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3

—Dame una sola razón corporativa por la que deba alejarme de ella —pidió ella girándose de nuevo a él. Erick cerró su boca, sin nada que decir—. Entonces si es por motivos personales, no tienes nada que añadir. No te creas que, porque eres el cuñado de mi amiga, eres también mi amiguito—. Le dirigió una mirada de hastío y se encaminó hacia el cuarto de archivos. Erick se quedó allí otro rato, mirando el ascensor por el que había desaparecido Isabella, y la puerta tras la cual estaba Ana. Dio media vuelta y tomó su teléfono para marcar un número.

—¿Adrián? —habló.

Ana entró al cuarto de archivo más molesta que nunca. Pero, ¿qué se creía ese hombre? Nunca nadie en la vida le había prohibido nada, ni cuando vivía con sus padres, en aquella pobre casa en Trinidad. Se puso a organizar papeles, bajo la atenta mirada de Ramiro, y así se le pasó la hora. Tomó su bolso y salió, mirando por los lados a ver si Erick tenía el descaro de volver a prohibirle salir con alguien.

Ese día no tenía clase, pero igual quería aprovechar el tiempo para estudiar, ya que era muy limitado su horario para ello, en cambio, tendría que verse con esta desconocida e invertir allí un buen trozo de su precioso tiempo.

—¡Viniste! Qué bien —dijo Isabella muy amablemente—. En el edificio no me presenté. Mi nombre es Isabella Manjarrez. Mucho gusto—. Ana tomó su mano.

Ana entró al cuarto de archivo más molesta que nunca. Pero, ¿qué se creía ese hombre? Nunca nadie en la vida le había prohibido nada, ni cuando vivía con sus padres, en aquella pobre casa en Trinidad. Se puso a organizar papeles, bajo la atenta mirada de Ramiro, y así se le pasó la hora. Tomó su bolso y salió, mirando por los lados a ver si Erick tenía el descaro de volver a prohibirle salir con alguien.

Ese día no tenía clase, pero igual quería aprovechar el tiempo para estudiar, ya que era muy limitado su horario para ello, en cambio, tendría que verse con esta desconocida e invertir allí un buen trozo de su precioso tiempo.

—¡Viniste! Qué bien —dijo Isabella muy amablemente—. En el edificio no me presenté. Mi nombre es Isabella Manjarrez. Mucho gusto—. Ana tomó su mano.

—Ana Falcón. El gusto es mío.

—Siéntate, siéntate—. Llamó al camarero y pidió para sí una margarita, Ana declinó—. Pide lo que sea, se verá muy mal si yo tomo algo y tú no.

—Está bien. Un café.

El camarero se fue, y Ana miró en derredor, preguntándose qué diablos quería esta mujer. Nunca le había pasado algo así.

—Entre más te miro, más me parece que te conozco.

—Pero cuando entraste por ese ascensor, me miraste y no pareció que yo te recordara a alguien —La mujer se echó a reír, y Ana se tomó su tiempo para analizarla. Tenía una boca ancha de labios gruesos, el cabello largo y oscuro, liso. Sus ojos exóticos eran llamativos. Era hermosa y ella lo sabía, se comportaba y miraba como tal. Tenía una blusa de encaje color verde menta, que le quedaba perfecta en su talle delgado, y unos pantalones estampados de flores y muy ajustados de Studio F, que sabía que eran carísimos. Bolso de Nicole Lee y un abrigo plegado en el asiento de al lado.

—Claro que sí —contestó ella—, sólo que tenías ese montón de papeles por delante y no te pude detallar bien. ¿Hace cuánto trabajas para Erick?

—Sólo unas semanas.

—Ah, entonces no lo conoces mucho.

—Más bien, sí. Su hermano está casado con mi amiga, así que lo conozco de mucho antes.

—Ah... vaya. Conoces a Cristian Manuel.

—Sí—. Isabella sonrió, pero de alguna manera, esa sonrisa no le pareció agradable.

—Supongo que al igual que todas las mujeres del mundo, lo idolatras.

—No, realmente. De hecho, nunca me ha caído bien Erick.

—¿No te gusta?

—No —contestó Ana de inmediato—. Demasiado esnob para mi gusto —Isabella se echó a reír.

—¿Esnob? ¿Erick?

—Eres su novia, ¿no? Debes saberlo —la sonrisa de Isabella se borró.

—No soy su novia, ni lo fui. Dudo que él haya subido a alguna mujer a esa categoría alguna vez. Soy hermosa, de buena familia, con buenas conexiones, pero no fui lo suficientemente buena para él—. Ana estaba sorprendida, pero Isabella continuó—: Pero bueno, no hablemos de él. Dime, ¿a qué te dedicas?

—Pues, como ya ves, tengo un empleo en Texticol.

—¿Eres una de sus ejecutivas?

—Para nada. Sólo la chica del archivo.

—Ah, vaya. Y tus padres, ¿quiénes son? —Ana la miró en silencio unos instantes.

—Ambos están muertos.

—Oh, lo siento. No quería...

—No te preocupes. No tenías forma de saberlo.

