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4

—No quisiera dejar a los chicos solos. Aunque no parezca, estando aquí, puedo estar pendiente de ellos, y verlos.

—¿Me estás retando? —dijo Marco alzando dramáticamente una de sus cejas—. ¿Crees que me desanimaré sólo porque tengo que llevar a los niños? ¡Muchachos! —gritó, y como duendes que aparecen de debajo de los hongos y troncos ante el llamado de la princesa (o el príncipe, quién sabe), aparecieron Hanna y Henry con miradas expectantes tras Fernanda, que se apoyaba en el dintel de la puerta—. Tienen veinte minutos para ponerse decentes. Vamos a cine.

—Síiiii —gritó Henry mientras iniciaba una loca carrera hacia su habitación. Ana se echó a reír.

—¿Nada te desanima?

—Muy pocas cosas, en realidad—. Esa sonrisa era demasiado genial, pensó Ana ruborizándose un poco, y nerviosa, empezó a acomodar los libros sobre la mesa—. Marco se acercó a ella poco a poco.

—Pero si te sientes acorralada... —ella alzó sus ojos a él, que estaba muy cerca— te diré que no lo siento —ella se echó a reír, y vio cómo él se la quedaba mirando. Sería tan lindo enamorarse de él. Era atractivo, divertido, estaba segura de que, si ella sólo le siguiera la corriente un poco, terminaría a su lado.

Henry eligió ese momento para entrar enseñando dos prendas de ropa. Estaba acostumbrado a elegir la ropa por sí mismo, pero al parecer, hoy quería llamar la atención.

—La de tu izquierda —le dijo Ana ante su silenciosa pregunta, y Henry volvió a desaparecer corriendo.

—Cuánta energía —comentó Marco sonriendo.

—Tú debiste ser peor —la mueca de Marco le hizo preguntar—: ¿acaso no?

—A los once, era una bola de grasa; tenía de todo, menos energía.

—¿Una bola de grasa tú? ¿Eras gordito?

—Bastante.

—No te creo.

—Mejor. No te enseñaré fotografías —Ella se echó a reír.

—Iré a arreglarme un poco.

—Pero si ya estás bien...

—Sírvete lo que quieras. Prometo que no tardo—. Él hizo pucheros, pero, aun así, Ana se fue dejándolo solo.

Una hora más tarde, entraban a un famoso centro comercial donde, en el último nivel, estaban las salas de cine. Había bastante gente, y Ana caminaba al lado de Marco, pendiente de los chicos, que iban delante de ellos.

—Aún no hemos decidido qué película ver —comentó ella, mirando sin querer una tienda que exhibía bolsos y zapatos.

—Habrá que ver lo que hay en cartelera, y lo que les llame la atención a los chicos.

—¡Mira! ¡Es Erick! —gritó Hanna, y a Ana se le fue toda la emoción al ver que, efectivamente, Erick se acercaba a ellos con una bolsa de una tienda de ropa para hombres muy reconocida. Al verlos, él se detuvo. Miró uno a uno, y a Marco por más segundos que a los demás.

—¡Qué casualidad! —exclamó Marco, adelantándose para estrechar la mano de Erick, que permaneció mudo. Ana cruzó dedos mentalmente para que a Marco no se le ocurriera invitarlo a unirse—. ¿Qué haces por aquí solo?

—Hola, Marco —saludó él con voz queda, y mirando a Ana, movió un poco la cabeza a modo de saludo. Ella hizo como que no lo vio. Aún no olvidaba que había intentado prohibirle verse con alguien—. Ah... —siguió Erick un poco dubitativo— necesitaba unas cosas —dijo, mostrando la bolsa que tenía en la mano—.

—Vamos a entrar a cine —dijo Fernanda, acercándose a Erick con una sonrisa—. Marco nos invitó. ¿Tú qué vas a hacer? —Ana le abrió los ojos a Fernanda para que se quedara callada.

—Tengo cosas que hacer —Erick miró a Henry, y entonces hizo algo que sorprendió a todos: posó una mano en la cabeza del chico alborotándole el pelo, y en vez de molestarse, Henry sonrió mostrando toda su dentadura—. ¿Cómo vas? —le preguntó Erick.

—¡Mucho mejor! ¡Ocupé el segundo lugar!

—Eso es genial. Sigue esforzándote.

—Claro que sí—. Erick elevó su mirada aguamarina, encontrándose con los ojos sorprendidos de Ana, que miraba del niño a él preguntándose desde cuándo eran tan familiares.

—Bueno, entonces... que la pasen bien en el cine—. Sonrió Erick. Cuando se despedían, Fernanda se acercó a él y lo besó en la mejilla. Hanna no quiso quedarse atrás y la imitó, aunque para hacerlo, tuvo que empinarse en sus pies y Erick tuvo que inclinarse un poco. Estaba sonrojado, vio Ana. Ella sólo volvió a mover su cabeza, y tomó el brazo de Marco, sintiendo como si se la fuera a llevar una ola si no se agarraba de algo.

