Capítulo 4
— ¡Elizabeth! —me saluda Lorraine desde el sofá—. Es bueno verte viva.
Parece bastante cómoda.
—Hola.
Dejo mi bolso en el suelo.
— ¿Qué tal te fue? ¿Fue un anciano regañón y gruñón? ¿Encontró errores de ortografía? ¿Te dijo que mejor te graduaras en contaduría pública? ¿Qué tal la atención del lugar? ¿No tuviste que ser grosera con alguna secretaria? ¿Robaste el azúcar de las cafeteras? —dice con una risita.
Ay, qué divertida (Nótese mi sarcasmo).
—No.
— ¿Era alguien de mediana edad?
—No.
— ¿Una mujer?
— ¡No! Lorraine, era tan joven...—me interrumpe.
— ¡Un niño!
— ¡No! Era un hombre joven, no sé, de veinticinco a treinta años y te puedo decir, era muy atractivo. ¡SOY DÉBIL CUANDO SE TRATAN DE CHICOS DE CABELLO SUAVE Y CON OJOS AZULES! Apenas podía sostenerle la mirada.
—Cuéntame amiga.
—Dios, era como treinta centímetros más alto que yo y con traje parece modelo de pasarela. Y creo que llegó a coquetearme, ¡o yo qué sé! Me puso nerviosa.
Lorraine abre la boca en una perfecta O. Suspiro y me recargo contra el sofá. No quiero seguir hablando del tema. Quizá quiera divertirme con sus argumentos, pero ese tema va más allá de lo serio.
— ¿Y por qué estas así? —Pregunta.
—No lo sé, me sentía incomoda. Su mirada, su forma de ser... Arg.
Lorraine sonríe pícaramente.
— ¿Te gustó?
— ¡QUÉ! No, no lo sé. Toma tus llaves. Ahora me voy a trabajar—me pongo de pie y camino en círculos por la sala.
Nos quedamos un momento, calladas. Ella con una gran sonrisa bobalicona en la cara.
—Me recuerdas cuando aquel chico de la preparatoria que te gustaba, como ni siquiera podías pasar a un lado de él porque te ponías roja.
—Ya cállate.
¡No me pongas en jaque, por favor, Lorraine!
—Bueno... Los sábados y domingos no trabajarás, ¿cierto?
Estuvo cerca...
—No, afortunadamente.
Lo bueno de no trabajar esos días es que, tengo suficiente tiempo para estudiar los exámenes finales. Tengo que concentrarme de ahora en adelante.
Esa mirada azul me tiene muy despistada.
*
La semana ha comenzado de nuevo. Es lunes en la tarde y ya me encuentro trabajando en Starbucks. El día ha estado muy tranquilo, pocas personas se encuentran en el restaurante. Llegue cinco minutos antes de mi turno, Michael me pasó todas mis tareas en un papel y trato de turnarme según mi tiempo libre.
Mi fin de semana fue algo... Tranquilo; leer, comer, dormir, mirar reallity shows y bueno, el domingo Lorraine me obligó acompañarla a ver una obra de teatro en la escuela primaria Children's Workshop (su primo de seis años estudia ahí).
Karen me contó que, los sábados y domingos son una perdición debido a que los turistas y personas de la misma ciudad se dan tiempo para visitar el restaurante Starbucks más famoso de todo Manhattan. Hay muchos más en la ciudad, no veo la necesidad de visitar solo uno por un simple café. Patético o no, eso ayuda para pagar mi salario.
— ¡Oh, oh! No te conté...—suelta Karen mientras prepara una bebida.
Karen es fanática de los chismes que se dan aquí en el restaurante, como el más reciente: la cremallera del pantalón de Michael se atoro y es por eso que últimamente ha estado muy enojón. Cuando me lo platico Karen, yo no paraba de reír. No podía mantenerme seria cuando me daba indicaciones. Por lo menos soporta eso de mí.
— ¿Qué sucede? —pregunto volviendo al tema.
—El cliente importante nos visitó el sábado y domingo. ¡Ayy, fue como un milagro!
¿Eso es su mejor chisme? No me sorprende tanto, ni siquiera le conozco el rostro.
— ¿Eso es raro? —alzo una ceja.
—Sí. Comúnmente viene, por ejemplo, el martes y para después vuelve hasta el domingo. Nunca viene dos días seguidos.
Me distraigo acomodando las cajas.
Al parecer el cliente importante, si es muy importante.
En los últimos días he soñado con ojos azules mirándome amables, y grandes edificios en los que me torturan a subir un montón de escaleras infinitas. Lo bueno es que mañana comienzan los exámenes y para mi fortuna, parece que el señor Evans ya le envió un correo al señor Scott hablando sobre mi tesis. GRADUACIÓN, ALLÁ VOY.
— ¡Elizabeth! —me grita Michael.
Me salgo de mis ensoñaciones y corro hasta él; me entrega una bandeja con el nombre de "Rana Kermit". Digo el nombre en voz alta—algunas personas se comienzan a reír—; y un solitario hombre joven en una mesa levanta la mano. Se la entrego y me sonríe muy raro, como si quisiera coquetear conmigo. Lo ignoro por completo y regreso al mostrador.
