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Sueño

Alexander no logró comprender qué era lo que había sucedido. Recordaba haber cerrado los ojos y haberse entregado a un sueño que se acercaba apacible. La compañía de Hazel le había brindado cierta tranquilidad la cual tenía años sin sentir.

Luego, minutos más tardes o tal vez horas, se había despertado con la sensación de estar en otro lugar, con una persona diferente o quizás con ella misma, pero en una situación demasiado calurosa.

«¿Se había tratado de un sueño?» se preguntó.

Minutos después la respuesta llegó nítida a su mente: sí. No podía existir otra explicación más que esa, había sido un sueño el culpable del súbito aumento en su libido. Su hermanita no tenía nada que ver.

Alexander decidió que debía disculparse, así que, cuando el sol salió se dirigió rápidamente a su habitación. Al llegar frente a la recámara de su hermanita se quedó de pie un instante contemplando la puerta amaderada con cierto aire de nostalgia, los dibujos que Hazel antes pegaba le llegaron de imprevisto a su memoria, de esas obras de artes ya no quedaba ninguna, dándole a entender que esa etapa ya no existía en su vida. Hazel se había convertido en una jovencita risueña. «¿Cómo fue que sus verdaderos padres pudieron abandonarla?» no pudo evitar preguntarse el hombre.

Lo cierto era que Hazel desconocía esa gran verdad, Amelia no le había querido contar que era adoptada. Para la mujer, la muchacha era su hija y nada más, Hazel no tenía por qué saber que una mujer desnaturalizada la había abandonado un día en un basurero. Aquello era demasiado traumático, para que una niña pequeña tuviese conocimiento.

Alexander desecho esos pensamientos y dio un ligero toque a la puerta, esperando que Hazel ya estuviese despierta. Luego de unos incesantes segundos de espera, pudo percibir como unos pasos se acercaban con pereza.

Hazel abrió la puerta de su habitación, sintiendo como su corazón se disparaba al hacerlo. Su hermano estaba de pie, viéndola con aquellos ojos grises tan cálidos, como intensos. De pronto, tuvo el impulso de huir, mientras bajaba la mirada y le permitía el acceso.

Aquella no era su hermanita, notó inmediatamente Alexander. Su hermana no podia ser esa chica de mirada apagada, él la recordaba de otra forma, sonriendole siempre.

El hombre tomó delicadamente del mentón a aquella jovencita cabizbaja, haciendo que lo mirara directamente a los ojos. Unos ojos avellanas cristalizados se conectaron con los suyos y, al verlos a punto de desbordarse, tuvo el impulso de pasar su pulgar por todo el contorno para impedir que las lágrimas cayeran en su cauce.

—No llores, Hazel.

El silencio reinó, mientras aquellas miradas no dejaban de conectarse. La sensación era extraña, diferente, existía una magia entre esas dos miradas que no dejaban de entrelazarse. Entonces, Alexander no lo pudo resistir más y la jalo por un brazo atrayéndola hacia él, la abrazó con todas sus fuerzas queriendo disipar todo lo ocurrido el día de ayer.

-Lo siento, no quise hablarte de esa manera—se disculpó procediendo a enterrar su nariz en su pelo.

Los cabellos de Hazel eran como pequeñas olas del mar, el aroma que desprendían era exquisito y no sabía que los había extrañado tanto como en ese momento.

En su arrepentimiento solamente quería refugiarse en ella, en su cercanía la cual era capaz de confrontarlo de una manera inexplicable. «¿Estaba bien necesitarla tanto? ¿Estaba bien sentirse de esa forma?» se preguntó en el silencio de aquel abrazo que no quería que de ninguna manera terminará.

Hazel no pudo contenerse más y se dejó llevar por el mar de emociones que se arremolinaban en su pecho. Sus ojos se desbordaron y apretó con todas sus fuerzas a su adorado hermano.

—Perdóname, Hazel, por favor—siguió él al notar que su pequeña hermanita sollozaba entre sus brazos.

—Está bien—murmuró ella tenuemente.

—¿De verdad lo está?

