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Ajuste

La decisión

— ¿Que pasa mi corazón, tienes miedo?

Su voz volvía a helarme la sangre.

Tenía el pelo alborotado sobre su cara dura y cruel. Y aquellos intensos ojos azules auguraban más males que bondades.

Podía ser hermoso pero daba miedo. Su apariencia siniestra se enmascaraba  en su belleza.

Sus ojos azules en este momento, volvían a llamar mi atención y eran gélidos. Tenía una personalidad tan fría como un iceberg y los pelos se me ponían de punta solo de verlo cruzar sus piernas con estudiada elegancia.

Sabedor absoluto del efecto satánico que podía tener.

— ¿Usted planeó todo esto?...¿Me ha puesto una trampa? — mi voz quería temblar casi tanto como mis manos lo hacían pero no me lo permití. Esa clase de debilidades no podían ser expuestas en aquel momento.

Mostró sus dientes tan blancos que su brillo podían confundirlos con puñales plateados que podrían matar de un golpe certero.

Ese hombre era tan hermoso como letal... Un angelical diablo.

— Mis planes no podrías adivinarlos ni en un millón de años — confesó con absoluta certeza y dejó sobre la mesa la bolsa con el arma del delito. Con su dedo índice daba pequeños golpes en la madera, iniciando una banda sonora terrorífica — aunque hay cierta similitud en ellos.

Su respuesta me asustó tanto que caminé hacia atrás y me pegué a la pared. Hasta ahí llegaron mis mal disimuladas fuerzas.

— ¿Planea matarme? — pregunté con poca energía.

— No responderé jamás a eso — sentenció con crueldad en su tono.

Sin una respuesta negativa a tan cruda pregunta. El intento de una sonrisa bizarra se dibujó en su boca, oculta detrás de sus verdaderos propósitos.

Un teléfono sonó y ni siquiera me dí cuenta que era el mío, cuando ví que lo tenía él delante, fuí a tomarlo y su mano detuvo la mía, conectando nuestras miradas en el roce de nuestros dedos.

A pesar de lo tormentoso de la situación, me sentí arder con su toque, el proyectaba tanto frío como calor, parecía un demonio que podía llevarte del hielo al fuego en un mismo gesto.

Se levantó y quedaba tan alto delante de mí, que tuve que alzar la vista para mirarlo a los ojos. Nuestras manos aún en el mismo sitio. Nuestros ojos completamente reunidos en la misma conexión visual y nuestras respiraciones en desigualdad de condiciones... El sereno y yo inquieta.

— Dile a quien sea, que saldrás del pueblo unos días, que un familiar te prestará el dinero para tus deudas y vendrás cuando lo tengas — vió la duda en mi rostro y prosiguió — si haces lo contrario irás a la cárcel esta misma noche, por mucho más que asesinato.

En ese momento, sentí, que estaba atrapada dentro de una telaraña, que ni siquiera veía pero que podía sentir que se extendía cada vez más, enredando todas mis extremidades en ella.

Este hombre tan sexy como demoníaco, me había marcado para un fin tan macabro,  que no podía escapar de él, incluso sin conocer las normas de su juego.

— Patri — traté de sonar lo más calmada posible cuando le arrebaté el aparato y saludé a mi amiga  — iba a llamarte ahora mismo — ni siquiera la dejé hablar antes de recitar cada cosa que me había exigido aquel extraño hombre que había irrumpido en mi vida con grandes intensiones de quedarse hasta drenarme por completo... quien sabía qué — saldré de la ciudad unos días, pude contactar con un familiar lejano que me dará el dinero para cubrir todo y debo ir a buscarlo. En cuanto vuelva te llamo.

Mientras yo hablaba él me miraba, justo delante de mí, no me tocaba pero lo sentí inspeccionar mi cuerpo al completo y asentía con cada palabra que decía, obedeciendo su orden.

— ¿Quién te crees para irte y que te guarde el trabajo? — cuando oí su demandante voz, supe que Román, mi jefe, había usado el móvil de su mujer para llamarme.

El hombre delante de mí, endureció su cuadrada mandíbula, adornada por una sensual barba y me dió así, la certeza de que estaba oyendo lo que él decía.