Al parecer, por el momento ya no hay nadie más. Vuelvo a la cocina para terminar con mi anterior tarea.
— ¿Mañana tienes exámenes? —pregunta Karen.
—Sí, pero lo bueno es que ya estudié. Una preocupación menos.
—Qué alivio, así debes sentirte menos presionada—sonríe.
Ella me ayuda a distraerme de la irritación de nuestro jefe. Algún día de estos debo preguntarle cómo ha sabido soportarlo.
— ¡Elizabeth! —vuelve a gritar el pelirrojo de mi jefe.
Ya me canso que me grite tan alto y casi a todas horas. Me asusta y también hace que me irrite la paciencia.
Corro y tomo la bandeja con dos creams frappuccinos de vainilla, chicos. Me giro para decir en voz alta el nombre y dos chicas cercanas a la ventana, levantan la mano. Voy hacia allá.
—Elizabeth—me llama Michael y me detiene por el hombro.
Me giro con cuidado para mirarlo.
— ¿Sí? —digo un poco irritada.
Me muerdo la lengua para no gritarle.
—Recuerda sonreír y no tardes en entregar las bebidas, los clientes de aquí son muy exigentes, por favor.
Sí, como tus malditas órdenes.
—Claro, lo haré.
Le sonrío cálidamente. Si si, los clientes de aquí son muy exigentes, ¿qué más quiere? ¿Qué les cante para que estén de buen humor? Las estupideces que dice mi jefe. En cuento me doy la vuelta, choco con alguien y por desgracia le caen las dos bebidas de las chicas encima. Es alguien trajeado, muy elegante. Lentamente voy levantando la vista y me encuentro con esa mirada que me perturbo todo el día del pasado viernes. Me va a dar un infarto. Siento que la sangre ha dejado de circular por mis venas. Creo que me he puesto pálida...
—Oh, lo siento tanto—dejo la bandeja en el mostrador.
Tomo una servilleta y lo ayudo a limpiarse. Se tensa al instante. No parece molesto, pero ¿a quién demonios se le ocurre ponerse detrás de mí? ¡Ay!, señor Evans, ¿qué hace aquí?
— ¿Señorita Reed? —su mirada es firme e intensa.
Las personas en el restaurante nos miran sorprendidos por tal escena. ¡Qué vergüenza! ¿Podrían dejar de mirarnos? Ya veo que las personas son chismosas por naturaleza.
—Lo siento, soy muy torpe. Debí de fijarme antes de darme la vuelta, lo siento, lo siento—digo con voz nerviosa.
Con amabilidad me quita la servilleta y el mismo comienza a limpiarse los restos de los creams frappuccinos. ¡Geez! Arruine su fabuloso y caro traje. Oh no... OH NO.
— ¡¿Elizabeth?!—Me sobresalta el grito de Michael—. ¿Qué has hecho?
Oh, no, estoy en serios problemas, en demasiados problemas. En una explosión de mis problemas. Quisiera que me tragará la tierra, en serio, este el momento perfecto para que me caiga un rayo. Bueno, mejor no digo nada.
—Lo siento mucho, señor Evans. No fue mi intensión.
Trata de contestarme, pero Michael lo interrumpe.
— ¡Elizabeth, estás despedida! —replica furioso Michael.
Mis mejillas arden, y ahora siento que toda la sangre se me va hasta los pies. ¡NO! Quedo congelada mirando a mi jefe desconcertada.
—No es necesario que la despida, esto fue mi culpa—aclara el señor Evans.
—Lo siento, señor, pero no podemos permitir ese tipo de situaciones en una empresa como esta, sobre todo, en clientes importantes. Ven Elizabeth, te daré tu liquidación.
¡AHH!
—Por favor, pago los daños, pero no me despidas. Necesito dinero para la renta de mi departamento—suplico nerviosa.
¿Por qué dije "daños"? No lo golpee... ¿O sí?
—Sígueme ahora—alza una ceja.
Con que él era el estúpido cliente importante. ¿Por qué me pasa esto a mí? Me siento tan mal. Una leve jaqueca me comienza.
—Señor Evans, Karen lo atenderá—le anuncia Michael.
El señor Evans parece disgustado y muy apenado. No quiero ni siquiera mirarlo. Sigo a Michael hasta su pequeño despacho y me siento en la silla con la mirada fija en mis nudillos. Como quisiera que esto fuera un sueño.
—Siete dólares la hora...—dice entre dientes, calculando lo que trabajé. Sus dedos se mueven rápido sobre la calculadora.
Ganare un poco más de doscientos dólares, pero no crean que tan fácilmente resolveré mi vida con ese dinero. Ay Dios, ¿por qué tenía que pasarme esto? Estoy obligada a encontrar un empleo rápido.
—Toma tus doscientos cuarenta y cinco dólares, y por favor, retírate. Solo te diré: gracias por ayudar.
