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Capítulo 5

El tan "valioso" lunes ha llegado. Ahora mismo estoy desayunando con Matthew en el Tribeca Tower, mientras esperamos a que Patrick llegue con Charles para yo pueda conocerlo de una buena vez. La mañana se pone más brillante con el paso de los minutos, y la vista que tenemos desde aquí de alguna forma me reconforta mucho. En otras palabras, siento cierta inspiración.

Terminando con mi cereal, observo cómo termina él con su desayuno, quién está comiendo huevo frito.

—Pareces nerviosa—dice dejando el plato a un lado.

— ¿Tú ya no vas a comer?

Niega con la cabeza.

—Charles sólo te acompañará al trabajo, yo pasaré por ti en la tarde para ir a nuestra cita con Miranda.

Ya veo, iremos a organizar los preparativos de la boda. Ni hablar de eso puede ponerme quieta de mover los pies.

—Me parece que tú te estás encargando de todo—me cruzo de brazos—, no creo que sea justo de mi parte.

Se echa a reír. Un punto más que agregar al cuaderno de observaciones: Matthew se burla de lo que diga, aunque yo parezca un poco enfadada.

—Es nuestra boda, sólo quiero lo mejor y que tú no te estreses demasiado, además todo lo que estoy haciendo lo consulto contigo—se pone de pie.

Carajo, Elizabeth, ¿acaso no ves que tanto te ama este hombre? me dice a regañadientes mi subconsciente. Su mirada azulada con toques interesantes de gris es curiosa al mirarme; me toma por la barbilla y me besa tiernamente, apenas rozando nuestros labios. Toma mi labio inferior, pasando la lengua por mi boca.

— ¿Sabías que tus labios son mi adicción? —murmura—. Me prenden mucho cuando te beso.

Me sonrojo completamente hasta las orejas.

— ¿Señor Evans? —lo llama Patrick.

Nos apartamos para mirarlo.

—Aquí está Charles.

Detrás de él aparece el famoso Charles. No es muy joven, unos cuarenta o cincuenta años; cabello rubio, ojos oscuros y una amigable sonrisa en su rostro. Tomo mi bolso de encima de la barra de cocina, porque supongo que ya es hora de irme.

—Mucho gusto, señorita Reed—me saluda cuando me acerco—. Yo soy Charles Middleton, a su servicio.

Le devuelvo la sonrisa.

—Mucho gusto, Charles. Por favor, solo llámame, Elizabeth—le tiendo la mano, un poco tímida aún.

Matthew llega detrás de mí, descansando sus manos en mis hombros.

—Nos vemos en la tarde—besa mi mejilla delicadamente.

Me giro y lo alejo un poco de ellos dos.

—Te amo—susurro.

Me guiña un ojo.

—Igual yo, cariño.

Se despide de Charles y antes le murmura algo muy bajo que yo no puedo alcanzar a oír. Nos indica que ya nos podemos marchar. Tomamos el ascensor para bajar al estacionamiento por el Thunderbird.

— ¿Eres de aquí de Manhattan? —rompo el hielo.

—Así es... Elizabeth—sonríe.

Suelto una risita.

Llegamos al estacionamiento y nos dirigimos a mi querido y preciado auto. Charles me mira un poco raro.

— ¿Quiere que maneje yo? —pregunta amable.

Me rasco la cabeza. Mmm, yo quería conducir, pero bueno, es su primer día trabajando para el señor Evans... y para mí. Le entrego las llaves y con amabilidad, el mismo me abre la puerta para que suba. Charles me cae muy bien.

Llegando a Hachette Book, Charles me aviso que se quedaría en el Thunderbird leyendo un libro por el resto de las horas, y que, si solo se me ofrecía algo, marcara al número directo que por sorpresa, Matthew agrego en el iPhone. Me encuentro con Rachel muy sonriente, sin importar que sea lunes.

—Buenos días, Rachel—dejo mi bolso en el escritorio.