—Sí. Supongo que estabas cansado y yo solo…

—No es eso, Hazel. Yo…

Alexander guardó silencio, ¿cómo decirle lo que en realidad había pasado? Era simplemente inaceptable, quería olvidarlo para siempre. Así que no dijo nada más y dejó que ella creyera que solamente se trataba de un tema de cansancio.

—Solo prométeme que no te irás nuevamente—solicitó la chica sintiéndose más calmada.

—No me iré, lo prometo.

Hazel sonriendo, su hermano no estaba mintiendo, lo sabía. Él quería quedarse a su lado y aquello la hizo sentir confiada, en paz. La chica se refugió más en sus brazos, mientras sentía aquella plenitud invadirla.

Alexander se separó tan solo un poco de su hermana, y la observó con detenimiento. Hazel era hermosa, los años se habían encargado de moldear sus facciones, de forjar una belleza que superaba cualquier otra expectativa. Cuando la miraba de niña, siempre sospecho que sería muy linda cuando creciera, pero aquellos pensamientos realmente se habían quedado cortos en comparación a lo que se había convertido.

«¿Cuántos más se habían percatado de la belleza de Hazel?» se preguntó de repente, sintiendo una oleada de molestia invadirlo.

No dudaba de que fuesen muchos, no dudaba de que más de uno hubiera intentado acercarse a ella, conocerla, hablarle, pero ninguno sería digno, porque Hazel no era apta para simples mortales.

Así que decidió que se encargaría de protegerla, que no permitiría que viniese cualquiera a tratar de arrebatar su inocencia, la cuidaría como siempre lo hizo y nunca debía dejar de hacerlo. Ahora estaría a su entera disposición, como un protector que no dejaría de velar por su bienestar. Por el bienestar de ella, su dulce Hazel, la persona a la que más amaba en el mundo entero. O tal vez, por la única que podía comprender lo que era ese sentimiento.

Al entender la magnitud de su amor por Hazel la acarició con ternura, deleitándose en la suavidad de su piel y en la manera en que ella cerraba sus ojos, disfrutando de la sutileza de su caricia.

Hazel le correspondió, de la misma forma. Deslizando la yema de sus dedos con ternura por toda la superficie del rostro masculino. La jovencita pudo apreciar como su hermano cerraba sus ojos y se entregaba completamente a su toque.

¿Quién lo diría? Alexander entregándose a una caricia, cuando en el pasado no le gustaba que nadie le pusiese un dedo encima. Sin duda los años habían cambiado muchas cosas, excepto esa, ella seguía siendo una excepción a todos sus patrones. Seguía sintiéndose especial en la vida de su hermano y a pesar de que ahora fuese más alto, y mucho más hombre, seguía siendo aquel que no dejaba de quererla con locura y ella le correspondía también en ese amor de hermano desmedido.

[...]

Hazel había tratado de aprovechar al máximo la presencia de su hermano, lo perseguía por toda la casa y lo bombardeaba a preguntas. Lo había puesto al día con respecto a todo lo que había sido su vida en esos seis años, como conoció a sus dos mejores amigas, como eran las clases en su colegio y lo bien que le iba, aunque, prefirió no contarle un detalle.

«¿Cómo tomaría su hermano la presencia de su novio? ¿La apoyaría o, por el contrario, la regañaría?»

Hazel no lo sabía, pero sentía que era muy pronto para averiguarlo, de todas formas, nadie más en su casa sospechaba de la presencia de Hermann. Su relación con Hermann había iniciado como un cuento de hadas, sus miradas se cruzaron y hubo un clic instantáneo. Él era bien hablado, refinado, parecía un príncipe encantado, pero había algo que había ido cambiando en esos dos años, el príncipe fue poco a poco convirtiéndose en un ogro.

El ogro salía especialmente a relucir cuando ella se negaba a sus manos ansiosas, a aquel toque que dejaba de ser inocente para pasar a buscar otra cosa. ¿Qué quería Hermann? Lo sabía, sin embargo, el miedo no se disipaba con simplemente saberlo.

—Hay niñas más pequeñas que tú, que ya lo han hecho.

Hazel no dudaba que así fuera, sus amigas eran un claro ejemplo. Pero eso no significaba que ella tenía que ser igual, ella deseaba un momento más romántico, no simplemente ser asaltada en el sofá de una casa como en la última ocasión en la estuvieron los dos solos.

