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Capítulo 1 Sálvate.

Leila Assad caminaba por las calles de tierra y piedra de su pueblo bajo el sol abrazador, ese mismo que la vio nacer hace poco más de 16 años, el destino la hizo turca, la suerte la ubicó en la tribu del Jeque Khattab, y la desgracia la quiso en una de las tantas familias de campesinos pobres que allí viven.

Leila jamás se quejó de su suerte, ella creció sabiendo que en aquel lugar, las mujeres tenían pocos derechos y más cuando se era tan pobre como ella; el jefe de la tribu era quien decidía la mayoría de las cosas allí, en especial que se cumplieran con las leyes y tradiciones que regían su cultura, para suerte de las jóvenes de la tribu Khattab, su jeque era un hombre piadoso, mucho más que la mayoría de los que poseían ese cargo, una de las grandes cosas que muchas mujeres le agradecían al jeque Khattab Marwan, era que había prohibido los casamientos de niñas menores de 16 años; ese día Leila festejo con su madre, un avance en los derechos de las jóvenes, un alivio para muchas, pero había algo que el jeque Marwan no podía evitar, y era que a partir de los 16 años siempre y cuando se tuviera la autorización de sus padres, las jóvenes podían contraer matrimonio, esto no sería malo para las que estén enamoradas, pero este no era el caso de Leila.

— Leila — dijo su madre el día que nació. — Mujer hermosa como la noche.

Leila se preguntaba ¿que tenia de hermosa la noche? quizás para los enamorados seria maravillosa, pero para ella solo era oscuridad, como toda su vida. Siguió con su camino, mientras pensaba, en todo y en nada a la vez. Sus pasos eran lentos, pero decididos, estaba disfrutando de su ultimo paseo, sintiendo el polvo acariciar sus dedos a través de las sandalias, ya rotas y desgastadas de tanto usarlas, y sí que las usaba, la joven no paraba en todo el día, ser la hija de Said Assad, era lo mismo que estar maldita, el hombre no apreciaba ni a su esposa, Misha, solo su hijo Jamil valía algo para el patriarca de la familia, después de todo era hombre; Leila vio con dolor, como su madre se marchitaba día a día, mientras ella crecía y comenzaba a tomar el lugar que según su padre, a todas las mujeres les correspondía, el hogar, lavar, limpiar, cocinar, atender a los hombres como si de reyes se trataran, claro que Leila no se quejaba, ya había aprendido lo que sucedía con su madre cuando lo hacía. Misha trato de darle amor a su hija, hizo todo lo que estuvo en sus manos, para que quizás su Leila tenga una oportunidad de tener una mejor vida, fue por eso por lo que, a escondidas, le enseñó a leer y escribir, algo que para Said no era importante para las mujeres, mucho menos para su hija.

La joven levantó el rostro y cerró los ojos, dejando que el brillante sol la dejara solo ver el rojo de sus parpados. Alguien la saludó, y ella le sonrió, para luego continuar con su camino, en su rostro no había lágrimas, esas no servían, no importaban, tampoco se la veía desesperada corriendo hacia su destino, no, claro que no, apenas tenía un poco más de 16 años, pero aun así la serenidad que trasmitía con cada paso demostraba que tan segura se sentía de la decisión que había tomado.

Cuando al fin llegó a su destino, recreo la vista una vez más, o mejor dicho, por última vez, las rocas rojizas se mostraban a ella, con un color quizás más brillante que el que poseían siempre, bajo un poco su mirada y al final del acantilado pudo ver el rio que se movía a sus pies, se veía tan pequeño, pero Leila sabía que era el efecto de la altura que lo hacía ver así, respiro una vez más, lento y profundo, quizás pidiendo perdón por lo que pensaba hacer, o agradeciendo tener la fortaleza para hacerlo.

— Perdóname.