—Hola, ¿lista para trabajar?

Asiento. Le sonrío divertida y enfoco mi vista a la puerta de Harold. Antes de comenzar, quiero una taza de café. Me acerco a la máquina y me sirvo un poco. En cuanto sale mi jefe, le sonrío y lo saludo.

—Los manuscritos que has redactado y corregido inicialmente, han quedado perfectos—me felicita.

—Trato de hacer mi mejor trabajo, Harold—me encojo de hombros. Me palmea un hombro y también se dispone a utilizar la maquina pequeña de café. Es un buen jefe, eso se nota a simple vista, sobre todo porque no se enoja con cualquier estupidez insignificante que suceda en la oficina.

Se retira a su despacho, canturreando algo, tranquilo y con una radiante sonrisa, que es imposible creerlo porque es inicio de semana. ¿Qué les pasa a todos?

—Me encanta que trabajes aquí—se acerca Rachel.

—A mí también me gusta tenerte aquí como compañera—sonrío.

Por algunos minutos, nos pasamos charlando de los detalles del pasado fin de semana. Aun no tengo el suficiente valor para contarle sobre la boda, pero se lo diré pronto, claro. Una amiga más me dice mi subconsciente aplaudiendo como niña pequeña. Tiene razón, ella es muy buena y amable conmigo, y es raro, no soy tan tímida con ella. Me habla sobre su novio, jefe de una oficina administrativa y piensa que tal vez, este año le pida matrimonio.

Sus quejas sobre los hombres son mucho muy graciosas, no paro de reír.

—Buenos días.

Las dos nos volvemos a la entrada de la oficina y me quedo confundida y asqueada al ver a Alexander Grant, parado ahí, con una media sonrisa.

—Soy Alexander Grant—se dirige a Rachel.

—Oh, sí—ella corre a su escritorio para revisar en la agenda—. Si, efectivamente. Elizabeth, él es quien necesita ayuda con sus ideas e inspiración contra hiatus.

¡Él! ¡Pero! Con incomodidad me siento en mi escritorio y con un movimiento de mano le indico que tome asiento cerca. Saco algunas cuantas hojas en blanco y un bolígrafo, lista para reunir las ideas de este hombre. Levanto la mirada, me está observando muy extraño, estudiando todo lo que hago. Su nariz... Tiene una banda blanca bien sujeta en el puente, como si se la hubiera lastimado.

—Su nariz... ¿Le sucedió algo?

Sonríe forzadamente, una chispa de incomodidad aparece en sus profundos ojos oscuros.

—Entré en un tratamiento de rinoterapia, es algo dolorosa—aclara un poco divertido—. Pero, en pocas semanas vendrán los resultados.

Muestro una sonrisa débil.

— ¿Cómo se encuentra su pierna? —pregunta.

—Ah, bien, gracias. Pronto me quitaran la férula.

Sonríe, pero no es una sonrisa sincera. Mi sexto sentido sabe que este sujeto es incómodo de tratar.

—Me da mucho gusto volverla a ver, señorita Reed.

Sinceramente, no quiero ni parecer agradable con él, soy completamente indiferente. Ni siquiera lo conozco. Ni siquiera sé en qué trabaja o de donde logro contactarme. Viste de traje, como un empresario, aunque puede que lo haga sólo para disimular.

— ¿Qué tipo de libro quiere escribir? —Mejor comienzo antes de que diga más cosas sin sentido.

Acerca más la silla al escritorio y no me quita la mirada de encima.

—Economía.

Qué... A-bu-rri-do. ¿Por qué me pasa esto? Yo no estudie literatura en "economía", eso ni siquiera es posible que exista. Trago saliva, perdiendo todo el poco interés que tengo sobre su trabajo.

— ¿Qué ideas tiene sobre lo que quiere plasmar en las letras? —lo miro con atención—. ¿A qué se dedica?