Afortunadamente, ese día había llegado la madre de Hermann a tiempo para salvarla de esa desastrosa primera vez. Ella amaba a su novio, sí. Pero también seguía sintiendo dudas, en ese tiempo compartido, Hermann le había sido infiel en dos ocasiones y la había culpado por ello.

—¡Es que tú no me das lo que yo necesito!—le había dicho en medio de gritos.

— ¿Cómo puedes decir eso? Si te acostaste con otras, es porque no me quieres.

—El querer no tiene nada que ver con eso, es simplemente una necesidad del cuerpo.

—¡Mentira!

—Mi corazón está contigo, Hazel, pero mi cuerpo también te necesita.

—Sinceramente, luego de esto, no sé si quiera acostarme contigo.

—Te daré tiempo, Hazel. No tardes demasiado.

Desde esa conversación ya había pasado más de medio año y Hazel no se sentía muy diferente al respecto, seguía sin querer dar el paso por miedo y otros factores, pero sabía que había llegado el momento de hacerlo.

«¿Cuándo podré verte?»

El arrepentido mensaje de su novio la hizo sobresaltarse. Estaba tan atontada admirando la concentración de su hermano, que no pudo evitar dar un brinco al escuchar el peculiar tono que había predeterminado para sus mensajes.

Alexander se percató de su sobresaltó y dejó de leer la tarea que Hazel le había llevado, para que la corrigiera. Aquel era un proyecto en el que su hermana estaba trabajando y del cual tenía muchas dudas.

La jovencita sacó su teléfono rápidamente y leyó el mensaje de Hermann. No pudo contenerse y terminó respondiendo de inmediato:

«En un par de días iré a tu casa» Acababa de decidirlo, era el momento de dar el paso. No podía seguir postergándolo.

Aquel pensamiento la hizo ruborizarse y Alexander quién había tratado de concentrarse nuevamente en la lectura, elevó rápidamente su mirada descubriendo su extraño sonrojó. Hazel se sintió ruborizar aún más ante la mirada inquisitiva de su hermano. Si bien no le había dicho ni una palabra, la intensidad con que la miraba era inquietante.

—¿O-ocurre algo?—titubeo apenada.

El hombre no le respondió, sino que siguió viéndola de la misma manera sin pestañear. Y Hazel no pudo soportarlo, así que terminó bajando la mirada, para ver sus manos que empezaban a sudar.

—¿Qué te ha puesto tan nerviosa?—cuestiono sin más.

—Tu mirada acusadora—se burló ella.

—¿Y mi mirada de qué te acusa?

Alexander sospechaba que Hazel ocultaba algo, era demasiado evidente si la detallaba con la suficiente atención. Y todo había comenzado con ese mensaje de texto que acababa de recibir, ¿de qué se trataba? ¿Por qué un mensaje la hacía sonrojarse tanto?

—Son solo ideas tuyas.

Hazel se levantó rápidamente del sofá y se dispuso a dirigirse a su habitación. Un segundo más en la presencia de su hermano y terminaría revelándole todo.

—¿A dónde vas?

—Estoy cansada, terminamos con esto otro día, ¿está bien?

—Bien.

Cuando finalmente la jovencita desapareció de la sala, respiró con un poco más de calma.

—Por poco—murmuró agitada.

Sabía que en algún momento debía confesarlo, pero consideró que era muy pronto aún para hacerlo. Sin embargo, Hazel seguía con una idea en mente que era mucho más apremiante. La jovencita tomó su teléfono e hizo una llamada.

—Hola, amor—saludo tiernamente.

— ¿Cuándo vendrás?—preguntó inmediatamente su novio.

—Respecto a eso, lo he estado pensando. Dame dos días y te daré una gran sorpresa—sonrió la chica, ilusionada.

—Está bien—concedió su novio—. Dos días, Hazel, no más.

Con aquel lapso de tiempo en mente, la chica procedió a hacer una videollamada.

—Chicas, necesito de su ayuda, ¿podríamos vernos mañana?

—¡Por supuesto!—respondieron sus amigas al unísono.

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