Cuando lo dejaron atrás, Fernanda volvió la cabeza para mirarlo, y lo encontró en el mismo sitio, mirando al grupo alejarse. Reprimió una sonrisa.

La tarde se fue volando, y cuando salieron de la sala de cine, ya era de noche. Marco los llevó a comer pollo frito, y los cinco se sentaron alrededor de una mesa a comer de la misma fuente de comida. Ana ya había olvidado que se habían encontrado con Erick. El momento ahora era casi perfecto.

Cuando vivía en Trinidad, nunca había imaginado que el día en que se enamorara y deseara casarse llegaría; todo en lo que había pensado en esa época era en tener el pan de hoy y trabajar para el de mañana. Ya no tenía ese tipo de preocupaciones, sus hermanos estaban todos en buenos colegios, sacando buenas notas algunos más fácilmente que otros, y ella estaba en la universidad, una cosa que antes ni siquiera se atrevió a soñar. Miró a Marco a su lado reír y bromear con los chicos y algo se agitó en su alma.

Si ella elegía a un hombre para casarse, obligatoriamente tenía que ser alguien que también amara a sus hermanos, pues ella no los dejaría por casarse, jamás. Siempre había pensado que ella y Fernanda, y Hanna, y Henry, eran algo así como un solo paquete, un ente indisoluble. Si la aceptaban a ella, tendrían que aceptarlos a todos.

Al parecer, con Marco no había ese problema.

Él no le había dicho nada, ni siquiera de salir, y ahora que lo había hecho, no había tenido problema en llevarse también a los chicos. ¿Sería Marco el hombre por el que ella ni siquiera se había atrevido a soñar?

—Estás muy callada —le dijo él en voz baja, para que los chicos no escucharan.

—Sólo estoy... pensando.

—¿Estás preocupada por tu tarea de estadística? Ya te dije que te ayudaré —ella sonrió, tomando la excusa que él le ofrecía. En lo último en lo que había pensado esa tarde, era en su tarea de estadística.

Marco los dejó en su casa, y los chicos lo abrazaron y besaron antes de subir a sus habitaciones. Él miró su reloj cuando quedó a solas con ella en el vestíbulo.

—Muchas gracias por lo de hoy, Marco. Como dicen mis hermanos, eres genial —él sonrió, enseñando su blanca dentadura, y Ana lo miró tratando de absorber lo condenadamente guapo que era.

—¿De veras lo piensas?

—Sí, de veras lo pienso —él se acercó un paso más, y Ana empezó a sentirse nerviosa, sentía los latidos de su corazón en el hueco de su garganta. ¿La besaría? ¿La besaría?

—¿Puedo besarte? —Oh Dios ¡¡sí!!, gritó su alma, pero su boca permaneció cerrada. Él se acercó otro paso—. Ya sabes, como compensación por la tarde tan fantástica que pasaste—. Ana sonrió, sin poder evitarlo, y Marco inclinó su cabeza a ella, sus labios estaban a sólo unos centímetros. Él olía bien, a sándalo y a hombre. Ahora que lo tenía tan cerca, incluso podía ver los poros de su barba recién cortada, y sus orejas pegadas al cráneo, y...

Se acercó a él y tocó sus labios con los suyos. Cuando él no hizo nada, ella volvió a intentarlo, esta vez más firmemente. Después de todo, había sido con Marco que se diera su primer beso.

Él ni siquiera la tocó. No elevó sus manos a ella para rodearla, ni profundizó el beso, y estuvo bien. Si hubiera hecho algo más, ella se habría sentido abrumada, y habría tenido que salir corriendo. Cuando sus rostros se separaron, Marco sonrió lamiendo sus labios, como si saboreara el sabor que ella había dejado en ellos.

Ana se sonrojó.

—Ah... ya... —carraspeó, e intentó que su voz no saliera como un balbuceo—. Gracias... —él asintió, dio la media vuelta y salió de la casa. Ana lo siguió hasta la puerta, y lo vio internarse en el auto y salir del jardín de entrada. Cerró la puerta y se recostó tras ella.

—¡¡¡Te besaste con Marco!!! —gritó Elisabeth, y Ana cerró sus ojos ante el chillido estridente.

—Mujer, ¡cálmate! —exclamó Vanesa, abanicándola con la mano. Ana las miró a ambas y se mordió los labios. Había tenido que contárselos, no era muy buena interpretando ese tipo de situaciones, y ahora no sabía en qué términos estaba con Marco. ¿Salían? ¿Eran novios? ¿Amigos especiales? ¿Qué eran ahora después del beso?

—¿Te ha escrito? ¿O llamado? ¿O algo?

—Nada. Pero eso fue anoche...

—¡No importa! ¡Ya debió llamarte!

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