Toma un pequeño papel que tenía sobre mi escritorio y lo aplasta con su dedo índice.

—Soy jefe de una pequeña empresa de muebles de oficina.

Mi subconsciente permanece 5 segundos callada y seria... Al momento, se pone a reír como loca al ver en lo que trabaja. No seas grosera, le digo.

—Cambiando de tema—sonríe cálidamente—. Usted trabajó para el señor Evans, ¿no? Yo... Le vendí algunos muebles a la empresa del señor Evans y recuerdo haberla visto en su edificio.

Asiento muy leve con la cabeza. No recuerdo ningún momento en el que Matthew se hubiera puesto en contacto con este sujeto. Pone sus manos por encima del escritorio, muy cerca de donde están las mías. Lo primero que pienso es que robará uno de mis bolígrafos.

—Entonces, economía, ¿qué quiere abarcar en su tema?

Alza las cejas, inexpresivo, con un brillo extraño en sus ojos. No le parece que haya cambiado de tema, eh.

—Pues, la economía de esta ciudad, más que nada.

Su mirada queda clavada en mi mano, donde llevo el anillo de compromiso. La retiro rápidamente, pero con discreción. Qué incomodo y entrometido es. Un posible idiota, debería tirarle el café encima a propósito.

— ¿Vive con él?

—Me parece que se está desviando del tema, y está preguntando cosas que no le incumben.

Ríe entre dientes.

—Cierto, cierto. Perdone, soy algo curio...—Fija su mirada en mí.

Lo ignoro profesionalmente. Me importa un bledo. Estoy perdiendo mi paciencia y amabilidad. Dame fuerzas, Dios, en serio estoy a punto de querer derramar mi delicioso café solo para que se largue rápido.

— En específico, ¿a qué potencia económica de esta ciudad le gustaría hacer la investigación? —pregunto nerviosa. Ya ni sé de lo que hablo.

Aprieta los labios.

—Me parece que los hoteles son los pilares principales, el turismo, los restaurantes, Nueva York es el lugar vacacional favorito de muchos, me interesa mucho como han influido estos negocios en los últimos años.

Aun me parece aburrido, pero no debo parecer grosera... Por el momento. Me siento derecha, recargando bien mi espalda contra el respaldo de la silla. Respiro dos veces, profundamente tratando de encontrar algo en mi cerebro que funcione. ¿Qué no debería empezar a escribir este supuesto libro con investigaciones en el New York Times?

—Ah—me rasco la cabeza—. Hay un libro de eso en la biblioteca, podemos apoyarnos de ahí.

Me pongo de pie y camino hacia la pequeña biblioteca que tenemos casi junto al despacho de Harold. Comienzo a buscar el libro, si es que no se lo ha llevado nadie antes. Economía, economía... Argg, no lo encuentro. Alexander llega detrás de mí e inmediatamente me giro, por puro instinto de seguridad.

—Estoy buscando—balbuceo. Sonrío con inseguridad.

Está muy cerca de mí, no tanto para exagerar, pero mi espacio vital está siendo invadido. Comienzo a temblar, camino a un lado para librarme de ese idiota. Debí de haberle dicho que esperará sentado allá afuera.

Busco en otro librero.

—Soy soltero—se acerca nuevamente.

Felicidades, campeón. ¿Y a mí que me importa si es soltero o está casado con un orangután? Aprieto los dientes. Sigo buscando, ignorando a su último argumento.

—¿Cree que sería bueno si alguien me hiciera compañía durante mi trabajo en el libro?

No creo que alguien quiera acompañarlo con un tema poco atractivo... Oh, ¡al fin lo encontré! ¡Gracias a todos los cielos! Saco el libro y lo aprieto a mi pecho.

—Aquí está—murmuro.

Se pone frente de mí.

—Es muy amable.

En mi cerebro tengo activado mi alarma de auto defensa personal.

—¿Cree que necesite más libros? ¿O podré consultarla a usted?