—¿Entonces vives sola?

—Con mis hermanos.

—Ah, entonces tienes quien cuide de ti, qué bien —Ana se echó a reír, aunque ya la estaba cansando el interrogatorio.

—Soy yo quien cuida de ellos; todos son menores de edad.

—Ah, caramba. Entonces eres una de esas muchachas responsables que velan por su familia. ¡Como en las telenovelas! —Ana frunció el ceño.

—No lo creo—. Isabella se echó a reír y agitó su mano desechando lo que pensó era pura modestia.

—Tendría que haberlo imaginado. Eres bonita, aunque si te maquillaras lo serías más, y me encanta tu cabello, tan ondulado. ¿Usas algo para mantenerlo en forma?

—Sólo el champú.

—Claro. Eres de las sencillas —volvió a reír, esta vez mirándola detalladamente. Ana cada vez se sentía más incómoda—. Podríamos ser amigas, a pesar de todo.

—No se ofenda, pero yo lo dudo.

—¿Por qué? Somos jóvenes, y podríamos encontrar cosas en común —Ana achicó un poco sus ojos pensando en que era la primera vez que alguien le pedía que fueran amigas. Creía que eso sólo sucedía entre niños menores de ocho años.

Por su parte, pensaba que las amistades debían nacer y crecer de forma espontánea, de otro modo, sería todo muy falso y poco natural. Pero esta mujer de aquí, aparecida de la nada, le estaba pidiendo ser su amiga, y aunque dudaba mucho que pudiesen encontrar cosas en común, sospechaba que sería muy grosero de su parte rechazarla.

Tal vez sólo era una mujer con mente de niña, y quizá hasta un poco solitaria.

—¿Me das tu número telefónico? —pidió Isabella—. Para llamarte otro día y volver a salir.

—Si me prometes que no te pondrás a hablar acerca de lo maravilloso que es Erick... —Isabella rio a carcajadas.

—Eres estupenda.

—Entonces, ¿sólo estuvieron allí y charlaron? —le preguntó Erick a Adrián. Este tenía las orejas rojas mientras conducía y le describía lo que habían estado haciendo Isabella, la mujer con la que hasta hace poco había salido su jefe, y Ana, la mujer que lo hacía comportarse de manera extraña cuando la tenía cerca, como ahora: las había mandado seguir y vigilar.

—Sí, sólo hablaron. De hecho, me pareció que reían y todo. Creo que hasta intercambiaron números —Erick hizo una mueca, para nada relajado.

—Gracias, Adrián. Perdóname por haberte puesto a hacer algo tan... bajo, creo.

—No se preocupe señor—. Adrián guardó silencio mientras se concentraba en seguir la carretera que tenía delante, sin embargo, tenía muchas cosas en la mente. Se arriesgó a preguntar—: ¿Cree que esté sucediendo algo extraño? Entre las dos, digo—. Erick meneó la cabeza en silencio. Cuando Adrián ya pensó que no contestaría, Erick habló.

—He aprendido más de mujeres en el último mes que en toda mi vida, Adrián. Son peligrosas, terriblemente peligrosas.

—Bueno, dicen que cuando una mujer es buena, es más buena que cualquier hombre... y también cuando son malas... Es mejor esconderse—. Erick sonrió.

—Yo no puedo esconderme. A lo hecho, pecho, supongo.

Adrián lo miró por el retrovisor tratando de adivinar qué significado había tras esas palabras, pero no volvió a preguntar nada.

Ana levantó la vista de los libros que tenía delante cuando vio a Fernanda entrar a la biblioteca. Traía una sonrisa luminosa.

—¿Qué pasó? ¿Llegó papá Noel?

—Casi. Marco está aquí... —antes de terminar de decirlo, el nombrado se apareció por la puerta, y la habitación sólo pareció un poco menos aburrida y silenciosa de lo que era antes. Ana en seguida sonrió poniendo un separador en el libro que había estado leyendo y cerrándolo.

—¿Qué haces tú aquí? —Marco traía una sonrisa de oreja a oreja y se acercó a ella. Cuando la tuvo delante, la abrazó fuerte alzándola. Ana sólo reía—. Estás loco, ¡me vas a romper los huesos!

—¡Es domingo! ¿Qué haces encerrada aquí? ¿Leyendo? ¡La loca eres tú!

—Te recuerdo que estudio y trabajo —le contestó Ana echándole malos ojos y volviéndose a acomodar la ropa mientras Marco la dejaba de nuevo en el suelo—. Los domingos son el único día que puedo dedicarme a estudiar.

—Y mientras tanto, la vida se pasa, los niños crecen, yo me hago viejo...

—No seas tonto —rio Ana, encantada.

—Salgamos, te prometo que luego te ayudaré en lo que sea que haces —Ana miró por el rabillo del ojo a Fernanda que le alzaba ambos pulgares aprobando.

—Marco, me encantaría, pero...

—¿Dudas de mis dotes de profesor? —él se acercó a los libros y libretas y los ojeó—. Estadística. Soy bueno en eso. ¿Vamos? —Ana respiró profundo.

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