Me pongo de pie y lo despido de mano. Sin decir nada más, salgo dando grandes pasos, alejándome para huir de mi propia humillación. Tomo mi bolso que se encuentra en la cocina y tras despedirme de Karen, me voy directo a la puerta.
—Espere—Evans me detiene por el brazo—. ¿Puedo ayudarla en algo? Señorita Reed, en serio, lo siento mucho, no creí que le ocasionaría tantos problemas.
Me ruborizo y con muy poco valor, alzo la vista la vista para responderle:
—Me ayudó muchísimo con mi tesis, gracias.
Me suelta.
Salgo a la calle y las lágrimas no se hacen esperar. Estoy tan preocupada, no sé en donde me puedan contratar de manera casi inmediata.
Camino sin rumbo por Manhattan, buscando letreros y anuncios en donde contraten personal, pero por ahora, no hay nada. Los doscientos y tantos dólares que me dio Michael apenas me ayudaran para comprar algo de comer y cenar hoy, y además de las copias de mañana para la clase de Investigación Documental y... Mi transporte hacia la universidad. Demonios. También debo de pagarle a la señora Harris. Oh, todo esto me tensa, por dentro estoy explotando como alguna vez lo haría los volcanes en Krakatoa.
Me siento en una banca pública y me pongo a pensar. Qué agradable manera de iniciar la semana. Grr, no me siento furiosa con él. ¡¿Por qué?! Los nervios y el estrés me comen poco a poco. Él estuvo ahí. Me volví a encontrar con él. ¡AHHH! ¡DEJA DE PENSAR ASÍ! Matthew Evans no fue a verme. Me tomo la cabeza entre las manos. Tras tener mi batalla interna en mi mente y como sí alguien me hubiera dicho "mira lo que hay para ti", alzo la vista hacia la tienda de enfrente y veo un letrero de contrato a personal. ¡Grandioso! ¡Es un milagro! Ahora solo espero que no me hayan ganado el lugar. Es una tienda de videojuegos, puedo hacerlo.
Entro en la tienda y miro a todos lados buscando al gerente. Un hombre calvo con anteojos de tez blanca está acomodando algunas cajas de consolas. Me acerco hasta él y espero a que me vea.
—Buenas tardes—saludo amablemente.
Se gira y me devuelve la sonrisa.
—Buenas tardes, ¿te puedo ayudar?
Por favor, que me vaya bien.
—Bueno, vengo por el anuncio de trabajo—hago un movimiento con la cabeza, apuntando el letrero en el cristal.
—OH, si si, perfecto, ven—deja de acomodar las consolas en los estantes—. Tuviste mucha suerte en ser la primera de conseguir este empleo, ¡apenas lo coloqué! Jajaja, hay muchos chicos que solo vienen...
Parlotea algunas cuantas cosas, pero no le pongo la atención necesaria. Me guía hasta donde se encuentra la caja registradora en donde saca pluma y papel. Es un pequeño contrato, como en cualquier otro empleo. Aun no puedo creer que este empleo lo haya encontrado demasiado fácil, y sencillo.
—Sí aceptas, trabajarás de lunes a viernes de tres a diez de la noche, ¿estás de acuerdo?
Más que eso.
—Claro—suspiro.
—Me supongo que ya sabrás cual es el salario mínimo, ganaras eso más comisiones de venta. Claro, también habrá ocasiones en donde tengas que hacer turnos extras.
Bueno, sólo espero que no me despidan tan pronto. Estaré aquí hasta que encuentre un empleo relacionado con mi carrera.
—Te haré algunas preguntas—sonríe—. ¿Qué experiencia tienes con videojuegos?
—Alguna vez tuve un Nintendo 64... Y mi primo me prestaba su GameBoy Advance.
Mi respuesta es genial, ¿no creen?
— ¿Cuál juego crees que es el más buscado en estos tiempos?
Vaya pregunta.
—Super Mario Smash, supongo... Ohh, he escuchado de uno reciente, Overwatch, aunque no sé de qué trate en sí.
Su sonrisa se ensancha, mostrándome una dentadura poco perfecta.
—Excelente, con eso bastará. Mañana mismo comienzas...
Su mirada se centra en mi ropa.
—Espera... ¿Trabajas en un Starbucks? —se cruza de brazos.
Me miro a mí misma también con cierta sorpresa. Olvidé quitarme el maldito mandil.
—Ah, trabajaba, en tiempo pasado—me encojo de hombros.
Me sonríe y se ríe un poco. Al parecer, le da mucha gracia mi poco sentido del humor que traigo conmigo.
—Bueno, mañana tendré listo el contrato, así que, se puntual.
—Bien, muchas gracias.
—Bienvenida a GameStop—me saluda de mano—. Tu nuevo jefe, Kevin Marshall.
—Elizabeth Reed.
Me despido de Kevin... su nombre me suena raro en el, pero bueno. Gracias a todos los cielos, es menos irritante que mi antiguo jefe pelirrojo ridículo.
Elizabeth, ya es hora de regresar a casa a olvidar todo esto.