Abro la boca, pero la cierro al instante. Con mi dedo índice apunto al libro. Mis dientes rechinan del enojo. Me cae mal este sujeto.

—Señorita Reed—aparece la voz de Charles.

Oh, gracias a Dios. ¡Gracias!

—Pasa Charles—digo aliviada.

Alexander se aparta y deja caminar a Chales a mi lado, con un móvil en mano. Salgo de ahí con él.

—El señor Evans está llamándola.

¿Qué querrá? Me pasa el teléfono con cuidado.

— ¿Sí? —digo alejándome más.

—Elizabeth, ¿estás muy ocupada?

—Un poco, estaba ayudando a un... Posible escritor.

—Perdón, espero no interrumpir.

—No, para nada—me has liberado de una situación estresante—. ¿Necesitas algo?

— Si, y sólo quería saber cómo estabas y sobre si la pierna no te incomodaba.

—Para nada, he estado bien. Creo que ya mi pierna está muchísimo mejor.

Se queda un momento callado.

—Me alegra mucho escuchar eso. Me gustaría, si puedes, ir con Miranda a su despacho. Ahora mismo —agrega tranquilo.

—Ah, ¿es muy urgente? —frunzo el ceño.

—Si, algo así. Necesito que en verdad vayas con ella.

Genial. ¿Qué le voy a decir a Harold? "¿Puedo salir temprano para reunirme con mi cuñada y hacer los preparativos de mi boda que está cercana?". No creo que mi jefe sea como Kevin, que me dejaba salir temprano. Extraño mucho a Kevin.

—Está bien, ¿irás tú también?

—Sí, pero llegaré un poco más tarde.

—Ok, nos vemos.

Al momento de girarme me vuelvo a encontrar con Alexander. Sus ojos me miran con intensidad, no puedo evitar sentirme intimidada.

—Señor... Grant, me tengo que retirar.

Mi expresión es de pena... Pero yo estoy feliz de retirarme y ya no ver a ese sujeto. Él alza una ceja, pero no parece molesto.

—Espero que no lo moleste.

Pone una mano sobre mi hombro y sonríe tranquilo.

— ¿A dónde va a ir? —pregunta con interés.

¿A él que le importa?

—A arreglar unos asuntos—tomo mis cosas—. Lo ayudaré en otra ocasión.

Camino en dirección al escritorio de Rachel y le lanzo una mirada de frustración. Ella me sonríe nerviosa, vuelvo a mi escritorio y le entrego a Alexander el libro en manos. Encárguese usted mismo de romperse la cabeza con un aburrido libro de economía.

—Léalo, por favor y tome sus propias conclusiones—digo distraída.

Me detiene por el hombro.

—Necesito regresar para volver a verla.

Siento un ligero vértigo.

—Sacaré cita cuanto antes—me guiña el ojo.

Ignóralo, ya se largará de aquí. Me cae mal, muy mal. Su forma de ser es ridícula y patética, tengo vergüenza ajena por él. Da media vuelta y se acerca con Rachel. Yo aprovecho para ir con Harold.

— ¿Puedo pasar, Harold? —llamo a la puerta.

—Sí, pasa.

Asomo la cabeza por la puerta y lo encuentro revisando desesperadamente un montón de papeles dispersos por su escritorio. Ya no esta tan contento como cuando llegó.

—Me tengo que ir...—digo en un murmullo muy bajo.

—Está bien, puedes irte—me contesta distraído por los papeles.

Salgo sin decir más. Uf, creí que sería difícil, tengo un buen motivo para sonreír en lunes. Cuando me giro, por fortuna, ese idiota patético ya no está ahí. Me despido de Rachel y corro a tomar el ascensor, milagrosamente desocupado.

La próxima vez, recargo el taser y lo llevo conmigo si vuelve a acercarse ese tipo. DEFINITIVAMENTE TENGO UNA BUENA RAZÓN PARA ELECTROCUTAR A ALGUIEN.

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