El corazón de la joven dio un brinco, al escuchar una voz masculina tan cerca de ella, giro su rostro a un lado, pero solo el desierto era visible, lo giro al lado contrario y solo vio un arbusto, o mejor dicho la copa de uno, por un momento la curiosidad de Leila pudo más, rodeo el arbusto que estaba burlándose de la gravedad, permaneciendo casi colgado en el aire de aquel peñasco, por un segundo su mente quedo en la cosa verde aquella, debía admitir que el arbusto era valiente y resistente, parte de sus raíces estaban expuestas a decenas de metros, flotando en el aire, mientras que unas pocas se aferraban a la roca del acantilado, definitivamente era un arbusto valiente que no estaba dispuesto a caer y dejar de existir. Cuando al fin quito su vista de esa distracción, se encontró con el responsable de la ronca voz que había escuchado, por un momento tuvo la necesidad de salir corriendo en dirección contraria, frente a ella estaba el hombre más guapo que sus inocentes ojos pudieron haber visto alguna vez, su cabello negro brillaba bajo el fuerte sol, su barba recortada le brindaba un aire de seriedad y su altura lo hacía ver imponente, dejo de ver las cualidades de aquel hombre al descubrir que era el hijo del Jeque Marwan, Farid Khattab, ¿Qué hacia el futuro jeque a la orilla de un acantilado? Su pregunta fue contestada en ese preciso momento, cuando el joven dio un paso adelante, donde solo el vacío lo recibiría, Leila no lo pensó demasiado, no tenía por qué hacerlo, toda la tranquilidad que tuvo hasta ese momento se esfumo, y sus músculos adoloridos hicieron un último esfuerzo, cuando tomaron la mano del hombre y lo jaló a su lado, ¿de dónde sacó la fuerza para hacer aquello? Ni siquiera ella lo sabía, todo lo que podía saber era que el hijo del jeque estaba sobre ella y ambos en el suelo rocoso del risco.

— ¿Qué? — dijo sorprendido el hombre al tiempo que se ponía de pie rápidamente.

— Lo siento, por favor, perdone mi insolencia. — susurro de forma atropellada la joven.

Farid sonrió por un momento, jamás se acostumbraría a ver el miedo en los demás cuando lo tocaban sin su permiso, era algo que le parecía ridículo.

— Discúlpame tu, permite que te ayude, gracias por salvarme, no sé cómo resbale. — dijo mientras extendía su mano y Leila la tomaba con mano temblorosa.

— Disculpé Señor, pero… yo lo vi, usted no resbalo, solo las personas que desean terminar con su vida vienen aquí. — termino diciendo con voz suave, casi susurrando.

— No sé de qué hablas, yo solo vine a observar el paisaje, no sé qué es lo que crees… — el futuro jeque reparo en lo último que la joven dijo, ella tenía razón, solo los que desean morir, iban al acantilado, entonces ¿Qué hacia ella allí?

— ¿Qué hace una niña como tu aquí? — la vergüenza recorrió el rostro de Leila, había hablado de más, tarde se dio cuenta. — Te ordeno que me digas la verdad. — el rostro de Farid no demostraba vergüenza, duda, o incomodidad, él se veía como un Jeque, preocupado por su gente y en ese momento, preocupado por Leila.

— Creo que lo acabo de decir jefe, usted y yo no estamos aquí por error.

El viento movió la gastada tela del vestido de Leila, al tiempo que su cabello también bailaba con la brisa, Farid observo a la joven en silencio, era muy delgada, parecía un alambre, aunque no era alta, su cabello estaba opaco, se notaba que no lo cuidaba, aunque era largo, los callos en sus manos delataban que era alguien muy trabajadora, pero, sobre todo, vio lo joven que era, casi una niña.

— ¿Qué edad tienes? ¿Cuál es tu nombre?

— Leila Assad y tengo 15 años. — respondió al tiempo que llevaba la vista a sus delgadas y maltratadas manos, el escrutinio de Farid la ponía nerviosa.

— Soy Farid Khattab, aunque eso ya lo sabes, ¿verdad?

— Lo sé, usted es el jefe después del jeque Marwan.

— Bien, eso es bueno, no debes decir que me viste aquí. — quiso sonar con firmeza, como un jeque, pero su voz parecía más un pedido que una orden.

— No se preocupe jefe, yo no me iré de aquí. — la sonrisa que la joven le mostro le erizo la piel, se veía tan… miserable.

— No lo estas comprendiendo Leila Assad, no dejare que saltes, tú me salvaste, yo te salvo. — Farid solo veía a una joven carente de emociones, y eso lo asustaba, su padre hacia lo que podía para salvar a tantas como podía, cambiaba las leyes poco a poco, pero la tradición era fuerte, demasiado.

— Usted no puede salvarme. — contradijo sin perder su dolorosa sonrisa.

— ¿Qué es lo que te sucedió Leila? — Farid no comprendía como podía hablar con tanta tranquilidad, era una niña, él tenía 20 años y estuvo dos horas llorando en silencio a la orilla del precipicio antes de tomar coraje para saltar, en cambio la joven frente a él se veía decidida, rendida, derrotada.

— En menos de una semana, Mashal Rahz, ira a pedir mi mano y mis padres se la darán. — Farid vio como apretó sus manos, hasta que sus nudillos quedaron blancos, la impotencia de quienes no podía decidir, lo único que podían hacer las que se mantenían en silencio.

