4
Las profundidades del bosque
Es su hogar, no querrás
Molestarlo...
Camila notó que un coche venía tras de ella, pero no quería voltear. Las nubes grises empezaban a cubrir el cielo azul, una ventisca fría hizo que se le erizara la piel, los árboles del bosque se empezaban a mover de un lado a otro despacio. Mantenía la mirada fija en el camino, de alguna manera no le apetecía mirar el bosque.
El coche se posicionó a la par suya, Adrien bajó la ventanilla del asiento copiloto.
—¿Quieres que te lleve? —le inquirió, no dejando de conducir para ir a su paso.
Camila lo volteó a ver totalmente confundida, ¿como es que Adrien quería llevarla?, pensó. No lo entendía.
—Disculpa, pero no te conozco. —respondió, no pareciendo descortés. Se detuvo, al igual que el coche de Adrien. Él solo sonrió de lado y asintió, era verdad, no se conocían, pero esta era una buena forma de hacerlo.
—Soy Adrien —respondió él. Pero Camila ya lo sabía—. No tengo ningún problema en llevarte a tu casa, paso por ahí, el lugar al que voy está más adelante —mintió.
Camila achicó los ojos ¿habían casas más adelante? Porque hasta donde sabía la de ella era la única.
—Y creo que está a punto de llover, así que... —murmuró mirando el cielo y dándole una mirada de que no tenía más opción.
Camila también observó el cielo, era verdad, llovería pronto y, sinceramente, no quería mojarse porque tenía que volver a la escuela. Mordiéndose el labio inferior, se acercó a la puerta del copiloto, la abrió y se sentó. Adrien ocultó una sonrisa y puso el coche en marcha.
Había silencio en el aire, Camila no sabía qué decir, y él tampoco.
—Soy Camila, por cierto. —dijo ella, mirándolo. Notó que de perfil y, de cerca, era mucho más guapo. Era como esos modelos que miraba en la televisión, como esos protagonistas de películas románticas y hermosas que le gustaba tanto mirar.
Adrien le dio una mirada rápida, ya lo sabía.
—Y... ¿Qué te trae por aquí, Camila? —se atrevió a preguntar para sacar plática.
—Transfirieron a mamá. Del trabajo.
Su mirada estaba en la ventanilla.
—Este pueblo nunca tiene integrantes nuevos, fue una verdadera sorpresa para todos el que tengan nuevas personas. —comentó.
—Me imagino.
Adrien no parecía mala persona, pensó Camila, ese porte de chico malo sí lo tenía, pero más bien parecía una máscara para obtener el respeto de los demás y evitar que las personas le hablasen. A lo lejos pudo notar su casa y recordó lo que Carmen le había dicho, esa también había sido la casa de Adrien, y no sabía si decirle o no.
Él se estacionó frente a ella.
—Gracias por traerme... —le dijo a la vez que abría su puerta y salía.
Él solo le brindó una sonrisa de boca cerrada, al estar afuera se dirigió a la puerta de la casa. Segundos después la lluvia empezó a caer. Había venido a tiempo. Pudo escuchar cómo el auto de Adrien aceleraba, yéndose, Camila volteó, notando que Adrien se dirigía al camino de vuelta al colegio y no para donde dijo que iría. ¿Acaso solo vino a dejarla?, se había preguntado, pero ¿porqué? Si apenas se conocían.
Abrió la puerta, pasando dentro. Pudo escuchar el ruido del televisor. Se descolgó el bolso, dejándolo en el sofá, para después quitarse la chaqueta, quedando solo en su camisa mangas largas. Se encaminó en busca de la niñera, hacia la sala. Ahí estaba, Jesse miraba alguna telenovela mientras Bea estaba sentada en el piso con un cuaderno y colores para dibujar. Todo parecía normal.
—Hola, —llamó la atención de la niñera. Jesse se sobresaltó, llevándose una mano al pecho, en el momento en que se giraba a Camila.
—Por Dios, me asustase —rió nerviosa.
Camila ocultó una sonrisa, avanzó y se sentó en el sofá de la par.
—¿Está todo bien? ¿Bea no ha dado problemas? —cuestionó.
—Oh, no para nada, Bea es una chica muy dulce y obediente. —respondió segura. Tal parece que no estaba mintiendo. La madre de Camila no confiaba mucho en las niñeras, puesto que años atrás había tenido un caso no muy agradable con una. Al dejarla en sus manos, Bea resultaba al final del día con malgún otro moretón, y bueno, eso no le pasó por alto. Resulta que la niñera le daba de golpes solo porque Bea quería colorear y la niñera no le gustaba que rayara las paredes ni el piso al hacerlo. Por eso le pegaba. Así que ahora Camila, Nicole y la madre tenían que estar al pendiente de las niñeras, dado que no tenían ningún familiar cercano para que la cuidara.
Además, la madre no la puede llevar al trabajo y Camila tampoco a la preparatoria.
—Lo sé —admitió Camila, en el momento en que se acercaba a Bea y se sentaba junto a ella al estilo indio.