Suspiré y antes de contestar ví, como el señor Mcgregor extendía su mano pidiendo mi móvil.

No tuve más remedio que dárselo y llevando el aparato a su oído, sin dejar de mirar mis ojos verdes y yo los suyos azules, dijo con fuerza...

— Ella ya no trabajará nunca más para tí. No vuelvas a marcar este número — aquella voz volvía a ser fría y en esta ocasión también amenazante — jamás.

Y colgó nada más decir esa palabra.

Se quedó mirando mis labios más de lo que me gustaría, y concluyó...

— Desde ahora me perteneces. Cada paso que des. Cada palabra que digas. Cada gesto que hagas, es mío— pasó un dedo despacio por mi mejilla y me aparté. Él también lo hizo antes de escupir un — nos vamos — me hizo una seña para que caminara y me giré para irme y obedecer. Lancé un suspiro y me detuve.

Mi naturaleza me impidió hacer lo que me había exigido.

Alguien con mi carácter indómito no obedecía tan fácilmente y no me gusta que me den órdenes, sobre todo si no sé para qué son.

Me detuve de pronto y chocó contra mi espalda, puso sus manos en mis caderas y casi doy un brinco de la sensación, pero tampoco me lo permití.

No podía dejar que un hombre que me estaba haciendo lo que él me hacía, me provocara sensaciones, más allá del odio y el repudio.

— ¿Que quiere de mí? — me giré antes de continuar y él mantuvo su distancia en cero — no voy a irme con alguien que no conozco  a quien sabe dónde y quién sabe a qué.

Me volvió a mirar con superioridad. A sabiendas que sabía cosas que yo nunca sabría y que él nunca diría.

— No estás en posición de exigir nada Loreine.

Sabía mi nombre. Sabía tanto de mí, que me inquietaba.

Nunca en mi vida lo había visto y ahora, de la nada, parecía estar en casa resquicio de ella.

— No sé cuál es mi posición, señor Mcgregor — me detuve inspeccionando su expresión de hastío. Le molestaba que lo increpara — pero tengo una personalidad que no conjuga muy bien el verbo obedecer, sobre todo si no sé a qué se deben las órdenes.

Me miró dimensionando su expresión entre la admiración y el enojo. Se veía a años de distancia, que no le gustaba ser desobedecido. No contaba con que yo lo desafiara y eso, me hacía darme palmaditas de felicitación en mi espalda, de manera mental e interna, por supuesto.

— Tengo tu vida en mis manos, así como tú tienes la mía en las tuyas, mi corazón — no me gustaba que usará ese apelativo cariñoso, que en su boca sonaba a posesión más que cariño, ni tampoco asimilaba muy bien que me hablara con enigmas — yo soy quien va a comprar aquello que deberás venderme.

Abrí mi boca asombrada por lo que había dicho, pues yo no tenía nada que pudiera vender o él comprar.

No entendía a qué se refería.

— No tengo nada a la venta, señor — sonrió sin alegría y se relamió los labios, sin dejar de mirar mi boca. Sus manos finalmente dejaron mis caderas, recordándome que seguían ahí.

— Lo tendrás, lo tienes y me lo venderás, cuando llegue el momento — nuevamente invadió mi piel con sus dedos, deslizandolos por mi brazo y esta vez, se lo permití, no es que no lo hubiera hecho antes, pero en ese momento estuve de acuerdo con su tacto en mí — veo que ya no me tuteas. Eso me encanta.

Esa última frase la dijo susurrada y acercándose a mi oído, tanto que tomó muchísimo autocontrol, para que no gimiera por la sensación.

Este hombre que amenazaba mi vida, mi cordura y mis sentidos de manera tan brusca e invasiva, no podía gustarme, no podía hacerme sentir, no podía seducirme, yo no podía permitirlo y él no podía comprarme nada, porque yo no tenía nada que vender.

— ¡Camina! — dijo casi gruñendo, acercando su boca a la mía y hundiendo su mirada en mis ojos.

Justo cuando iba a empujarlo, sentí la sirena de una patrulla y un toque en la puerta de mi casa me puso a temblar tanto, que fue visible. Él lo notó.

— Decide ahora, si vas a venderme lo que quiero o tengo que venderte yo, a la policía.

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