— Mashal Rahz ¿el dueño del mercado? — Leila solo movió su cabeza afirmando y Farid lo comprendió, conocía a Mashal, era un hombre de 50 años, viudo, con un hijo de 30 años y otro de 25 años, incluso ya tenía nietos, su estómago se retorció de solo pensar en ello.

— No es motivo para quitarse la vida. — trato de persuadir a la joven.

— ¿Y usted si tiene motivos? ¿Por qué deberían sus problemas ser mayores que los míos? — respondió con osadía, pues la muerte la esperaba y no tenía tiempo para perder con sutilezas.

— Lo son Leila, mi existencia es un problema, traeré la deshonra a mi hogar, a mi familia y a la tribu, lo único que me queda es saltar por ese acantilado o esperar a que mi padre me mate. — la honestidad bailaba con cada palabra, pero Leila había escuchado miles de veces que tan bueno era el futuro jeque de la tribu, no podía imaginar que él hiciera algo que trajera deshonra a su familia.

— Está mintiendo. — dijo, pero sabía que no era así, los ojos negros como el carbón del hombre así se lo hacían ver. Farid respiro profundo y exhalo lento.

— Bien, si, de todas formas, ni tú, ni yo saldremos de este lugar, creo que es justo decir mi verdad…soy gay Leila. — la joven pestaño con asombro un par de veces, tratando de comprender aquello, no podía estar bromeando con algo así.

— Comprendo. — se limitó a decir, Leila conocía las leyes y tradiciones, y por más que él fuera el hijo de jeque o el mismo jeque, algo así no sería permitido, lo matarían y expulsarían a su familia de la tribu. — Pero no es necesario morir, tampoco revelar la verdad. — trato de persuadirlo una vez más, no quería que el joven muriera a su lado, eso se podía tomar como el suicidio de enamorados, ya se imaginaba a todo el pueblo hablando de ello y maldiciendo su alma por llevarse al futuro jeque a otra vida.

— Me quieren casar con la hija del jeque Ryad, quedare al descubierto, el tiempo se me terminó. — no, Leila volvió a pensar, Farid Khattab no podía morir el mismo día y en el mismo lugar que ella o todo sería un malentendido… aunque, pensándolo mejor, eso era algo que ellos podían aprovechar.

— ¡Nos podemos salvar! — gritó con la voz cargada de esperanza y los ojos brillando de alivio.

— ¿Qué?

— Sálvame Farid, Sálvame y sálvate, pide mi mano. — Farid dio un paso hacia atrás y Leila lo volvió a sujetar, ya que casi cae accidentalmente por el precipicio. — Creo que lo mejor es que te alejes de ahí. — la cara de la joven lo hizo sonreír de manera inconsciente.

— Bien Leila Assad, dime ¿Qué estás pensando?

— Puedes pedir mi mano, mi padre no se negará a ti y a cambio el jefe Marwan no podrá casarte con la hija de Ryad, por favor, Farid, sálvame de morir hoy, porque si mi destino es casarme con ese hombre tan anciano, realmente prefiero morir.

Farid la observo en silencio, era una buena idea, lo tenía que reconocer, no solo por poder salvarse, también podía salvarla a ella, se veía tan frágil y él sabía muy bien cuál era el destino que le esperaba si no saltaba de aquel precipicio, pero, aun así, era una adolescente que quizás no era consciente de lo que pedía realmente.

— Leila, ¿sabes lo que es una persona gay? — pregunto con vergüenza, crecer en esas tierras no era fácil, había temas que aun en este tiempo eran tabúes.

— Mataron a una de mis amigas por ello, se lo que es Farid. — Leila recordó cómo la gente gritaba y aplaudía al padre de su amiga, luego de que la asesinara, “Has traído honra a tu casa” “Muy bien, has hecho lo correcto” y por un segundo Leila se preguntó, ¿Qué tan correcto era matar a tu propia sangre?

— Leila si nos casamos, jamás podrás divorciarte de mí, y yo… nunca te tocare… como esposo. — dijo cada palabra mirando sus ojos color caramelo, debía saber si ella lo comprendía.

— Jamás te exigiré nada Farid, nunca te engañare por más que nuestro matrimonio sea solo en un papel, tú me salvaras y por ello te estaré agradecida por siempre.

— Tú me has salvado, Leila Assad, mañana a esta hora te esperare fuera del jardín de té, si no llegas me daré por enterado que te has arrepentido.

— ¿Qué te diré cuando llegue? — dijo segura de lo que haría.

— Me dirás que día me esperan tus padres.

— Así será Farid, hasta mañana.

Leila corría por las calles de tierra y piedra, su corazón latía desbocado, y las ganas de gritar se agolpaban en su garganta, era la primera vez en la vida que Leila se sentía feliz, con esperanzas, con vida.

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