—Hola, Bea, ¿cómo estás? —le preguntó en tono dulce. Bea casi no hablaba, a pesar de que ya tenía edad de hacerlo. Solo sonreía, y la verdad eso no era normal. Ni siquiera decía la palabra mamá.
La niña la miró y le sonrió.
—¿Qué dibujas? —le inquirió Camila.
Bea le mostró la hoja de papel, Camila la tomó, pero antes le depositó un beso en la sien. Agarró la hoja de papel y la miró. La sonrisa que tenía se fue desvaneciendo poco a poco al ver lo que su hermana había dibujado. No sabía si era casualidad o simplemente alguien le había dicho sobre eso.
Bea había dibujado a un hombre. Pero no cualquier hombre. Era un hombre alto, vestido de negro, no tenía cara y sus manos, no eran sus manos, eran como... Eran como tentáculos. No puede ser, pensó Camila, sintiendo su respiración agitada. ¿Que era todo eso? Bea no pudo hacer ese dibujo, no pudo.
A su lado, Jesse estaba inclinada mirando el dibujo.
—Oh, no, eso no es bueno. —murmuró la chica.
Camila se puso de pie inmediatamente y la miró.
—¿Cómo es que ella hizo esto...? —le preguntó—. ¿Acaso tú le dijiste algo sobre esta estúpida leyenda?
Jesse frunció el ceño, desconcertada, y también se puso de pie.
—¿Disculpa? No, por supuesto que no. Es solo una niña y mi trabajo es cuidarla no asustarla. —se defendió, lo dijo con tanta seguridad que parecía verdad. Pero quizás no estaba mintiendo.
—¿Entonces...? —quiso saber, mirando la hoja de papel.
Jesse negó con la cabeza dándole a entender que no sabía nada. Camila se arrodilló frente a Bea y le mostró el dibujo.
—¿Bea? ¿Quién es él? —le preguntó casual, con la vana esperanza de que le respondiera, pero sabía que no lo iba a hacer. Solo un milagro podía hacer que ella hablara.
Bea solo la miró, y luego señaló la ventana. Que justamente daba al bosque.
Camila miró, pero no había nada más que bosque, así que volvió la vista a su hermana.
—¿Está allí? —cuestionó, con un nudo en la garganta.
La niña asintió, para luego ponerse de pie e irse a jugar con los otros juguetes que tenía en el otro extremo de la sala. Camila respiró profundo, resoplando después. Esa historia no era real y Bea solo había dibujado eso por pura casualidad, intentó convencerse.
—¿Sabías de la leyenda? —le preguntó Jesse.
—Es solo eso —respondió mirándola y poniéndose de pie— Una leyenda. No es real.
Dicho eso último caminó hacia su habitación.
Horas después Nicole había llegado, Camila no pudo asistir más al colegio porque la lluvia no había parado, había perdido las otras horas de clase. Sin embargo, no tenía ganas de recibirlas.
—¡Camila, tengo noticias! —Nicole abrió la puerta de la habitación, sin tocar, exclamando esas palabras.
Camila se encontraba leyendo un libro, ya con su pijama puesta. Y la miró mal.
—Nicole, la próxima vez toca la puerta, ¿quieres? —espetó entre dientes.
Nicole rodó los ojos y se dejó caer en la cama, con la vista en el techo.
—Carmen me dijo que vendría dentro de una hora para ir a una fiesta en la discoteca de un tal Adrien y que estuvieras lista. —informó.
Camila la miró con horror. No quería ir a ninguna fiesta, y menos a la discoteca de Adrien, ¿y tiene una discoteca?, se había preguntado.
—Por supuesto que no iré. —respondió. No tenía ganas de salir de noche.
—Claro que sí irás. —le hizo saber la madre, a la hora que entraba a la habitación con Bea en brazos.
Camila la miró interrogante.
—¿Perdón? —no podía creer que su propia madre le estuviera diciendo que iría a una fiesta. De noche. Definitivamente su madre no era normal.
—Vamos, Camila, quiero que salgas a divertirte y que no solo estés encerrada en tu cuarto leyendo. —respondió— No digo que no leas, sino que salgas a la vida real en busca de chicos reales.
—Eso sí —apoyó Nicole.
—Veamos si entendí —Camila cerró el libro y las miró— ¿Quieres que vaya a una fiesta en busca de chicos? Dime qué clase de madre eres —rió.
La mamá la miró con aburrimiento.
—Cami, no sales a una fiesta desde que... —iba diciendo, pero se detuvo en seco al saber que diría desde que su padre había muerto.
—Sabes que no es eso —le hizo saber Camila.
—¿Irás o qué?
Camila lo pensó, esas dos chicas no la dejarían en paz si les decía que no. Así que lo único que hizo fue asentir.
—Bien.
Las chicas aplaudieron y rieron, dejándola sola en la habitación. En una hora tenía que ir a la fiesta. Y peor, en un tal bar de Adrien. Lo volvería a ver. Eso era obvio.
Una hora después, Carmen estaba en la sala de su casa, esperando por Camila. Camila ya estaba lista, se había puesto la misma ropa que llevó a la escuela, estaba limpia y, como no quería ir, no se molestó en buscar algo mejor. Bajó las escaleras en busca de su abrigo. Al encontrarlo se lo puso, abotonado su chaqueta.
