastante.
No digo que sea un mal hombre, al contrario, siempre se comportó excelente conmigo y sé que me amó, tal vez demasiado, si soy sincera, creo que me amó más de lo que yo lo amé a él.
Tal vez fue eso lo que nos separó.
Yo lo quiero, le tengo un inmenso cariño y al estar alejados, me doy cuenta de lo que me duele su traición y de que lo amo mucho más de lo que creía.
Hubiera estado toda la vida a su lado.
Es caballero, dulce, amable…pero todo se extingue, es como la lluvia que borra todas las huellas que hay en el suelo.
Edgardo es un gran hombre, hizo de todo para enamorarme y aunque se merecía ser dueño de todo mi amor y toda mi pasión, no lo logró del todo, al menos eso pensaba cuando estábamos juntos.
Lo quiero, sí, pero nunca lo pude amar como él se merecía, siempre creí que todo lo que yo le brindaba era poco, que él se merecía más.
Me doy cuenta que estuve equivocada al pensar así, porque desde que nos separamos, me siento morir.
Por otro lado, nunca nos llevamos mal, no solíamos discutir, es un excelente padre, es un hombre maravilloso.
Pero a veces el corazón manda por sobre la razón.
Mi vida es complicada, o tal vez no tanto.
Tenía 17 años cuando conocí a un chico que me sacó el aliento, moría por él.
Me enamoré profundamente, era el sueño de mi vida.
Claro, era adolescente y me dejé llevar por el muchacho que me decía bellas palabras de amor y que físicamente era el hombre perfecto.
Pasé unos meses muy felices a su lado.
Hasta que descubrí que tenía un retraso y suponía que estaba embarazada, tuve mucho miedo y lo hablé con mi amiga Ingrid.
Ella me acompañó hasta una farmacia lejana, para comprar una prueba de embarazo.
Fuimos lejos por si nos cruzábamos con alguien en la farmacia del barrio o por si el farmacéutico le contaba a alguien lo que fui a comprar.
Recuerdo que tomamos un colectivo cuando salimos del colegio, ella le dijo a mi madre que venía a mi casa y yo le dije a la mía que iba a su casa.
Con eso ganamos tiempo y pudimos ir hasta otro centro comercial.
Escondí la prueba en mi mochila, mi madre no me revisaba lo que tenía dentro, se suponía que eran carpetas y libros del colegio.
Mi amiga fue a su casa y yo llegué a la mía.
Sentía que todos se iban a dar cuenta de lo que tenía guardado y que iban a descubrir mi secreto.
No fue así, cuando llegué, estaba mi hermano Darío con sus dos amigos, Edgardo y Franco.
Siempre sentía que la mirada de Edgardo me recorría el cuerpo, eran muchas las veces que lo descubría mirándome, pero él desviaba la mirada.
Esa tarde no fue la excepción.
Ellos estaban en el living de mi casa, en una mesa había un montón de apuntes, estaban preparando un examen, se estaban por recibir, los tres se hicieron muy amigos en la facultad, aunque Edgardo era del barrio, pero el colegio secundario al que fue era distinto al que fueron mi hermano y Franco, si bien iba al mismo colegio secundario que mi hermano, estaba en otra división, creo que en la escuela primaria sí iban al mismo grado.
No estoy muy segura, porque Darío me lleva 9 años y no recuerdo mucho de su colegio, pero sé que eran muy amigos.
—Hola hermanita, llegaste tarde.
Creo que me ruboricé.
—Pasé por la casa de Ingrid.
Le contesté con premura, mientras le daba un beso en la mejilla y lo despeinaba con mi mano.
Mi hermano se reía cuando hacía eso.
También saludé a sus amigos.
Sentí nuevamente la mirada de Edgardo sobre mí.
Pero él sólo me saludó.
Darío me hizo un chiste y siguió estudiando.
Yo me alejé, solo quería llevar la mochila hasta mi dormitorio.
No tenía baño dentro de mi habitación, por lo cuál tendría que ir con la prueba al baño que estaba en el pasillo.
Ese baño lo usábamos mis hermanos y yo.
Mi otro hermano no estaba, debía estar en la facultad, tenía 21 años y estaba estudiando abogacía, Yo me llevaba mejor con Dario, con Hugo, mi otro hermano, solíamos discutir bastante, me controlaba más que mi madre.
Por suerte en ese momento tenía novia y no se enteró que yo estaba saliendo con Sergio.
No sé si lo podría llamar mi novio, aunque yo lo sentía así.
Es que solo lo veía en la discoteca donde íbamos a bailar.
Lo veía casi todos los viernes y algunos domingos, solo dentro de la discoteca.
El tema es que los viernes estaban habilitados los reservados que permitían más intimidad, es decir que muchas parejas, aunque disimuladamente, porque los reservados no eran para ese fin, terminaban teniendo sexo allí.
Con Sergio no fuimos la excepción.
Yo era virgen, pero no me pude negarme a sus caricias cada vez más profundas y terminamos teniendo sexo allí, lo hicimos varias veces y muchas de ellas sin cuidarnos.
No era ni siquiera higiénico, porque entre ronda y ronda de sexo, ni nos enjuagábamos, pero era esa la oportunidad que teníamos de hacerlo.
Los domingos, en general, el promedio de edad que acudía a esa discoteca, era entre 16 y 20 años.
Los viernes se suponía que era a partir de los 18 años y la mayoría de los chicos no pasaban los 22 o 23 años.
En cambio los sábados por la noche el promedio de la gente que asistía, era entre los 25 a 30 años, por eso es que nosotras no íbamos los sábados.
Recuerdo como nos gustaba bailar solas con mis amigas, nos subíamos a una especie de tarima y bailábamos desde allí.
Hasta que esa prueba me dio positiva…
Entré al baño con la muestra, el prospecto lo había leído en mi dormitorio, mi madre estaba cocinando y mis hermanos no entraban a mi dormitorio.
Miré por unos minutos la prueba, hasta que me animé a hacerla.
No dejé de observar hasta que aparecieron las dos famosas rayitas.
No sabía qué pensar ni qué hacer.
Llamé a Ingrid.
Le hablé muy bajito, ella compartía su habitación con su hermana menor, Lola, que tenía 12 años, para nuestros 17 años, era una bebé.
Recién estábamos a martes, por lo que tenía que esperar hasta el viernes para ver a Sergio, no tenía agendado ni su número de teléfono.
Él nunca me pidió mi número yo no me animé a pedirle el suyo.
Cuándo bajé a cenar, ya había llegado Hugo y los amigos de mi otro hermano se habían ido.
Estaba ansiosa y muy nerviosa, comí poco, tenía un nudo en el estómago y un terror que me carcomía entera.
Con la excusa de que tenía un examen y tenía que estudiar, me encerré en cuanto pude, en mi dormitorio.
Esa noche casi no dormí.
Ingrid me acompañó mucho esos días.
No podía dejar de hablar de lo que me estaba sucediendo.