Capítulo 3
Es imposible precisar cuando entró aquella idea en mi cabeza, pero estoy decidida de que quiero hacerlo. Lo que no tengo claro es por dónde empezar.
La reja de la entrada rechina un poco por falta de mantenimiento y el césped está bastante descuidado. Ayer le conté a papá y es muy posible que nuestro jardinero pode este fin de semana, si es que Eva está de humor y lo permite.
Me detengo frente a la puerta, mi pecho remueve sentimientos al recordar como mi padre rompió el cristal de la misma. Me pongo en puntillas para alcanzar el timbre, lo presiono tres veces y espero a que respondan.
— Michelle — dice la señora Eva abrazándome tras abrir la puerta. Yo le doy un beso en la mejilla con una sonrisa para disimular mi tristeza.
— Entra hija — pide cariñosamente y tras sacudir el polvo del camino en la alfombra de la entrada, la sigo.
Desde la tragedia nos hemos vueltos muy cercanas, es como una segunda madre para mí.
La señora Eva ha adelgazado bastante y el señor Gonzalo siempre está afligido.
Cuando espiaba a Dylan los vi charlando una que otra vez, tenían una muy buena relación padre—hijo, e incluso era un hombre bromista.
Es increíble como la vida puede cambiar en un segundo.
Eva me mira un instante en silencio con una sonrisa en sus labios, pero es apreciable la clara tristeza en sus ojos.
Suspira.
— ¿Vienes de visitar a mi pequeño? — pregunta dando unas débiles palmadas en mi mano.
— Si, estuve contándole una historia... —asiento y ella me sonríe.
— Qué bueno hija, nosotros vamos ahora para allá.
Como cada tarde.
— ¿Si necesitas ayuda en algo? Tengo tiempo libre — pregunto mirándola fijamente.
— Puse a asar un pollo ¿Podrías...?
— Si tranquila yo lo vigilo. —me ofrezco sin dejarla terminar la frase. — Luego cierro y regreso a casa. Vayan tranquilos. —le explico para que no se preocupe.
— Gracias, de verdad que no sé qué haríamos sin ti angelito — dice abrazándome y yo la aprieto fuertemente.
Sé que mi dolor nunca será comparable con el de ella. Su único hijo y no percatarse de que andaba mal es un duro golpe.
— ¿Cómo estás? — pregunta el señor Gonzalo que sale serio de la habitación. Su rostro muestra cansancio. Está trabajando horas extra para pagar la hospitalización porque no se sabe qué tiempo estará Dylan en ese estado.
— Bien, mañana empiezo en la Universidad — le respondo.
— Qué bueno mi niña — agrega la madre mientras agarra su bolso.
— ¿Lista Eva? — dice el señor Gonzalo con un tono frío y apagado a su esposa.
Ellos salen de la casa, yo cierro la puerta tras sus espaldas.
Dejo mi mochila sobre una silla del comedor para luego explorar nuevamente la habitación de Dylan, quizás encuentre alguna pista para mi plan investigativo.
Su cuarto, aunque es grande está poco espacioso, al parecer quiso ocupar cada rincón.
Aun así de apretado es bonito, muy vintage, con paredes naranjas y con detalles negros como las alas de una mariposa monarca.
Afiches de bandas clásicas están pegados en una esquina y justo debajo hay un escritorio antiguo, de esos que llevan tapa, también cuenta con una estantería llena de libros variados, aunque el género más predominante es la ciencia ficción, lo que me hace pensar que es su preferido.
Ya he leído la mayoría de ellos, acostumbro llevárselos al hospital.
Agarro su celular con mis manos y tras cinco intentos fallidos de contraseña, lo coloco nuevamente en el espacio vacío de la estantería donde se encontraba.
Me haría tanta falta desbloquearlo. En un celular se tienen muchas cosas que a lo mejor pueden saciar mi incertidumbre.
No había una nota suicida, nada y eso me inquieta bastante.
Su cama ordenada como siempre que entro aquí. Su ropa intacta y con ese aroma a guardada que me hace estornudar cada vez que intento olfatearla.
El tiempo se ha paralizado dentro de esta habitación.
Encima de una mesita hay una fotografía familiar, debajo en las gavetas está el álbum de la infancia y algunas fotos sueltas de su adolescencia. Ya me sé de memoria donde tiene cada cosa ubicada.
Es verdad lo que dijo mamá. Antes éramos inseparables, y quien quita que volvamos a serlo algún día.
En el álbum hay fotos mías y de Dylan de pequeños.
Yo con mi melena rojiza y apreciables pecas que con el tiempo han ido extinguiéndose casi que por completo, y él con un corte de tazón en su cabello que le quedaba muy chistoso, eso sin olvidar su inigualable sonrisa.
Qué lindos y adorables estábamos, pero él más, mucho más.
Sonrío para mí admirando nuestras imágenes.
De pronto y sin esperarlo siento mis ojos cristalinos.
—No lo sé. Hay tantas cosas que…quisiera poder decirle y hacer con él. — pienso en voz alta y con mi mano libre limpio mis pocas lágrimas.
Me agacho para dejar el álbum en la gaveta donde estaba, se atasca un poco al abrirse y mucho más dificultoso al cerrarla.
— Shit! —La empujé con demasiada fuerza.
Toda la mesa se tambaleó.
Percibo que algo cae al suelo, inclino la mesa de noche para mirar debajo de ella.
Abro mis ojos como platos. No respiro bien de la sorpresa.
Lo tomo en las manos. El pequeño cuaderno de Dylan, estuvo pegado detrás de la mesita todo este tiempo.
Sonrío un poco, y mi corazón está un tanto acelerado.
Bien. Veamos ¿Qué pasaba por tu cabecita Dylan?
Quito la cinta adhesiva que lo mantenía unido a la mesa, lo hago con cuidado de no romper la carátula.
Lo primero con lo que me topo es con un esbozo familiar. Toco el dibujo, la hoja arrugada se siente algo húmeda.
Observo los detalles, sí que tiene mucha habilidad para pintar.
Volteo la página.
Querido diario:
— ¡Es un diario! —exclamo sorprendida.
Cierro el cuaderno.
¿Debería leerlo? —me pregunto acercando el cuaderno a mi pecho.
—Eso no se hace. Estas cosas son personales. —me regaño. —Pero Michelle. Es por su bien. —me contradigo.
¿Qué tan malo puede ser?
Bueno...se trató de suicidar.
Algo debe estar escrito aquí que me ayude a entender su mente y sentimientos.
Siento un olor muy fuerte.
— ¡Rayos! ¡El pollo! —grito escandalizada.
Corro desenfrenada escaleras abajo y apago la estufa.
— ¡Uffff, suerte que no se quemó! —me relajo y quito la parrilla.
Estoy algo sofocada.
Me siento en la mesa del comedor, cerca de la ventana por donde corre el aire y vuelvo a mirar el cuaderno.
—Bien Michelle. Hagamos esto de una forma más sencilla. —pienso hurgando en el primer bolsillo de mi mochila.
¡Listo!
¿Cara o cruz?
Tiro la moneda.
Cara.
Trago en seco.
Sé lo que significa.
Suspiro y abro el cuaderno...