—¿Lista? —inquirió Carmen con una sonrisa.
—Eso creo —respondió Camila. Antes de que pudieran salir de la casa, Nicole y la mamá aparecieron en su campo de visión. Iban sonriendo, pero al ver a Camila vestida con la misma ropa su sonrisa se desvaneció.
—¿Ni siquiera un vestido? —cuestionó lo madre.
—No —respondió Camila, abriendo la puerta y saliendo. Carmen venía tras de ella. Afuera el clima estaba súper helado, agradecía ir bien abrigada.
—Vas a conocer el bar de Adrien. —le dijo Carmen, montándose en el asiento principal.
Camila se montó en el copiloto.
—¿Tiene un bar? ¿Propio?
—Oh, sí —respondió, arrancando el coche—. Tiene muchas propiedades, los padres están separados, cada uno tiene una casa enorme. Adrien solo vive en un apartamento porque quiere, si el quisiera también tuviera una de esas casas de lujo y todo eso.
Tal parecía que Adrien tenía mucho dinero, pero eso a Camila no le interesaba, si era así, ha de tener muchas chicas tras de él. Súper mejores y muy bonitas.
—Bien por él —se dignó a decir. Iban en medio camino, por el bosque.
Pero Carmen le siguió diciendo lo genial que era Adrien:
—Hace un par de años, él vivía con su padre, pero luego se mudó sólo cuando se podía mantener y cuando empezó a ganar su propio dinero. Tienen un hotel en el centro de la ciudad, ahí es donde iremos, también ahí está la discoteca. Déjame decirte, amiga, que es la más popular de la zona.
Camila rodó los ojos, tal parecía que Carmen estaba enamorada de Adrien porque hablaba de él de una forma un tanto... Obsesiva. Pero no la culpaba, Adrien era guapo. Muy guapo.
—Está bien, Carmen, no tenemos que hablar todo el camino de él, ¿o si? —la miró, actuando normal. Y, obvio, esperando que no se ofendiera.
—Claro —rió ella—. Disculpa es que, Adrien Hoffman es el chico que cualquier chica se moriría por tener.
Camila asintió poniendo sus labios en una sola línea.
—Lástima que no ha llegado esa chica a su vida —añadió.
—¿No tiene novia? —cuestionó casual Camila.
—No, bueno, si tiene mujeres que pasan la noche con él y todo eso, pero ninguna oficial. Solo son mujeres para una noche y ya.
Camila alzó las cejas, es obvio que las tenía. Minutos después estaban llegando al centro de la ciudad, de noche no se miraba nada mal, estaba todo iluminado y las personas y parejas en las calles eran evidentes. Llegaron a un enorme edificio, supuso que era el hotel de Adrien, Carmen aparcó en una esquina, mirando que el parqueadero estaba súper lleno, no había nada de espacio. Salieron, caminando y bajando unas escaleras hacia el bar de Adrien.
La música se empezó a escuchar, música electrónica. La entrada estaba atascada de personas esperando pasar. Camila pudo notar que habían dos guardas vestidos de negro en la entrada.
Chris, el amigo de Adrien, se encontraba saliendo de su auto, él no tenía que hacer fila ni nada, solo entraba por las puertas principales del hotel y llegaba al bar. Observó que la entrada estaba llena, las últimas personas que hacían la fila eran Carmen y Camila. La pudo reconocer de inmediato. Como también notó que hoy su mejor amigo Adrien subió a su auto a Camila y la llevaba a su casa, sabiendo que su amigo no hacía eso con ninguna chica. Entonces supo que ella era especial. Se acercó a ellas.
—Buenas noches, señoritas —saludó.
Camila y Carmen se giraron a él. Camila lo reconoció, era el amigo de Adrien.
—Hola, Chris —dijo Carmen.
—Qué hay, Carmen. —le medio sonrió, para luego mirar a Camila— Soy Chris, mucho gusto.
—Camila —respondió ella.
—No tienen que hacer fila, si quieren pueden venir conmigo para entrar de una vez. —les dijo Chris.
Carmen sonrió de oreja a oreja.
—¿Enserio? ¡Eso sería genial! —chilló.
Chris sonrió.
—¿Qué dices, Camila? —la miró—. ¿Vienes?
Camila asintió, regalándole una sonrisa de boca cerrada. Empezaron a caminar hacia la entrada del hotel, entraron sin ningún problema. Caminaron por un pasillo hasta llegar a una puerta roja, Chris abrió, resonando la música súper más alto. Habían llegado al bar. Pasaron, estando en la parte alta de éste, habían varias personas ahí, pero solo se miraban finas, sin embargo, abajo estaban todos los demás. Donde se supone estarían ellas.
—Allí está Adrien. —les dijo Chris, señalando a un chico sentado en una silla, mirando abajo, y fumando su cigarro. Camila lo miró, estaba pensativo. Fumaba, mientras que con su otra mano bebía algún tipo de licor.
De noche, y con toda esa iluminación, Adrien se miraba tan apuesto y lindo que Camila no pudo evitar que su corazón se comprimiera.